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MARIZU TERZA

por: Elizette Fedullo

Llegando al atelier de Marizu Terza en Manantiales, me recibe una pequeña puerta de madera antigua, rodeada de un gran mural de fondo celeste con flores, pájaros y pastos. Inmersa en esa ensoñación aparece Marizu invitándome a pasar. Su presencia cálida, experiente, sus palabras claras y llenas de fortaleza hacen que rápidamente me vaya introduciendo en su vida fascinante y dedicada al arte.

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Marizu es argentina, pero desde los ocho meses veranea en Punta del Este, lugar en donde atesora sus mejores recuerdos. La más chica de sus 7 hijos vive también acá. Desde los 8 años pinta con su padre, un abogado penalista, pero con un gran talento y pasión por la pintura. Solían pintar juntos en el campo y un día hizo un paisaje en pastel. Su padre, atinado educador, puso su obra en un marco y la colgó en su casa. La pequeña miró ese acontecimiento y dijo: “¡Soy pintora!”, a partir de ese momento comenzó a crecer su pasión. Su contacto con una bella colección de libros de arte, la llevaron a estar en contacto con grandes personalidades desde muy pequeña, cuando decidió estudiar Arte, se sorprendió de su propio conocimiento, pues ella había estado jugando con Toulouse-Lautrec desde siempre.

A sus 17 años decidió dedicarse a las artes plásticas, comenzó la academia y recuerda cómo sufría con la rigidez y monotonía, hasta que decidió cambiarse al taller de Pablo Edelstein en donde trabajaban con desnudos, tanto en dibujo como en cerámica. Este mundo captó su atención, los modelos cambiaban de postura cada 2 minutos y los estudiantes tenían que bocetar con tinta china, sin posibilidad de corrección. La figura humana logró estar tan internalizada, que sus dibujos tomaron vida mezclándose y dando lugar a una serie que llama “Los Picassianos”. Fue así que sus desnudos pasaron a estar en enormes telas con óleos.

Tiempo después, como su marido tenía un haras, los caballos de carrera encabezaron su obra y los pintó durante unos 10 años. Con ellos en el año 77 hizo su primera exposición en el exterior, Alemania la recibió y fue un éxito rotundo. Le comenzaron a hacer notas como “La pintora de caballos”, pero ella no estaba a gusto con esa etiqueta. Dejó de hacer caballos, sentía que estaba muy atada a su dibujo y que de alguna forma, había perdido su libertad, algo innegociable para ella. Fue ahí cuando conoció a quienes fueron sus grandes maestros de la abstracción. La propuesta de Gabriel Mesil y Kenneth Kemble era abandonar los pinceles, comenzar a usar rodillo y sumar elementos como un secador de pelo, cinta de enmascarar y papel de diario. Así comenzó esta etapa de 2 años de aprendizaje en donde pudieron brotar sus anhelos más profundos de una plasmación auténtica, profunda y espiritual. Cuando volvió a los pinceles, en los años 80, se sintió absolutamente liberada de lo figurativo, ella quería expresarse en un lenguaje en donde los valores estéticos fueran los que hablaran por sí mismos, sin estar al servicio de la representación de la forma. Ahora la imaginación, los sentimientos y la vibración son los que entran en juego a la hora de pararse frente a un lienzo de Marizu. Con este cambio a la abstracción las ventas bajaron, pues lo que hacía era muy vanguardista para la época. Pero se acercó un gran crítico argentino y le dijo: ‘No te aflijas, porque con haber conmovido a una persona vale la pena haber hecho una exposición’ y tenía razón. Una anécdota muy hermosa confirma esto. Cuando hizo la ‘Muestra Blanca’ en Galería Tema, todas las tardes se acercaba una mujer y se sentaba a observar los cuadros. El quinto día que lo hizo la artista le preguntó por qué iba todos los días… le dijo que ella se sentaba allí y la energía de las obras le hacía muy bien, y le hizo referencia a un cuadro en especial: ‘Ese es una explosión de vida’. Marizu quedó atónita, sus lágrimas cayeron porque lo había pintado el día que se enteró que estaba embarazada de su séptima hija. ¡Confirmó que era verdad que el arte es una comunicación perfecta de alma a alma, que no hacen falta las palabras!

Esta gran artista considera que el arte visual muchas veces está intelectualizado por personas ‘tratando de entenderlo’, pero ella explica que no hay nada que entender, es como estar en un concierto, te conmueve o no, el artista se desnuda ante ti y te muestra su sensibilidad y talento. Ella siempre intentó transmitir una obra alegre. De hecho, tras dos muertes muy dolorosas, utilizó la pintura para transmutar ese dolor y poder compartir la fuerza que impulsa a seguir.

Pero no solamente la pintura ha atravesado su vida, sino también la enseñanza. Fundó la ‘Universidad de Arte y Diseño’ que estuvo activa durante 14 años. También dirigió durante 10 años ininterrumpidos un programa semanal en Cablevisión Argentina en donde visitaba galerías, centros culturales, ateliers y hacía entrevistas a los artistas más destacados del momento. En verano, se trasladaba a Punta del Este, cubriendo la movida artística de la zona y haciendo notas más descontracturadas en las que mostraba qué lugares visitar. Con este programa viajó a la Bienal de Venecia, a la Feria de Basilea y acompañó a Eduardo Costantini -Fundador del MALBA- a recibir obras en Río de Janeiro, cubriendo todo el proceso. El programa terminó en 2001 por el advenimiento de la crisis político-financiera, pero le dejó innumerables aprendizajes y experiencias en su haber.

Cree que la vida sin proyectos y sin emociones profundas no vale la pena ser vivida. Es por eso que nunca dejó de hacer exposiciones, tanto en su país como en Francia, Alemania, Pakistán, Brasil, Estados Unidos y Uruguay. Ya van 45 y considera a cada una como un examen, le da la posibilidad de verse desde afuera con un ojo más crítico y con la sensibilidad a flor de piel para decidir por qué camino seguir.

Después de 40 años dedicada a la abstracción, en la pandemia le pasó algo inesperado. Encontró un libro que conservaba de las tapicerías millefleur que había traído de París con 17 años, uno de estos tapices representa “La Dama y el Unicornio”. Fue tal la inspiración que estuvo dos meses de una tela a la otra pintando una serie de 6 cuadros de grandes dimensiones, que representan la historia de amor entre Jesús y María Magdalena, en donde hay 5 cuadros dedicados a los sentidos y el sexto es cuando ella decide brindar su vida a lo espiritual siendo discípula de Jesús. Luego de esta vuelta tan fuerte a la figuración apareció frente a ella un dato revelador… quién encontró estos antiguos tapices en el fondo de un castillo y los mandó restaurar fue a quién ella idolatró durante su adolescencia: la condesa George Sand. Descubrirlo 60 años después fue maravilloso.

Hace muy poco, surgió la posibilidad de hacer una muestra de estos cuadros en el espacio ‘Lighthouse’ en donde se lanzarán en formato digital para su venta, lo que hoy se llama NFT, junto con un debate sobre la temática. Marizu está muy motivada porque es un trabajo colaborativo entre artistas, fotógrafos e impulsores del arte, que la lleva a continuar actualizándose en lo más vanguardista del mercado.

A través de los años lo que más confirma es lo que le dijo un profesor cierta vez: “El arte es amor”, porque el artista se entrega, vuelca su talento, su emoción y sensibilidad, y si alguien no lo valora no importa, porque es como las flores, da su belleza sin importar a quién. Es cuestión de mirar hacia adentro para encontrar la libertad de su línea y esos incansables retos que la mueven a buscar y encontrar desafíos a la medida de una ariana que sabe lo que quiere. Así es Marizu Terza, emotiva, decidida a asumir riesgos para obtener una mejor versión de sí misma y de su arte. ♦