Un jodido día

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en un accidente automovilístico, pero él no sabe cómo sentirse con esa noticia. De todos modos, a sus padres casi no los conoció. Después de que lo mandaron a estudiar a Paris, nunca lo visitaron y sólo le mandaron un par de cartas, con pocas líneas y muchos números. Y el tiempo que él estuvo niño casi siempre estaba solo. Sin embargo, esta no es una historia triste. Aún sin padres, Andrés, siempre había sido feliz. Trataba de disfrutar cada suspiro de vida, era un tipo caritativo, educado, culto, con una gran sonrisa de dientes blancos, parejos y finos. Alguien en algún lugar, había dicho que eso determinaba la belleza de una persona: los dientes. Esa persona seguramente era superficial y barata, porque todos los que soñamos abrazar una estrella sabemos que lo que determina la belleza de una persona es esa extraña energía que manan los entes. Quizás podría llamársele espíritu a aquella energía, por ponerle de algún modo, más o menos, entendible para todos.

Andrés con traje oscuro, cabello largo y brillante, tocó la puerta de aquella gran casa, su casa, la casa en donde había vivido los años más solitarios y, por tanto, más felices de su vida, aún en la época, ya ahora tan remota, de la infancia. Se abrió con un gran estertor aquella puerta de caoba, rechinaba la fría madera y se abrió una casa llena de oscuridad, más que de luz. El aspecto lúgubre que se presentaba ante él, le encantaba, era la misma casa fúnebre, tediosa, misteriosa, con golpes densos y poco respirables nadando en el velo eólico. La servidumbre había cambiado casi por completo, sólo quedaron algunos viejos rostros conocidos que, pese a la ceguera tenue que aqueja a personas de esa edad, lo reconocieron de inmediato y unieron sus brazos cansados a los de aquel hombre, que hacía mucho tiempo atrás había dejado la cara pálida y los modos sombríos que tenía de niño. Andrés, se sintió aliviado de, al menos, encontrar algunas caras conocidas, como Juan, el chofer bizarro, Lola, la cocinera rechonchita, Lupe la sirvienta, la más vieja y más querida por Andrés, el cual aún recuerda que Lupe le cumplía muchos caprichos, por encima de la autoridad de los padres. Las demás eran caras nuevas. No obstante, recibieron a Andrés con una gran sonrisa que, en otras circunstancias, habríamos pensado que eran forzadas por un sentimiento de respeto hacia el que paga, pero no en este caso. Lupe se encargaba de elegir no sólo a los miembros más eficaces sino también a los de corazón de oro.


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