El hechicero de Meudon

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Señor Rabelais, cuando pindarise, yo no cree que él enfada a Apolo, sino de seguro no ofendo a Dios como ciertos curas que embriagan a sus feligreses y luego les sacan a bailar hasta medianoche el baile de los lobos con violín del diablo. ¡Oh! ¡Oh! Guilain, dice el cura, esto es un paquete a tu dirección. ¿Que vas a responderle al señor de Ronsard? Le responderé, dice Guilain, que se puede mucho ser poeta sin ser mucho caritativo; pero que es daño, porque la poesía, siguiendo yo, siendo la música de los corazones buenos, está triste separar así la música de la canción. No creía, masculló a Ronsard entre sus dientes, que se vino entre las duquesas para enfrentarse por los villanos. Luego habiéndose levantado, saludó profundamente y salió. Desinterésese de él, dicho riéndose la duquesa, soy acostumbrada a sus despropósitos. Estoy hasta bastante contenta que se haya ido; conversaremos más a nuestro gusto. Entonces esto, Guilain, estamos solos y usted no tiene que temer aquí nada. ¿Francamente dígame si es verdad que usted entiende algo del grimorio, y que su violín saca a bailar a los lobos? Mucho mejor que esto, señora, saca a bailar las malas lenguas. En cuanto al libro mágico, lo conozco de otro que el libro de la naturaleza, y reconozco que lo descifro un poco. El libro de la naturaleza es bueno, repitió a la duquesa, pero nuestros doctores pretenden que el de los Evangelios es mejor. ¿Es buen cristiano, Guilain? Sé que usted va a la misa y le vi allí; ¿pero va también a confesión? Señora, dice Guilain, he aquí señor mi Maestro y mi cura. Le pertenece de responderle. De ningún modo, se exclamó Rabelais; la confesión es un misterio, y si usted se confiesa, es sólo usted tiene el derecho a decirlo. ¿La teología no nos enseña que, a pesar del mando de la Iglesia, la confesión es obligatoria sólo para los que se sienten cargados de algún pecado mortal? ¿Iré pues, yo, a encuentro de sus secretos, a desenterrarlos y a declarar a quién no le sabe, que usted posiblemente pecó mortalmente? Esto es entre Dios y usted, y sólo puede, si bueno le parece, instruir de eso señora duquesa. Entonces, dice Guilain, a esta cuestión tan delicada, pido el permiso responder con acompañamiento de violín. ¡Oh! Usted es encantador, dice la duquesa, y usted previene mi deseo. Deseaba con ansia pensarle hacer hablar su instrumento maravilloso. Tocó; uno de su gente apareció. Qué se vaya a la casa del cura por el violín de Guilain, dice. El violín aportado, Guilain, improvisando música y voces, cantó la canción que he aquí: LA CONFESIÓN DE GUILAIN En Rabelais, sí, voy a confesión; En Rabelais, que supo convertirme, Voy a contar mis errores de juventud, Cuyo pesar se parece a arrepentirse. Cuando para mí el horizonte se vuelve sombrío, Me gusta llorar los sueños de un bello día, De mis pecados me gusta saber el número: ______________________________________________________________________107


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