viento, ya a punto de cosecharse, y entonces pensó: «El viejo debe estar lejos». Pero algo le hizo sospechar que el burro mentía. A un ciego que pasaba por allí, llamado José, le ordenó que matara al burro y le abriera la panza. Cuando el ciego cortaba la barriga al burro, taita Wiracocha abrió los ojos a la luz y salió sin que lo vea el wakón, convirtiéndolo antes en cerdo al invidente. Desde entonces existen esos animales que aunque feos y sucios como aquel, son codiciados por el hombre. Creyendo que Wiracocha había muerto, los súbditos del wakón, seguidos de sapos, culebras y lagartos, salieron a festejar, saltando, bebiendo, dando gritos de alegría. El padre Wiracocha esperó pacientemente a que el wakón se durmiera borracho para escaparse. Sólo mucho tiempo después, cuando el taita Wiracocha descansaba en esa laguna donde lo encontré convertido en oscollo y con el carbunclo brillando en su frente, fue que el wakón, transformado en cóndor lo atacó y le quitó su poder. En busca del carbunclo iba yo ahora, sin saber aún qué destino tendría.
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