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www.formarse.com.ar Sea como fuere, más allá de los demás y de mis propios condicionamientos, hay cosas que no podemos hacer. Podré salir desnudo a la calle, quizás pueda insultar a mi jefe en el banco, pero no importa lo libre que sea, no voy a poder salir volando por la ventana. Esto implica aceptar que tenemos limitaciones concretas. ¿Es entonces la verdadera libertad una ilusión imposible de alcanzar? ¿Qué clase de libertad es una libertad condicionada siempre por algo? Aquí estamos enredados en esta trama tejida por los que nos precedieron pensando este tema. Hemos llegado al lugar deseado del comienzo del saber, hemos llegado a la confusión. Me parece que para eso escribo, para confundir a todos, para transitar acompañado mis propias confusiones, para ver si de esa manera podemos llegar a algún lugar que nos sirva. Creo firmemente que la única manera de hablar sobre temas filosóficos, y la libertad es un asunto filosófico, no psicológico, es confundiéndose. Porque si tenés claro un concepto, y esa claridad depende de que nunca lo revisás, lo mejor que te puede pasar es que te lo empieces a cuestionar. Uno de nuestros recursos más importantes es la capacidad de entrar en confusión. Es lo único que puede dar lugar a nuevas verdades. Si uno no puede entrar en confusión respecto de los viejos sistemas de creencias, no puede descubrir nuevas cosas. Descubrir nuevas cosas tiene que ver con explorar. Explorar tiene que ver con sorprenderse. Y sorprenderse implica confundirse. Así que lo maravilloso de lo que nos pasa cuando pensamos: “¿Cómo puede ser, si yo pensaba esto y ahora no?”, es que entramos en confusión. Esta confusión sucede porque estamos en una APORÍA, como me enseña Alejandro, en un punto sin salida. Otra vez Landrú acude en mi ayuda: Cuando esté en un callejón sin salida, salga por donde entró. Y todo el razonamiento que hicimos para sostener esta libertad, desde la partida, es en sí un razonamiento falso. Porque nuestra ardua tarea partió de una idea falsa, aunque en el medio hayamos pasado por conclusiones verdaderas. El desvío proviene de confundir libertad con omnipotencia. Porque la definición de la cual partimos (“la libertad es hacer lo que uno quiere”) es la definición de omnipotencia, no de libertad. Y no somos omnipotentes. Nadie puede hacer todo lo que quiere. Por mucho que yo quiera, aunque desee fervientemente que sin teñirme el pelo me crezca rubio, no sucede. ¿Por qué? Porque no está dentro de mis posibilidades. Pero no dejo de ser libre por eso. Del mismo modo, no puedo volar, no puedo evitar morir algún día, no puedo detener el tiempo, no puedo cientos de miles de cosas, y no dejo de ser libre por eso. Además de las limitaciones que pueda tener nuestra cultura, instalar nuestra educación y determinar nuestra moral y nuestra ética, hay limitaciones físicas para poder hacer lo que uno desea. Así, la libertad se define por la capacidad de elegir, pero las limitaciones que se debe imponer a esa capacidad no son aquellas condicionadas por los derechos del otro, sino por los hechos posibles. ¿Qué pasará con nosotros, cultura de humanos, sociedad del tercer milenio, que nos empeñamos en creer que ser libres es ser omnipotentes? Poco más o poco menos, todos tenemos esta idea de libertad y entonces desde nuestra soberbia nos preguntamos: ¿Por qué no puedo hacer lo que yo quiero si soy libre? Y cuando no podemos hacer todo lo que queremos... preferimos creer que no somos libres antes de aceptar que la definición es errónea, antes de aceptar que no somos omnipotentes. Para no sofisticar tanto el tema, y para que no quede ninguna duda, utilizaré la fórmula de mi paciente Antonio que una tarde, al final de una sesión, irónicamente comentó: —Habrá que aceptarlo... ¡¡Hay cosas que NI YO puedo hacer!!

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