GTM #22 - Octubre 2017

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prostituir el valor de su trabajo hasta un punto verdaderamente lamentable. Y todo esto ha ocurrido porque, en algún momento, alguien decidió que era una fantástica idea cederle “un poco” de hueco (entiéndase un 40% de la revista) a la publicidad. En algún momento de la historia del papel, la rigurosidad tuvo un precio. Alguien decidió que las cuantiosas sumas de dinero generadas por la inserción de anuncios compensaban supeditar el rigor periodístico. Que no importaba si se pasaba de puntillas sobre ciertos temas —o ni eso— si a cambio había un flujo de dinero constante. Y de pronto, el mayor aliado de la prensa fue aquel que mayores problemas podría llegar a tener si ésta cumplía con su cometido primigenio: informar. Gracias a la publicidad, los precios pudieron tirarse por los suelos. La recaudación por la venta de ejemplares no era lo que realmente daba de comer a las redacciones que trabajaban detrás de la celulosa: sino la propia publicidad. No eran esos 2,5€ los que alimentaban al periodista (de los cuales, casi un 50% iban a parar a manos de kioskero y distribuidor), sino la publicidad que abarrotaba sus páginas. Es más, bajar el precio era una buena estratagema pues servía como garante para alcanzar un mayor número de ventas, lo cual se traducía en un mayor valor de los anuncios (no vale lo mismo una página que verán 10.000 lectores, que una que verán 100.000). De pronto, crear contenido se convirtió en una necesidad para dar cabida a todos esos anunciantes. Y así, la información perdió rigor y el papel renunció a todo su valor. Y así —y sólo así— los lectores acabaron fijando un estándar de precios ridículos por aquello que ofrecía una revista. Un estándar que hoy parece imposible de sortear.

Bajar el precio era una genial idea, garantizaba un mayor número de ventas: aumentando así el coste de la publicidad.

A día de hoy las reglas del juego han cambiado mucho. Y quienes luchamos por devolverle la dignidad al papel, nos hemos encontrado de frente con los estragos de aquellas nefastas decisiones. La publicidad en papel ya no interesa. Los anunciantes han abandonado la celulosa y ahora se mueven por millones en las webs de turno. Páginas que han evolucionado el concepto, pues no es que no valgan 2,5€: es que son gratuitas. Y en lugar de miles de lectores, hablamos de millones. Sin lugar a dudas, la evolución de la prensa gratuita ha alcanzado su cénit gracias a internet. Para alegría de los anunciantes y condena de los lectores. Sin embargo, volviendo al tema que nos atañe, la prensa en papel se ha visto mermada. Por una parte, el público baraja un precio de venta irreal, y resulta muy difícil explicar el motivo de todo esto. Para una gran mayoría de medios es inconcebible reconocer que se han estado vendiendo. Es utópico creer que el lector escu-

chará las razones y sonreirá mientras le regala su dinero a una publicación que —hasta la fecha— se ha vendido deliberadamente. No. Ningún lector perdonaría años de mala praxis por el vil metal. La confianza de un lector es sagrada y no se puede traicionar. Ningún lector acepta haber sido engañado durante años. La prensa eligió la publicidad: y ahora debe pagar por sus errores. Mientras, en este lodazal de desconfianzas e intereses económicos, tratamos de sobrevivir proyectos que nacimos con otro enfoque. Publicaciones sin un ápice de publicidad, volcadas única y exclusivamente en sus lectores. Ediciones que, desde el minuto uno, decidimos dejar nuestra supervivencia en manos de aquellos que estáis dispuestos a leernos. Por honestidad con lo que hacemos. Por respeto a quien nos lee. Tú que lees estas páginas eres uno de ellos. De ti —y no de los intereses de grandes empresas— depende que esto siga adelante. Pero créeme, es difícil poder vivir de esto. Si hay algo que hemos aprendido a lo largo de este trayecto es que la tarea no es nada sencilla, y antes de concluir quisiera proponerte un ejercicio de pragmatismo. Échale un vistazo a la última página de la revista y haz un recuento de cuántas personas trabajamos en ella. ¿Calculamos lo necesario para poder dedicarnos en exclusiva a la prensa que defendemos? Si —por dignidad— establecemos un sueldo mínimo de 1000€ mensuales por cabeza, llegamos a la conclusión de que esta revista debería tener un beneficio de 20.000€ al mes. Esto significa que, sabiendo que cada suscriptor nos deja aproximadamente 1,5€ de beneficio, tendríamos que tener unos 14.000 socios para poder empezar a pensar en vivir de esto. Difícil ¿verdad? Este problema se resuelve muy rápido con la publicidad. Si de pronto llega una empresa y decide comprarte un hueco a un precio razonable, es sencillo alcanzar esa hipotética suma vendiendo unos cuantos huecos más. De hecho, es muy sencillo llenar toda la revista de publicidad y empezar a hablar de beneficios contantes y sonantes. Pero eso sería lo fácil ¿verdad? Precisamente con esta lógica es como una panda de genios convirtieron la prensa en el circo que es hoy en día. Un lugar donde la credibilidad está por los suelos y la supervivencia es difícil, pero no imposible. Sabemos que es muy difícil cambiar la percepción de la gente. Somos conscientes de que es imposible concienciar al público de que nuestro trabajo (aunque no lo parezca) en realidad vale más que un Big Mac. Que somos muchos los que nos esforzamos día a día por traerte lo que tienes entre manos. Y no hablo por GTM; sino por todos los compañeros que redactan desde sus puestos a diario. Sin importar la cabecera. Nosotros seguiremos luchando. Seguiremos estando ahí. Pero es importante que el público asuma que la libertad de prensa pasa por que los sueldos de los periodistas se cubran con el apoyo de los lectores: y no gracias a la industria cuyos intereses recalan en los bolsillos de los mismos. Seguiremos trabajando por conseguirlo. Seguiremos luchando. Y si en algún momento morimos, lo haremos de pie.

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