Germán Camacho López
simple nerviosismo, por los acontecimientos de hace unos minutos. Al llegar la señora saludó sin ocuparse en disimular el evidente disgusto. —¿Qué haces aquí sola y a esta hora? Si, parecía bastante malo, por la fuerza en la entonación de su voz. Evidentemente, a la mujer no le resultaba enternecedor, ni mucho menos acertado encontrarla allí, palmariamente, la estaba buscando, además, la reconvención prosiguió. —¿Acaso pretendes matarme de un susto? ¿No eres consciente de lo que ha pasado últimamente en este pueblo? Dery, frunció el seño y sintió un picor que le recorría las manos, subiendo por la espalda hasta llegar a la cabeza. —¿No me dijiste que ibas donde el profesor? — continuó la señora. La muchacha estaba sorprendida, sus bellos ojos se dilataron, y sus labios recrearon un puchero. 259