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Los Miserables -¡Dios mío! -exclamó-. Vuestras manos me parecen más frías que antes, ¿os sentís mal? -¿Yo? No -respondió Jean Valjean-, me siento bien. Sólo que... Se detuvo. -¿Sólo qué? -Sólo que me estoy muriendo. Cosette y Marius se estremecieron. -¡Muriendo! -exclamó Marius. -Sí -dijo Jean Valjean. Respiró y sonriéndose repuso: -Cosette, ¿no estabas hablando? Continúa, ha blame más. ¿Conque el gato se comió a lo petirrojo? Habla, ¡déjame oír lo voz! Marius petrificado, miraba al anciano. Cosette lanzó un grito desgarrador. -¡Padre! ¡Padre mío! Viviréis, sí, viviréis. Yo quiero que viváis. ¿Oís? Jean Valjean alzó los ojos y los fijó en ella con adoración. -¡Oh, sí, prohíbeme que muera! ¿Quién sabe? Tal vez lo obedezca. Iba a morir cuando entrasteis, y la muerte detuvo su golpe. Me pareció que renacía. -Estáis lleno de fuerza y de vida -dijo Marius-. ¿Acaso imagináis que se muere tan fácilmente? Habéis tenido dis gustos y no volveréis a tenerlos. ¡Os pido perdón de rodillas! Vais a vivir, y con nosotros y por largo tiempo. Os hemos recobrado. Jean Valjean continuaba sonriendo. -Señor de Pontmercy, aunque me recobraseis ¿me impediría eso que sea lo que soy? No; Dios ya ha decidido, y él no cambia sus planes. Es mejor que parta. La muerte lo arregla todo. Dios sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Que seáis dichosos, que haya en torno vuestro, hijos míos, lilas y ruiseñores, que vuestra vida.sea un hermoso prad o iluminado por el sol, que todo el encanto del cielo inunde vuestra alma, y que ahora yo, que para nada sirvo, me muera. Seamos razonables; no hay remedio ya; sé que no hay remedio. ¡Qué bueno es lo marido, Cosette! Con él estás mejor que conmigo. Se oyó un ruido en la puerta. Era el médico que entraba. -Buenos días y adiós, doctor -dijo Jean Valjean-. Estos son mis pobres hijos. Marius se acercó al médico y lo miró anhelante. El médico le respondió con una expresiva mi rada. Jean Valjean se volvió hacia Cosette y se puso a contemplarla como si quisiera atesorar recuerdos para una eternidad. En la profunda sombra donde ya había descendido, aún le era posible el éxtasis mirando a Cosette. La luz de aquel dulce rostro iluminaba su pálida faz. El médico le tomó el pulso. -¡Ah! ¡Os necesitaba tanto! -dijo el anciano dirigiéndose a Cosette y a Marius. E inclinándose al oído del joven, añadió muy bajo: -Pero ya es demasiado tarde. Sin apartar casi los ojos de Cosette, miró al médico y a Marius con serenidad. Se oyó salir de su boca esta Erase apenas articulada: -Nada importa morir, pero no vivir es horrible. De repente se levantó. Caminó con paso firme hacia la pared, rechazó a Marius y al médico que querían ayudarle, descolgó el crucifijo que había sobre su cama, volvió a sentarse como una persona sans, y dijo alzando la voz y colocando el crucifijo sobre la mesa: -He ahí al Gran mártir. Después sintió que su cabeza oscilaba, como si lo acometiera el vértigo en la tumba, y quedó con la vista fija. Cosette sostenía sus hombros y sollozaba, pro curando hablarle. -¡Padre! No nos abandonéis. ¿Es posible que no os hayamos encontrado sino para perderos? Hay algo de titubeo en el acto de morir. Va, viene, se adelanta hacia el sepulcro y se retrocede hacia la vida. Jean Valjean después del síncope, se serenó, y recobró casi una completa lucidez. Tomó la mano de Cosette y la besó. 257


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