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REVOLUCIÓN FRANCESA Y LA LAICITÉ

Salinas

La toma de la Bastilla en Francia, el 14 de julio de 1789, hace 234 años, marcó el inicio del triunfo de la Revolución Francesa contra la monarquía absoluta, que en ese entonces tenía a Luis XVI como rey. El efecto se fue sucediendo desde París a través de los pueblos, quemando títulos de esclavitud, de tierras, caducando los títulos hereditarios y, de paso, dando fin al feudalismo imperante. En síntesis, un pueblo derrotando la tiranía de una monarquía y obteniendo su libertad, seguridad y derechos de propiedad, los que serían luego consolidados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el 26 de agosto de ese mismo año. No olvidar que su artículo N°10 marcó el inicio del fin de la persecución por las opiniones ligadas a las religiones y dio el pie a la separación formal de las creencias y el Estado en 1905 en dicho país, quitando además toda subvención que pudiera poner en peligro la neutralidad necesaria del Estado en ese campo.

Así, entre los tantos acontecimientos relevantes para la humanidad en términos de libertades y derechos que surgen en el ámbito administrativo de la nueva Francia, uno de los temas que adquiere más fuerza es la separación de la iglesia y el Estado, influenciado por la corriente intelectual de aquel entonces y, además, porque el rey era el representante del dios local en la tierra. La laicité fue un concepto que nació en el siglo XIX pero su esencia fue algo sobre lo que siempre había insistido Voltaire y que de alguna manera había previsto: “Todo cuanto veo a mi alrededor está echando las simientes de una revolución que es inevitable, aunque yo no tendré el placer de verla. El relámpago está tan a la mano que puede surgir a la primera oportunidad y luego se oirá un trueno tremendo. Los jóvenes tienen suerte, pues han de ver cosas magníficas”.

Así, tras la Revolución que tan hondo calara en el sentir del pueblo europeo en general, en Francia se inició un proceso de descatolización después que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano diera validez a los principios de libertad de conciencia, de culto y de pensamiento, previamente enunciados por los filósofos de la Ilustración. En aquel entonces, la Iglesia Católica era propietaria de enormes extensiones de tierra en condiciones de exención de impuestos, cuyo privilegio solo compartía con la nobleza de aquel entonces. Cabe mencionar que dicho privilegio es una característica que se mantiene hasta el día de hoy en muchos países, incluido Chile.

Si bien la separación de la Iglesia y el incipiente Estado llevó más tiempo del deseado por los impulsores de la revolución, quienes veían en la Iglesia Católica un enemigo del pueblo por la estrecha relación que mantuvo con el poder absolutista del rey, ya en aquel entonces se plantó la semilla que nos permite hoy, tras casi dos siglos y medio, hablar en Occidente de Estado laico, no solo de manera natural y contemporánea, sino además como cualidad inherente al concepto moderno de nación y país.

Fueron la Ilustración con su ingente y también revolucionario aporte teórico y la revolución misma con la praxis, las que establecieron los pilares de lo que hoy podemos disfrutar como ciudadanos, aunque, con ciertos bemoles en la práctica el día de hoy, incluida la misma Francia, que atraviesa crudos momentos sociales.

¿Qué tamaño tendría un árbol plantado hace 234 años? ¿No sería acaso lo suficientemente visible como para ser ignorado?

Retomemos la última frase: “con ciertos bemoles en la práctica”. ¿Por qué, incluso reconociendo un cierto tono de resignación temporal, señalé aquello?

La respuesta, con algo más de desidia que la pregunta autoformulada, es más o menos simple. Aun cuando para quienes promovemos el librepensamiento e intentamos hacer respetar el Estado laico, sea difícil de entender el motivo de su presencia casi tres siglos después. La ciudadanía no ha logrado poner cotos y límites, como sí lo hizo la revolución, aunque el método con que sueño es netamente político, social y encauzado en los estrictos cánones de paz con que vivimos. Lejos de una revolución o manifestación violenta. Lo anterior para evitar cualquier suspicacia que pudiese haber emanado de alguna mente vehemente. Uno nunca sabe.

Es la misma sociedad actual que, enajenada en la espiral de consumismo que promueve el actual modelo económico, carece de tiempo en su agitada vida personal para alzar la voz a través de los canales a su alcance. El cogito ergo sum de Descartes está alejado de gran parte de nuestros conciudadanos, si no de la mayoría, puesto que la duda metódica requiere de un espacio de tiempo de reflexión y auto dedicación que el vértigo de la vida en sociedad actual no siempre permite. Sad but true. Nuestra actual forma de vida suele privarnos de disfrutar y compartir con la familia, de sembrar a lo largo del diario vivir la semilla del interés por conocer en nuestros hijos, de desarrollar la necesidad del librepensamiento en la juventud y adultez, de la misma manera que se abren pocos espacios para el crecimiento literario, para el estudio, para el arte de pensar. Es más fácil y apetecido para niños y adultos el acceso directo a la información corta, de rápido tránsito, tanto en la lectura como en la unidad de almacenamiento gris interna. Hoy se hace más necesario que nunca que la ciudadanía despierte también estos temas y los ponga en la agenda, más aún considerando la nueva propuesta constitucional, pues los medios de prensa tradicionales seguirán evitándolos, quizá por no ser comercialmente viables. De hecho, recuerdo un periódico que se negó a publicar una carta al director en la que hablaba junto con el laicista y librepensador Sebastián Jans de la importancia y el significado del laicismo, la cual podría ser hoy la punta de lanza para lograr objetivos concretos.

Hasta el día de hoy, como ocurriera en los siglos anteriores a la Revolución Francesa, el mundo ligado a la religión sigue alegando privilegios en razón a la mayoría circunstancial que declaran tener, pese a que la tendencia, acorde a la última Encuesta Bicentenario, es a la baja, sostenida por lo demás en los últimos veinte años. Volvamos a lo que nos convoca. El primer párrafo indicaba que ya hace 234 se había iniciado este proceso y, aún hoy, no lo vemos concluir ni se ven atisbos en el corto plazo para que ello ocurra. Si bien naciones como Uruguay o la misma Francia ya nos llevan muchos pasos adelantados, todavía existen países, lamentablemente como el nuestro, donde se siguen imponiendo sus términos a través de la vía legislativa, donde hacen nata los políticos que mezclan su popurrí de creencias personales con su labor pública propiamente tal, con los efec- tos nefastos que continuamente nos proporcionan los medios audiovisuales y escritos. Así no es difícil recordar a candidatos a la presidencia de un país que aseguraban que “no se apartaría un ápice de la Biblia”, otros que llamaban a no respetar la ley y no entregar la píldora anticonceptiva de emergencia en hospitales públicos y la guinda de la torta, por lo reciente, las propuestas de incorporar textualmente al dios cristiano en el actual consejo constituyente, directa o indirectamente dando la razón a mi artículo anterior en esta misma tribuna donde expresé mis temores respecto a la composición, ideologías y tendencias de este nuevo órgano.

¿Qué tendríamos que esperar entonces? ¿Que sigan anclando a Chile en el anquilosado grupo de los cinco países que penaliza todo intento de interrupción del embarazo? ¿Para qué entonces está el poder legislativo? La última encuesta Bicentenario1 pdf es categórica en las cifras de apoyo al proyecto y al aborto en sí mismo, pues solo un 23% lo rechaza, un 51% lo aprueba en ciertas causales y un 23% sin causal necesaria o bajo cualquier circunstancia. En total es un 74% el que apoya esa medida. Es decir, tres personas de cuatro en Chile están de acuerdo con la despenalización del aborto en las tres causales que hoy se plantean, e incluso otro alto porcentaje indica que en toda circunstancia también es posible que se pueda interrumpir el embarazo. Aun con esa elocuente voz de la ciudadanía, parte de los actuales consejeros no logran separar sus creencias de su labor. Extrapolando esta particular enmienda al resto del planeta, la agencia IPSOS entregó los resultados de su encuesta2 al respecto hecha en 27 países. El resultado es elocuente. 59% está de acuerdo con el aborto con o sin causales y un 26% en contra. Eso considerando el 16% que no sabe o no responde. Dejando ese porcentaje fuera, un 70% estaría de acuerdo y un 30% en contra, similar a lo que acontece en nuestro país.

1 https://politicaspublicas.uc.cl/content/uploads/2023/04/ Encuesta-Bicentenario-2022-diseno-final-VOK-18abril.

La humanidad da muestras una y otra vez de avances y retrocesos en su historia y casos los hay por doquier y del sabor que elijamos. Hoy pareciera que hasta podríamos tocar fondo en asuntos laicistas en la nueva propuesta constitucional y, habiendo rozado la perfección del ideal laicista en el borrador anterior, el escenario, sus actores y el curso del acto mismo no entregan un panorama positivo para el librepensamiento y las libertades. En este instante, podemos constatar que incluso tres siglos son pocos para esta rama de la filosofía y no hemos logrado los librepensadores poner en el conocimiento y sentir público la importancia de que el Estado sea neutral. No solo necesitamos la libertad de conciencia y culto. Ese es el mínimo.

2 https://www.ipsos.com/es-es/nivel-mundial-3-de-cada5-personas-apoyan-la-legalidad-del-aborto

El “desde”, si lo llevamos al lenguaje comercial. “Los dos principios relativos a la tolerancia que se han ido traduciendo progresivamente en derecho, la libertad de conciencia y de religión y su necesaria extensión en la igualdad, luego los dos principios de planificación política que favorecen su concreción, separación y neutralidad” (Bauberot y Milot, 2011).

A propósito he citado en el texto a autores contemporáneos, habiendo iniciado con las ideas del siglo XVIII, pudiendo incluso retroceder al siglo XVII sin problemas, porque es la muestra textual de este andar y desandar. “El hombre alcanza el más alto grado de autonomía cuando se ve al máximo guiado por la razón. De ahí hemos concluido que una sociedad es más poderosa y autónoma porque se funda y gobierna por la razón” (Baruch Spinoza, 1670). Cuando Spinoza se refería a la razón, excluía directa e indirectamente a los preceptos subjetivos derivados de la creencia o la religión, pues ya en aquel entonces se entendía la diversidad de pensamientos al respecto y la necesidad de la tolerancia y de no imponer los preceptos propios a otros.

A diferencia de Voltaire, en tiempos pretéritos, hoy todo cuanto veo a mi alrededor se aleja de las simientes del laicismo que como sociedad nos merecemos, por lo que, y ahora sí igual que este filósofo francés, yo no tendré el placer de verla. Aún cuando no pierdo la confianza en la humanidad y en mis coterráneos, creo que el relámpago no está tan a la mano. Aun así, quiero pensar que los jóvenes tienen suerte, y puedan ver lo magnífico de una sociedad tolerante, inclusiva, acogedora y respetuosa de cada pensamiento, sin barreras ni coerción alguna, con niños cuyas ideas de sociedad hayan sido fraguadas en sus mentes ilimitadas y limpias, donde ninguna persona vea que su creencia (o abstinencia de ella) sea pasada a llevar por otro y se encuentren bien acogidas en el seno individual de donde nunca debieron salir.