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Una escritura entre “paisanos” Hoy, muchos de nuestros pueblos siguen manteniendo esas precisas normas de convivencia, donde se legislaba desde la temporada de recogida de hierba, corte de madera, plantaciones de árboles, cuidado por vecinos en orden correlativo de los ganados comunales en los montes asignados para ello, el semental comprado en la feria que garantizaba los mejores animales de las vacas del pueblo, y todo ello a toque de campana en el hemiciclo natural del pórtico de la iglesia o en la plaza del pueblo. La democracia entendida como la voluntad de la mayoría, libremente

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decidida entre todos los vecinos. Lo acordado tenía rango de ley, incluso por encima de las leyes ordinarias del código civil. Era un derecho adquirido en algunos casos siglos atrás, y reflejado en unas ordenanzas que ríanse ahora de la tan cacareada Constitución. Tenían incluso potestad sancionadora en caso de incumplimiento, y eran inflexibles en su aplicación. La sabiduría ancestral propia de las comunidades campesinas se regía por unas precisas instrucciones incrustadas en lo más profundo de sus tradiciones. La aldea como núcleo central y luego todos los espacios desde lo manso a lo bravo. Cada

uno de esos espacios concéntricos, relacionados y complementarios entre sí, cumplía una función ecológica y económica. Los campesinos activaban en su territorio más de 20 procesos agroecológicos esenciales para satisfacer sus necesidades y para preservar el potencial productivo y ecológico del territorio. Es decir: conservaban la naturaleza de la que dependían a la vez que la manejaban con rigor siguiendo unas pautas que, en su conjunto componían un sistema de conocimiento local, y al que nos hemos referido cuando mencionábamos las ordenanzas locales como el libro de estilo y de instrucciones para el uso pertinente del territorio. Hoy asistimos al declive de toda esta forma de vida, y pienso que la sociedad que nos ha vendido una cultura urbana, basada en el consumismo y la inmediatez, con la creación de paraísos artificiales, en algunos casos llamados parques nacionales, modificados de forma artificial por los gestores urbanos, con la plantación de arbolado foráneo, superabundancia de especies salvajes, como lobos, jabalíes y ungulados, que afectan de forma importante a la cabaña ovina y caprina y los productos de ella derivados, traen irremisiblemente el abandono de los que fueron sus cuidadores desde tiempos inmemoriales. Se derrumban las ancestrales majadas, avanza la matorralizacion de nuestras praderas. Las antaño erías de siembra y los prados de siega los vemos colonizados por helechos y árgomas. Nuestros pueblos se quedan sin vecinos, y asistimos al cierre perpetuo de una casa a la vez que despedimos al fallecido/a a las puertas del cementerio, y con él se cierra para siempre una enciclopedia de sabiduría que queda sin trasmitir, porque no tiene alumnos que continúen el preciso libro de la vida escrito a través de muchas generaciones. Hemos visto marchar a muchos camino de la quimera de la gran ciudad, del trabajo fijo, del sueldo estable, del piso, de la calefacción,


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