Ediciones FUNDECEM / Poemas de argimiro gabaldón

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Poemas de

Argimiro Gabaldón

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Argimiro Gabaldón © FUNDECEM Gobierno Socialista de Mérida Gobernador Alexis Ramírez Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida FUNDECEM Presidente Pausides Reyes Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM Ever Delgado / Angela Márquez / Juan Jorge Inglessis Editor: Gonzalo Fragui HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito legal: República Bolivariana de Venezuela Diciembre - 2014

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Argimiro Gabaldón

República Bolivariana de Venezuela DICIEMBRE - 2014

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Presentación

La lucha revolucionaria no empezó con nosotros. No empezó ni siquiera con el Comandante Chávez. La lucha de resistencia de nuestros pueblos comenzó en el mismo momento que el conquistador invasor diezmó nuestros indígenas, con sus armas superiores, con la cruz, con enfermedades desconocidas. Luego vino toda la lucha preindependentista, el rey Miguel de Buría, Andresote, José Leonardo Chirinos, los Comuneros, Gual y España, Miranda, entre otros. Vendrían después los veinte años de guerra de Independencia, desde 1810 hasta 1830, con la muerte de El Libertador. Ese año Bolívar confesó que habíamos obtenido la independencia política pero que nos quedaba debiendo lo demás. Nos tocaba a nosotros seguir. El resto del siglo XIX continuó con guerras, guerritas, escaramuzas, la Guerra Federal. El siglo XX tuvo luchadores contra Castro, Gómez, López Contreras, exiliados, presos, muertos en las cárceles, podríamos mencionar a Delgado Chalbaud padre, los escritores Pocaterra, Andrés Eloy, Pio Tamayo, y el camarada Gustavo Machado. Luego la dictadura de Pérez Jiménez, que nuevamente llevó a la cárcel y al exilio a numerosos venezolanos, mencionemos a Pinto Salinas y Ruiz Pineda. Luego la llamada democracia representativa, donde cae Livia Gouvernier y el estudiante

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merideño Eutimio Rivas, y la gran cantidad de mártires conocidos y anónimos que para no hacer una lista interminable mencionaremos sólo a Alberto Lovera, Fabricio Ojeda, Jorge Rodríguez padre, o todos los guerrilleros desaparecidos en la montañas de Falcón, Lara, Yaracuy y que el compañero Pedro Pablo Linares, director del Programa Nacional de Desaparecidos, había venido recorriendo palmo a palmo todos esos lugares para dar con los restos de los compañero. Y en nuestra Mérida mencionar a Carlos Bello, Domingo Salazar, Pedrito José Chacón, Magdiel Páez, José Cardozo Perozo y el camarada Jesús Escobar, casi olvidados por nosotros, hasta llegar al comandante Chávez y a nuestro joven mártir Robert Serra. Larga ha sido la lucha para tratar de dar a nuestro pueblo un gobierno que garantice la mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política. He dejado sin mencionar a Argimiro Gabaldón porque Chimiro, o Comandante Carache, es un caso especial de la lucha revolucionaria venezolana. Todas las muertes de nuestros compañeros es dolorosa pero esta muerte nos dolió más (nunca una bala maldita hirió a tantos corazones, dice su corrío) y hoy a cincuenta años de su lamentable accidente (o asesinato) nos sigue doliendo. Chimiro no era un hombre de armas, era un ser amoroso, familiar, pintor, poeta, educador, pero las circunstancias lo llamaron a la lucha. Él lo decía: “No soy un guerrero, nunca lo había pensado ser, amo la vida tranquila, pero si mi pueblo y mi patria necesitan guerreros, yo seré uno de ellos y este pueblo nuestro los ha parido por millones cuando los ha necesitado”.

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Por eso hoy, a los 50 años de su siembra, conmemoramos la vida de unos de los revolucionarios más queridos por el pueblo venezolano con esta pequeña selección de sus poemas. Argimiro Vive. La lucha sigue. Pausides Reyes

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50 años de la muerte de Argimiro Gabaldón

El 13 de diciembre de 1964 muere accidentalmente de un disparo de fusil, Argimiro Gabaldon, conocido como “Comandante Carache”, jefe del Frente Guerrillero Simón Bolívar en las montañas de Lara y Portuguesa. Argimiro Gabaldón tenía apenas 45 años cuando lo alcanzó la bala que le quebró la vida. Más que la muerte le dolió morir de bala amiga, morir a destiempo, morir cuando apenas se iniciaba el camino duro del que tanto había hablado y para el cual tanto se había preparado. Argimiro Gabaldón, de nombre completo Argimiro Enrique de La Santísima Trinidad Gabaldón Márquez, también conocido como Chimiro, había nacido el 15 de julio de 1919, en la Hacienda Santo Cristo, Biscucuy, Estado Portuguesa. Su madre fue Teresa Márquez Carrasqueño, y su padre el General Rafael José Gabaldón, líder revolucionario que combatió contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, y fuera amigo de Pedro Pérez Delgado, “Maisanta”, y compañero de cárcel del poeta Pío Tamayo, en el Castillo de Puerto Cabello. Desde muy niño, Chimiro mostró interés por los estudios. Al concluir la secundaria, viajó a Argentina para estudiar Arquitectura. Allí toma conciencia de la lucha de clases, propia de los movimientos políticos de izquierda

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revolucionaria que emergieron más tarde en Latinoamérica. En el tercer año abandona la arquitectura y se va a Brasil a estudiar pintura y literatura principalmente, aflorando en él una vocación especial por el periodismo y la poesía. Fue un asiduo lector de Bolívar, Martí, Tolstoi, Gorki, Ingenieros, Marx, Lenin, Stalin, Neruda, Sandino. Regresa a Venezuela en 1945. Argimiro Gabaldón dio clases de Historia y Geografía de Venezuela en el Liceo Lisandro Alvarado del Estado Lara. Además fue director de la Escuela Artesanal de Lara. Fue fundador del Liceo Fernando Delgado Lozano de Biscucuy-Portuguesa, cuyo nombre original era Antonio José de Sucre. Le gustaba la natación, el béisbol, la cacería, la caminata de montaña entre Lara y Portuguesa, el boxeo. A la hora de la lucha contra el perezjimenismo, fue el primero en plantear que no se trataba sólo de cambiar al dictador por otro gobernante, sino que había que ir a la raíz. Fue entonces cuando comenzó a discutir la tesis de la necesidad de la lucha armada, como respuesta a un gobierno represivo y criminal. Bajo el ideal de la “Lucha Armada”, Argimiro Gabaldón planteó en el marco del histórico III Congreso del Partido Comunista de Venezuela (PCV), del que fue Secretario General y miembro directivo de la Junta Electoral, la necesidad de acudir a otros mecanismos de batalla por una verdadera justicia social. Con la llegada de la democracia representativa y la política de Rómulo Betancourt de “disparar primero y averiguar después”, que dejó un saldo desastroso de presos políticos y torturados en Venezuela, sirvió para la

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radicalización del movimiento de izquierda en el país, y a “Chimiro” para emprender la lucha armada, siendo factor determinante en la creación de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). Las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) fueron la organización guerrillera creada para dar cauce a los nacientes grupos rebeldes que empezaban a operar en el país con el objetivo de derrocar por la fuerza al gobierno de Rómulo Betancourt. En 1960 se crea el primer foco guerrillero en La Azulita, Estado Mérida, liderado por Argimiro Gabaldón. En 1961 surge el “Frente Simón Bolívar” o “Libertador”, en las montañas de Lara. Sus comandantes fueron Argimiro Gabaldón, Carlos Betancourt, Juan Vicente Cabezas y Tirso Pinto. En 1962 surge el “Frente José Leonardo Chirinos” (Occidente), en las montañas de Falcón y Yaracuy. Sus comandantes fueron Douglas Bravo, Luben Petkoff, Elías Manuit Camero y Elegido Sibada (a) Magoya. En 1962 surge en Oriente el “Frente Manuel Ponte Rodríguez”. Fueron sus comandantes Alfredo Maneiro y el Teniente Héctor Fleming Mendoza. En 1963 surge el “Frente José Antonio Páez” (Llanos de Apure). Tuvo de comandantes a Adalberto González, Francisco Prada, Fabricio Ojeda y Ángel María Castillo. En 1963 surge el Frente “Ezequiel Zamora”, en la zona de El Bachiller, montañas del Estado Miranda, cercanas a Caracas. Sus comandantes fueron Alfredo Maneiro, Américo Martín, Moisés Moleiro y Fernando Soto Rojas. En 1966 surge el Frente Guerrillero “Antonio José de Sucre”, entre los Estados Sucre, Monagas y Anzoátegui. Inicialmente organizado por el MIR, posteriormente por Bandera Roja. Sus lí-

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deres fueron Carlos Betancourt, Américo Silva y Gabriel Puerta Aponte. Cobraba auge la ideología libertaria de Argimiro Gabaldón, de la guerra del pueblo en favor de la libertad. La toma de Humocaro, comandada por él en 1962, significó un hito en la historia de la lucha armada en Venezuela y de las reivindicaciones sociales a favor de los campesinos del país. La lucha guerrillera fue para él una forma de la lucha de masas. Sin la gente, sin el pueblo, decía, la lucha carecía de sentido. Su raigambre venía de sus vínculos con la tierra, con la gente. No era un acto improvisado, sino una concepción de lucha, de vida y de futuro. Chimiro murió trágicamente hace 50 años, en las montañas de Humocaro, estado Lara, pero su legado, su compromiso y su poesía siguen presentes para la consolidación del proceso Bolivariano y en importantes sectores del pueblo que aún buscan redención.

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Argimiro, poeta que se consumió en la lucha

Sobre Argimiro Gabaldón se ha escrito libros, revistas y unas cuantas cuartillas que están diseminadas en periódicos regionales y nacionales, en los que se resalta, entre otras cosas, su actividad política, social y su participación desde muy joven en movimientos revolucionarios de la época, donde actuó como militante de la libertad, con asombrosa resolución, llegando a organizar un numeroso grupo de campesinos en las montañas de Lara y Portuguesa, y a comandar un importante frente guerrillero, en circunstancias extremadamente adversas. Todas esos elementos son importantes a la hora de describir su personalidad, de hombre fuerte, capaz de abandonar la tranquilidad de su casa, de su hogar, para irse tras unos sueños que le carcomían el alma y la conciencia, pero muy pocas veces se ha hablado del Argimiro niño, campesino, soñador que correteó libre la pradera y vio cuando el padre, en su mula amarilla, se despidió de su madre con el pañuelo blanco en las manos para irse a la guerra. Chimiro veía que su padre se marchaba cada tarde y regresaba, agotado, sin decir a dónde o por qué se marchaba, pero presentía que se iba a la montaña a formar su ejército. Años después, cuando le toca a él partir a cumplir con su deber, explica a través de un poema por

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qué se va, y recuerda a su padre, quien sufrió cárceles y persecuciones en su lucha contra Gómez. Tampoco se ha hablado suficiente sobre el Argimiro hombre, con virtudes y defectos, como todo ser humano, sensible, que vivió y admiró la naturaleza, el paisaje y los ríos; padre que amó profundamente a su esposa y a sus hijos; maestro que fundó escuelas para los niños pobres del pueblo y educó con su ejemplo de nobleza y probidad; pintor que dibujó mundos etéreos y pinceló héroes en las calles para que, a través de sus consignas, siguieran libertando conciencias y pueblos dormidos; poeta que soñó mundos nuevos, que sólo serían posibles si el hombre invertía sudor y sangre en la lucha cotidiana. Un día conoció al gran Neruda, cuando éste visitara a su padre, el General José Rafael Gabaldón, en la hacienda Santo Cristo y, ya impregnado como estaba de la magia de la palabra, extrajo desde las profundidades de su dolor, puñados de frases atropelladas y en desorden, para que al ser lanzadas a los cuatro vientos se convirtieran en inspiración para la vida y la lucha que es, a nuestro entender, para lo único que sirve la poesía. La poesía de Argimiro Gabaldón es de una profundidad que no se podría entender si no se conoce el personaje y sus circunstancias. En este sentido, hoy queremos presentarles una selección de poemas escritos en el fragor de lucha, los cuales consideramos fundamentales en el conjunto de su obra. Luis Mendoza Silva

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POEMAS DE

Argimiro Gabaldón

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No permitas que tu dolor se esconda No permitas que tu dolor se esconda oblígalo a salir desnudo a que combata que empuñe el fusil y la granada que anime la marcha que estalle en un grito en el asalto que ría y que cante en la emboscada Tu pena y mi pena y la de todos es una sola pena militante armada es el fuego que arde en la alborada la revolución que avanza desbordada hacia el milagro de las cadenas rotas Y el gran sufrimiento se tornará alegría emergerá del fuego un mundo diferente será el llanto detenido y dejará la sangre de correr asesinada se esparcirá la risa y los niños puros como pájaros en vuelo llenarán los parques con sus gritos y nosotros estaremos allí, ¡seguro que estaremos! como una llama ardiendo eternamente Somos la vida y la alegría, en tremenda lucha contra la tristeza y la muerte

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Julián Torres Pasen señores, pasen, aquí no ha muerto nadie, apenas estamos velando a Julián Torres, un hombre del pueblo, un descontento, uno de esos a quienes asesinan a diario porque piensan, que no aceptan el mendrugo por las buenas, porque les quema la palidez de los muchachos y les incendia el alma la miseria. No era nadie, pero así era Julián con su sonrisa tierna, su corazón abierto como se abre el rancho a la sabana, uno de tantos que no son nadie, infinitamente más que muchos, que por mucho se tienen. Anoche lo mataron, le dieron todos los golpes por delante, tres tiros de fusil a quemarropa del rostro a los pies, quién sabe cuántos culatazos y en el suelo, los cobardes después de muerto, encima del charco de su sangre, lo infamaron a patadas.

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Dudaban de su muerte y se ensañaron, porque saben que su causa no se mata, porque crece con la sangre derramada y se hace fuerte con el aliento que se escapa. Señores, pasen, aquí no ha muerto nadie, el dolor de los hijos y la madre, el sabor amargo de la venganza, que satura nuestros labios y ese cadáver que allí se guarda no son cantos de muerte es la vida que resbala hacia adelante, es la historia que madura. Cómo se siente la sangre de Julián, cómo penetra en las arterias del pueblo, cómo su aliento se vuelve viento y empuja la marcha. Señores, cuando se vayan díganle a los asesinos, que la muerte de Julián ya se la hemos cargado a la cuenta y que la iremos a cobrar, que no hay plazo que no se cumpla, que olviden la palabra clemencia, que el futuro es nuestro y que la deuda completa han de pagar.

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Sin caballo se anda a tientas Ahora sin caballo ¿cómo andar? ¿En la cureña de un cañón? El caballo era de palo. Estaba hecho de mentiras hermosas como frutas de cera. Enjaezado de ilusiones. Con bridas de esperanza. A pesar de todo había una apariencia de marcha, de avance. Al borde del precipicio siempre. A dedos del abismo. Ahora el palo se ha trocado en astillas y la mentira ha quedado desnuda. Los arneses de la ilusión se volvieron humo impalpable. Las esperanzadas bridas se enredaron entre los dedos como hilos de una tela de araña. En el fondo del precipicio de las inconsecuencias, el jinete mira hacia el pasado y llama la cureña, pesada. Todavía blande la estaca pero se lacera la mano. Se siente el ruido cada vez más cercano, cada vez más bronco, cada vez más tenebroso, de la cureña que avanza, que viene desde el pasado. ¡Sin caballo se anda a tientas! ¡Los ojos de los cañones son ojos ciegos!

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A la hora de partir

(Recuerdos de mi padre, cuando fue a la guerra, ahora que yo me voy)

Yo partí hace muchos años, pero es tan difícil irse, que cada vez que amanece, parece de nuevo que nos vamos, y en el camino, en todos sus instantes, hay junto a nosotros algo terco, unido a la piel y a la sangre, que no nos desampara, eso es lo que se queda. Todo lo que se queda va con nosotros. Nosotros somos lo liviano, lo que salta, lo que corre, el camino y el recuerdo, la tupida tela que lo guarda. Puedo verlo todo, tú, yo, el hermano, la madre, su regazo tierno, el patio extendido y los árboles en fila, el macizo de las guafas, el rumor del río y los cerros elevándose hasta el cielo.

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Puedo oír tu voz, su risa, nuestro pleito… yo tenía razón, él tenía razón, y tú hacías que nos diéramos la mano y seguimos jugando. Yo no conocía el mar, pero miraba los ojos de mi madre. Yo no conocía el fuego, no sabía cómo quema, no conocía el placer de quemarse, pero tú cada tarde te marchabas, nadie decía dónde, pero yo sabía que te ibas a la montaña, nadie decía por qué, pero yo presentía muchas cosas. ¡Y era un comienzo de llama! Tú tenías un fuego y un niño rondaba la hoguera. ¡Hijo de braza quema! Yo iba contigo a la montaña Y regresaba cada mañana de mi sueño. Más tarde, cuando nos despedimos en el río, me quedé contigo para ir a la guerra, y en la ciudad lejana, en el bullicio de los recreos, me alcé contigo y luego fui a la cárcel. ¡Duros años aquellos! ¡No hay que olvidar que en muchos sueños los hijos viven cada hora de sus padres! Cuando se llegó la hora de partir,

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busqué tu huella, estaba en mí muy clara: un camino recto, una cuesta larga y dura. No importa lo que pienses ¡Te he sentido jadear a mi lado! No importa lo que digas. ¡He sentido en mi pecho tu aliento! Al irme no dije nada, tú venías conmigo, un nudo nos ataba más allá de las palabras, los nudos duelen, oprimen, pero unen. Lo que importaba era la vida, y tú la habías vivido para nosotros, la habías vivido para mí, la seguías viviendo para todos los que hemos partido. Yo conocí el secreto de tu vida: has vivido un camino muy largo después que mueras. Contigo aprendí a sacarme el corazón del pecho y sangrante tirarlo a la corriente, pisar sobre él y trasponer la herida y seguir amando al mundo como siempre.

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(1963)


En el camino Yo vengo de todos los caminos y estuve en todas partes, a pie o en sueños, da lo mismo, en alas ajenas o en mis propias alas, y he dejado en cada espina, en cada grieta, en cada tramo, un poco de mi carne y un tanto de mi aliento. Yo he abonado con mi sangre, derramada en sentimiento, la hierba lozana, la tierra yerma, el aire que circunda, el agua clara, y la luz sobre la piedra. Estuve en las raíces, donde la roca se consume y el oscuro mineral se ablanda. En el tallo herido, en las flores, en el polen que transportan las abejas, en la fruta madura y la simiente. Yo mordí la amarga poma y sorbí el zumo sin protesta. Oí la queja de las hojas, que arrancadas por el viento, van a dormirse en un lamento allí donde hace mundos de cristal el hervor de los pantanos. El acre olor de la lluvia, al romperse los terrones,

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estiró su garra tibia y se metió entre mis venas, marchó sangre adelante, a paso de fuego clandestino, quemándome la piel por dentro y las entrañas volviéndolas residuos. Mis pulmones se hinchieron salvajemente cuando fui hasta el aire, hasta la vorágine del beso, el resollar de los volcanes y el estertor de los dedos hechos nada, desde el abra de los senos hasta el océano tropical del vientre. Angustia… en tus riberas. No desespero, ni tampoco aguardo. No asoman aún las lágrimas aunque se estiren las penas. ¿Se van a romper? ¿Qué van a destrozar? Mi lamento busca el silencio, mi lamento se calla. Pero… escúchame, escúchame, sin embargo … y no preguntes nada. No preguntes, no lastimes, ya es suficiente. Calla, más bien. No habría respuesta, es el sorbo del agua en el desierto. Tu silencio,

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y la respuesta está en mi herida, allá donde la lágrima brota y el lamento es la callada, en lo que no se dice, porque sobra, y porque no hay abrigo, que lo aguarde. Óyeme siquiera, si quieres, a pesar de todo, estamos cerca. Podría sentir tu piel, palparla, el relente de tu voz negada, me golpea el rostro, el frío de tu mirada, me da miedo. Un solo segundo, quiero, si tú quieres. Cuántos pierdes, no estás guardando nada, también la mar se queda seca. Yo sólo quiero tocar las nubes. Mira, qué pequeño soy, como estoy en el fondo del pozo, no habré de hacer algún daño, mis manos son de rocío, ni tendré sombras, porque soy de sombra, mantendré quietos los dedos, pero mis dedos son espigas y no habrá brisa, no habrá, te lo juro. … es que estoy solo,

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tú no lo comprendes, con letra menuda, muy menuda, por Dios, te digo: no entiendes. Si tengo sed, qué tomo… sólo un sorbo. ¿Pero quién me lo da? Quiero que callen, que callen todos … si es que me duele la respuesta, por eso quiero que callen todos y tú, tú: no digas nada. ¿Para qué hablar? ¿Verdad? ¿Para qué vamos a hablar? Si conozco la respuesta. Yo sigo hablando, no me canso, me cansa el silencio, su nudo espeso me atora, es como una raíz profunda, una raíz de fuego, que me ata a la tierra, no deja volar mis manos, ni mis ojos vuelan… pero abiertos están mis ojos … se me salen … se me vuelan pero caen entre mis manos. Mis manos, mis manos, yo no siento mis manos, ni entre mis manos mis ojos.

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¿Qué se hicieron? Qué se me hicieron. Sólo hasta mi carne alcanzan mis manos, y la desgarran. Nadie sabe cómo duele esto. Ni yo le pido a nadie que lo aprenda. ¿Pero, qué es lo que yo pido? ¿Cuál es ese atrevimiento? ¿Dónde está mi descaro? Me doy, eso es todo, pero me doy por entero, mi mano, mi pecho, el aliento que aún guardo y toda la sangre que pueda brotar, si alguien me hiere. Por la herida me estoy dando y que mi sangre se confunda con el barro. Sin embargo, digo que no puedo hablar. Sin embargo, digo que no puedo hablar. Que no debo hablar, que debo quedarme en silencio, que debo poner las manos sobre mi boca, que debo apretar el corazón para que calle, que debo esperar ir a donde está mi madre, ella me aguarda, ella se escondió bajo la tierra y allá me espera. Ella también callaba y su llanto era en silencio

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pero su caricia era como un vendaval de alegría y caía como la lluvia sobre la playa seca y ardía como el fuego en el hogar invernal … pero yo no callo, sino que hablo y grito y me lamento. Mi madre aguarda… La tierra aguarda… el silencio. Hablo a la brisa que se ha de llevar mi soplo y esparcir por el mundo mi recuerdo, al mar que habrá de lavar mis penas y al sol que me ciega y me deja entre tinieblas. Pero hablo, hablo siempre, para que mis palabras hablen por mí, después que muera. ¿Quién soy yo? Nadie me conoce, Extraño a ti y al aire que respiras y extraño al recinto que te encierra, a mí mismo extraño… Quién me conociera. Me busco y no me encuentro, ni me encuentra nadie y si alguien que anda con la muerte me asomo y le pregunto, le pregunto desde cerca, le cerco con mis ansias … pero se queda en silencio y el silencio no responde.

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Todo se niega, todo se escapa, todo se encierra, sólo yo estoy por fuera suelto loco quieto y pienso que estoy muerto … no me llamen … silencio … aquí hay alguien muerto. Y los muertos hablan, y los muertos se enfrían y a la hora de llorar los muertos se quedan en silencio. Silencio, que está llorando un muerto, Calla, mujer, qué lágrimas amargas, qué lágrimas.

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(1963)


América en la encrucijada Canto a Fidel Castro desde el fondo de la patria, amargada tierra, vegetal adolorido, zumo de mil aspiraciones, desengaños y desvelos; desde el amor y la miseria y el hambre y la ternura, el odio y la esperanza que forman los estratos desgarrados de la vida; desde la abismada peña, desde el terrón partido por la azada, desde el rancho cubil de la muerte agazapada; desde el arroyo donde el agua cristalina, a golpes de beso de amargura aguijoneada, se volvió negra, desde la obscura noche del atol sin dulce, desde el amanecer sin pan y sin frazada; desde los linderos del llanto del niño abandonado, que se estira como una hebra y se adelgaza, y se rompe sobre el desolado filo de calle; desde el pozo de sangre de la calzada, que el obrero rebelde dibujara con el grito, el puño en alto

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y la roja bandera desgarrada; desde la profundidad marina, desde las cumbres de nieve coronadas, desde las llanuras por el sol y por los vientos circundadas; desde el negro pozo petrolero, desde el cafetal dormido, desde la mina de estaño y la planicie de salitre desolada. ¿Desde dónde no viene el grito? el grito emocionado a responder a tu llamada. Cuando tu grito tendió, FIDEL, a través del Continente, su hoja vibrante, y afila un violento vendaval de voces, contestó presente! Es la voz de llanos y de costas, de la nevada Cordillera, del Altiplano y de la Selva Amazónica; y del Itsmo seccionado y del volcán dormido; del golfo triste, de aceite inmaculado, del ancho río y del viento desatado. Como un filo de facón gaucho; como un resplandor de machete bananero,

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como un puñal serrano en oscuro bronce cincelado; como una flecha indiana de amargo sabor envenenado, como un solo golpe sobre el yunque de la carne, la voz de América unánime y resuelta te responde. Es la voz de Bolívar, de José de San Martín, de Tirantes, o de O ‘Higgins, de Hidalgo y de Morelos; es la voz de Artigas, de Mariño y de Martí. Es la voz recia y reciente de Sandino de Prestes, de Cárdenas, de Arévalo y Gaitán. Es la voz de la madre que amamanta el hijo; la voz del padre sobre el surco abierto, la voz del abuelo que acaricia el nieto; la voz del indio, del negro y del blanco, confundidos en un solo grito de entusiasmo. ¡Es la Rosa de los vientos que aúlla y destroza el pecho conmovido de todo un Continente! Es la voz de todo un mundo que cansado y rebelde se ha puesto en pie, y al duro velamen de esta barca redimida,

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hinchado por el aliento enardecido de los pueblos, rompe el fiero oleaje, camino al ¡porvenir, y cruje la madera remozada, y como locas tremolan las grímpolas y se mece enfurecida la mesana. ¡Adelante Capitán! ¡Hermano! ¡Adelante Capitán hermano! Tu grito es el grito de América la nuestra; es nuestro grito, atorado por siglos en el pecho, como duro y seco migajón de pan arrebatado. Te hemos escuchado como si nos hablara nuestro propio corazón; con la fe y la esperanza de sentir la sangre desatada. ¡Escúchanos siempre! ¡No cambies nunca el rumbo! Este grito que en América retumba, no es la obscura tolvanera del camino que retuerce el polvo y pasa; no es la huella del pez en el agua, no es el amor primero «que besa y se va», no es el trueno que dibuja en el espacio con luz sobre las nubes senderos a los rayos;

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ni la lluvia que sobre el tejado danza, danza y danza, mientras una rosa desmayada guarda el silencio de un libro cerrado; ni el resplandor del puñal enarbolado que en las noches del jolgorio abre fuentes a la sangre inútilmente, ni el llanto de la niña de los bucles de oro y las uñas pintadas, ni el llanto, de papel de los poetas en blancas torres encerrados. Es América, la nuestra, encabritada. ¡Quiere ser libre! ¡No más subyugada! Es Araucania; la fiera, la indómita Araucania. Es Anacaona con la soga al cuello echada. Es Guaicaipuro, una tea encendida, una fuente de sangre enfurecida, torbellino de amor por la tierra arrebatada. Es Guatimozín sobre rosas de fuego; es el Inca empalado, la perla y el oro robado, la virgen mancillada. Es el Rey Miguel

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de oscuro continente transportado; el de Buría con su reina negra y su obispo de carbón. Es la cabeza de España en jaula de hierro aprisionada, que en La Guaira no sembró miedo, sino odio contra las cadenas coloniales. Es sangre. ¡Sangre! ¡Sangre! Sangre en cien combates derramada por una ilusión siempre traicionada; muerta cada noche y cada noche renovada. ¡Ay, hermano! ¡Capitán hermano! En cada Patria nuestra, en cada palmo de esta tierra torturada, en cada pliegue del dolor en que se sume los que oyeron tu grito de amor y furia, ya habían gritado, y tu voz, tu clara voz es como el eco, unánime y profundo, que brota como el fuego del pecho de este mundo; y desde todos sus poros, por todas las grietas que en su carne

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han abierto la miseria y el dolor, hay una mirada atenta a tu mirada, a lo que digan tus labios, a lo que haga tu mano, a lo que anden tus pies; y está la carne toda, tensa dispuesta a la guerra si alguien se atreve contra el pueblo hermano. ¡Adelante Capitán! Vas por el camino. ¡Por nuestro camino! No es el Norte como piensan los cobardes, sangre de esclavos castrados, sirvientes de cerviz encorvada ¡No! Es el Sur, allí está la mano que se tiende al grito fundido de tu grito, la esperanza mezclada a tu esperanza; la fe en ti, en mí, en nosotros, la fe en nuestra América. Aquí al Sur estamos nosotros, los de Venezuela. ¡TU PATRIA!

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Los de Brasil. ¡TU PATRIA! Los de Chile. ¡TU PATRIA! Aquí están los de Bolivia; su estaño les sabe tan amargo como a tu pueblo su azúcar; y es tan cortante como el salitre chileno; tan áspero como la lana uruguaya; tan enervante como el café colombiano o la gris yerba paraguaya. Aquí al Sur. ¡A tu lado! ¡Junto a tu pueblo! Están los rotos, los huasos, los gauchos, los cariocas, los cholos, los charros y los llaneros, los petroleros, los bananeros, los mineros y los caucheros. Aquí, a tu lado, junto a tu pueblo, están los que para otros no valen nada. Los que en Carabobo, en Junín

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o en Chacabuco, llenaron de asombro la humanidad; los que han abierto con su carne los surcos de la Patria; y en ellos han sembrado la Libertad; los que cada vez que es preciso la riegan con su sangre y la abonan con sus huesos; los que no cobran sueldo cuando hay que por ella pelear. América es larga, América es ancha, América es alta y profunda, América es corta, quema, muerde, es amarga, es acre, obscura, insalubre, pestilente, pobre y desolada, América llora, grita, desgarra con sus uñas de salvaje, destripa con sus pesados pies de mil caminos, con sus rudas manos despedaza; su cabeza es dura como arista, sus entrañas desgarradas

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se truecan en furias de serpientes, su pecho lo acorazan el odio y el amor; el odio por la bota extranjera y el amor por la tierra pisoteada. ¡Grande es Nuestra América! ¡Adelante Capitán hermano! ¿Quién puede temer? Nosotros vimos nuestra América Combatir en tu Sierra Maestra; la vimos conquistar su Libertad arrancada a las garras del halcón. ¡Cuba! ¡Qué grande es Cuba! ¡Cómo ha crecido su pueblo! ¡Cómo se ha hecho gigante! Y Cuba es América, la misma carne, la misma sangre, el mismo látigo, el mismo yugo, la misma fe, y la misma esperanza. Nosotros vimos los indios de Bolivia, los cholos enfermos de tristeza, despertar de pronto como fieras, y aferrarse a su esperanza y abrazarse a su fusil, y adherirse a su mina,

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y a su tierra y a su miseria y a su orgullo de raza vuelta trizas. ¡Ah, no! El que les dio el nombre, los hizo libres y les dejó una herencia ¡LA PATRIA! Para sufrirla, para defenderla, para morir por ella o con ella, para amarla, aunque sea amarga, como buche de coca. ¡La vida! ¡Qué importa la vida! Ella vino sola y sola se va. ¡Cierto! Se quiere, se cuida, se mima, aunque sea sucia y llena de piojos, cargada de hambre y de frío; aunque pese como un fardo repleto de amarguras. ¡Pero se vive de pie! ¡No de rodillas! Nosotros vimos nuestra América en Caracas, una trinchera de desnudos pechos frente a los ojos negros de los negros fusiles de la Seguridad Nacional.

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Los hombres tiraban piedras que las mujeres cargaban; los niños regaban manifiestos que las niñas escondían donde aún no había brotado el núbil milagro de sus senos. La Universidad convertida en fortaleza; cada Liceo en un bastión. Mira la batalla de los cerros. la muerte danza en la Charneca, y en la Cañada de la Iglesia, y en El Guarataro, y en el Silencio, y en cada esquina y en cada puerta. Las balas rebotaban en las aceras y se aplastaban contra los muros, y abrían caminos a través de las sienes de los niños y los vientres de las madres; y las ametralladoras hacían dibujos abstractos en los pechos de los obreros. ¡Parecía una fiesta de carnaval el juego trágico de las balas! ¡Nadie lloraba! Las madres no atajaban a los hijos; los empujaban a la calle y marchaban con ellos. ¡Cómo creció en enero el pueblo de Caracas! ¿Por qué los atajan? ¿Por qué se empeñan Fidel,

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los cobardes a no ver sus pueblos? ¿Por qué como tú, no tienen confianza en su fuerza? Estos son pueblos gigantes, con enanos por jefes, pero con pueblos que paren y ya no verán sus frutos; tú eres un ejemplo, como ayer lo fue Bolívar, Sandino o Cárdenas o Prestes. ¿Te acuerdas de Bogotá? ¡Quién no se acuerda! Les mataron a Gaitán que era un grito de esperanza hecho carne, como una luz en la noche, tal vez solo una ilusión más; una de tantas. ¡Pero qué furia! ¡Qué vendaval de angustias trocado en destrucción! ¡Nos han herido en el deseo de vivir! ¡En la esperanza! Parecían que gritaban. ¡No hubo quien mostrara el camino! Hoy las cosas cambian. ¡Ya lo verán! ¡Ya lo verán los oligarcas! Que sepan todos ¡Que lo oigan bien! América quiere vivir

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¡Vivir de pie! ¡Y por eso muero! No te separes de tu pueblo, Fidel, ni tu nombre, que es hoy un símbolo en América, ya no te perteneces, eres el hombre de la calle, del rancho, del camino, del polvo que levantan los pies del campesino, de lo que suda el obrero, de lo que aspira el estudiante. Y si es preciso Fidel, regresa a tu Sierra Maestra, de ellas habrá mil en toda América. América despierta; que no lo duda nadie, no te dejes asustar que no estás solo; no te dejes traicionar, ni embaucar, ni domar, ni moderar, ni pulir, ni limar, ni comprar, ni vender, ni confundir. No te dejes afeitar, ni arrebatar el fusil,

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ni tu gorra guerrillera, ni tus campesinos, ni tus obreros, ni tus hermanos de América la Nuestra. Métete entre los tuyos; que hablen ellos de ti, no hables inglés, ni francés, ni ruso, ni alemán, habla tu lengua, ¡La lengua del pueblo! Te entenderán en todas partes. ¡Claro que te entenderán los pueblos! Todos tenemos una misma gramática: se escribe con dolor, con sangre, con miseria; nos habla de una sola esperanza, de un mundo distinto. Grita Capitán. ¡Grita fuerte! No importa que tiemblen los cobardes, que se refugien en los faldones de la levita de su amo. Tu voz es el eco de millones de gargantas. ¡Grita más fuerte! ¡JUSTICIA! Justicia para los que han sido agraviados por siglos de miseria.

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Tierra para el hombre de la tierra, comida para el que produce pan; un poco de dulzura para los que destrozan su vida entre las serradas hojas del cañamelar. Una página escrita con amor, que no sea engaño ni fuga, para los que juntan letras en la imprenta. Frazadas para los hijos de los tejedores; que vayan calzados los niños y vestidas las madres. Un hogar tibio para los constructores.

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(1960)


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