lOs MiseraBLES...****

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-Sí. ¿Por qué? -¿Podríais decirme cuál es el número 7? -¿Para qué quieres saber el número 7? El muchacho se detuvo, temió haber dicho demasiado y se metió los dedos entre los cabe llos, limitándose a contestar: -Para saberlo. Una repentina idea atravesó la mente de Jean Valjean; la angustia tiene momentos de lucidez. Dirigiéndose al pilluelo le preguntó: -¿Eres tú el que trae una carta que estoy esperando? -¿Vos? -dijo Gavroche-. No sois mujer. -¿La carta es para la señorita Cosette, no es verdad? -¿Cosette? -murmuró Gavroche-; sí, creo que es ese endiablado nombre. -Pues bien -añadió Jean Valjean-; yo debo recibir la carta para llevársela. Dámela. -¿Entonces deberéis saber que vengo de la barricada? -Sin duda. Gavroche metió la mano en uno de sus bolsillos, y sacó un papel con cuatro dobleces. -Este despacho -dijo- viene del Gobierno Provisional. -Dámelo. -No creáis que es una carta de amor; es para una mujer, pero es para el pueblo. Nosotros peleamos, pero respetamos a las mujeres. -Dámela. -¡Tomad! -¿Hay que llevar respuesta a Saint-Merry? -¡Ahí sí que la haríais buena! Esta carta viene de la barricada de la Chanvrerie, y allá me vuelvo. Buenas noches, ciudadano. Y, dicho esto, se fue, o por mejor decir, voló como un pájaro escapado de la jaula hacia el sitio de donde había venido. Algunos minutos después el ruido de un vidrio roto y el estruendo de un farol cayendo al suelo, despertaron otra vez a los indignados vecinos. Era Gavroche que pasaba por la calle Chaume. VIII: Mientras Cosette dormía Jean Valjean entró en su casa con la carta de Marius. Subió la escalera a tientas, abrió y cerró suavemente la puerta, consumió tres o cuatro pajue las antes de encender la luz, ¡tanto le temblaba la mano!, porque había algo de robo en lo que acababa de hacer. Por fin encendió la vela, desdobló el papel y leyó. En las emociones violentas no se lee, se atra pa el papel, se le oprime como a una víctima, se le estruja, se le clavan las uñas de la cólera o de la alegría, se corre hacia el fin, se salta el principio; la atención es febril, comprende algo, un poco, lo esencial, se apodera de un punto, y todo lo demás desaparece. En la carta de Marius a Cosette, Jean Valjean no vio más que esto: "...Mue ro. Cuando leas esto, mi alma estará a lo lado". Al leer estas dos líneas, sintió un deslumbra miento horrible; tenía ante sus ojos este esplendor: la muerte del ser aborrecido. Dio un terrible grito de alegría interior. Todo estaba ya concluido. El desenlace llegaba más pronto de lo que esperaba. El ser que oponía un obstáculo a su destino desaparecía y desaparecía por sí mismo, libremente, de buena voluntad, sin que él hiciera nada; sin que fuera culpa suya, ese hombre iba a morir, quizá había ya muerto. Pero empezó a reflexionar su mente febril. No -se dijo-, todavía no ha muerto. Esta carta fue escrita para que Cosette la lea mañana por la mañana; después de las descargas 202


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