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e invaden, pero allí debajo, oscura y firme, está todavía la historia, la brevísima y candente historia. El segundo caso (la varilla en arco, los globos en un arco más amplio) es tal vez la forma más extendida de adaptación literaria. El realizador toma una novela “filmable” y la filma. Trabaja con diferentes materiales, por supuesto, pero la línea argumental es clara y la sigue con cierta precisión. Consigue un producto más rico porque aquí (pero sólo aquí) una imagen vale más que mil palabras y una imagen en movimiento tal vez valga un millón. Es el balance perfecto entre el mundo narrativo y el visual: la línea sostenida pero más amplia, el arco dotado de volumen y color, cada elemento de la historia brillando con luz propia. El cineasta está sereno porque confía en la firmeza del material de base y sabe que mientras no se desvíe demasiado puede trabajar con libertad y desplegar sus poderes creativos. Fue un placer leer ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Dick nuevamente), pero cuánto mejor ver Blade runner, qué bueno poder contemplar la ciudad apocalíptica, la expresión en los rostros de los hijos negados de la Corporación Tyrell, las piruetas de Pris o el terrorífico test Voight-Kampff. A un Dick le corresponde un Ridley Scott, ciertamente. Y a un Tolkien un Peter Jackson, por qué no. Los que leímos El Señor de los Anillos allá lejos y hace tiempo ya recordamos a Gandalf en la caracterización de Ian McKellen. Don Corleone, en tanto, tendrá para siempre el rostro de Marlon Brando, aun para quienes leímos también el libro de Puzo antes de ver la producción de Coppola. Y Chauncey Gardiner nunca perderá el rictus desorientado y benévolo de Peter Sellers por más que el libro de Kosinski sea genial. El último caso (el símbolo intrincado, los globos abundantes y apiñados trazando una figura similar) está en el otro extremo del espectro. No sé si el caso presenta menor o mayor dificultad que la adaptación de un texto muy breve pero sospecho que no hay una respuesta única sino que la cuestión depende de la obra específica que se tome como base y del talento y la visión del director. Aquí la analogía corresponde al arduo (pero potencialmente gratificante, liberador, apoteótico) trabajo de adaptar una obra compleja y extremadamente literaria: una novela de ideas, un texto con profundidad y densidad conceptual pero no mucha acción o desarrollo visual. Un libro, en fin, “infilmable”, donde lo más 6

importante ocurre dentro de las cabezas de los personajes, y las páginas abundan en momentos imperdibles... pero intraducibles para la cámara. Las adaptaciones de Dostoyevsky, de Kundera, caen en este apartado. Incluso 1984 de George Orwell, con toda su imaginería militar y futurista (los televisores omnipresentes espiando a sus “propietarios”, las pantallas gigantes, el ritual del Odio), es mucho menos visual que conceptual, y su traducción a film ha sido, evidentemente, problemática. Por no hablar de El hombre del subsuelo, esa tan argentina versión de las Memorias del subsuelo, extraordinario libro de un ruso extraordinario. Aquí, y en otros casos (dicen, por ejemplo, que en la versión fílmica de La insoportable levedad del ser), al director no le queda sino contentarse con llevar a la pantalla una parte de lo que está presente en el texto, apenas una o dos facetas: zambullirse en esa profundidad y salir con algunos peces raros y valiosos, resignándose a abandonar el seno vasto y oscuro del mar. Sin embargo, no es la única posibilidad. Como en la imagen de los globos, de la figura de dibujo torpe pero reconocible, elevada por la luminosidad propia del material pero desdibujada por su misma materialidad, algunas adaptaciones logran capturar lo esencial de una obra compleja y presentarlo ante nuestros ojos. Es el caso de algunas buenas versiones fílmicas de Shakespeare (Hamlet es la primera que viene a la mente) o, sorprendentemente, de Perfume, sobre un libro de Patrick Süskind cuya principal característica es que está absolutamente basado en el olfato. Y, claro, si un libro es realmente infilmable, tal vez se pueda filmar igual. Es lo que hicieron Charlie Kaufman y Spike Jonze (again...) en El ladrón de orquídeas (Adaptation), una película que ya por su título es referencia obligada en esta columnita. Ante la imposibilidad de filmar... filmamos la historia de la imposibilidad de filmar. Y de paso mostramos lo que se puede de lo que hay ahí abajo, en el texto que se resiste, que sólo entrega un retazo. Varillas y globos es como decir líneas y formas, solidez y vuelo, opacidad y brillo. En el pase de un mundo al otro, en esa proyección, se juega buena parte de lo que es el cine. El realizador es el que pone los hilos; nosotros nos perdemos en la luz.

Pequeña rebelión contra las instituciones Tratando de lucirse, un chancho puede comer jamón (siempre revelamos a lo que estamos sometidos). La mosca esta en la sopa. Aceptémoslo. Sentados a la mesa servida están nuestros héroes. Esos tres bombones que creen que arman un gran cacao. Esos que han ganado reputación gracias a los papeles duros y son muñecos vudú de ésta sociedad-espectáculo. El primero de los comensales rechaza de pleno el plato. El segundo quita la mosca del plato y toma la sopa. El tercero exprime la mosca dentro del plato hasta la ultima gotita y luego come con fruición. Mientras tanto, lenta, muy lentamente, se les mete la muerte por donde los monos se meten la manzana. Queridos amigos, la franela no es como la gamuza. Puede que alguna de éstas noches no nos encontremos aquí ya. Puede ser cualquiera de nosotros el que se va al pasado. Allí, un chimpancé viejito atiza el fogón, se llama Adán y es tu gran papito. Ese mono que ríe, despacito, en la oscuridad. Allí, y para siempre, aprendimos que ciertos fuegos no se encienden frotando dos palitos. Patricio Rey. La mosca y la sopa. El modo de representación institucional implica la regulación y el metodismo en la creación de una película, de un audiovisual. Refiere a una manera, a un canon, a una estructura contenedora y normativa. Desde el principio, quienes hacemos esta revista, creemos que es necesaria una ruptura con algunas cuestiones que hacen al arte en general, y al cine en particular como modo narrativo y de sembrado de ideas (al margen de la broma o la necesidad de dispersión, que es una necesidad humana, pero que es utilizada para controlar y manipular a las masas por los que detentan el poder). Sí, no me miren así, en la era de

la super información, aún hoy, la gente es manipulada y subestimada con propósitos a veces claros, a veces no tanto. La pregunta que me nace es la siguiente: ¿Puede establecerse una ruptura desde el seno de una INSTITUCIÓN, la cual tiene (y se ve obligada a) que cumplir con ciertos parámetros relacionados con las limitaciones que el Estado impone por necesidad o conveniencia, frente al MRI? Si la propia institución educativa tiene necesidades y procesos normativos. Tiene realidades vinculadas a sus integrantes (estudiantes, alumnos, personal técnico y administrativo). ¿Se puede salir a romper con todo ese peso? ¿Y cuál es el fin de ello? Digo… estoy de acuerdo con la necesidad. Pero…la pregunta es: ¿Es factible? ¿Contra qué hay que pelear? ¿Al fin y al cabo… el cambio real está dentro o fuera de uno? ¿dentro o fuera de la estructura de imposición? ¿Puede uno tomar todo lo bueno y todo lo malo de una estructura y modificar hacia afuera? ¿Mostrar otra realidad usando las herramientas obtenidas? ¿Todo pasa por las INSTITUCIONES? De ser así, estamos aceptando nuestra limitación, y sometiéndonos al arbitrio de un superior que nos digitará siempre nuestro modo de ver las cosas, la vida, la realidad, y otorgándole entidad (por más subjetiva que sea esa realidad. Los preconceptos muy fuertes, pesan, y cuánto).

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