violin

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Al entrar en la calle principal de una pequeña aldea, se acercó al puesto del carnicero y habló con el hombre, pero éste no pudo verlo ni oírlo. Le tocó el hombro a la cocinera, trató de sacudirla, pero si bien él vio claramente su gesto, un conflicto profundo entre voluntad y hecho cierto, ella no percibió nada. En ese momento llegó un clérigo de larga casulla negra, saludando a los primeros compradores. Stefan lo aferró, pero el hombre no pudo verlo ni oírlo. Observaba, desaforado, a la gente del pueblo que se arremolinaba. Luego adquirió un aire solemne, mientras trataba desesperadamente de razonar. Vio entonces con más claridad a los muertos que pululaban en derredor. Vio siluetas que sólo podían ser fantasmas, por lo fragmentadas que estaban sus formas humanas, y se quedó mirándolas como podría hacerlo un ser viviente: con terror. Cerré con fuerza los ojos y vi el pequeño rectángulo de la tumba de Lily. Vi los puñados de tierra que caían sobre el cajoncito blanco. Karl gritó: "¡Triana, Triana, Triana!" mientras yo repetía una y otra vez: "¡Estoy contigo!" Karl dijo: "Mi trabajo está sin terminar, míralo, Triana. No está hecho el libro, no está hecho... dónde están los papeles, ayúdame, se arruinó todo...". No; aléjense de mí. Miren esa figura que contempla a los otros espíritus, que se acercan como atraídos por su brillo. Él sintió miedo y escrutó sus rostros evanescentes. De tanto en tanto pronunciaba el nombre de los muertos que había conocido en su infancia, suplicante; después, con una mirada desesperada, se quedó callado. Nadie había oído ese ruido. Gemí, y la silueta que tenía a mi lado me estrechó con fuerza, como si tampoco él soportara ver a su propia alma errante, nítida y bella, con su capa y su pelo brilloso, en medio 263


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