lOs MiseraBLES...****

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Los Miserables vacilante al pozo; pero cuando cogió la soga no tuvo fuerzas ni aun para desengancharla. Entonces se volvió, y dirigió una mirada angustio sa al cielo, que se iba cubriendo de estrellas. -¡Estrellas por todas partes! -pensaba el anciano--: ¡Ni una pequeñísima nube! ¡Ni una lágrima de agua! Trató de nuevo de desenganchar la soga del pozo, pero no pudo. En aquel momento oyó una voz que decía: -Señor Mabeuf, ¿queréis que riegue yo el jardín? Vio salir de entre los matorrales a una jovencita delgada, que se puso delante de él mirándole sin parpadear. Más que un ser humano parecía una forma nacida del crepúsculo. Antes que el anciano hubiera podido responder una sílaba, aquella aparición de pies desnudos y ropa andrajosa había llenado la regadera. El ruido del agua en las hojas encantaba al señor Mabeuf; le parecía que el rododendro era por fin feliz. Vaciado el primer cubo, la muchacha sacó otro, y después un tercero, y así regó todo el jardín. Cuando hubo concluido, el señor Mabeuf se aproximó a ella con lágrimas en los ojos. -Dios os bendiga -dijo-, sois un ángel porque tenéis piedad de las flores. -No -respondió ella-, soy el diablo, pero me es igual. El viejo exclamó sin esperar ni oír la respuesta: -¡Qué lástima que yo sea tan desgraciado y tan pobre, y que no pueda hacer nada por vos! -Algo podéis hacer -dijo ella-. Decidme dónde vive el señor Marius. -¿Qué señor Marius? -Un joven que venía a veros hace tiempo atrás. El señor Mabeuf había ya registrado su memoria, y contestó: -¡Ah! sí... ya sé. El señor Marius... el barón de Pontmercy, vive... o más bien dicho no vive ya... vaya, no lo sé. Mientras hablaba se había inclinado para sujetar una rama del rododendro. -Esperad -continuó-; ahora me acuerdo. Va mucho al Campo de la Alondra. Id por allí, y no será difícil que lo encontréis. Cuando el señor Mabeuf se enderezó ya no había nadie; la joven había desaparecido. IV: Aparición a Marius Algunos días después, Marius había ido a pasear se un rato antes de ir a dejar la moneda para Thenardier. Era lo que hacía siempre. Apenas se levantaba, se sentaba delante de un libro y una hoja de papel para concluir alguna traducción; trataba de escribir y no podía y se levantaba de la silla, diciendo: "Voy a salir un rato, así me darán ganas de trabajar". Y se iba al Campo de la Alondra. Esa mañana, en medio del arrobamiento con que iba pensando en Ella mientras paseaba, oyó una voz conocida que decía: -¡Al fin, ahí está! Levantó los ojos y reconoció a la hija mayor de Thenardier, Eponina. Llevaba los pies descalzos a iba vestida de harapos. Tenía la misma voz ronca, la misma mirada insolente. Además, oscurecía su rostro ese miedo que añade la prisión o la miseria. Llevaba algunos restos de paja en los cabellos, no como Ofelia por haberse vuelto loca con el contagio de la locura de Hamlet, sino porque ha bía dormido en algún pajar. Y a pesar de todo, estaba hermosa. Se quedó algunos momentos en silencio. -¡Os encontré! -dijo por fin-. Tenía razón el señor Mabeuf. ¡Si supieseis cuánto os he buscado! ¿Sabéis que he estado en la cárcel quince días? Me soltaron por no haber nada contra mí, y porque 157


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