La columna Durruti

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ensayos en el corredor

EL

RETORNO DE LA COLUMNA JOSÉ MIGUEL ESTEBAN

DURRUTI


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Como algunos ibéricos ya rozando los cincuenta, tuve la suerte crecer entre jóvenes mayores que yo, agrupados en buena medida en torno a la Federación Anarquista Ibérica y a sus Juventudes Libertarias. Algún que otro alboroto, pero nada de bombas, no vayan a creer a aquellos mendaces oficiales del alzamiento golpista del hermano del pionero de la aviación republicana, Don Ramón Franco. Ni el autoproclamado caudillo ni sus voceros llegaron siquiera a roza el audaz rasero del hermano piloto. No. Para casi todos nosotros, jóvenes libertarios del Mediterráneo progresista, soplaban contundentes vientos de paz. Lo nuestro era escuchar a los Floyd, encadenarnos a balcones, fuentes, palacios de gobierno o estatuas ecuestres, objetar –huyendo a Picadilly- al servicio militar y, admitámoslo, llenar paredes de grafitti que no por imaginativos resultaban menos sucios. Décadas atrás, mi abuelo Miguel defendió como miliciano libertario la Segunda República española. La derrota fue debida, no sólo pero sí sobre todo, a nazis alemanes y fascistas italianos, sumada a la tibia prudencia, gélida indiferencia o simple y llana cobardía de las democracias occidentales. El General Cárdenas acogió generosamente en México a miles y miles de republicanos españoles. Mi abuelo Miguel optó -hasta donde aguantó- por El Laberinto del Fauno (véase el filme homónimo del mexicano Del Toro). Mi abuelo Miguel fue mi padre legendario, el aventurero de mis sagas infantiles.Y lo siguió siendo por las historias que nutrieron mis años de rebeldía contra las viles sotanas de los putañeros encargados de dizque educarnos. Corrí aterrado ante a los grises, canté en catalán Al Vent, L’Estaca o El Jorn dels Miserables, aprendí tácticas vascas – sí, que fácil parecía oponerse a la nuclear de Lemoniz prendiendo y apagando la luz todos a una en el momento acordado; fui detenido en Valencia la noche del golpe del 81, pero no importa lo que haya hecho o dejado de hacer: mi difunto abuelo siempre fue y será mi héroe, en quien buscaba inspiración, a quien quería emular. No he olvidado ninguna de sus historias, ni la del Noi del Sucre, ni la del Mestre Ferrer i Guardia, y menos aún a la de Buenaventura Durruti, el más aguerrido quintacolumnista de cuantos defendieron la Republica, el artífice de rotundas victorias ante las intentonas fascistas de tomar Madrid. The Return of the Durutti Column es el primer vinilo que grabó Vini Reilly en el 78 en honor a Buenaventura. Desde entonces son The Durutti Column (TDC), un ensemble musical surgido al abrigo del movimiento del 24 de enero. Son creadores del sello Factory y llevan tres largas décadas innovando la díficil relación entre arte y política. Por mi parte, con modestia pero sin tapujos, quizá pueda narrar algún episodio interesante, no de un quimérico (por único) hilo que hilvanase toda la cultura artística, musical o cinematográfica, literaria, filosófica o plástica, aunque, quién sabe, tal vez sí de ilustrar algunas de las hebras de las madejas que muchos tuvimos la suerte de digerir a trozos y en vivo y que, mucho me temo, ya les estén siendo hurtadas a nuestras generaciones más jóvenes.

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Les propongo pues algunas reconstrucciones de la historia cultural de los últimos treinta años, aunque para ello necesite retroceder algo más en el siglo XX y en su prolija maraña de afluentes que, por activa o por pasiva, desembocan en el nuestro. No oculto que tal idea puede parecer más conservadora de lo que su título sugiere. Y es que ni siquiera los iconoclastas pueden prescindir de cierta concepción de “tradiciones transmisibles”, que merece la pena conservar y legar a las nuevas generaciones, máxime cuando uno teme que tales tradiciones “les estén siendo hurtadas” a éstas. El hurto es aún más siniestro por cuanto no se trata de meras colecciones arqueológicas, sino de logros o fracasos culturales que contribuyen a desentrañar el presente y los posibles futuros de esas mismas generaciones. Para recuperar el hálito del ateneo libertario nada mejor que regresar a la música del grupo británico The Durutti Column, llamado así, com decía, en alusión al anarquista español (nótese el juego itálico de la doble ´r’ por doble ‘t’).Vini Reilly, alma del grupo, trata la guitarra como una máquina versátil. (oígase The Guitar and Other Machines (1987), y en particular el tema “Arpeggiator”). Su primer vinilo, The Return of the Durutti Column(1980), surgió al abrigo del movimiento del 24 de enero. El propio Reilly denomina post-punk a la música de TDC, la aproxima a la música New Age y dirige andanadas de innovación contra el corsé del rock. ¿Librepensador libertario? ¿Un freaky comercialmente fracasado? ¿Un auténtico portador de invención? Tim Wilson, su primer representante, lo expresa perfectamente: a partir de The Return no había más que praxis experimentalista, y aquí se develan las fuentes de su música: El antiarte (posición compartida por pragmatistas o idealistas prácticos que, adelantándose a los situacionistas del 68, combatían la segregación de lo artesanal y la reclusión de las bellas artes en los museos, secundando así la superación del arte mediante su inmersión en la vida). El action art ( cuyas prácticas abarcaban desde la defensa de lo efímero en los happenings hasta las pinturas de goteo del malogrado Jackson Pollock, con sus lúdicas marañas de óleo derramado o salpicado) e, ineludiblemente, las improvisaciones irrepetibles del jazz de los sesenta y setenta. Por si fuera poco, hay que contar con el reconocimiento expreso del influjo en TDC de la Internacional Situacionista y de corrientes filosóficas afines, como el existencialismo y el pragmatismo, en cuyas narrativas la idea de situación era un expediente casi ubicuo. La historia de la primera grabación de TDC desenreda parte de esta maraña. La otra parte, la situacionista, necesita su particular caja de desarmadores conceptuales. No debe

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asombrarnos que la “situación construida” de los situacionistas (una situación de tal índole es un momento de la vida construido colectiva y deliberadamente mediante la articulación concreta del libre juego de los acontecimientos en un entorno unificado) guarde una notable semejanza con la de “situación resultante de una investigación” de los pragmatistas, cuyos primeros manifiestos conjuntos llevan por título Lógica Experimental e Inteligencia Creativa (1916/1917). Como veremos, el tándem de TDC/A Certain Ratio aterriza ambas nociones de situación en pleno debate sobre la racionalidad posmoderna. Pero pasemos antes a la grabación de su primer vinilo, todo un manifiesto. Sus cubiertas de lija eran la reducción al absurdo del “no me toques”(nolli me tangere), el precepto del museo/mausoleo o del parque dominical sembrado de césped para no ser hollado, vivido. Lo del movimiento del 24 de enero era un dardo irónico e iconoclasta dirigido al maoísmo dogmático del movimiento del 22 de marzo y a toda esas ínfulas propias del 18 brumario napoleónico. El 24 de enero es simplemente el día que Tim Wilson tomó el teléfono e invitó a Vini a unirse, más que a un movimiento, a la marea situacionista, la dérive, la práctica de platicar al caminar , una costumbre aristotélica heredada por el medievo monacal y sus discusiones en el claustro, pero abierta ahora a la ciudad entera, recorrida al pairo de la improvisación y de la libre asociación. Un espacio situacionista que no obliga, sino que invita a la experimentación. Mitchell, el batería de TDC, cuenta la habilidad de Reilly para la dérive musical, para construir situaciones en tiempos de silencio transcurrido, tomados luego por improvisaciones en las que esos tiempos se reducían entre notas cortas, punteadas al estilo minimalista de Steve Reich en Electric Counterpoint(1987), pero sin overdubbing o superposición de pistas. Queda pendiente el análisis de la música de The Durutti Column a partir de The Return of TDC (1980).Y se imponen ahora otras herramientas de la caja situacionista para dar sentido a sus prácticas experimentales. Comencemos por el plagiarismo ¿A qué se debe la ligera variación “Durutti”? La idea es que una pequeña desviación (detournament) produce una obra completamente nueva. No se trata de la banal práctica posmoderna de la reproducción en cita directa, ejemplificada en el relato “Pierre Menard, autor del Quijote” de Borges. Quizá la desviación situacionista anticipara la idea de tergiversación radical o strong misreading de Bloom. El hecho es que los situacionistas estaban practicando el “detournament” sobre cómics convertidos en afiches universitarios. El título del primer disco de TDC procede de un cómic situacionista lanzado por Andre Bertrand en 1966 y convertido en cartel para una organización estudiantil de la universidad de Estrasburgo. El cartel conservaba el título de “Le Retour de la Colonne Durutti”. Reilly es un genio en la aplicación del detournament al ars sonora. La primera cara de Without Mercy(1984) es una delicada composición de cámara basada en un diálogo entre cu-

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erdas y maderas. Como en la última sonata de Beethoven, en la que las dos líneas melódicas a duras penas consiguen despedirse, según el talentoso análisis de Mann/Adorno, el largo descenso es insobornable, casi inextinguible. En la segunda cara, un Reilly igualmente implacable aplica collares punk sobre el adagio del tema de la primera, haciendo uso de todo un arsenal de máquinas guitarrísticas, de seis y cuatro cuerdas, sólidamente acompañadas por Mitchell, cuya batería truena en ecos que amplifican nuestros latidos, sin piedad. Obey the Time(1990) insiste en regar el tecno-pop con “Vino della chiasa”. Nos regala un inverosímil ”Spanish Reggae”, y deja al más machacón de los ritmos tecno a la altura del tamborilero de Raphael. Nunca la guitarra ha sido más máquina. En Circuses and Bread (1986) las otras máquinas son los metales, dos potentísimos saxos, cuya improvisación , chasing (a la caza mutua), suena dura e inmisericorde incluso dos décadas después. En LC (1981) el tempo se ralentiza y la guitarra de Reilly suena cansada y melancólica. Pese a todo, LC: La Lotta Continua , cosa que TDC demuestra en Another Setting (1983) y en particular en “Dream of a child”, un tema sobre un niño de la calle que inhala cemento o pegamento. Vini escribe y canta en primera persona, con valentía: “Quiero una noche sin dar tumbos, un cobijo donde vivir mi momento , el único que ni el hambre puede arrebatarme”). Si en el caso de New Order, la colaboración de TDC radicaba en su aproximación a la música New Age, como asegura Reilly, la implicación de TDC con A Certain Ratio , un grupo también del sello The Factory, puede deberse a la radicalidad ponderada de estos situacionistas. Su nombre ayuda. El logos, la razón, el fundamento o arqué (de ahí an-arquía) del saber y de la praxis del homo sapiens sapiens, han perdido autoridad en todas las esferas humanas, duras o blandas. Pero pedir universalidad, necesidad y autonomía era pedirles una racionalidad quimérica, monoteísta, necesaria y excluyente. Con todo, resta A Certain Ratio, una racionalidad situada, contingente y finita, en la que el azar no es mero desconocimiento, sino un elemento constitutivo de un universo que es una mezcla de estabilidad y caos. No nos queda sino construir entornos empleando la racionalidad que tenemos, minimalista, situada, nunca en condiciones atemporales, olímpicas y omniscientes. Construimos , reconstruimos y decidimos según nuestra constitución ecológica y sus limitaciones temporales. El reconocimiento de nuestra contingencia nos vuelve irónicos con los léxicos absolutistas, pero también, como decía el buenazo de Roger Waters, más solidarios y dependientes. En Someone else´s party (2003), un réquiem de Reilly a su madre, un dúo femenino lanza al aire una acusación de (fa)logocentrismo. “Yo te hablo con imágenes.Tú me respondes con historias. Son la historias de algún otro. Nunca has tenido nada que propiamente puedas llamar tuyo”. Resulta destacable la progresiva incorporación de lo femenino en TDC. Sorprende la originalidad de Sex and Death (1994), un tópico tan manido que uno se pregunta cómo de-

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monios Reilly consiguó africanizar su guitarra en una canción tan ambigua como “Go Ahead”, cantada por una mujer. En Keep Breathing (2005) las voces femeninas ayudan a Reilly a darle otra vuelta de tuerca a su máquina. De Tempus Fugit(2004) cabe aplaudir una canción de cuna japonesa, cantada en japonés por una mujer, “Lullaby 4 Nina” y “Guitar Woman”, banda sonora del film “la Hija del General”. Es en este disco donde podemos leer el siguiente texto de Reilly: “Este álbum sólo existe porque tú lo has comprado. La música sólo tiene un valor o un lugar en el mundo porque ustedes la escuchan. La lealtad y la tenacidad que han mostrado es increíble. La música es tan vuestra como oyentes como lo es mía. Cada vez que alguien escucha mi música, sea en disco o en un concierto, es una afirmación de toda mi vida y eso es algo sobre lo que ninguna compañía de discos podrá etiquetar su precio”.

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