En la tarde, al viajar

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Per ad dolore delit, consequam


En la tarde, al viajar |

Ricardo JimÉnez



Las evidencias mágicas de Ricardo Jiménez | C a r l o s

Palacios

Hacen falta pocas cosas para hacer una buena fotografía . Con estas palabras Bernard Plossu comienza un sensible texto sobre la obra fundamental de Josef Sudek. Identifica en el trabajo del maestro checo que le recuerda a su vez algunas imágenes de Manuel Álvarez Bravo y Paul Strand– el valor inmenso de la diáfana sencillez. Una dificultad que sólo está al alcance de muy pocos artistas, a quienes se les da (menos por oficio y más por sensibilidad) la complicada suerte de crear fotografías sencillas. Plossu identifica estas imágenes como evidencias mágicas . Es una buena imagen para hablar de imágenes, valga la redundancia. Así, el objetivo paseante de Ricardo Jiménez genera como por arte de magia (siguiendo el juego verbal de Plossu) unas sencillas fotografías que exhiben el enorme talento de este creador, de quien se puede decir sin rodeos que es el mejor fotógrafo venezolano de la actualidad. Ajenas a la retórica panfletaria y desgastada en la que ha caído la estética documentalista en nuestro país y distantes de la palpable llaneza de la mayor parte de la fotografía actual en Venezuela, las imágenes de Ricardo Jiménez destacan por una poética especial que se desliza desde la propia riqueza formal de la composición y no desde sus detalles o su valor descriptivo. Son, de este modo, fotografías que no especulan estéticamente sobre los contextos de su realización, sino que los transitan desde unas estructuras arriesgadas y desde la elegancia de la construcción retórica de un trabajo fotográfico, bello y sensible por sí mismo, que no depende de lo retratado. Unas fotografías en las que todos sus elementos se vinculan desde una delicada organización de luces y sombras, de volúmenes y espacios; en fin, desde la ordenación de unos contenidos formales y conceptuales que dialogan con la precisión de un reloj suizo. En la tarde, al viajar constituye una serie que es posible gracias a una peregrina mirada, deslizante y viajera (como su título indica). Cada imagen de este conjunto es la manifestación de la inteligencia expectante de su creador, a partir de escenas cuya banalidad es sólo aparente: paramentos para construir unas fotografías complejas visualmente pero en lo que todo ocurre como por arte de magia. Piénsese por ejemplo en esa imagen que capta desde un sombrío interior el juego de luces y sombras justo en el umbral de unas puertas acristaladas. Es una escena fortuita donde podría pensarse que no sucede nada profundo. En realidad,

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lo que propone Ricardo Jiménez no es otra cosa que la construcción de un artificio retórico que viene de lejos y cuya pertinente actualidad sólo es posible encontrarla en contadas ocasiones, como en este caso: la fotografía es una abertura espacial, un umbral a la manera de la pintura flamenca o velazquiana, y que a su vez incorpora, actualizándola impecablemente, esa clásica definición de León Battista Alberti que entiende al cuadro (la fotografía) como una ventana. Es una fotografía de una intensa riqueza cromática y espacial que sin embargo se genera desde una brevedad oscura y desde un argumento casi imperceptible. Podríamos hablar en profundidad sobre la relación entre penumbra y luz de esta imagen (donde resuenan a su vez las destrezas sombrías de los grabados de Rembrandt, por ejemplo) o sobre el gesto de Jiménez que hace de la imagen una escena inteligible y que se concentra en la figura del anciano que entrevemos entre los marcos de los cristales y las puertas. Son estos elementos reflexivos y no meramente descriptivos– los que construyen una fotografía rica en matices espaciales, en profundidades que trascienden al puro accidente fotográfico. Habría que insistir en el hecho de 6

que la obra de Ricardo Jiménez se fundamenta en unas arquitecturas visuales muy complejas que posibilitan su diáfana sencillez, desde el misterio de unas imágenes aparentemente azarosas, aparentemente fortuitas. Esta recuperación contemporánea del motivo de la ventana como umbral de –y para– la imagen se puede ver impecablemente retratada en varias escenas paisajísticas de En la tarde, al viajar. La ventana como espejo de reflejos y transparencias –tema éste de enorme dificultad para la fotografía– y como un marco central del paisaje. Estos temas los podemos encontrar en aquellas escenas propias del viaje, donde se reconoce el lugar como una experiencia sensible. Una vez más en estas fotografías, Ricardo Jiménez exhibe su denso repertorio conceptual: espacios que establecen varios planos en su profundidad, gracias a un juego impecable entre luces y sombras, alcanzado al tema central que no es otro que el paisaje. Todo esto se concentra por ejemplo, en aquella fotografía de un impecable horizonte urbano a la caída de la tarde, a través de un primer plano de sombras y un juego de líneas cuyo origen está en la arquitectura del mirador acristalado– que dinamizan la imagen. Al final, como contexto primordial, el paisaje se entrevé por la ventana circular que a su vez lo enmarca: ¿no es ésta acaso la solución paisajística originaria? ¿No está el paisaje asomándose como género al mundo del arte, desde las ventanas entrecerradas de los interiores flamencos?


Es muy relevante que la mirada y la luz sean los argumentos principales de las fotografías de En la tarde, al viajar. Y lo es por cuanto ambos motivos son los que generan y definen esencialmente no sólo al acto fotográfico sino a la creación (desde cualquier ámbito artístico) de la imagen visual. Estrechamente relacionada con la fotografía del interior penumbroso que comentáramos líneas atrás, también es notable aquella del hombre parado en el portón de una Iglesia. El protagonista está situado en otra forma de umbral, entre la negrura del interior (del templo) y la luminosidad del exterior (del mundo). Observa fijamente la frontera física donde se encuentra ubicado, que no es otro que el límite entre estas circunstancias, justo donde precisamente se genera conceptualmente la imagen: entre la luz y la oscuridad. En otro grupo de fotografías, las escenas incorporan simbólicamente al propio autor de esta muy sui generis crónica viajera. A la manera de una proyección, ciertas imágenes revelan ese estadio emotivo del paseante que observa el mundo desde una distancia temporal, marcada por la nostalgia del propio viaje, que siempre anticipa su fin. El espíritu de estas fotografías está nimbado por la despedida. Piénsese en aquella del anciano que pasea por un muelle, en la madre que se asoma desde una ventana con su hijo en brazos una vez más este motivo fundamental– o en la fotografía del hombre en un puerto que a su vez realiza una fotografía del fotógrafo (una imagen intertextual, podría decirse) o aquella otra, soberbia en su juego de luces, del hombre que alza su brazo al lanzar una pelota y que por arte y juego de la imagen, se convierte en una despedida. Es un buen final este que nos ofrece Ricardo Jiménez con esta fotografía, porque podríamos seguir analizando sus fotos desde la inmensa riqueza de sus gramáticas, pero sin duda estaríamos ayudando a descubrir el truco del mago.

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Desencuentros | I g or

B arreto

Viajar, sin duda, entraña diversas paradojas. El que viaja recuerda, idealiza su pasado, o lo olvida y deviene un comedor desmemoriado de lotos, un lotófago, como lo fueron los hombres de Ulises entregados a su cadena de aventuras al noreste de África. Cuando se es un lotófago (cuando se pierde la memoria) el presente toma la forma de una serie de instantáneas, y a veces, suelen vislumbrarse inflexiones o claves que permiten relacionarnos con el pasado del viajero. En el fondo, hondo pozo quedará siempre una impronta. En este caso concreto, el interés de la obra de Ricardo Jiménez por los rituales cotidianos reaparece en estas imágenes de la soledad urbana, con su reiterado abandono y frialdad. Esa experiencia de lo temporal centró mi posible lectura. Recordar apenas, o no recordar nada del lugar de origen, es, yo diría, un rasgo propio de nuestra cultura. Algo que es anunciado por el tono neutral de las imágenes sin asideros referenciales. Dicha circunstancia me colocó como espectador en una suerte de limbo temporal. Mejor sería decir espacio-temporal. En las fotografías de Ricardo Jiménez, el espacio es una forma de presencia de un “tiempo perdido”, sobre todo pienso en aquellas donde el espacio vacío (carente de sentido inmediato) acompaña a los personajes: un minúsculo hombre permanece de pie en medio de la desolación de una torre altísima; o aquella orilla de playa muy vasta donde un personaje le arroja a su perro un trozo de madera. Son espacios de la intemperie, de la desmemoria, y muchas veces de esa asepsia moderna tan frecuente en las grandes ciudades de hoy. Son espacios lotófagos, donde el presente contemporáneo con su habitual nonsense se apodera de la lógica interna de la imagen: la despersonalización, la desubicación, la ambigüedad son las marcas más reconocibles. El carácter unidimencional del hombre de estos días, casi una silueta viviente, y su soledad insípida, constituyen gestos (o condiciones) espirituales que veo representadas de forma repetida. Claro que se trata de una mirada que convive en la contemporaneidad con otras miradas fotográficas y culturales. No puedo dejar de pensar en las posibles semejanzas con las atmósferas de las novelas de George Sebald, y con las fotos con que suele acompañar el autor de Austerlitz sus narraciones. El polo opuesto del trabajo de Ricardo Jiménez lo podría

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constituir, desde mi modesto punto de vista, las fotos del sueco Anders Petersen. Pienso especialmente en su primera serie (su primer libro) titulado Café Lehmitz, dedicado a describir (y narrar) las muecas y la vida de los consuetudinarios asistentes de un delicioso tugurio de Hamburgo. En aquel Café retratado por Anders, el lugar es unitario por constituir un típico y definido espacio, como por el sentido y la acción única de unos personajes plenamente caracterizados. Dominan los encuadres donde se aprietan los personajes en un ambiente de humo y juegos sexuales. Pero estas fotos de Ricardo Jiménez se caracterizan por un cierto desencuentro con el espacio. Sus personajes no están por completo a sus anchas. Muy por el contrario, en muchas imágenes lucen extrañados. No hay identificación con el espacio, ni reconocimiento (anagnórisis), entonces, no hay “lugar”. Éste es un viaje de la senectud. Las ruinas del mundo moderno retratadas están hechas de perfiles de aluminio cortados con escuadra, y de vidrios de traslúcidos reflejos. El esfuerzo formal culmina en atmósferas y circunstancias irreales. Ricardo ha hecho de su lente 35 mm (el lente más apropiado para una fotografía de tipo documental), un lente con pro10

pósitos opuestos. Ni el imperativo ético de la búsqueda de la verdad, ni el objetivismo fetichista de lo pretendidamente “real” le preocupan. Es un viajero que cumple con su camino, ligero de equipaje. Al parecer sólo le preocupa la extrema decantación temática y formal.




Puedo alejarme libre

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Grave inc贸gnita


Sombras puntuales

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Ciudades sin nombre


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Ruta difĂ­cil


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Vivo del reflejo


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La aldea natal


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El que viene


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Per ad dolore delit, consequam


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Estrellas errantes


Sostener la tiniebla

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24

Guardiรกn de crudos inviernos


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Hacia mi cueva


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Narra la travesĂ­a


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Gestos magnĂ­ficos


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Per ad dolore delit, consequam


Esquivando honores

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Pacientes trabajadores


31

El orden visible


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Mi traje eterno


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Per ad dolore delit, consequam


34

Mirar islas distantes


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A causa del tiempo


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MinĂşscula eternidad


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38

SerĂŠ lĂşcido en la derrota


CĂ­rculos encantados

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Una calle sin direcci贸n


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Per ad dolore delit, consequam


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Huidizo y permanente


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Mi casa solitaria


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Figura de nubes


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La lluvia toca un tambor


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Cambian saludos


Otra ma単ana vertical

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Ribera cercana


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JardĂ­n rumoroso


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Cascada luminosa


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Tu morada hermĂŠtica


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La dicci贸n aprendida


Entra a mi casa

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54

Una habitaci贸n grande


MirĂŠ las nubes

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Venimos del manantial


Un navĂ­o recostado

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E n l a ta r d e, al vi aj ar |

F oto g r a f í a

Ricardo Jiménez

| t e x t o s C arlos P alacios , I g or B arreto | C o r r ecc i ó n L uc í a J iméne z | d i s e ñ o g r á f i c o Gisela V iloria | C aracas septiembre 2 0 1 0


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Per ad dolore delit, consequam


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