Club Náutico Hacoaj: 75 años 75 historias

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LOS DESAFÍOS DEL CRECIMIENTO mediados de 1968 Tito Morgenstern tenía cuarenta y un años, cuando asumió la presidencia de Hacoaj. Minutos antes de comenzar el acto formal, Jaime Abramzon, quien estaba terminando su mandato, se le acercó, lo agarró amablemente del brazo, lo miró con seriedad y le dijo: “Mirá pibe… Te dejo una tesorería sólida; no le debemos guita nadie. Espero que cuando vos te vayas puedas decir lo mismo”. Tito, quien a pesar de su juventud era ya un dirigente experimentado, tomó esas palabras como un mandato y un compromiso de honor. Los desafíos que se le presentaban a la nueva conducción no eran pocos. Para ese entonces, Hacoaj albergaba a más de diez mil socios, contaba con un plantel de quinientos empleados, una amplísima actividad deportiva, una consolidada presencia en el Tigre y un claro liderazgo comunitario. Sin embargo se podían vislumbrar algunas amenazas en el horizonte: a medida que crecía la infraestructura se hacía más difícil mantener el equilibrio entre ingresos y gastos. Al mismo tiempo, comenzaban a aparecer nuevas propuestas que competían con el club. Era imprescindible tomar algunas decisiones que permitieran sostener y apuntalar el crecimiento a futuro. “El remo es un hermoso deporte que practiqué de joven con mucha pasión, así como el básquet… Pero, como todos los deportes, no sólo es muy sacrificado para quienes lo entrenan. También es difícil de sostener económicamente. Por eso con Alberto Smulevich, que era mi Tesorero y que luego sería Presidente, se nos ocurrió la idea de construir departamentos para los socios, al lado del Club”. Eso permitiría que muchas familias tuvieran un lugar para quedarse todo el fin de semana, arraigando su pertenencia al Club y al mismo tiempo, generar nuevos ingresos por fuera de la cuota social. Como toda idea innovadora tuvo apoyos y detractores. Hubo que comprar terrenos, desarrollar sistemas de edificación apropiados para una zona anegable, construir el puente peatonal sobre el río Tigre, decidir nuevas formas de trabajo en el área de construcciones, lidiar con los vaivenes de la economía argentina, convencer a los indecisos y asumir el riesgo… Por eso la convicción de Tito y Alberto, basada en su visión de futuro, tuvo un peso fundamental. Así nacieron los departamentos de la Primera Etapa, frente a la Sede Tigre, al otro lado del río. Hacoaj había dado un primer paso que transformaría no sólo a la Institución, sino que con el tiempo convertiría al Tigre en el pujante polo urbano que es hoy.

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“La idea de los departamentos funcionó. Los socios la aceptaron, aunque no faltaron quienes se opusieron porque pensaban que se perjudicaría el club. Por eso la consigna fue: los departamentos son para dormir y la vida está en el club. Con ese criterio hicimos unidades chicas, aunque me hubiera gustado hacerlas más grandes. A partir del éxito de la Primera Etapa se abrió la posibilidad de realizar los otros emprendimientos de Hacoaj: la Segunda Etapa, los Bungalows, el Club de Campo, el Hacoaj Village y el Jai”. Siempre en función del crecimiento institucional, Tito recuerda especialmente la compra de la Sede Isla, lo que fue, sin dudas, un hito fundamental en muchos sentidos: permitió la consolidación del remo como actividad recreativa y sumó una verdadera joya natural al patrimonio institucional. Como hombre de sólidas convicciones y profunda identidad judía y sionista, Tito aún hoy se sorprende cuando recuerda que, al asumir la presidencia, hubo quienes lo cuestionaron por no tener una “filiación judaica bien definida”. Nada más lejos de la realidad. Entre las medidas que tomó, promovió que todos los directivos, como condición para ejercer sus mandatos, debían ser socios de la AMIA y que todos quienes quisieran asociarse a Hacoaj debían presentar un recibo de la Campaña Unida Judeo Argentina, que recaudaba fondos en apoyo del Estado de Israel. “Para mí esto era una obligación moral y material. Por eso formé parte y contribuí con muchas de esas instituciones”. Puestos a reflexionar sobre la historia de Hacoaj, no son pocos los socios que afirman que el Club adoptó una identidad sólidamente judía a partir de la presidencia de Tito Morgenstern. De hecho, luego de Hacoaj su carrera dirigencial voluntaria lo llevó a la Vicepresidencia de la DAIA, entidad en la que ocupó de hecho la presidencia, por enfermedad de su titular. Tito guarda especial respeto y reconocimiento por quienes lo acompañaron en su gestión. “Los miembros del Consejo Directivo éramos diecisiete. Era como una hermandad. Al día de hoy, los que quedamos, todavía nos saludamos y recordamos aquellos tiempos. Siempre los respeté y los quise porque, en definitiva, eran diecisiete paisanos que dejaban de trabajar y dejaban su casa, una o dos veces por semana a la noche, para dedicarse al club, sin que nadie los obligara, sino por su propia convicción comunitaria”.


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