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LIBROS SOMOS
from GEOGRAFÍAS VARIABLES
by GS Magazine
LIBROS SOMOS
Luis Francisco Martínez Montes.
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Escritor y Diplomático


No encontrará el lector en estas líneas invectivas contra la supuesta falta de amor al libro y, por extensión, a la cultura, de los hispanohablantes. Todo lo contrario. Nuestros mejores compatriotas en la lengua han demostrado a lo largo del tiempo una loable devoción a la palabra escrita y una encomiable voluntad de preservar sus más variados soportes materiales. En su más amplia acepción, el Mundo Hispánico es, ante todo, una civilización del libro. Librescos son algunos de los más señalados hitos de nuestra historia compartida y de nuestros más brillantes episodios de extroversión y mestizaje con otras tradiciones culturales. Una enciclopedia, las Etimologías de San Isidoro, constituyó su afirmación primigenia y sirvió de puente entre el mundo Clásico y los albores de la llamada Edad Media. La España de las Tres Culturas, cristiana, judía e islámica, tuvo una de sus cumbres en la corte bibliófila de Alfonso X el Sabio. Una novela, El Quijote, inauguró literariamente el tránsito desde el Medievo a la temprana Modernidad. La traducción de los Diálogos de Amor de León Hebreo, por el Inca Garcilaso de la Vega, fue la piedra fundacional del mestizaje intelectual entre Europa y América. Otra traducción, esta vez de textos clásicos chinos al español, bellamente titulada El espejo rico del claro corazón, realizada a finales del siglo XVI por el dominico Juan Cobo en Manila, sirvió de puente literario entre el mundo oriental y Occidente. Una obra de teatro, La vida es sueño, de Calderón de la Barca, sirvió de contrapunto espiritual y barroco al materialismo y al determinismo del protestantismo nordatlántico. Un volumen de poesía y prosa lírica, Azul, del americano Rubén Darío, fue el punto de partida de la respuesta hispánica a la crisis de la Modernidad tardía; mientras que dos ensayos, La rebelión de las masas y La deshumanización del arte, de Ortega y Gasset, descifraron desde nuestro espacio de pensamiento algunas de las claves de la sociología política y de la creación artística de la primera mitad del siglo XX. Y son solo unos pocos ejemplos entre una miríada de ellos.




El innegable protagonismo de la palabra escrita en el devenir de la comunidad hispanófona ha estado invariablemente acompañado por el cultivo en su seno de las artes del libro y del coleccionismo bibliófilo. Cierto, no hemos sido ajenos a la bibliofobia, o a su variante más extrema, la biblioclastia. Baste recordar la quema de libros por la Inquisición, la persecución de la memoria escrita de las culturas precolombinas o la más o menos férrea censura impuesta por parte de los regímenes autoritarios o dictatoriales, de una u otra ideología, que han afligido a buena parte de nuestros países en la edad contemporánea. Estos fenómenos, que bien pueden considerarse variaciones particulares de males universales, no pueden, sin embargo, ocultar una evidencia: son los amantes de los libros, quienes los han creado, embellecido, conservado, glosado y transmitido para el goce de las sucesivas generaciones, los que han terminado por prevalecer sobre sus acérrimos enemigos. Son estos últimos quienes deberían aplicarse la admonición reservada por Dante a los condenados al infierno: que abandonen toda esperanza de acabar con el amor al libro en la estirpe de Cervantes, de Calderón y de Lorca; de Sor Juana Inés de la Cruz, de Rizal, de García Márquez y de Jorge Luis Borges.
