lOs MiseraBLES...****

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además no tenía edad de discernimiento. ¡Oh, cómo os he buscado desde hace seis semanas! ¿Ya no vivís allá? -No -dijo Marius. -¡Oh! Ya comprendo. A causa de aquello. ¿Dónde vivís ahora? Marius no respondió. -Parece que no os alegráis de verme. Y, sin embargo, si quisiera os obligaría a estar contento. -¿Contento -preguntó Marius-, qué queréis decir? -¡Ah! ¡Antes me llamabais de tú! -Pues bien; ¿qué quieres decir? Eponina se mordió el labio, parecía dudar como si fuera presa de una lucha interior; por fin, pareció decidirse. -Bueno, peor para mí, qué vamos a hacer. Estáis triste y quiero que estéis contento. ¡Pobre señor Marius! Ya sabéis, me habéis prometido que me daríais todo lo que yo quisiera... -¡Sí, pero habla de una vez! Ella miró a Marius fijamente a los ojos y le dijc -¡Tengo la dirección! Marius se puso pálido. Toda su sangre refluyó al corazón. -¿Qué dirección? -Ya sabéis, las señas de la señorita. Y así que pronunció esta palabra, suspiró profundamente. Marius le cogió violentamente la mano. -¡Llévame! ¡Pídeme todo lo que quieras! ¿Dónde es? -Venid conmigo. No sé bien la calle ni el núme ro; es al otro extremo, pero conozco bien la casa. Retiró entonces la mano, y dijo en un tono que hubiera lacerado el corazón de un observador, pero que no llamó la atención de Marius, embriagado y loco de felicidad: -¡Ah! ¡Qué contento estáis ahora! Una nube pasó por la frente de Marius. -¡ Júrame una cosa! -dijo cogiendo a Eponina del brazo. -¡Jurar! -dijo ella-; ¿qué quiere decir eso? ¡Vaya! ¿Queréis que jure? Y se echó a reír. -¡Tu padre! ¡Prométeme, Eponina, júrame que no darás esa dirección a lo padre! Eponina se volvió hacia él con una mirada de asombro. -¿Cómo sabéis que me llamo Eponina? -¡Respóndeme, en nombre del cielo! ¡ Júrame que no se lo dirás a lo padre! -¡Mi padre! ¡Ah, sí, mi padre! Estad tranquilo. Está preso a incomunicado. -¿Pero no me lo prometes? -exclamó Marius. -¡Sí, sí os lo prometo! ¡Os lo juro! ¡Q ué me importa! ¡No diré nada a mi padre! -Ni a nadie -dijo Marius. -Ni a nadie. -Ahora, llévame. -Venid. ¡Oh, qué contento está! -dijo la joven. A los pocos pasos se detuvo. -Me seguís muy de cerca, señor Marius. Dejadme ir delante de vos y seguidme así no más, como si tal cosa. No deben ver a un caballero como vos con una mujer como yo. Ningún idioma podría expresar lo que encerraba la palabra mujer dicha así por aquella niña. Dio unos pasos, y se detuvo otra vez. -A propósito, ¿recordáis que habéis prometido una cosa? Marius registró el bolsillo. No poseía en el mundo más que los cinco francos destinados a Thenardier; los sacó, y los puso en la mano de Eponina. 158


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