Tony el Puentero en Myanmar

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Periplo de puentes por Myanmar Aquí en Kyar Bin son las seis de la mañana. El sol se alza y junto a Aiklian, mi colega shan-birmano, comenzamos el montaje final de nuestro puente número 73 en Myanmar (Birmania) y 651 en el mundo. Es el inicio de un típico periplo de montaje final: terminaremos siete puentes en doce días, desplazamientos incluídos. No es que estemos apurados. Para nosotros es el flujo natural del trabajo. Mientras estamos terminando de montar uno, la delegación enviada por los pueblos que se beneficiarán del próximo puente ya está allí, esperando para llevarnos consigo. Así somos pasados de pueblo en pueblo a través de Myanmar.

Desde aquí, en el noroeste del país, cerca de la frontera con la India, cruzaremos hasta el noreste, cerca de la China, y de allí a Magway, en el suroeste, para luego retornar a Yangon. Algo como 2.000 kilómetros.

En cada lugar cientos de familias están esperando ver su puente terminado. Varias semanas atrás ya hicieron la parte más laboriosa: recolección de arena y piedra, excavaciones, transporte de las estructuras de acero. Ya todo preparado, mi colega Aiklian apareció por unos días y con él hicieron los trabajos de cimentación.

Luego, durante tres semanas esperaron pacientemente hasta que el concreto se secara. Mientras tuvieron tiempo para repintar todas las planchas metálicas y marcos de piso, y para completar las rampas de acceso. Éstas pueden ser enormes, especialmente en lugares con peligro de inundaciones durante el tiempo del monzón. Allí las torres son puestas sobre cabezas de puente de hasta seis metros de altura.


El día de la magia Ayer levantamos torres y cables principales del primer puente, uno bonito con cien metros de luz. Ahora todo está listo. La gente no puede creer que hoy tarde su sufrimiento por causa del río se habrá acabado para siempre. Dicen que es como magia. Aiklian les está dando el discurso de la mañana de seguridad y procedimientos. En pocos minutos más estaremos sentados en el tablón puesto sobre los cables principales, que es nuestra plataforma de trabajo. Luego seremos jalados hacia la punta de la torre por sogas y fuertes brazos campesinos.

Desde allí nos moveremos por los cables principales hasta alcanzar la torre opuesta. En el camino fijaremos cada cable colgante en la posición especificada. Los hombres debajo de nosotros traen el próximo cable colgante con su marco de piso, y luego la siguiente plancha metálica. Otros hombres fijan los pernos. Cada seis minutos nos adelantamos dos metros más. Este proceso tomará unas cinco horas para un puente de cien metros. El comienzo siempre es un poco más lento hasta que los campesinos conozcan cada paso. Hará un calor extremo, típico para esta región de Myanmar en abril y mayo. La radio dijo que serán cuarenta y tres grados Celsius, pero a quince metros en el aire podrían ser un poco menos si hay una brisa. Éste es solamente el primero de una serie de siete puentes. Las emociones a lo largo de semejante periplo suben y bajan, como es natural, y solo es posible hacerlo con un colega mental y emocionalmente estable. En general, uno vive la felicidad sirviendo a tantísima gente en tan corto tiempo. Pero también vive uno el calor despiadado, las lluvias y el lodo en invierno, el trabajo pesado, las malas noches siempre en diferentes lugares, los viajes rompe-espaldas y los inevitables problemas técnicos y humanos… Pero este rato me siento bien, y esta tarde me sentiré aun mejor cuando el puente más grande y más difícil de esta serie será completado.


Caminando sobre el agua Hemos comenzado el montaje a las siete y se completó a mediodía. Pasamanos puestos y limpieza hecha a las tres de la tarde. La gente trabajó muy bien, como lo suelen hacer aquí en Myanmar. El calor era abrumador. Durante cinco horas sobre el tablón, las mujeres campesinas nos enviaron sin cesar botellas plásticas con agua de coco y un poco de limón: cinco litros para cada uno en cinco horas. Y sin necesidad de ir al baño. Muy a menudo pienso que el cuerpo humano es asombroso. Así que trato de darle el mejor uso que puedo imaginar: agacharlo para levantar puentes. Llega la hora de irse. Siempre es así en la vida de un puentero: dices hola, trabajas con la gente, dices adiós. Muchos sonríen, otros tienen lágrimas en sus ojos. Usualmente, nos regalan lo que tienen: botellas llenas de miel salvaje o aceite de sésamo, frutas, maní, frijoles. Una nueva camisa o un longyi. En un pueblo de uzis (“quien maneja un elefante”) una bella tela para hacerme un bolso nuevo. En un pueblo de leñadores, una silla reclinable de madera fina, por si algún día tenga donde ponerla. Como es mi costumbre, doy mi adiós privado a los tubos argentinos y cables suizos. Hoy comienzan su nueva vida, aquí en este distante lugar. Siento que es como dejar atrás un pedacito de mí mismo, y me toca siempre como la primera vez. ¿Será que la gente los cuidará? ¿Sabrán ver su belleza y los amarán, por lo que representan, como yo lo hago? Aquí nadie sabe dónde nacieron estos tubos y cables, quiénes son sus creadores. Ni saben quiénes ayudaron en el parto para la llegada al país después de un complicado viaje por los mares y las aduanas nacionales. O cómo en nuestro patio de soldadura, con destreza y mucho cariño, los hemos formado para que unidos en un puente sean capaces de enfrentar su tarea de toda la vida: pararse firme y servir a cada humano y animal que cruza por él. Hoy escucharán a los niños correr y gritar encantados: “¡Mira, estoy caminando sobre el agua!”


Medios de transporte Un periplo de puentes requiere una coordinación precisa pero también flexible para que cada vez Aiklian y yo, pero sobre todo centenares de campesinos, logren encontrarse en su respectivo sitio de puente en el día correcto a la hora correcta. Los delegados nos llevan en los vehículos que logran encontrar: a menudo en el carro del jefe monje del monasterio local o de un comerciante, o en un viejo camioncito, o simplemente sobre motos.. Ésto hace una caravana de diez motos para llevar todos los sacos con herramientas, pernos, grilletes, y así cruzamos montañas o bosques. Para los tramos de larga distancia usamos medios públicos. Por ejemplo, sobre los poderosos ríos Ayeyarwaddy o Chindwin usamos botes públicos, a veces por diez y más horas de navegación.

En los años pasados solíamos usar también el viejo ferrocarril, sobre todo desde Mandalay hacia el norte, a lugares en Sagaing y en el estado de Kachin. Pero ya mejores carreteras están siendo construidas y mejores buses extienden su alcance de servicio. Así que ahora en su mayoría es lo que llamamos “puenteo por bus”, que tiene muchas ventajas: es muy eficiente y económico, con choferes que conocen su carretero, sin costos ni dolores de cabeza por mantenimiento de camiones, sin trámites de permisos del Ministerio de Transporte ni matriculación.

En este amplio país, los viajes en bus frecuentemente son hasta de catorce horas. Cuando viajo de día intento hacer trabajos administrativos en mi laptop, hasta donde alcancen las dos baterías, con música en las orejas para ahogar los detestables shows de tv. Durante la noche utilizo el tiempo para pensar o dizque dormir. En la estación de bus del destino nos esperan los pobladores y proseguimos.


El esfuerzo de la población Yo respeto mucho a los campesinos por los esfuerzos que hacen y enfatizo siempre, sobre todo en Occidente, que estos puentes son construidos por ellos. Ellos preparan el terreno, cavan el suelo, rompen la roca. Todo con las herramientas que usan en el campo: machete, hacha, azadón, martillo, pico y pala. A mano recogen de ciento veinte hasta cuarenta toneladas de arena, grava y piedra, según el puente. Pero no todos los pueblos tienen la suerte de encontrar la arena y la piedra requeridas en su río, y tienen que ir y comprarlas, a veces a varias horas de distancia. Ésto puede costar hasta dos millones de Myanmar kyats (unos 2.000 dólares). En este país, a diferencia de Indonesia o Ecuador, los campesinos no tienen una generosa Cemento Holcim para ayudarles. Ellos tienen que comprar el cemento. Quinientos sacos para un puente de los más grandes pueden costar hasta 3.500 dólares.

También deben buscar un camión para traer su kit de puente desde Yangon, que es donde lo prefabricamos. El transporte puede costar de trescientos hasta 3.000 dólares. Para ser un poco más gráfico, la distancia de Yangon hasta los pueblos más lejanos es como la que hay de Italia a Polonia. O de Ecuador a Venezuela.

Lo ideal es compartir los costos coordinándose entre pueblos para cargar dos o tres puentes en un mismo camión que va hacia la misma región. Cargamos todos los componentes, sin mezclar los kit y sin olvidar nada. Una vez finalizada la serie, a nosotros nos quedan solamente doscientos kilogramos de herramientas. Los cargamos en la bodega de un bus, y retornamos a Yangon.


De modo que para un puente de cien metros, y en el caso más lejano y desfavorable, los pobladores llegan a gastar unos 10.000 dólares. Es una enorme cantidad de dinero para ellos, pero puentes tan grandes en Myanmar sirven más de 2.000 familias. Ellos recogen el dinero entre todas las familias beneficiadas: muchas dan de tres a cinco dólares, que es el equivalente a unos dos días de trabajo. Quienes están un poco mejor y quienes quieren hacer un bien mayor aportan con más. A veces un comerciante de la ciudad cercana hace una donación. Los monjes también ayudan, casi siempre, y mucho. No sabemos cómo, pero las poblaciones logran recoger todo, y nosotros solo oímos las historias después. Por ejemplo, los campesinos del segundo puente de esta serie no lograron encontrar un camión en su área. Así que fueron y alquilaron uno directamente en Yangon. Mala idea. Para su pena, después de un ochenta por ciento del viaje de tres días, en la selva al norte de Monywa el chofer de Yangon finalmente se negó a continuar en ese carretero horrible y desconocido. Los desafortunados enviados del pueblo no tuvieron otra que ir a buscar una grúa más otro camión, y descargar y volver a cargar veinte toneladas en medio de la selva. En cambio, aquí en Kyar Bin el actual Ministro de Industria de Myanmar tiene alguna relación con el área. Donó de su proprio bolsillo el cemento y los costos de transporte. Sin show ni nombre, solamente para hacer el bien. Exactamente como todos quienes en alguna forma contribuyen con los puentes, igual al más modesto campesino que aporta con su fuerza de músculos y sus tres dólares.

La mano derecha Vale pensarlo un rato: sin familia, sin pretensiones, sin lucro. Totalmente dedicado al servicio. ¿Qué clase de hombre hace esto? Y no solamente por un mes, sino por muchos años. Y en qué circunstancias. Un hombre como Aiklian, mi mano derecha en Myanmar desde el comienzo, hace ya seis años. Sabiendo tanto el idioma shan como el birmano se puede comunicar con los campesinos de todo el país, y ellos lo respetan. Tiene cuarenta y un años, no quiere sueldo y está todavía soltero. Sin siquiera pedir, en el camino recibe todo lo necesario de los campesinos, de nuestros amigos en las ciudades o de las familias suizas que desde siempre nos sostienen.


Con la experiencia ganada a mi lado a través de los años, Aiklian ahora puede hacer mucho por sí solo. Hay que imaginarse un hombre que pasa desapercibido, que cruza cien veces el país en un bus público. Gracias a un hombre así, ahora medio millón de ciudadanos birmanos tiene una vida mejor. Cada vuelta que yo hago, él la hace realmente tres veces: primero va a chequear el sitio y su topografía, y a hablar con los pobladores. La segunda vuelta va para las cimentaciones. La tercera vuelta conmigo para los montajes finales. Pero inevitablemente muchas vueltas son en vano: por cada puente que sí construimos tal vez miramos hasta tres lugares donde no se puede, dependiendo del país y de la provincia. Los criterios principales son compromiso de la gente, número de gente servida, topografía, transporte. Aiklian ha pasado por todas las regiones de Myanmar, y en ellas hasta los últimos rincones. Me atrevería a decir que pocas personas en el país conocen su entera geografía tan extensamente como él. ¿Pero por qué un hombre lleva una vida así, día tras día? Paciente, valeroso, constante. Algún rato contaré su asombrosa historia.

Una carta en Mandalay Hemos llegado a Mandalay después de haber montado los tres primeros puentes. Mañana tomaremos el bus hacia el noreste del país, al estado Shan del Norte, frontera con la China.

Kyun Shwe War, Sagaing

Thinnitaw, Sagaing

Aquí en Mandalay tienen internet y entre los correos hay uno del Ministro de Industria quien acaba de dar su ayuda al puente terminado hace cuatro días. De alguna forma consiguió mi dirección email para enviarme su carta desde la capital Nay Pyi Taw: “Querido Toni, esta carta la escribo con emoción y mi corazón entonando una melodía…” Y más abajo: “Los campesinos con certeza estarán agradecidos y te guardarán en lo más profundo de su corazón cuando usen el puente…” Yo no sé cuántos cientos de cartas he enviado a ministros y a otras autoridades de gobierno en trece países durante los pasados veintisiete años, solicitando toda clase de permisos y ayudas. Pero nunca he recibido de un ministro una carta tan sentida.


Una oportunidad perdida No me pasa muy a menudo, tal vez una o dos veces por país. Y hoy pasó aquí en Myanmar. A las ocho de la mañana llegamos al sitio del puente, a unas dos horas de Lashio. Las chapas metálicas y marcos de piso estaban dispuestas en tierra, pero solo pintados a la mitad. La madera del encofrado y los sacos de arena no habían sido removidos. Y lo más importante, no había gente. Ni un solo campesino. Por supuesto Aiklian los había notificado para el montaje final de hoy, pero por alguna loca razón la gente no parecía interesarse. Así que esperamos una hora, mientras alguien iba a reunir a la gente. Asomaron unos veinte cuando hacen falta al menos ochenta. Les recordamos que esto era un acuerdo de honor. Que nosotros hacíamos nuestro esfuerzo y la gente el suyo. No malgastamos tiempo ni de ellos ni nuestro. Porque mañana en la provincia de Magway espera otro puente con miles de personas y después de mañana, otro. Estaban un poco sorprendidos, luego pensaron que solo hacíamos broma, luego unos funcionarios locales trataron de justificarlo y persuadirnos. Luego solo quedaron tristes. Volveremos en unas semanas o meses, después de ocuparnos de otros puentes en la cola.

El último de siete Ayer a mediodía llegamos a Minbu en el bus de noche desde Lashio. Y hoy a las once de la mañana completamos el sexto puente, cerca de las montañas entre la división de Magway y la de Rakhine, al oeste de Myanmar. De allí los pobladores nos llevaron en su camioncito, durante dos horas, hacia el séptimo y último puente de este periplo. Kyun Pyar, Magway

Allí los campesinos estaban esperando con ansias, tal vez unos doscientos hombres, mujeres y niños. En esa misma tarde medimos, marcamos, cruzamos, levantamos y anclamos los cables principales.


Ahora, desde las siete de la noche hasta las nueve estamos cortando los cables colgantes, aquí a la orilla del río. Este proceso delicado lleva dos horas. La gente trajo un pequeño generador y luces. Yo marco los largos. Mientras Aiklian amarra y corta cada uno de los treinta y seis cables, yo tengo cada vez tres minutos libres. Los utilizo para escribir unas líneas más, treinta y seis veces. Mañana a las dos de la tarde deberíamos haber terminado aquí, y en la noche tomaremos otro bus de noche a Yangon. Seis de siete puentes completados, 35.000 personas servidas. “Lo que sea que hagas”, Gandhi escribió alguna vez, “en el gran esquema de las cosas será insignificante. Sin embargo, es absolutamente vital que lo hagas”. No puedo dejar de admirarme de la muy rara oportunidad que es estar en este planeta. Cuán corto y precioso es nuestro tiempo aquí. Los puentes hechos de regalos y sobrantes, más el amor y sacrificio de tantos, expresan mi deseo más alto: soy un humano. Quiero ser digno de ello.

Let Pan Ta Khar, Magway

Toni el Suizo, 03. Junio 2014


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