20 cuentos chinos y un dragón amarillo

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De ayer y de siempre

Guillermo Dañino

Amigo lector:

¿Alguna vez conversaste con un dragón? ¿Nunca tuviste esta suerte? Pues, yo sí.

SERIE CUENTACOSAS

significa “cuatro ríos”, me senté a descansar

El mundo que queremos

Me desperté con el agua que me salpicaba por

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provincia en el corazón de la China cuyo nombre y me quedé dormido. todas partes y me encontré frente a un sonriente dragón amarillo que me hablaba lentamente.

De ayer y de siempre

Parecía tener sueño y a la vez ganas de conversar. Este dragón me contó lo que aquí está escrito. Y no sé si él estaba dormido o yo estaba soñando,

Juegos y enigmas

pero tuve tiempo de escribir sus relatos. Como me gustaron mucho y me enseñaron muy buenas cosas quiero compartirlos contigo. Espero que

GUILLERMO DAÑINO

Un día, paseando junto al río en Sichuan,

te diviertan como a mí cuando los oí contar por primera vez.

© Lorenzo Osores

Guillermo Dañino

ISBN: 978-9972-847-51-6

Av. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima 33, Perú. Teléfono (511) 313-4000 Fax (511) 313-4001 santillana@santillana.com.pe

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UN

HOMBRE SUPERIOR

Viajaba cierta vez Confucio entre montañas y envió a Zu Lu en busca de agua. Zu Lu encontró un tigre cerca de la fuente y lo mató, aferrándolo por la cola. Guardando la cola en su manga, regresó con el agua. Preguntó, entonces, a Confucio: —¿Cómo haría un hombre superior para matar a un tigre? —Un hombre superior mataría a un tigre tomándolo por la cabeza —respondió Confucio. —Un hombre ordinario, ¿cómo mataría a un tigre? —Un hombre ordinario lo mataría sujetándolo por las orejas. —¿Y cómo lo mataría un hombre inferior? —Un hombre inferior lo mataría agarrándolo por la cola. Zu Lu sacó la cola del tigre de su manga y la arrojó, diciendo muy resentido: —El maestro sabía que había un tigre cerca del agua y me mandó con la esperanza de que me matara. Recogió una piedra con la intención de matar a Confucio y, entonces, le preguntó: —¿Cómo haría un hombre superior para matar a un hombre?

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—Un hombre superior mataría a un hombre con su pincel —respondió Confucio. —¿Cómo haría un hombre ordinario para matar a un hombre? —Un hombre ordinario lo mataría con la lengua. —Y un hombre inferior, ¿cómo lo mataría? —Un hombre inferior lo mataría con una piedra. Zu Lu se retiró y lanzó la piedra muy lejos, convencido de la grandeza de Confucio.

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Dos hermanos contratados Eran dos hermanos. Un día de primavera, el mayor ofreció sus servicios al terrateniente. —Soy un hombre generoso —dijo el terrateniente—. Pago más que nadie: nueve taeles de plata al año. Pero tenemos una regla para los contratados; si les pido que hagan una tarea y no pueden realizarla, se les descuentan tres taeles de plata. Como el hermano mayor tenía mucha experiencia y ningún trabajo le resultaba difícil, aceptó sin dudarlo. Hasta el décimo mes cumplió con sus obligaciones sin dificultad, tanto en el campo como en la era. El terrateniente no pudo encontrarle falta alguna. Un día, cuando el grano almacenado se secaba bajo el sol, el terrateniente le dijo: —Es tiempo de almacenar este grano. Pero antes quiero que asolees las esquinas de los graneros. El hermano mayor se quedó perplejo. —¿Cómo podría hacerlo? —¿Quieres decir que no lo puedes hacer? —Por supuesto que no. —Muy bien. En tal caso se te descuentan tres taeles de plata de tu salario. El hermano mayor continuó trabajando hasta el decimoprimer mes. El terrateniente le ordenó que barriera el patio. En la zona había algunas tinajas, grandes y pequeñas, donde cultivaban loto en el verano. —Pon las ti na jas gran des den tro de las pe que ñas 10

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—or de nó—. Así el pa tio se ve rá más or de na do. El hermano mayor preguntó sorprendido: —¿Cómo puedo hacer eso? —¿Así que no puedes cumplir esta tarea? —Por supuesto que no. —Muy bien. Te restaré otros tres taeles de tu salario. El hermano mayor continuó trabajando hasta el último día del decimosegundo mes. Todos se preparaban para la fiesta del año nuevo. Mientras la familia del terrateniente estaba feliz, el hermano mayor se sentía triste. Se consolaba a sí mismo pensando que esa noche cobraría por lo menos los tres taeles de plata que le quedaban. Con ellos planeaba comprar algo de aceite y arroz. Él y su hermano tendrían por lo menos una comida decente la víspera del año nuevo. Después de almuerzo, el terrateniente le ordenó que matara un cerdo. Así lo hizo. Cuando comenzó a cortarlo, el terrateniente lo detuvo, pipa en boca. —Quiero que cortes una pieza del mismo peso que mi cabeza —dijo—. Ni un gramo más, ni un gramo menos. El hermano mayor quedó estupefacto: —¿Cómo puedo hacer esto? —¿Quiere decir que no harás esta tarea? Dejando a un lado el cuchillo, respondió: —Por supuesto que no. —Son tres taeles más que se te descuentan. Tres veces tres dan nueve. Por tanto, no te debo nada. Puedes decir que soy un abusivo, pero recuerda que este fue nuestro convenio al principio. Furioso, el hermano mayor regresó a casa y contó la historia completa a su hermano. Se consolaron lo mejor que les fue posible, sin arroz ni aceite para celebrar la fiesta. Pocos días después, el hermano menor visitó al terrateniente y le pidió trabajo. El terrateniente le dijo: —Soy hombre generoso. Pago más que nadie. Nueve 11

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taeles de plata al año. Pero tenemos una regla para los contratados. Si no son capaces de realizar alguna tarea que se les mande, se les descuentan cada vez tres taeles de plata del salario. —De acuerdo —replicó decidido el hermano menor—. Pero cuando trabajo como contratado, tengo mi propia regla. Si el amo da una contraorden, ha de pagarme el doble. El terrateniente pensó unos instantes y luego aceptó. El hermano menor trabajó hasta el décimo mes. El grano se secaba en la era y el terrateniente, según su truco sabido, le dijo: —Es tiempo de almacenar el grano. Pero antes quiero que asolees las esquinas del granero. —Entendido —dijo el hermano menor. Tomó una escalera, trepó al techo del granero y comenzó a desmontar las tejas. El terrateniente se asustó. —¿Qué estás haciendo? —¿No me dijiste que querías que las esquinas del granero tuvieran buen sol? —Tú…, tú…, tú… El terrateniente comenzó a tartamudear. —Tú me diste la orden. Si te arrepientes has de pagarme doble salario. ¿Das la contraorden? El terrateniente respondió temblando: —¡No! El hermano menor demolió por completo el techo del granero y el terrateniente no pudo decir palabra. El hermano menor continuó trabajando. Un día del decimoprimer mes, el terrateniente le ordenó que barriera el patio. Había muchas tinajas que servían para cultivar loto en el verano. —Pon las tinajas grandes dentro de las pequeñas. Así el patio se verá más ordenado. —De acuerdo —contestó el hermano menor. Cogió un gran martillo e hizo pedazos una gran tinaja. 12

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El terrateniente se enfureció. —¿Qué estás haciendo? —¿No me dijiste que pusiera las grandes dentro de las chicas? —Tú…, tú…, tú… —El terrateniente echaba chispas. —Tú me diste la orden. ¿Te echas atrás? Al terrateniente le rechinaron los dientes. —¡No! El hermano menor destruyó todas las tinajas grandes, mientras su amo lo miraba con los ojos desorbitados. El hermano menor continuó su trabajo hasta el decimosegundo mes. Todos se preparaban para la fiesta del año nuevo.

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Mientras la familia del terrateniente estaba indignada, el hermano menor permanecía sereno. Después del almuerzo, por órdenes del terrateniente, mató un cerdo. Cuando comenzó a cortarlo, el terrateniente se le acercó. —Quiero que cortes una pieza del mismo peso que mi cabeza. Ni un gramo más, ni un gramo menos. —Perfecto —dijo el hermano menor. Cortó de un tajo la cabeza del cerdo y se la alcanzó al terrateniente. —Aquí está. El terrateniente dijo con desprecio: —¿Cómo sabes que el peso de esta cabeza de cerdo es el mismo que el de la mía? Veo que no puedes cumplir esta tarea. —No tan rápido —replicó el hermano menor—. Sólo hice la mitad de mi trabajo. Ahora debo cortar la tuya, pesar las dos y comprobar si tienen o no el mismo peso. Agarró al terrateniente por el cuello y lo llevó al matadero. El terrateniente trató de ocultar su cuello como una tortuga. —¡No, no puedes hacer esto! —chilló. —Una pieza igual a tu cabeza. Tú mismo me diste la orden. El terrateniente cubrió su cabeza con las manos y no se atrevió a hablar. El hermano menor tomó el cuchillo. —Voy a cortar —advirtió. —¡Doy contraorden! ¡Doy contraorden!… —gritó el terrateniente. —Doble salario, ¿estás de acuerdo? —Sí, sí… Doble salario —dijo suspirando. Tuvo que pagar dieciocho taeles de plata. El hermano menor volvió a casa con ese dinero y disfrutó con su hermano mayor de una alegre fiesta de año nuevo.

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