Once anillos phil jackson

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tema de quién lideraba el equipo. Era evidente que la alianza formada la temporada anterior se había resquebrajado. Recomendé que se conocieran mejor con la esperanza de que, de ese modo, fortalecieran sus vínculos. Kobe se resistió a la idea de acercarse demasiado a Shaq y lo espantaron los intentos del pívot de convertirlo en su «hermanito». Como el propio Kobe explicó, procedían de culturas distintas y tenían muy poco en común. Shaq era hijastro de un militar del sur pasado por Newark, Nueva Jersey, y Kobe era el vástago cosmopolita de un exjugador de la NBA de Filadelfia, pasado por Italia. Sus personalidades también eran sorprendentemente distintas. Shaq era un muchacho generoso al que le gustaba divertirse y que se mostraba más interesado por hacerte reír con sus chistes que por conseguir el título de máximo anotador. No entendía que Kobe siempre quisiera volverlo todo tan difícil. «Es lo que enloquecía a Kobe con relación a Shaq —reconoce Fox. Este necesitaba divertirse hasta en los momentos más serios. Si no se divertía, no quería participar». Por su parte, Kobe era frío, introvertido y capaz de mostrarse mordazmente sarcástico. Aunque tenía seis años menos que Shaq, parecía mayor y más maduro. Como dijo Del Harris, exentrenador de los Lakers: «Llegabas a preguntarte cómo había sido Kobe de niño. Esa era la cuestión, nunca fue un niño». En mi opinión era fácil confundir la mundología y la intensa concentración de Kobe con madurez. Desde mi perspectiva, todavía le quedaba mucho por madurar…y, dada su naturaleza, tendría que hacerlo de la manera más difícil.

Poco después de que Shaq plantease su poco entusiasta petición de traspaso, Ric Bucher publicó en ESPN the Magazine un artículo de portada sobre Kobe, en el que este daba a entender que le interesaría cambiar de equipo. El artículo hacía referencia a una conversación que habíamos mantenido a principios de la temporada, durante la cual le había pedido que relajase su juego. La respuesta de Kobe, según el artículo, había sido: «¿Que relaje mi juego? Necesito aumentar el nivel. He mejorado. ¿Cómo pretendéis contenerme? Estaría mejor jugando en otro equipo». También arremetía contra Shaq. «Si Shaq tuviera un porcentaje de tiros libres de un setenta por ciento, todo resultaría mucho más sencillo. Tenemos que conocer nuestros puntos fuertes y nuestras flaquezas. Confío en el equipo, pero confío todavía más en mí mismo. Pues sí, el año pasado ganamos y el ataque pasaba por Shaq. Este año barreremos en las series en lugar de ganarlas en cinco y en siete partidos». Kobe se dio cuenta de que esos comentarios podían ser muy ofensivos para sus compañeros e intentó suavizar el golpe lanzando una advertencia antes de la publicación del artículo. Nada impidió que Shaq se enfureciera. «No entiendo por qué alguien querría cambiar de equipo, salvo por motivos egoístas —comentó a los periodistas después del siguiente entrenamiento. El año pasado íbamos 6715 y jugábamos con entusiasmo. La ciudad estaba feliz. Hasta se organizó un desfile. Ahora vamos 2311, así que hay que sumar dos más dos». A continuación lanzó la bomba: «Es evidente que si el ataque no pasa por mí la casa no está protegida. Y no se hable más». Habría sido tentador incorporar mi ego a la disputa. De hecho, la inmensa mayoría de expertos de la prensa supuso que lo haría. No estaba dispuesto a convertir lo que consideraba una ridícula rabieta en algo más grave. Ya lo había visto demasiadas veces en Chicago, cuando Jerry Krause intervenía en una situación problemática y acababa empeorando las cosas. Por regla general, prefiero emplear una


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