violin

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Yo eché a reír, aunque no en voz muy alta, desde luego. Todo era muy divertido. — ¡Cómo te atreves a acusarme de semejante cosa! —Katrinka se dirigió entonces a mí. —Tú te quedas dos días aquí con un muerto, yo trato de hacerles comprender que estás enferma, que hay que recluirte, que hay que atenderte, que deberías estar en cama, y piensas que quiero quedarme con esta casa, crees que vine aquí, en un momento como éste, como si yo no tuviera mi propia casa hipotecada hasta el mango, mi propio marido, mis hijas, y te atreves a decirme delante de gente a la que casi no... Grady le habló en tono bajo pero apremiante. El médico trataba de tomar a Katrinka del brazo. Rosalind se encogió de hombros. —Trink —dijo—, lamento tener que recordártelo, pero esta casa es de Triana hasta el día de su muerte. Es de ella y de Faye, si es que Faye está viva. Y Triana puede ser que esté loca, pero no muerta. Luego no pude contenerme y volví a reír con picardía, y Rosalind también rió. —Ojalá Faye estuviera aquí —le dije a Rosalind. Faye era nuestra hermana menor, de madre y padre. Era una mujer con aspecto de niñita abandonada, un ángel, nacida de un vientre enfermo y hambriento. Hacía más de dos años que nadie veía a Faye, ni sabía ni una palabra de ella, por carta ni por teléfono. ¡Faye! —Pero tú sabes, a lo mejor ése fue siempre el problema —confesé, casi llorando, secándome los ojos. —¿A qué te refieres? —preguntó Rosalind. Se la veía demasiado amorosa y serena para ser una persona normal. Se puso de pie levantando torpemente su voluminosa figura del asiento, vino hacia mí y me dio un beso en la mejilla. —Cuando hay problemas, siempre queremos ver a Faye —respondí—. Siempre. Siempre la hemos necesitado. Llama a Faye. Dile a Faye que nos ayude con esto o con lo otro. 53


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