Pregón fiestas de Anzo 2015

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Pregón de las fiestas en honor a Santa Rita y San José Anzo-Anzofé José Guerra Díaz 7 de mayo 2015 1


Autoridades, vecinas y vecinos, amigas y amigos de Anzo, muy buenas noches y bienvenidos a esta modesta disertación. Cuando recibí la generosa invitación a pregonar las fiestas de mi barrio, debo admitir que casi me asusté. Ni me veía, ni me veo capacitado para un acto de tal envergadura. Pero la insistencia de Manolo acabó por empujarme y, ya una vez metido en faena, no puedo hacer más que agradecer el alto honor que me han concedido y la inmejorable ocasión que me ha permitido hurgar en los recuerdos más emotivos de mi niñez y de aquellos eventos que supusieron un antes y un después en la vida de Anzo. Con el sonido evocador de uno de los momentos más entrañables de nuestras fiestas de antaño, he querido empezar este pregón, trayendo el eco sonoro que quizá mejor recuerde de aquel momento mágico en el devenir diario de nuestro barrio. Aquella era la hora del día en que los estridentes y primitivos altavoces ubicados en el entorno de nuestra plaza, rompían la monotonía de las apacibles tardes de primavera, resonando sus ecos en los pliegues de nuestra inseparable montaña de Guía y lanzando acordes al barranco de Anzo, que haciendo de improvisado megáfono natural, servía de repetidor para sembrar por la extensa vega la alegría de nuestros festejos anzofeños. Si se me permite la licencia, que me concedo, por carecer de gentilicio para definir a los naturales de Anzo. Era como un estallido de emoción, un disparo musical que señalaba el final del sosiego y el comienzo de la animación, un aviso de alegría para toda la pollería que esperaba con ansiedad la llegada del mes de mayo y sus aparejadas fiestas de Santa Rita. Viene esto a cuenta de ella, de nuestra patrona, quien ha cultivado y agrupado en torno a sí a todo un pueblo que no vive sin su presencia, sin su aliento y sin su apoyo espiritual. Cuentan de Santa Rita de Cascia, patrona de lo imposible, que fue hija obediente, esposa fiel y maltratada, madre, viuda, religiosa, estigmatizada y santa, a la vez. Y dicen bien de sus virtudes, porque imposible era que Anzo naciera de la nada y que solo del duro y continuado esfuerzo de sus vecinos tomara 2


forma esta población nacida entre riscos y forjada piedra a piedra por sus sufridos lugareños. La Santa ha sido, es y será, todo un icono para Anzo. Su azarosa vida guarda muchos paralelismos con los humildes orígenes de nuestra localidad, sus sufrimientos con nuestras carencias, sus anhelos con nuestras ansias de futuro y su bondadoso ejemplo con nuestra forma de ser, solidaria, generosa, altruista y comprensiva. Encarna Santa Rita todos los valores que adornan al anzofeño y la brillante luz que irradia permanentemente sobre el barrio es motivo de peregrinación de propios y extraños, que año tras año se acercan a estos parajes a pedir y a ofrecer, a adorar y a suplicar a nuestra madre cariñosa. La imagen de Santa Rita fue bendecida en la parroquia de Santa María de Guía, el 27 de mayo de 1957 y en una recordada posesión, se trajo al barrio la imagen de la Santa que hoy veneramos. Y su ermita, orgullo de nuestro barrio, se empezó a construir el 1 de marzo de 1958, terminándose el 30 de abril de 1960. No debemos olvidar que se acometió su construcción gracias al empeño e iniciativa de Nicasio García Sosa y Mari Pino Santana Díaz, vecinos de Anzo y personas muy recordadas en este término. Mayo es para sus devotos el mes de los caminantes que en sencilla romería se despliegan por los barrancos y caminos que conducen al santuario de la virgen. Peregrinos que renuevan año tras año sus votos con la patrona y que ratifican permanentemente su veneración a Santa Rita. Resulta difícil encontrar palabras para definir lo que un anzofeño siente por su santa. Solo quienes han nacido en este terruño, saben a lo que me refiero y viven su fervor con la intensidad que solo nuestra gente sabe experimentar. Baste con decirles que nuestro matrimonio se celebró a los pies de la santa, así como el bautizo de nuestro hijo Néstor. El que les habla nació en Anzo y por sus añitos en este terruño, (no afinen los oídos, porque no les voy a decir mi edad) aún recuerda los trabajos colectivos acometidos por sus habitantes para convertir el barrio en un lugar donde vivir y también las generosas donaciones de terrenos y espacios que los vecinos regalaban para ampliar caminos, construir calles e infraestructuras para la colectividad. 3


¿Recuerdan esta imagen? Evidentemente, los más jóvenes pensarán que se trata de un muestrario de calzado tradicional, pero no es más que la recreación de un momento muy habitual para nuestros padres y abuelos. En los lindes del barrio, poco antes de descender a Guía se embutían en los muros las alpargatas de esparto o de lo que hubiese, para cambiarse de calzado y acceder al casco de la ciudad con zapatos. Posiblemente con el único par de zapatos que se guardaban celosamente para los domingos y para las grandes ocasiones. Al volver, se recogían las humildes alpargatas hechas en el país con hilo de pita o de esparto y se guardaban nuevamente los zapatos urbanos para no dañarlos con los agrestes caminos del barrio. Sirva esta anécdota como curiosidad para entender la forma de vida y las carencias más básicas que hubieron de sufrir nuestros ancestros y que hoy, afortunadamente, no dejan de resultar un hecho simpático de nuestro pasado cercano. Esto que estamos viendo es una imagen aérea retrospectiva seleccionada entre las que realizó el Cabildo grancanario en aquellos primeros vuelos programados para cartografiar nuestra geografía. En ella puede apreciarse lo que era Anzo, urbanísticamente hablando, en la década de los años sesenta del pasado siglo y, acto seguido, lo que es hoy día, habiendo transcurrido tan solo cincuenta años de evolución social en nuestro entorno. El esfuerzo de tantos y tantos anzofeños lograron la transformación del terreno, para mutar las humildes viviendas semihoradadas en la piedra y rodeadas de estrechas veredas en un barrio moderno provisto de calles enchinadas, alumbrado público, alcantarillado y mobiliario urbano. Si una imagen vale más que mil palabras, sobran las mías para constatar el cambio experimentado por Anzo desde que aquellos precursores se desvivían por mejorar el barrio al pago moderno que disfruta de unas condiciones similares a las de cualquier ciudadano de Guía o Gáldar. Tengo a gala haber heredado de mis antepasados el amor por esta bendita tierra, el apego por estos riscales y el orgullo de ser parte de un pueblo humilde y trabajador. De una población que mantiene su identidad por encima de otras cuestiones. Que presume de haber levantado este barrio de la nada, a base de pico, sacho, marrón y carretilla. Que dedicó los pocos ratos libres que las duras jornadas permitían para labrar los terregosos caminos, para montar ciclópeos muros de piedra, para sorribar las laderas y 4


hacer transitables las veredas, convertidas en calles y carreteras que hoy pueden transitar nuestros hijos. Quiero desde aquí dedicar un modesto homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que se dejaron la piel horadando estos peñascos, que moldearon con sus manos los caminos convirtiéndolos en transitables, que demolieron la dura roca para crear plazas, iglesias y salones, que con su sudor dieron forma al Anzo que hoy conocemos. No puedo negar que me siento muy orgulloso de aquellos venerables padres de nuestro lugar y que su memoria honra a nuestro pueblo siendo un ejemplo para las generaciones actuales. Sí señores y señoras. Porque Anzo fue labrado a fuer de sudores y sacrificios colectivos de hombres, mujeres, ancianos y niños. Todos arrimaron el hombro, cuando se trataba de ofrecer lo único y lo poco que tenían, su esfuerzo. No puede negarse que en la historia de Anzo también hubo benefactores y generosos donantes que apoyaron su construcción, pero si alguien merece ser galardonado por la realización del barrio ése es el pueblo de Anzo, esa colectividad anónima, esforzada y generosa, que nunca escatimó sacrificios para materializar las metas que pretendían. Hombres y galletones acometían las faenas más duras, siempre acorde a sus posibilidades, mientras los ancianos y los muchachos colaboraban en los acarreos y auxiliando a los más avezados. Quien no podía colaborar con su esfuerzo, echaba una mano aportando una botella de ron, un enyesque, el agua o cualquier vianda que pudiera socorrer a los obreros. Y así una tarde tras otra, fines de semanas y festivos. Lo mismo puedo decir de Maestro Pepe, primer Presidente de la Asociación de Vecinos Drago, cuya labor debería ser emblema para nuestros jóvenes. De su pundonor en la realización del Anzo, pueden dar fe los vecinos de mi generación, que conocimos en primera persona su abnegado trabajo en pro del barrio, así como del de sus juntas directivas. Pero han sido muchos los valedores que han capitaneado al vecindario, unos asumiendo presidencias y delegaciones y otros acompañando desde puestos directivos de la asociación y, si no, desde las trincheras del trabajo diario, anónimo pero constante.

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Me vienen al pensamiento personas destacadas en la historia de nuestra entidad. Personas que han abanderado la lucha desde los inicios del movimiento vecinal. Desde José Díaz Moreno, pasando por Pedro Melián, Domingo Oliva, Rita Acevedo, Román, Bartolo García, el incombustible Manolo Montesdeoca, el que humildemente les habla o la actual Presidenta, Carmelina. Sin olvidar, por supuesto, a sus muchos directivos, asistentes y colaboradores, que han dejado escrita una parte importante de la historia de Anzo y sus fiestas, que es lo que hoy nos ocupa. Quiero señalar el abnegado sacrificio que para cualquier vecino supone dedicar su tiempo al barrio. No solo en el aspecto laboral, dado que son innumerables las horas que se dedican a esta actividad, sino por cuanto supone privar a la familia de tardes y fines de semana, que se entregan a la labor social si contraprestación alguna. Y en muchas ocasiones, también esfuerzo económico, porque no son pocas las veces que se aportan recursos propios para atender alguna urgencia o algo que luego se compensará, si es que llega a reintegrarse. Tampoco es desdeñable la silenciosa, permanente y elogiable labor del grupo parroquial de Santa Rita, gracias a cuyo trabajo de atención continuada y a la entrega de sus componentes, la ermita sigue abierta, cumpliendo su función religiosa y en perfecto estado de revista para que vecinos y visitantes sigamos disfrutando de ella. Como relataba, mi barrio siempre ha sido un pago de trabajadores, agricultores, jornaleros y operarios mayoritariamente y cuando acudían de madrugada a sus labores, el caserío quedaba en manos de las activas mujeres que se enfrascaban en sus tareas domésticas y mientras los alegres chiquillos animaban el barrio con sus idas y venidas al cole. ¿Quién no recuerda la escuela de niños y de niñas de Anzo, donde impartía enseñanza José Luis Domínguez Auyanet y su esposa Lola. La primera se ubicaba en un inmueble propiedad de José el Girió y la otra, a la entrada del barrio. En aquellas humildes aulas, se formaron en las primeras letras tantos y tantas hijas del barrio que iniciaron su formación en la propia barriada. Nunca olvidaré mi paso por la vivienda de Ramón para acompañarlo al colegio, momento que Carmela, su madre, aprovechaba para rociarnos de 6


arriba abajo con colonia. Un persistentemente toda la mañana.

perfume

que

nos

acompañaba

A pesar de las penurias de la época, yo recuerdo un barrio alegre, donde los hombres trabajaban duramente, pero también se divertían con intensidad. Las tardes noches se prestaban a las partidas de baraja y las bromas entre los contendientes, cuantas guasas y cuanta imaginación para idear las más alocadas perrerías. Aún recuerdo cuando mi cuñado, el Tota, se entalingó en el huerto situado frente a la antigua tienda de Memo, para hacer la maldad de rociar con un balde de agua a Antoñito el Barbero. Un resbalón hizo que cayera en peso y, desde entonces, conserva una cojera que le recordará siempre el intento de gamberrada. Los enclaves de reunión eran, cómo no, la barbería de Antoñito, donde se congregaba un buen número de paisanos a compartir las últimas novedades del día. Y otro centro de obligada concurrencia era la zapatería de Reyes, ubicada a cincuenta metros, tirando calle abajo. Establecimiento éste que ejercía una extraña atracción de los viandantes. ¿Qué tendrán los golpes del martillo que tanto atraen la atención de los parroquianos? Pero en mi infancia se prodigaban otros lares de especial predilección para mis vecinos. Era célebre la tienda de Juan Montesdeoca, que realmente de llamaba Francisco y no sé porqué extraña circunstancia, le habían cambiado el nombre. O la de Dominguito Oliva, que lo mismo despachaba unas papas al ama de casa, que servía unos rones con enyesques al atribulado jornalero de camino a su casa. Me asalta el recuerdo aquella radio situada sobre el mostrador emitiendo resultados futbolísticos en las tranquilas tardes de domingo Otra tienda - tasca típica de la época era la que regentaba el popular Memo, donde se alternaba el comercio de ultramarinos con el servicio de bar a determinadas horas del día y que más tarde sería sede del histórico Teleclub. Inmueble que es propiedad de Reyes, el zapatero. Y quien no recuerda el bar de Mederos, con su famosa carne de cabra, parada obligatoria de los vecinos. O la señera tienda de Margarita, con sus polos y menajes, donde más de un regalo compré a la que sería mi futura esposa. O la de aceite y vinagre de Sinforosa, allá en la Montaña de Guía, con sus entrañables golosinas, a la que visitaba siempre que tenía que subir al agua que despachaba Panchito para regar los huertos. 7


La chiquillería siempre merodeaba por los alrededores de las tiendas y bares reseñados. Quiero resaltar aquí la impagable labor social que cumplían estas humildes tiendas con las gentes de mi barrio. Aquellas libretas en las que se apuntaba meticulosamente cada una de las compras diarias, que se abonaban cuando se cobraban los jornales, recogieron una parte de la vida de mis vecinos y fueron casi un diario de las familias que bregaban día a día por seguir en la lucha. Gracias a aquellos humildes créditos que los tenderos y tenderas concedían pudieron subsistir a la mayoría de los lugareños que, llegado el día de paga, liquidaban religiosamente sus deudas con las tienditas de aceite y vinagre. ¿Acaso no recuerdan ustedes la típica expresión: “apúnteselo a mi madre”? Mientras todo eso pasaba, la chiquillería jugaba ajena a las vicisitudes de nuestros padres. Los pollillos jugábamos a la pelota en muchos escenarios del barrio. En la mareta del Río, en el campillo del barranco de Anzo, o en la Plaza, donde había que poner un cuidado especial en que no cayese el balón a las plataneras de Santiaguito Melián. Cuando tal catástrofe sucedía, había que esperar a que Lucío, Rito o Manuel, sus nietos, se encargaran de la delicada misión de rescatar el esférico, en caso contrario, nadie se atrevía a penetrar en aquel prohibido lugar, so pena de tener que huir a toda velocidad de las iras de Santiaguito. Pero la vida en Anzo tenía fechas señaladas que el calendario reservaba para que los jóvenes y los mayores, las disfrutaran con especial devoción. Semanas antes de la esperada llegada de la fiestas, se ponía en marcha la maquinaria organizativa, que coordinada por la gente mayor, preparaba los números para las rifas. Se compraban tresillos, muebles, electrodomésticos y también racimos de plátanos, que generalmente donaban los hacendados de la zona. Con todo aquello se montaba el arco de las fiestas, pieza fundamental de los jolgorios. Acto seguido, se organizaban las cuadrillas de vendedores para dividirse la comarca. Mientras los mayores ponían sus coches al servicio de la empresa, la chiquillería y los mocetones se encargaban de la venta de los boletos. Un día tocaba Guía, otro Gáldar, otro Agaete, y así se despachaban los talonarios, de cuya recaudación dependía en gran medida la financiación del festejo. 8


Para el sorteo, que también era un acto señalado en el contexto del programa festivo, se adquirían objetos cuyo coste pudiera ser cubierto por la rifa y ofrecer cierto beneficio. Era muy típico dirigirse al desaparecido comerciante galdense Domingo Velázquez (Comercial Velázquez), que como contrapartida a nuestras compras, cubría los costes publicitarios de la fiesta. Pero en cierta ocasión, un conocido presidente tuvo la brillante idea de tirar por lo alto y, en lugar de los acostumbrados muebles de recibidor, sortear nada más y nada menos que un coche. Aquello suponía recaudar muchas pesetas. Y a pesar del elevado precio, el barrio entero se volcó, logrando cubrir los costes del vehículo y recaudar suficientes ingresos para costear la festividad. La implicación de la vecindad en la preparación de las fiestas era total. Ya fuera confeccionando banderines, colocando altavoces, engalanando casas, muros y plazas, pintando paredes, montando el tabladillo o acarreando pencas de Palma desde el barranco. ¡Ay si las palmeras del barranco hablasen! ¡cuantas calles del barrio cubrieron con sus humildes ramas!. Algún día habrá que agradecer a esta noble planta su colaboración permanente con la fiesta. Nadie dejaba de arrimar el hombro para que Santa Rita tuviese su conmemoración. Yo también hacía mis ruindades y, más de una vez, alegué a mi padre motivos escolares, para escaparme de las faenas agrícolas y ganaderas y volcarme con la chiquillería en aquellas actividades mucho más amenas que atender el ganado o currar en el huerto. Las fiestas de mis tiempos eran memorables. Los grupos de pibillos de 14 o 15 pollillos nos peleábamos por cargar con los papahuevos, no era como hoy, que hay que luchar para implicarlos. Nada de eso, antes nos dábamos piñas por llevarlos y de soltarlos, nanay. Desde que se aproximaba la fecha de la patrona, se instalaban casetas de tiro y puestos callejeros. La célebre Carmen, conocida como la gitana, montaba en la plaza su particular casino y a golpe de ruleta repartía suerte entre los parroquianos, al módico precio de un duro por apuesta. Los puestos de chucherías, las casetas de tiro con aquellas escopetas de balines, con sus cañones torcidos o las inolvidables turroneras, que son parte 9


indisoluble de cualquier fiesta tradicional en nuestras islas, eran otras de las atracciones perennes en Santa Rita. Eran destacables las escalas en Hi-Fi, para cuya realización medio barrio se preparaba intensamente, aflorando el oculto lado artístico de cada cual, que se ponía de manifiesto en animadas veladas al pié del tabladillo. Recuerdo con cariño algunos de sus promotores: Paco el rubio, Domingo, mi hermana Rosi y muchos otros que se desvivían por sacarlas adelante. El recordado fotógrafo Paco Rivero, no solo fue testigo gráfico de muchas de sus ediciones, sino que presentó alguna de aquellas galas en las que los vecinos y vecinos eran los auténticos protagonistas. Otro plato fuerte del festejo eran los fuegos artificiales, que inicialmente realizaban artificieros del pueblo de Guía y, ya mas tarde, los populares hermanos Dávila, procedentes del municipio de Teror. La expectación que generaban era digna de ver, la gente se agolpaba en las calles, en la plaza, en lugares prominentes, para disfrutar de aquellos impresionantes fuegos de artificio. Y los corrillos al terminar, valoraban si habían estado mejor o peor que el año anterior, si se comparaban con los de Gáldar o los de Guía. Aunque otros se lo atribuyan, yo creo firmemente que el festival de la canción del norte, nació en Anzo. Y lo afirmo, porque desde el año 1973 se celebraba en nuestro barrio el festival de la canción, que bien pudo ser el embrión del más conocido y tardío que luego se divulgó por la comaca. Presentado por personajes destacados de nuestra comarca, entre los que figuraron nuestro querido locutor Santiago García Ramos. El festival fue la catapulta y carta de presentación de muchos talentos norteños con aspiraciones artísticas, bastante antes que otros festivales de mayor proyección se hicieran célebres. Eran fechas del reencuentro familiar. Los parientes que por uno u otro motivo vivían lejos, se acercaban a Anzo para ver a la Virgen y la casa entera se preparaba para recibirles. Se engalanaban las fachadas y se preparaban comidas para el agasajo de los añorados familiares. Aquel entrañable trajín, era de lo más esperado por la familia y formaba parte de la fiesta. Era nuestra acogida a los que habían dejado el pueblo para buscar otras metas, pero que a pesar de la distancia y las ocupaciones, siempre volvían al barrio para reencontrarse con su gente y con su virgen. La casa de mis padres se abarrotaba de hermanos, maridos, sobrinos, hijos 10


y conocidos. A mí, personalmente, me encantaba aquel continuo ir y venir de mis parientes entre la Plaza y la casa de mis hermanas. A las cantinas populares y a las tiendas mitad venta, mitad bar, les sucedieron como lugares de encuentro los teleclubes. Monumental fenómeno el de la televisión, que se coló en nuestra sociedad dando lugar a aquellos locales de convergencia, donde los lugareños nos reuníamos en torno a aquel novedoso medio de transmisión. Tal prodigio, a pesar de su escuálida pantalla en blanco y negro, resulta impensable hoy día. Porque a pesar de seguir enganchados a la dichosa caja, antes nos apretábamos para poder ver tan solo un canal televisivo, el único que se emitía en España a través de la cadena nacional y en horario restringido. ¡Qué tiempos aquellos, de fútbol dominical, de noticias centralizadas, de concursos televisivos, de telenovelas, de cine español, de musicales españoles! A mi memoria se vienen, al menos dos ubicaciones, una situada en una vivienda de Dominguito Oliva, junto a la barbería y la otra en un inmueble propiedad de Reyes, el zapatero, donde se abrió el bar del popular Memo, a quien desde aquí deseo una pronta recuperación de sus achaques de salud. Ambos fueron antecesores del local social, orgullo del barrio, que hoy regenta la plaza del barrio y agrupa a los vecinos en torno a este proyecto común que se llama Anzo. Los muchos esfuerzos de nuestros padres dieron lugar a que sus sueños se hicieran realidad a base de sacrificio, abnegación y entrega. Con terrenos donados por la vecindad se proyectó el noble edificio que hoy alberga a la sociedad anzofeña. Enclave en el que han tenido lugar un sinfín de hechos y acciones que conforman capítulos de la historia reciente de nuestro barrio. En su realización se prodigó la misma receta aplicada en otras obras locales, esfuerzo colectivo y trabajo altruista donado por la comunidad. Así se levantó el local y así se levantaron la plaza, la iglesia y los accesos al barrio. Desde este inmueble se han promovido y celebrado innumerables actividades, tanto colectivas como familiares. Pues no solo ha sido el principal baluarte de la acción social y sede de la asociación de vecinos, sino que también ha acogido celebraciones familiares de los hijos del barrio.

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Porque en 1978, en plena efervescencia democrática y con una constitución abriéndose camino, se fundó la institución que agrupó definitivamente a los vecinos de Anzo: la Asociación de Vecinos “Drago”. Fue la segunda del Norte de Gan Canaria, tras la incipiente de Barrial, que se denominó “Amagro”. Todos los naturales del barrio nos sentimos parte de esta entidad que ha sabido congregar a los parroquianos y canalizar las aspiraciones de las vecinas y vecinos de Anzo. Me cabe el honor de haberle dedicado varios años de mi vida a su promoción y durante mi participación al frente de esta Asociación entre los años 2002 al 2004, se cumplieron sus primeros veinticinco años de existencia. Lo viví como un merecido homenaje a quienes nos precedieron, a los padres del barrio, que fueron capaces de dotar a Anzo de identidad y apego a sus habitantes. Y así lo celebramos, contando con la presencia de autoridades destacadas del panorama local e insular, que se sumaron a nuestra conmemoración. Guardo un imborrable recuerdo de aquella efemérides. En 1976 aconteció la primera feria de ganado de la que tenga noticia. Y si mi información no es fallida, a finales de los sesenta o principios de los setenta, se instauró la primera ordeñada de la cabra, acontecimiento que se constituiría en uno de los actos más esperados, celebrados y conocidos de nuestro festejo local. Pero no podríamos olvidar otras señereras costumbres de nuestros paisanos en años pasados. Y las carreras de burros fueron otro hecho señalado en el marco de nuestras fiestas, una simpática usanza hoy desaparecida, pero no menos autóctona, como lo fueran las carreras de caballos al estilo tradicional recorriendo las calles del pueblo. Y por supuesto, no podía faltar la elección de la diva local, la designación de la guapa que presidiría los festejos y junto a sus damas aportaría el toque femenino a nuestras ceremonias locales. El nombramiento de la reina y su corte de damas de honor era una entrañable atracción que el barrio vivía con admiración y buenas vibraciones, alejado de tintes sexistas o instrumentales de la mujer. Para nosotros era la identificación de la fiesta misma, la ilusión de nuestras muchachas convertidas en reinas por un tiempo y erigidas en símbolos de nuestra alegría.

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Ya en el año 1988 se impuso otra actividad que con el paso de los años se convertiría en una constante de nuestro regocijo anual. La romería en honor a nuestra virgen de Santa Rita, que ya va por su vigésimo séptima edición y que se ha constituido en un acto de veneración anual en el que confluyen propios y extraños para ofrendar a la virgen a ritmo de aires de la tierra imbuidos de canariedad y tradición. Iconos de nuestra festividad eran, como no, la caseta de control, centro neurálgico y de coordinación de los eventos y el tabladillo de la plaza, punto central de todo espectáculo que se precie. Junto a la ermita de nuestra señora, eran aquellos rincones dos lugares de pleitesía vecinal, donde se concentraba el grueso de la actividad festiva. Desde la caseta, hoy desaparecida y de la que no quedan restos visibles, se difundían mensajes, anuncios y comunicados, además de la jocosa música festiva que la estratégica posición de Anzo ayudaba a difundir por la geografía de las localidades limítrofes. El humilde tabladillo era el escenario por antonomasia, la diana de las miradas vecinales, el rincón donde se escenificaban los actos de mayor raigambre de nuestras fiestas. El centro de la atención y uno de los lugares más vigilados del mes de mayo. Y no puedo evitar hablarles de mi gente más próxima, porque nací en Anzo, en el seno de una familia de nuestra tierra. Mi padre, a quien Dios tenga en la gloria, era nativo, como todas mis hermanas y como yo mismo, de este querido barrio. Y mi madre, que le acompaña en los cielos, dejó su Saucillo natal, para integrarse en este rincón, a caballo entre Gáldar y Guia. Mi viejo contaba las muchas penurias que pasó desde pequeño, trabajando desde los siete años, hasta casi el día en que falleció. Como de noche aguardaba a mi madre en las cuevas de La Longuera, en Gáldar, para acompañarla hasta Anzo a su vuelta del trabajo en zafras y almacenes de tomates. Como sobrellevó la obligación de mantener a siete hijos con un mísero jornal agrario, haciendo todo un ejercicio de malabarismo económico del que pocos pueden presumir hoy. Permítanme también que recuerde su entrega a la causa del barrio, que puede resumirse en una breve frase, con la que me relataba aquellos trabajos comunales: “el día que mi trabajo no permitía ayudar, al pasar por 13


el tajo, siempre les dejaba algo, una botella de ron, cualquier cosa, ya que si no podía coger el sacho, al menos colaboraba con los vecinos”. Aquí me casé, con la mujer que comparte mis penas y glorias, una agaetense del Valle, que me ha dado dos hermosos descendientes, también nativos en el pago de Anzo, del que se sienten tan orgullosos como su padre. Desde aquí le pido a Yolanda, mi sufrida esposa y a mis hijos Idaira y Néstor, mil disculpas por tantas horas sustraídas a la familia para entregarlas a la obra del pueblo. Como les dije al principio, quiero dedicar este pregón a nuestros antecesores. Aquellas personas que honraron a su barrio, con lo poco que podían darle, su trabajo y esfuerzo colectivo, que no es poco. Dice el refrán que quien da lo que tiene, no está obligado a dar más. Nuestros padres y abuelos fueron más generosos de lo exigible y gracias a ellos, nuestros hijos y nietos, pueden disfrutar de un entorno infinitamente mejor que el que ellos encontraron. Y como la fiesta es lo que nos trae aquí, solo me resta invitarles de corazón a reencontrarse con nuestra gente, con nuestra vecindad, con nuestra virgen, con nuestra alegría y con nuestra hospitalidad. Desde este mirador privilegiado que observa desde lo alto el valle de Gáldar y Guía, Anzo se abre para recibir a los hijos e hijas que se han marchado, pero que siempre vuelven al terruño amado. También a los amigos que el camino nos trae, para compartir lo que el destino nos dio. Anzofeños y amigos: sean felices o inténtelo, que es gratis. ¡ Felices fiestas en honor a Santa Rita! ¡ Viva Anzo! ¡ Viva Santa Rita!

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