Corine Sombrun - Aprendiza de Chamn

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Francisco me ha encontrado postrada en mi hamaca, con la mosquitera bien cerrada. Me ha preguntado si todo iba bien. Un «sí» muy débil ha sido la respuesta, pues prefería olvidarme de las historias de Mowglineta. Bueno. Francisco ha venido para enseñarme el icaro del chullachaquicaspi. —¿Puedo quedarme en la mosquitera? —pregunto yo. —Muy bien, quédate ahí. Uf. Francisco empieza silbándome la melodía. Luego canta, y luego canto con él. Mis orejas se levantan. Mis orejas aplauden. Esto sí que es un lenguaje bonito. Mejor así. Es más difícil que el del ajo sacha, pero está bien. Ahora no tengo más que ir a cantárselo al árbol. Bien, pero eso hoy no, señor Francisco, querría evitar todo contacto con la selva hasta mañana. ¿De acuerdo? Vuelvo a replegarme en mi mosquitera para el resto del día... Ocho y media de la tarde. Fiesta ayahuasca. Bajo la cabeza, porque siento malas energías a mi alrededor. No tengo ganas. ¿Quiere eso decir que me ha dado el pánico? Pues sí. Bueno, instalo el material. La última vez conseguí grabar mis extrañas tonadillas. Bettina y Janet me acompañan. Estamos en confianza, esta noche. Como de campamentos con el colé. Media dosis de poción para mí, porque la última vez bebí demasiada. Mejor. Tengo el presentimiento de que va a ser difícil. Todavía tengo cosas que escupir. ¿Tocaremos el fondo? Empieza mal. Vomito aire, pequeños eructos de nada, y después me siento mareada. Alrededor mío todo el mundo tiene diarrea. ¡Qué peste! Se encuentran muy mal. Visión súbita. Veo las raíces del chullachaquicaspi. Ante el tronco aparece una cara. Un hombre joven, con el pelo rizado. Sonríe con malicia, y después se echa a reír abiertamente. Probablemente sea el espíritu del chullachaquicaspi. Tiene un aire simpático, pero no habla. Estos espíritus no quieren hablarme. Es algo que empieza a ponerme nerviosa. Estoy mareada. Empiezo a temblar otra vez. Vuelve el centrifugado, pero esta vez sin ninguna visión. Estoy cansada. Y nada de canciones, tampoco. Gruño. De cualquier modo, tengo la impresión de que es la etapa final de la limpieza de mi cuerpo. Tengo que ir hasta el fondo. Estoy mareada, y las demás se sienten mal, y no parece que la situación mejore. Me gustaría estar como ellas, pero en cambio estoy completamente bloqueada. ¿Tan difícil es sacar lo que queda? Si sale, promete. A ver. Llamo a Francisco para que le pida a Ruperto que venga a ayudarme. Ruperto viene a cantar a mi lado, y me echa el humo, y empuja las energías con su chacapa. Mil doscientas revoluciones por minuto. Mi programa de centrifugado alcanza el clímax. Tiemblo y no paro de temblar. Imagino la pinta de loca que debo de tener, y no es divertido. ¡Y encima no sale! De pronto mis manos se ponen a saltar alrededor de mi estómago, como pequeñas escobas que quisieran sacarle el polvo. Las miro, porque no soy yo quien decide, todo lo que hacen lo hacen por su cuenta. ¡Y lo hacen bien, porque siento que así empujan algo! Vuelve la energía. Encuentro fuerzas para ponerme de rodillas. Abro la boca. Ojo, que sale. El estómago se contrae a fondo y hop. ¡Bueno, lo que sale, con qué violencia! Me pasa por la nariz de tanta fuerza que lleva. Quema. Me sueno. Me parece que he batido récords de distancia en la modalidad de proyección del vómito. Me da miedo que el estómago no haya salido también. A los perros se les gira, ¿no? Pero bueno, a mí no me ha ocurrido nada de eso, todo está en su sitio. Reposo. Me desplomo sobre el banco. Ruperto canta. Es una auténtica pomada calmante. Qué bien. Janet está out. Francisco la acompaña. Sobre el ring sólo quedamos Bettina y yo. Recupero el aliento después de este fuera de combate. El mareo desaparece poco a poco, como un charco de agua que se seca. Qué raro, tengo la impresión de que se ha acabado: mi cuerpo está limpio. Alegría profunda que no expreso, hasta tal punto estoy fatigada. Hace ocho horas que dura la sesión. Ha sido la más larga. Volvemos a nuestras chozas a las cuatro de la mañana. No puedo dormirme, y sigo temblando, aunque solamente a seiscientas revoluciones por minuto. ¡Media dosis!

Miércoles 1 de noviembre Exterior: choza-cantina. Interior (mi interior): medias de colores. Me despierto a las diez. Me resulta imposible bajar de la hamaca antes de las once. Estoy demasiado débil. Buenas noticias: ya no doy sacudidas. Once y media. Me arrastro hasta la choza-cantina. Me he perdido el desayuno, y tengo que esperar a mediodía. Veintiocho horas sin probar bocado. Me vengaré. Llega una fuente de tomates crudos y arroz. Sin comentarios. Francisco me pide que le explique lo que sentí anoche. Bueno, pues aparte del árbol y del espíritu que vi, no sentí nada de nada. Pero hice limpieza, eso sí. Entonces me cuenta algo increíble, algo que a la vez me complace y me aterroriza. No se puede uno imaginar todo lo que hay en estos bosques profundos. Me dice que ha visto siete energías y siete espíritus y siete plantas... ¡presentándose a mí! Silencio, voy a pensar... No, yo no vi nada. Pero quizá sea por esto que no paro de dar esas sacudidas. ¿Puede ser que los espíritus me agiten en lugar de hablarme? La respuesta es no. Francisco me devuelve a la razón, por decirlo de alguna

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