Hombre visible e invisible

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CAPITULO XVIII EL HOMBRE EVOLUCIONADO La palabra «evolucionado» es relativa y conviene explicar con exactitud lo que en este caso hemos de entender. Los vehículos que hemos designado con esta expresión, son los que puede poseer toda persona de pensamientos puros, habiendo definitiva y racionalmente dirigido sus afectos y aspiraciones hacia las cosas elevadas. Estos vehículos no son, en modo alguno, los de un hombre muy avanzado en el sendero que conduce al Adeptado, pues en este caso encontraríamos una diferencia considerable, tanto en su intensidad como en su disposición. Pero nos indican con claridad que aquel ser, del cual son la expresión, investiga la verdad, se ha elevado por encima de los simples intereses terrenales, y vive por un ideal. En esta categoría, se encuentran algunos más avanzados en una dirección que en otra; pero el ejemplo que hemos elegido es el de un hombre bien equilibrado, un término medio entre aquellos que han alcanzado el nivel de que hablamos. Examinemos primero la lámina XXI, que nos representa al cuerpo causal. Si lo comparamos con las láminas V y VIII veremos cuál ha sido el progreso del hombre y bajo qué aspecto se manifiesta. Observamos que numerosas y bellas cua lidades se han desarrollado en él, pues el espléndido y matizado globo (o envoltura peculiar) está lleno de los más exquisitos colores, que simbolizan las formas más elevadas del amor, de la abnegación y de la simpatía, á los cuales viene á añadirse un intelecto refinado y espiritual, así como las constantes aspiraciones hacia lo divino. Permitidme reproducir una cita de nuestro sexto manual teosófico “El Devachán”: «Este cuerpo, compuesto de una materia cuya tenuidad é imponderabilidad son inconcebibles, de una vida intensa y palpitante como un fuego viviente, á medida que se perfecciona su evolución se transforma en un globo de radiantes colores, cuyas vibraciones producen ondulaciones de cambiantes matices, colores desconocidos por nuestros ojos mortales, y cuyo brillo, dulzura y transparencia, nuestro lenguaje sería impotente para describir. Imaginaos, por ejemplo, los colores de una puesta de sol en Egipto, y añadid la maravillosa dulzura de una noche de estío en nuestros países del norte; prestad aún á estos colores más luz, transparencia y esplendor, de tal modo que trascienda á cuanto pueda proporcionar la paleta de un pintor, y sin embargo, aquel que no las ha visto no podrá llegar á imaginar la belleza de esas radiantes esferas que brillan en el campo visual de un clarividente cuando se eleva á este mundo superior. Todos los cuerpos causales de esta clase, están llenos de un fuego viviente que se deriva de un plano más elevado, con el cual parece unido cada globo por un hilo centelleante de luz tan intensa, que nos recuerda con claridad las palabras de las estancias de Dzyan: «La chispa está suspendida de la llama por el hilo más tenue de Fohat.» Mientras más crece y se nutre el alma del inagotable Manantial del Espíritu divino, por medio del canal luminoso del cual está suspendida, más se extiende y se dilata este canal bajo la acción del fluido que la inunda; entonces, en el próximo subplano se ve como un torrente de luz que une la Tierra con el Cielo. Más alto aún, se resume en una esfera inme nsa de donde brotan oleadas de luz viviente, como un océano sin límites en cuyo seno parece fundirse el cuerpo causal: «El hilo que une al Vigilante silencioso con su sombra, se hace más fuerte y más radiante á cada cambio. Los resplandores de la aurora se han convertido en el glorioso esplendor del sol de mediodía. Esta es tu rueda


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