sin novedad en el frente

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Erich María Remarque

Sin novedad en el frente

De pronto, en nuestra persecución, llegamos a las líneas enemigas. Vamos tan cerca de nuestros adversarios que casi conseguimos penetrar juntos en ellas. Merced a esto tenemos pocas bajas. Nos ladra una ametralladora, pero la hacemos enmudecer con una granada de mano. Sin embargo, en los pocos segundos que ha disparado, ha podido herir en el vientre a cinco hombres. Kat, de un culatazo, deshace el rostro de uno de los servidores de la ametralladora que estaba ileso. A los otros los atravesamos con nuestras bayonetas antes de que puedan servirse de las granadas de mano. Después, sedientos, nos bebemos el agua del refrigerador. Se oye por todas partes el ruido de las tenazas y los cortafríos que rompen las alambradas y se echan tablones encima de las estacas que las sostienen. Corriendo por estas estrechas pasarelas saltamos a las trincheras. Haie clava la pala en el cuello de un gigantesco francés y tira la primera granada; nos cubrimos unos segundos detrás de un parapeto y luego el trozo de trinchera que tenemos a la vista queda expedito. La segunda silba diagonalmente contra la esquina y abre vía libre; mientras corremos vamos lanzándolas contra los refugios ante los que pasamos. La tierra tiembla; todo es humareda, gemidos y explosiones. Tropezamos con jirones de carne sanguinolenta que nos hacen vacilar; con blandos cuerpos. Caigo sobre un vientre abierto encima del que reposa un quepis de oficial, limpio e intacto. El combate va decayendo. Perdemos contacto con el enemigo. Como que aquí no podríamos sostenernos durante mucho tiempo, volvemos a las posiciones anteriores protegidos por el fuego de nuestra artillería. En cuanto nos transmiten la orden penetramos corriendo en los cercanos refugios para llevarnos todas las conservas que encontramos a mano —especialmente latas de «Corned-beef» y de mantequilla— antes de marchar. Llegamos en buenas condiciones. Momentáneamente, los otros no inician otro ataque. Estamos más de una hora tendidos, jadeando, descansando sin que nadie hable. Estamos extenuados, tan extenuados que a pesar de la terrible gazuza, que tenemos nadie se acuerda de las latas de conserva. Sólo poco a poco vamos convirtiéndonos, de nuevo, en algo semejante a hombres. El «Corned-beef» de ahí enfrente es famoso en todo el sector. Llega a ser, de vez en cuando, la razón principal de uno de esos súbitos ataques que efectuamos a menudo, pues nuestro avituallamiento es, generalmente, malo; siempre estamos hambrientos. En conjunto hemos requisado cinco latas. Ellos sí que van bien pertrechados. Es una delicia su alimentación comparada con la nuestra, pobres hambrientos que debemos tragar mermelada de nabos. La carne circula en abundancia en el otro lado, sólo necesitan cogerla. Haie ha pescado, además, una barra de pan francés y se la

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