Gramsci

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ciones económicas, con la eliminación de la plusvalía y de la acumulación capitalista. Por lo tanto, tiene una función global pero no totalitaria. Hay quienes han intentado demostrar que la obra de Gramsci “en la enorme diversidad de sus elaboraciones ”conducen a una visión totalitaria del partido en sentido filosófico y de concepción del mundo. Esta es la visión que sostiene, por ejemplo, Pellicani, para quien la globalidad del partido Gramsciano genera obligatoriamente una función dictatorial de los intelectuales, quienes tendrían el papel de poner en práctica una “persuasión permanente” que anularía la dialéctica de la crítica sociopolítica, lo que acompañado de una función social del partido y del flujo de sus componentes internos lo convertiría en un totalitarismo casi eclesiástico. Independientemente del hecho que en los partidos políticos fuertemente ideologizados se presentan posturas mesiánicas, dogmáticas, de utilización de categorías pertenecientes a lo religioso más que lo político y que con frecuencia se expresan en conductas sectarias o en el voluntarismo predeterminista de un papel asignado al partido al margen de su real ubicación e influencia en la sociedad y en la clase de la cual es expresión, queda claro que estas visiones no tienen que ver exactamente con la idea de organización que embrionariamente pensó Marx en el paso del acto interpretativo al transformativo de Marx y tampoco con el partido de la gran reforma ética del proletariado de Gramsci. Para Guiseppe Vacca, en Gramsci la teoría del partido y del Estado ésta directamente vinculada con el problema de la transición al socialismo en Occidente, donde el partido, que opera en el plano superestructural, es el elemento de mediación cultural entre las masas y el Estado, y a la vez la

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