Cine de poesía contra cine de prosa

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bierno de la sociedad opiniones más justas que las de aquellos que están encargados de remediar sus necesidades, y no, como nosotros, sus placeres? Cada vez que un artista se mezcla en política, en lugar de aportar lo que sería justo esperar de él, es decir, una visión más serena, más vasta, más conciliadora de las cosas, se encierra en la posición más intransigente, más limitada, más excesiva. Impulsa al encarcelamiento, a la «massacre», a la destrucción, desconoce la indulgencia, la tolerancia, el respeto al adversario. Es normal, como decía Platón: el que está hecho para exaltar las pasiones de los hombres no puede ser más que un mediocre moderador. CAHIERS. — ¿Usted piensa, por consiguiente, que el cineasta debe mostrarse indiferente a su tiempo? ROHMER. — En absoluto. Muy al contrario. Diría incluso que puede, que debe comprometerse, pero no políticamente en el sentido restringido y tradicional del término. ¿Qué procura el arte a los hombres? El placer. El artista debería consagrarse a la organización del placer. Y, como se dice que ahora entramos en la era del ocio, quizá pueda encontrar allí una labor importante, apasionante y hecha a su medida. Pero tampoco en esto le daría carta blanca. No hay nada más iconoclasta y al mismo tiempo peor profeta, que un creador. Déjenme abrir un corto paréntesis que no está demasiado alejado de lo que digo y que les demostrará que el amor por lo antiguo y el amor por lo nuevo no son —ni mucho menos— incompatibles. El sentido del pasado, el gusto por la historia, son características esenciales de nuestra época. Lo dije hace tiempo en «El 75


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