TESTIMONIOS ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA
Annelore Goudon
Cuando desembarqué en el salón de la construcción de Batimat en otoño de 1997 estaba lejos de imaginarme que iba a tener un encuentro decisivo para mi futuro profesional. En esa época estaba empezando a trabajar tras haberme graduado en arquitectura unos pocos meses antes. Me decía que darme una vuelta por un salón dedicado al mundo de la construcción sería seguramente una buena experiencia tras esos seis años de estudios apasionantes pero más bien teóricos. ¿Qué sabía de cómo se construye un edificio? ¿De los materiales y de su puesta en obra? ¿ De cómo se desarrolla una edificación concretándose un proyecto nacido en la cabeza de un arquitecto? Entre ese laberinto de stands caí en el de una empresa catalana que no pasaba nada desapercibido entre los otros. El stand de Llambí era un proyecto de arquitectura en sí mismo. Una caja de madera, un bello pavimento, una pérgola con lamas y unos expositores bien concebidos para valorar el producto : las famosas persianas. Como todos los estudiantes de arquitectura, ya había hecho la visita a Barcelona, admirado los proyectos de Coderch y, en particular, el inmueble de la Barceloneta. Ya conocía pues estas pequeñas lamas que permiten protegerse del sol, filtran la luz, dan una calidad de luz genial en el interior del edificio, una escritura muy gráfica en la fachada y que son un importante elemento arquitectónico en el sur de los Pirineos. Claro está, el « producto » ya me gustaba : visto en perspectiva, yo creo que está ligado al amor profundo que tengo a la luz mediterránea. Es algo íntimo, visceral. Amo este clima asoleado, la arquitectura del sur, sencillamente, la mediterraneidad. Entonces, cuando en un impulso de generosidad (fue el primero de una larga serie) durante la velada, que debemos reconocer que estuvo muy festiva, Christian y María Rosa me propusieron venir a hacer una estancia en su taller de Barcelona, me lancé a la oportunidad y preparé mis maletas en un tiempo récord. Estaba un poco inquieta con la posibilidad de que ellos cambiasen de opinión. Pero mantuvieron su palabra. El 8 de febrero de 1998 desembarcaba en Barcelona, donde fui acogida con lo brazos abiertos. Era la joven de paso que acababa de llegar a una ciudad en la que se hablaba una lengua absolutamente incomprensible : el catalán. El objetivo de este período de dos meses era descubrir qué era una empresa de construcción. Descubrir un idioma y su cultura. Visitar una ciudad que hace soñar a los arquitectos. Aprovechar el dulce clima invernal y los bares de tapas. De hecho, era el inicio de una aventura humana y profesional fabulosa que iba a durar seis años. El taller de Llambí se encontraba, de hecho, en una ciudad cercana a Barcelona, concretamente en Badalona. Cuando se llega desde Francia por la autopista, se ven a lo lejos tres extrañas chimeneas plantadas delante del mar. Es al pie de estas tres puntas de rotring gigantes que la empresa Silverlex - que era su nombre oficial - fabricaba sus persianas. En este barrio industrial todos los edificios están concebidos con el mismo modelo : un amplio hall accesible por dos grandes puertas que se elevan completamente y que encuadran una escalera para acceder a los locales administrativos en el primer piso. Pasaban muchas cosas en el taller, era como un hormiguero : los trabajadores iban y venían ocupados en sus tareas, el centro de mecanizado zumbaba, la extrudidora rechinaba, los soldadores emitían chispas, los camiones entraban y salían cargados de chatarra o madera... Se respiraba un ambiente de trabajo alegre en el que cada cual hacía su papel, aunque no fuese fácil siempre ya que reinaba un calor sofocante en verano y un ambiente glacial en invierno. Reveo este espacio mal iluminado, desordenado, no muy limpio tampoco, en el que flotaba un olor mezcla tabaco y sudor pero donde reinaba un fuerte espíritu familiar. Ya que es de esto de lo que se trata. Llambí es ante todo una historia de familia en la que quien viene a trabajar y a aportar su savoir-faire encuentra su sitio en una aventura a medio camino entre la artesanía y la industria. Mi formación fue rápida y completa: del taller al despacho de estudios pasando por las obras y las visitas a los arquitectos y a los proveedores, seguí a Christian a todas partes. Él consideraba que para hablar de persianas se debía empezar entendiendo y sabiendo como se fabricaban. Aprendí la escuela de la precisión y del rigor. La importancia de la toma de dimensiones en la obra. Saber que lo que se dibuja es lo que se fabricará a medida y lo que ello implica. Produje planos de fabricación. Desde la ventana panorámica situada en la oficina y que ofrecía un espectáculo permanente sobre el taller, vi como se construía delante de mis ojos lo que yo misma había dibujado. Contratando a una joven arquitecta para hacerla responsable del departamento técnico y comercial, Christian buscaba también proseguir en esta relación particular que existe entre Llambí y los arquitectos. Desde la época de Coderch, la empresa mantiene relaciones privilegiadas con los arquitectos. Es en un espíritu de cooperación que Llambí busca soluciones adaptadas al proyecto, fabrica prototipos, resuelve desafíos allí dónde los otros se limitan a los modelos de sus catálogos. Viví horas apasionantes en despachos de arquitectura en Barcelona, Madrid o Paris. Trabajé «con» y no «para » arquitectos, llevada por la idea de hacer una bella fachada con bellos detalles. Tuve el placer de trabajar con Octavio Mestre, César Ruiz Larrea y muchos otros arquitectos españoles. También tuve numerosas obras en Francia. La manera de trabajar no es la misma : en Francia el arquitecto no està tan respetado como en España. En consecuencia tiene más dificultades para imponer sus ideas, para trabajar con industriales. Me acuerdo del placer que tenían ciertos arquitectos franceses al venir a visitarnos en el taller dónde habíamos preparado en el patio posterior un prototipo a escala verdadera de lo que ellos habían imaginado. Eran momentos muy fuertes para nosotros y para ellos también, que descubrían un poco sorprendidos que un bricolage a veces no muy bien acabado hacía avanzar considerablemente las cosas hacia la solución final de puesta en obra. Llambí era una empresa familiar. Una aventura diaria. Con sus tradiciones y su savoir-faire. La difícil y actual realidad económica en España se ha llevado a Silverlex. Con la desaparición de una empresa como ésta, los arquitectos han perdido mucho más que un simple proveedor de persianas. Personalmente me digo que es también un trozo completo de mi vida lo que ha desaparecido. Cuando resulta que paso delante del taller de la Calle Progreso se me encoje el corazón viendo que los chinos se han instalado allí para vender ropa. Soy consciente de haber compartido la aventura Llambí que, desde hace más de un siglo, anima la familia. Quiero homenajear a Christian y María-Rosa, herederos de esta tradición y de esta bella empresa familiar. Gracias a ellos tuve una experiencia profesional única. También encontré una segunda familia. Por ello y por todo el resto, gracias. 218