Germán Camacho López
procesadas,
por
supuesto,
debería
calmarme;
aunque resulta difícil cuando no existe lógica ninguna en todo este asunto. Pero sabe algo puede que todavía sea joven, señor comandante, mas no soy estúpida. Dicho
esto
último
sus
propias
palabras
retumbaron al interior de su cabeza y se sintió ruborizada ante tal fiereza, sin duda no era ella misma. Aquel salón era un cubo de tamaño reducido, de luz escasa a pesar de las paredes blancas; con una gran biblioteca vieja, repleta de libros gruesos de tapa verde. Y en las paredes una hilera de uniformados sonrientes, con una risa palmariamente, fingida; pues esa gente no reía de corazón. Así veía al comandante, como un hombre amargado dispuesto a darle cualquier escusa que la obligara a abandonar su despacho. Ella no sabía nada de justicia, Hans, podría quedarse en ese lugar un día más, una semana o un mes y no tendría ni idea de cómo ayudarlo; se empezaba a sentir sofocada, y tan 229