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b Fernando Sánchez Dragó sobresales van a
P ¿Algún político le ha intentado comprar?
—Soy insobornable.
P ¿Y callar?
—Constantemente. Cada vez que el PSOE ganaba unas elecciones, a mí me echaban del trabajo.
P ¿Usted es liberal?
—Mucha gente piensa que lo soy, atribuyéndome una etiqueta política que no tengo. Pero yo lo que soy es libertino
P ¿Y qué más?
—Panteísta. Creo que la física de la naturaleza está en todas partes y por eso me irrita internet, que es la violación de la naturaleza, y las leyes que nos intentan imponer, como la del maltrato animal o las LGTBI, que van contra natura. Para mí es sagrado respetar las leyes de la naturaleza.
P Aun poniéndose serio, no pierde usted la sonrisa —Yo siempre estoy feliz. Los compañeros de clase me decían que tenía piel de rinoceronte porque nada me afectaba. Terminando ya el bachillerato, que en mi época era de siete años y no separaba ciencias de letras, el director del colegio donde estudié, “El Pilar”, llamó un día a mi madre para decirle dos cosas: que no me atara en corto y que me dejara estudiar Filosofía y Letras. Cuando se cumplió el 25 aniversario de mi promoción, los antiguos compañeros de clase organizamos unas jornadas y nos leyeron las notas. Una de ellas decía: “Este niño es muy raro porque cuando se le da una mala nota, en lugar de echarse a llorar, sonríe”. Soy escritor y un escritor a todo le ve el lado bueno, aunque evidentemente me han ocurrido cosas malas.
P ¿Como cuáles?
—No conocí a mi padre porque lo mataron al comienzo de la Guerra Civil. A los 19 años estuve en la cárcel y luego acabé en el exilio. Otro, en mi lugar, se angustiaría, pero yo estaba feliz porque sabía que estaba alimentando mi futura obra.
P ¿Ha llorado?
"España es un país maledicente: todo el mundo habla mal de todo el mundo"
"Yo no soy polémico; los polémicos son los que polemizan conmigo. Otra cosa es que mis ideas sean provocadoras"
—Muchas veces, pero no por ir a la cárcel o hacer la mili. Tenía 25 años cuando me fui al exilio con 7.000 pesetas en el bolsillo y el pasaporte de un amigo diez años mayor que yo. Estuve siete años recorriendo el mundo y volví con un pasaporte de verdad y con más de 7.000 pesetas en el bolsillo. Sentía una inmensa alegría.
P ¿Hoy somos menos felices?
—El mal del siglo es la depresión. Es un mal misterioso, de difícil cura y para la que muchas veces se prescriben pastillas, una droga que achata la personalidad pero que no cura.
P ¿Y de quién es la culpa?
—De internet. Cuanto más gente lo utilice, más estaremos sustituyendo la vida real, la de salir a la calle, hacer amigos, enamorarse, coger la gripe… es decir, la vida tal como es. Quienes están todo el día enganchados al móvil se sumergen en una burbuja y eso a la larga pasa factura. No hay droga peor en este momento que la de los móviles ca debería adoctrinar sino instruir. Y para instruir tiene que existir una cosa que ha desaparecido y que los latinos llamaban auctoritas. El profesor debe tener autoridad. En mi colegio tratábamos a los profesores de usted y ellos también nos trataban como tal. El usted hoy ha desaparecido y eso es gravísimo porque se elimina la tercera parte de las conjugaciones. cordial. Ahora todo se ha vuelto política. Los fachas de izquierda, que son la mayoría, dicen que todo es política cuando nada es política. La gente vive al margen de ella. Cierto es que algunas personas, las que no sirven para nada, se convierten en políticos. Un analfabeto puede ser hoy presidente de Gobierno. Los políticos, la verdad, son lo peorcito de la sociedad.
P ¿Nos falta calle?
P ¿Se está perdiendo el respeto?
—Es que la escuela no se puede democratizar: la escuela, por definición, no es democrática. Hoy pasa lo que Tocqueville llamó “abuso de la democracia”, es decir, extender la democracia a todo. No todo tiene que ser democrático y la escuela no puede serlo. Tiene que haber una diferencia, una autoridad, entre profesores y alumnos.
P ¿Todo empieza en la escuela?
—Como decía Bernard Shaw, Premio Nobel de Literatura: “Mi educación terminó el día que me llevaron al colegio”. El niño es un ser libérrimo, independiente, fiel a sí mismo, desobediente por naturaleza. Luego, cuando llega a la que llaman edad de la razón, empiezan a adoctrinarlo, a decirle lo que es bueno y malo. A partir de ese momento, el niño se olvida de quién es y pasa a ser adolescente. Algunos llegan a la edad adulta, pero muchos son adolescentes de por vida y eso es lo que ocurre en la sociedad actual: la mayoría de las personas no salen de la adolescencia, son adolescentes pastoreados por políticos y gurús hasta que mueren. Esta es la gran tragedia de nuestro tiempo.
P ¿Y la de España?
—Ser español es muy duro porque es nacer en el país que ha tenido más guerras civiles en la historia de la humanidad. España es un país maledicente: todo el mundo habla mal de todo el mundo. El mal de España, como dijo Ortega, es la aristofobia, es decir, el odio a la excelencia. Aquí, cuando sobresales por algo, van a cortarte el cuello. Eso sí, cuando mueres, te elevan y glorifican, pero tienes que estar muerto. Como dice Antonio Gala, en España vamos al velatorio para comprobar que el muerto está muerto P Y, sin embargo, usted se siente español.
—Mi abuelo era francés, por tanto, podría haber optado por la nacionalidad francesa. En Francia tendría mucho más dinero, éxito, premios y respeto, pero he nacido aquí. En España está mi lengua, que es la patria de un escritor. Recuerdo cómo en el exilio hice esfuerzos sobrehumanos para mantener viva mi lengua. Al volver, paseando un día cerca de la Puerta del Sol, me encontré con una tienda ya cerrada con un rótulo que decía: “tahona”. Una palabra de suma belleza que significa panadería. Cuando yo me fui era de uso común, pero se me había olvidado en el exilio. Entonces ese día, frente a aquel rótulo, lloré.
P Ahora, al recordarlo, también se emociona.
P Habla usted como si le importara la política.
—A veces me veo obligado a hablar de ella en mis artículos, pero no busques política en mis libros, que son los que me definen.
P En cambio, en estos días se le cita como artífice del nombramiento de Ramón Tamames para la moción de censura de Vox —Conozco a Tamames desde 1956. Ese año, junto a Enrique Múgica, José María Ruiz Gallardón y Dioniso Ridruejo, acabamos en la cárcel tras protagonizar el primer motín universitario contra el régimen fran- quista. Ahí surgió una amistad que perdura. Por eso, hablando un día con mi buen amigo Santi Abascal sobre la necesidad de presentar una moción de censura, le sugerí el nombre de Tamames, un hombre por encima de las partes con una trayectoria de izquierdas, aunque, como yo, ha derivado a posiciones más neutrales. Les pareció bien y se puso en marcha. Pero que sea una moción apoyada por Vox no significa que Tamames haya entrado en Vox.
—Es la escuela más importante. Yo era un niño de buena familia, del barrio de Salamanca, pero cuando volvía del colegio salía a jugar hasta por la noche con otros niños, mezclándonos ricos y pobres, daba igual la clase social. Aprendíamos a vivir. Eso sí que era una escuela. Hoy los niños apenas tienen contacto con la vida.
P O sea, la escuela tiene que enseñar a vivir.
—Ahora lo que enseña es a ser un buen ciudadano, pero la escuela nun-
—Por eso, cuando uso palabras y las nuevas generaciones no las entienden, se me pasa por la cabeza dejar de escribir. Es tremenda la pérdida de contexto que está acaeciendo.
P Pero usted nunca dejará de escribir...
—Todav ía me faltan dos o tres volúmenes de mis memorias, pero no sé si voy a tener tiempo de escribirlos. A mis 86 años, estadísticamente yo debería estar muerto. Sé que estoy en la recta final.
P ¿Se jubilará?
—No entiendo que la jubilación sea obligatoria. Eso sí que es una violación de los derechos humanos. M