Miradas a la Discriminación

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Ana Lorena Gudiño. Cree que los seres humanos pueden hacer cosas maravillosas y confía en la pasión de la juventud porque son el motor de los cambios. Es Bióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), con estudios en El Colegio de México, donde participó en el Programa Avanzado de Estudios en Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. Ha participado y organizado eventos regionales, nacionales e internacionales en torno a medio ambiente, educación, desarrollo y participación social; y ha impartido conferencias, talleres y cursos para organizaciones, instituciones educativas y empresas a nivel nacional y en países como España, Escocia, Marruecos, Panamá, Colombia y Brasil. Tiene diplomados en manejo y uso adecuado de los recursos hídricos en la Alliant International University, en legislación y gestión del medio ambiente en la unam y el Centro de Estudios Jurídicos del Medio Ambiente y el Cambio Climático; y sobre Estrategias para la Conservación de la Biodiversidad en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. 144

Profesionalmente ha colaborado en varios sectores; fundó y dirigió por diez años Misión Rescate Planeta Tierra México, A. C., colaboró en la coordinación del programa geo Juvenil para América Latina y el Caribe con el pnuma y dirigió Gestión y Educación Ambiental para el Desarrollo Sustentable en la Secretaría de Medio Ambiente e Historia Natural de Chiapas. Aferrada a sus ideales, trabaja todos los días para alcanzar sus metas. Es la actual Jefa Scout Nacional de México, movimiento que le ayudó en su vida a orientar su camino.


Discriminación. De la utilidad al totalitarismo Ana Lorena Gudiño Valdez Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio Octavio Paz, Posdata Para esas criaturas maravillosas que son los alebrijes, pues nos unifican en sueños y pesadillas

Hablar sobre discriminación nos sitúa en un plano que puede ser muy claro y seguro o que se entrevé en los vaivenes de la incomodidad. ¿Cómo podríamos hablar de discriminación en el siglo xxi, en una democracia que se define consolidada y con una economía que, si bien no está en franco crecimiento, al menos ha salido de las constantes y sistemáticas crisis? ¿Cómo situarnos en el plano de la discriminación desde las entrañas de uno de los países más diversos del planeta biológica y culturalmente? México, país de convivencia y de choque, México moderno. ¿En nuestro México existe la discriminación?, ¿aquí se discrimina?, ¿aquí discriminamos? Puedo responder con un sí rotundo a esas preguntas. Situada en el lugar incómodo de hablar sobre la discriminación donde se presume que no existe, mi espíritu de bió-

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loga sorprendida por distintos bichos y plantas me dice que debería comenzar desde el punto de vista naturalista de quien piensa constantemente en las formas de la vida para después intentar describir cómo se ha pervertido el término discriminar hasta convertirlo en una poderosa herramienta reduccionista, que prejuzga a los seres y hechos sociales, y los transforma en algo “bueno” o “malo” por la simple razón de evitarnos el trabajo tedioso de pensar. Algunos miles de años después que nuestros antepasados intentaron erguirse y comenzaron a caminar por las llanuras y las montañas de lo que hoy es África, formaron parte de un proceso de selección natural, donde el éxito reproductivo y la adaptación a las condiciones favorecieron a nuestro género para llegar a convertirse en la especie dominante en el planeta. Esta situación se acentuó en las sociedades de cazadores-recolectores, y sobre todo en las sociedades sedentarias primitivas, donde la selección artificial o discriminación se llevaba a cabo para determinar qué semillas era mejor sembrar, cuáles frutos tenían sabor agradable, qué animales eran mejores por su carne y piel. Este proceso de establecimiento de sociedades y división del trabajo favoreció durante toda nuestra historia el proceso selectivo discriminatorio de aquello que facilitaba nuestra vida y la hacía más sencilla y llevadera. En este punto es fundamental resaltar que la naturaleza no ejerce ningún tipo de discriminación; por el contrario, la selección natural favorece la diversidad, que es la fórmula en que el universo ha podido desarrollar la vida, y ésta se ha diversificado de forma tal que esa riqueza se convirtió en la fuente fundamental de toda nuestra historia y nuestra sociedad. Sería


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absurdo que las sociedades humanas no acepten la diversidad; no obstante, seguimos nuestros procesos naturales de selección artificial y hemos utilizado este lenguaje naturalista para legitimar acciones terribles y pútridas, como la discriminación de la que comencé a platicar unos párrafos arriba.

Mi vida como medida Para ser honesta no supe de la discriminación como tal hasta que estaba en la preparatoria. No es que no me hubiera pasado antes, sino que, como no sabía que se definía de esa forma, lo que me sucedió, para mí, fue un triste hecho con el que otras personas me hicieron sentir terrible, querer dejar de ser lo que soy y pretender ser algo que simplemente no podía ser. La discriminación se ha diversificado y ha tomado distintas formas, que invariablemente terminan en la misma suciedad sin sentido, pues no podemos dejar de ser lo que somos sin que tengamos que cobrar el costo a nosotros mismos. Me han discriminado por ser mujer, por ser joven y por ser ambas terribles y temibles cosas al mismo tiempo; por ser blanca, por usar cierto tipo de ropa, por mis amigos, por no tener cosas de cierta marca, por no ir a ciertos lugares. Todo eso en México, sí. Inclusive por la música que me gusta o las películas que veo, por los libros que leo y, por supuesto, por las cosas que no creo. En otros países, por el hecho de ser mexicana o latina tenía que cargar con el estigma de no ser como los demás; sin embargo, heme aquí, al menos hoy, escribiendo sobre discriminación.

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A veces veo que las personas ejercen la discriminación sin siquiera notarlo, lo hacen de forma natural. Una parte fundamental se debe a la educación que recibimos en casa, y para fortuna mía tengo aún unos padres maravillosos que me enseñaron lo importante de ser incluyente y respetuosa, pero también soy consciente de que de no haber tenido esa suerte quizá formaría yo parte de ese grupo numeroso que alguna vez, queriendo o sin querer, ha discriminado activa o pasivamente a una persona por cómo se ve o por su forma de pensar o por lo que cree. Desde niña me formé en el escultismo, lo que también me ayudó a estar en constante contacto con otros niños y a tener el sano ejercicio del juego y el aprendizaje en grupo, donde todos éramos parte de una manada y nos ayudábamos a salir adelante. Mi grupo siempre fue diverso, y conforme avancé en la vida me fui enamorando de esa diversidad hasta llegar al lugar donde me encuentro hoy. Antes de convertirme en jefa scout nacional, trabajé en Chiapas, un lugar maravilloso con los mayores contrastes que se pueden ver. Fui testigo de cómo personas que parecen pensantes usan la palabra indio o chamula para referirse despectivamente a alguien, como si fuera vergonzoso ser parte de una etnia o tener historia, pues nosotros, mestizos como somos en un porcentaje mayoritario en nuestro país, no deberíamos tener motivo de vergüenza por contar con un pasado formidable y esplendoroso, del que, por fortuna, aún se conservan vestigios y conocimientos vivos. No es que sólo en Chiapas se use la palabra indio para denigrar, pues la he oído utilizada infinidad de veces para


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definir la pobreza, el color de la piel, la ropa, el léxico, el nivel académico y cualquier característica que quien discrimina asocia con ella, y pronunciándola reduce toda la complejidad a unas cuantas sílabas y cualquier ejercicio de razonamiento a un prejuicio. Tristemente he oído por todo el país esa palabra tan desvirtuada y poco valorada.

Hacer o no hacer Soy una persona que cree que el simple hecho de no hacer nada es complemento de la vileza y las injusticias, así que también pienso que se puede discriminar activa o pasivamente a alguien. En verdad que nuestra indiferencia puede generar el retroceso de nuestra sociedad a estados primitivos adonde no nos gustaría llegar. La primera vez que vi a alguien ejercer discriminación por el hecho de que la persona a quien le gritaba no tenía recursos económicos iguales o mayores que él, me detuve y dudé si decir algo o no decir nada, si meterme en algo que no me correspondía –como dicen muchas personas– o darle rienda suelta a mis convicciones. Por fortuna, intervine, y fue tan inesperado que alguien dijera algo que todo se detuvo, y todos quedamos en paz después. El muchacho agradeció, sin decir nada, que yo hubiera tenido el valor de hacer algo, pues se le veía el desahucio que provoca la agresión. En este sentido, no necesitamos decirle indio, chavo, vieja, prole, asalariado, negro, gringo, chilango o pobre a cualquier persona para discriminarla, pero si estamos frente a alguien que lo hace para herir al otro, y no hacemos nada, estamos sien-

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do cómplices conscientes de la discriminación. En un sentido práctico, me parece patético que no tengamos la fuerza para detener estos actos reprochables, pues a nadie le gustaría que le dijeran algo así a un hermano, un hijo, un padre, un amigo. Cambiar el mundo para bien siempre implica esfuerzo y valor. Las cosas no son sencillas y se requiere activar cada válvula de nuestra conciencia para construir una sociedad fundada en el respeto de todos y cada uno de sus miembros hacia los demás. El bien común debería ser el objetivo que nos inculcasen en todas las escuelas y tendría que ser un elemento esencial de nuestra vida. No obstante, el egoísmo es una de las características de nuestras sociedades de consumo, y cada día resulta más apremiante la urgencia de un cambio que nos humanice, en el sentido amplio de la palabra.

Los riesgos 150

La discriminación es una arma poderosa y temible, ya que se absorbe como un veneno que comienza a quemarnos poco a poco hasta que nos encontramos perdidos en un odio agudo que fácilmente se puede transformar en violencia y tabúes. Una sociedad que permite la discriminación es una sociedad que no razona, que no piensa y que destruye lo que no es igual, inclusive antes de saber qué es eso que destruyó. Toda nuestra historia puede darnos un registro incansable y abyecto de las atrocidades que hemos ejecutado basados en prejuicios y discriminación. Éstas van desde el esclavismo y el colonialismo, pasando por las cruzadas y los campos de con-


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centración, hasta llegar a la negación del derecho al voto y la carencia de un trabajo digno e igualitario. No hacer nada al respecto es dejar una ventana abierta para que cualquiera de estas cosas vuelva a suceder. Por la cantidad de personas que somos y el daño que hemos provocado en nuestro planeta, caer de nuevo en el oscurantismo violento de cualquier tipo pondría a las sociedades del planeta en un riesgo absoluto y sin retorno.

La solidaridad como cura Me gusta la frase “Esas nomas son aspirinas para el cáncer”, que hace referencia a soluciones milagrosas e ineficaces. Así, para tratar ese cáncer terrible que es la discriminación, necesitamos algo más que un par de pastillas para extirparlo de forma exitosa. La solidaridad es el valor que deberíamos seguir en nuestra sociedad para que haya igualdad entre nosotros. La solidaridad, como fe, debería hacernos mejores seres humanos con respecto a la justicia y el respeto. Ante todo, ella nos ayuda a entender que ésta es la única forma en que podemos estar bien en el camino hacia nuestra subsistencia. El respeto a las diferencias es la ruta por la que todos podemos caminar y acompañarnos, construyéndonos a partir de las otredades, pero con el reconocimiento de que, sin esa posibilidad, estaríamos solos y perdidos, deambulando en un horroroso presente sin futuro. La diversidad, sin duda, es lo que nos colocó como especie dominante en el planeta. Cultivarla es el único medio que nos da

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la oportunidad de ofrecer soluciones novedosas para todos nuestros retos. Debería asustarnos mucho la posibilidad de perderla.

La imaginación como combustible

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Me gustaría mucho que llegara el día en que el concepto discriminar se diluyera de forma tal que ni siquiera hubiera necesidad de usarlo para poder decir que en mi país, México, no existe tal cosa, y que en el mundo todo ha cambiado. Quizás se requieran muchos años para lograrlo, pero se requerirán muchos más si no hacemos nada. Cada uno de nosotros debemos hacer el cambio más difícil de todos: el de nosotros mismos. Una vez que hayamos cambiado y cultivado el respeto y la solidaridad, podremos salir de nosotros a nuestra casa, para hablar con nuestra familia y amigos, y organizar un grupo grande para salir a gritar a la calle. Podemos componer música, pintar, escribir, crear mejores leyes. Necesitamos tener el valor y el coraje para hacer de nuestra casa, colonia, ciudad y país un orgullo para el mundo. Hoy por hoy, tenemos la gran oportunidad de dejar la mejor herencia a las actuales y futuras generaciones con quienes compartimos el planeta, y esta herencia es una sociedad sin violencia y sin egoísmo, donde nadie siquiera piense en discriminar. En el movimiento scout trabajamos para construir un mundo mejor, y no vamos a detenernos por nada. Sabemos que no somos los únicos y que, juntos, podemos lograr lo que nos propongamos. Así que en estas líneas queda la posibilidad de sumarse y la vocación para imaginar.


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