Gaceta Utopía No.5

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Por Luz Elena En la zona sur de América Central, se hallaba un enorme bosque templado y nubloso, rodeado por un río de aguas cristalinas, residían ahí un sinnúmero de insectos, aves y algunos mamíferos; entre las ramas de los árboles más frondosos y verdes, habitaba un majestuoso y místico ser: una pequeña avecilla que apenas alcanzaba los treinta centímetros de largo, lo que la distinguía de las demás aves era ese bellísimo e incomparable traje que la vestía y que la hacía parecer mucho más grande de lo que en realidad era, pues con las plumas que descendían de su cola alcanzaba hasta los noventa centímetros. Vestía con un penacho verde metálico e intenso; en el cuello, una estola azul turquesa brillante con destellos verdes que hacían juego con el plumaje de la cabeza; el pico amarillo radiante; los ojos negros como la noche; el pecho de un rojo carmín, finalmente el verde tornasol que cubría desde la espalda hasta la punta de su cola. Toda esta belleza reunida, hacían de Curucú el ave más codiciada por los habitantes de la aldea situada al otro lado del río. Nemeth era el hijo del gobernante de la aldea, su padre estaba definitivamente resuelto a atrapar a Curucú, y frecuentemente recordaba a Nemeth la importancia de capturar al animalillo a la primera oportunidad; había escuchado decir a los ancianos escribas de la aldea que del otro lado del río, una de las más elegantes criaturas que ahí habitaba escondía un valioso tesoro, pero que el capturarlo representaba la mayor condena, pues el corazón del ave no resistiría el encierro y moriría; interpretó enseguida que se trataba de la serpiente emplumada de la que por años había oído. No le importaba cuál fuera la condena, pues sería infinitamente privilegiado y poderoso. El muchacho estaba en desacuerdo con el gobernador, encontraba inútil el hecho de apoderarse de lo que no le correspondía, además no entendía la ambición de poder de su padre, “Él no necesita absolutamente nada para tener poder y respeto, su sola presencia es motivo de respeto y obediencia para los aldeanos”, pensaba Nemeth, “el que estará en serios problemas seré yo en unos años, cuando herede el puesto de mi padre, todos piensan que soy torpe e indigno de estar en su lugar”.

32 Utopía En la lucha por el sueño

No era el único que tenía esa preocupación, su padre Tototem tenía la misma duda que su hijo, Nemeth era un muchacho muy sensible, ingenuo, amable y justo. Sabía que no faltaría algún celoso que quisiera ocupar su lugar, “Es otro buen motivo para capturar a la serpiente emplumada, con semejante criatura en su poder, nadie tendrá el valor de enfrentársele cuando yo muera. Tengo muchos enemigos que querrán matarle a él también”. Cierta mañana, Nemeth remaba por el río pensando en lo interesante que sería tener contacto con los animales que habitaban en aquel bosque inexplorado por los hombres, la idea le fascinaba sin duda, pero era un sitio sagrado, que ni los ancianos escribas se atrevían a pisar. Un silbido suave y reconfortante, casi hipnotizante acompañaba sus pensamientos, lo hacía sentirse tranquilo y en paz, Nemeth, entró en un profundo estado de relajación… Caminaba entre la espesa vegetación, era evidente que estaba del otro lado de la aldea, era difícil caminar entre los árboles, los cantos de los pájaros jamás le habían gustado tanto, encontró insectos que nunca antes había visto, se sentó en un árbol de ramas gruesas y resistentes que contenía pequeños frutos redondos jaspeados de color amarillo y naranja, jamás había probado algo tan delicioso. Estaba terminando un puñado de las pequeñas frutas recién descubiertas cuando llamó su atención un resplandor dorado en el suelo, miró hacia arriba en dirección a la luz y asustado se percató de que una majestuosa ave lo estaba observando desde una rama alta, a pesar de ser muy chiquita, su presencia intimidaba, se atrevió a fijar sus ojos en los de la ave, éstos le devolvieron la mirada, pero ahora le inspiraba confianza. -¿Quién eres tú? -Se aventuró a preguntar Nemeth-.


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