Moral_y_Dogma[1,2,3]

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plantearnos si, en nuestro presuntuoso conocimiento, tenemos alguna idea mejor o más nítida de su esencia, o si hemos asumido, desesperanzados, que nunca sabremos nada. Si bien los antiguos erraron en la ubicación original del alma e interpretaron literalmente la forma y manera de su descenso a este mundo, estos aspectos no eran más que accesorios a la gran Verdad, y probablemente para los iniciados meras alegorías diseñadas para hacer la idea más palpable y causar mayor impresión en la mente. No son más merecedores de ser observados con la sonrisa del ignorante engreído, o con la condescendencia de aquellos cuyo conocimiento consiste solamente en palabrería, que el Seno de Abraham como hogar para las almas de los que acaban de morir; o el mar de fuego real para la tortura eterna de las almas; o la Ciudad de la Nueva Jerusalén, con sus muros de jaspe y sus edificios de oro puro como cristal transparente, sus cimientos de piedras preciosas y sus puertas hechas cada una por una única perla. “Conocí a un hombre”, dice Pablo, “que estuvo en el Tercer Cielo... que fue y volvió del Paraíso, y escuchó palabras inefables que un hombre no puede pronunciar”. Y en ninguna parte aparece el antagonismo y el conflicto entre el cuerpo y el espíritu más frecuente e insistentemente que en los escritos del apóstol, y en ninguna parte se afirma más la naturaleza divina del alma. “Con la mente”, dice Pablo, “sirvo a la ley de Dios, pero con la carne sirvo a la ley del pecado... Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Porque el continuo anhelar de las criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios... Que también las mismas criaturas serán liberadas de la servidumbre de la corrupción de la carne en la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. ****** Dos formas de gobierno favorecen la primacía de la falsedad y la mentira. Bajo el Despotismo, los hombre son falsos, traicioneros y mentirosos por efecto del miedo, como esclavos temerosos del látigo. Bajo una Democracia lo son igualmente, pero como medio de alcanzar popularidad y cargos, así como por la codicia de riqueza. La experiencia probablemente demostrará que estos vicios odiosos y detestables crecen más ampliamente y se extienden más rápidamente en una república. Cuando los cargos y las riquezas se convierten en los dioses de un pueblo, y los menos valiosos e ineptos aspiran a los primeros, y el fraude se convierte en camino para la segunda, la nación apestará a falsedad y sudará mentiras y estafas. Si los cargos son accesibles a todos, el mérito, la integridad minuciosa y el honor inmaculado los alcanzará solo rara vez y por accidente. Ser capaz de servir bien al país dejará de ser una razón por la que los grandes, sabios y preparados sean elegidos para prestar ese servicio, y se fomentarán otras habilidades menos honorables: adaptar las opiniones propias al humor popular; sostener, excusar y justificar las locuras populares; defender únicamente el interés propio y aquello que nos granjea el aplauso; mimar, embaucar y halagar al elector, mendigar su voto como un perrito faldero aunque sea de un negro sacado de la barbarie; profesar amistad a un competidor y 60


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