Saint-Yves D'Alveydre - El Arqueometro (1 de 3)

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cabeza como la Pitia, cantaba en las calles su propia divinidad, en Versos que evocan involuntariamente las Cantatas de la diosa Razón y de los Teofilántropos, en la catedral de Paris. En el seno de los Inmortales, deviene un Dios tú mismo.

¡Nada menos que eso!... Consejero municipal, diputado, senador, ministro, presidente del Consejo, presidente de la República, maniquí en los Palacios, estatua en las encrucijadas, todo a expensas de la Economía social, pase todavía; pero, ¡Dios!... Esta suerte de Griegos, prototipos de nuestros Jourdains y de su profesor de Filosofía, no dudaban de nada, y de ellos mismos menos que de ninguna otra cosa. Mas, ¡cuán lejos estaba del pensamiento de Pitágoras y de su carácter la manía de estos Griegos por la gloria foránea, su búsqueda de la opinión, y su gusto por medrar! Para resumir, y elevar las menores dudas sobre nuestro pensamiento respecto a las tres Razas, nos falta añadir esto: toda nuestra Fe, lo hemos dicho y lo repetimos todavía, va, por encima de las Coloreadas a la Blanca pura, a la Teologal autónoma, exclusiva de toda mezcla; mas la segunda, la Teológica concordataria, no tiene por ello menos nuestro respeto. Lo que criticamos, en la Teología cristiana, es todo coqueteo de compromiso sinalagmático con la pagana, con el negro-blanco más o menos mitigado. No hay que olvidar nunca que éste es antisocial, mediócrata, suplantador, esclavista. Cuando ofrece los bienes de este Mundo, o más bien de su Mundo, lo hace siempre de manera obligatoria pero no gratuita. Caboteador, pero también, ¡ay!, Farsante (*) de la Antigüedad patriarcal, no la da nunca más que alterada. Es su baratillero filosófico y politicio. Su Estado mental tiene siempre uno gubernamental detrás de la cabeza y nada de ortodoxia: República romana o griega, Cesarismo romano o bizantino, con Razón enseñante y Razón de Estado; siempre, en todo caso, antisocial. Su soberanía puede dejar subsistir un poco de Cristianismo sentimental en el corazón; pero expulsa todo Cristianismo del cerebro. Ahora bien, es éste, unido al otro, el único que puede conducir al dominio del mundo actual y volver a poner al negro en su rango. El negro es Mefistófeles, pues Fausto no es más que su Polichinela. El concordato, incluso mental, es la escena de las joyas, cualquiera que sea su música entrometida. Queremos ser tiernamente respetuosos por aquella de las tres Gracias clásicas a la que más amamos, sin por ello aborrecer las otras, a las que nos querríamos convertir asimismo. Pero no hemos dejado ignorar a Margarita que estas suertes de historias renovadas de Constantino el Grande terminan siempre deplorablemente con Fulanos cualquiera. Es el adulterio sacerdotal, dicen severamente los Profetas a los Judíos dirigentes devenidos Teólogos concordatarios. La Raza que ha resultado de ello nos ha valido como la de Esdrás a su Judea, como golpes de Jehovah, entre los cuales se encuentran el Islam y los Mongoles, que no piden sino recomenzar su Sabbat más bello y más fuerte que nunca. Pero estas moxas, estas puntas de hierro y de fuego, son benefactoras comparadas a los males interiores pasados, presentes y futuros, ocasionados a la Cristiandad por la imprevisión de la misma raza. ¿Sucede asi porque ella es sacerdotal? ¡Si! vocean los negros-blancos. Nosotros decimos: ¡no lo es lo bastante! ¿Es porque ella es teologal? ¡Sí! gruñen los Demonios de Juliano el Apóstata. Nosotros decimos: sucede así porque ella es Teológica Concordataria.

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N. del Tr.: He aquí un juego de palabras, que sólo se aprecia en la lengua francesa: Caboteur, mais aussi hélas!, Cabotin.


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