Microscopio. De la bioética a la biopolítica

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SÍNDROME

Entre otros ejemplos, la discusión de Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda a mediados del siglo XVI ilustra la idea, pues se discutía, grosso modo, si los indios del Nuevo Mundo “eran o no seres humanos”, “si tenían alma o no” (Marzal 1989). En efecto, aquí el asunto resulta claro, quienes tenían alma eran personas o tenían la posibilidad de serlo, eran seres humanos por la gracia sagrada de Dios y podían ser personas. Pero había quienes no tenían alma y, por ende, su vida no implicaba un espíritu, sino simplemente una vida viviente (zoe). En el aparato discursivo de la Iglesia Católica clásica la intuición del corazón y la luz natural son símbolos de un principio constitutivo, pues se sostiene que “fuimos creados a imagen y semejanza de Dios” (Vergues 1980, Morandé 1994, Martínez de Pisón 1997, Argarate 1997). En este sentido, se ha señalado que como creación divina nuestra función se basa en brindar el cuerpo a quien nos creó, para que “el espíritu” se exprese en el mundo; tal vínculo entre creador y creado se consolida con la llegada de Jesucristo, el hijo de Dios, a la tierra. Se indica entonces que tras enviar a Jesús para que muera por los hombres, Dios reveló el misterio de su amor a la humanidad, consolidando su presencia en el mundo: El misterio del hombre no se aclara de verdad, sino en el misterio del Verbo encarnado, puesto que, como enseña San Pablo, Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, Cristo, el nuevo Adán, imagen de Dios invisible. En virtud de la encarnación Cristo se ha unido, en cierto sentido, a cada hombre […]. El mismo espíritu de Aquel que lo resucitó de entre los muertos habita entre nosotros, de modo que, hijos de Dios en el Hijo, podemos clamar Abba Padre. Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible (cfr. GS 22). En este contexto, la pregunta acerca del carácter personal de la vida humana se juega en nuestra relación con el misterio del amor de Cristo […]. El hecho de que la palabra pueda ser visible en nuestra carne nos remite al concepto fundamental de la antropología cristiana, tomado de la afirmación del Génesis, según el cual el hombre, criatura de Dios, ha sido hecho a imagen de su creador.[…] puede comprenderse que el máximo bien para el hombre sea prestar su carne, su humanidad, su creaturidad, para que el Verbo se haga visible y de esta manera pueda difundir su

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