Ediciones FUNDECEM / Perspectivas

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Perspectivas



Trino Borges

Perspectivas


Perspectivas © Trino Borges © FUNDECEM

Gobierno Socialista de Mérida Gobernador Alexis Ramírez Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida FUNDECEM Presidente Pausides Reyes Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM Editor Gonzalo Fragui Diseño y cuidado de colección José Gregorio Vásquez Fotografía de portada Gonzalo Fragui HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito Legal: lf49120148003425 ISBN: 978-980-7614-17-7 República Bolivariana de Venezuela Octubre – 2014 Impresión Gráficas El Portatítulo, C.A. Mérida, Venezuela Impreso en Venezuela


A manera de presentación

Don Trino Borges es como Vallejo, se sienta a caminar. Es un andariego del conocimiento, por eso lo encontramos siempre tras los pasos de otros andariegos como Simón Rodríguez, Humboldt, Ulises, el Quijote o Miranda. Ahora nos llega con este nuevo viaje: Perspectivas, un libro que recoge una serie de artículos de diferentes épocas, sobre la poesía, el mito, el conocimiento, la prensa, el viaje, la historia, la literatura, entre otros temas permanentes en su interrogar. Anotaciones, pretextos, perspectivas, miradas nuevas, limpias, como mirada de niño campesino. Va a decir don Trino: “El tránsito por el conocimiento es un viaje por la tercera orilla. Es la metáfora de Guimaraes Rosa, el novelista brasileño. No es un andar físico. Es otra cosa. (…) El conocimiento responde a la expresión de Machado: Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Un camino que está lleno de complejidades, de dificultades, de encuentros y desencuentros. En muchos casos, sigue los pasos de la dialéctica. Por eso la meta nunca se agota, tampoco es cuantificable, roza más bien los contornos o los bordes de la infinitud”. Pero el conocimiento que busca don Trino no es el conocimiento libresco. Con Simón Rodríguez sabe que el conocimiento sin aplicación, que no se comparte, es mera y vacía erudición. Y entre todos los conocimientos que el hombre puede adquirir, hay uno que le es de estricta obligación: el de sus semejantes. -7-


Las grandes batallas de hoy son en el campo de las ideas, por eso don Trino dice que leer es combatir. La lectura como disfrute y como forma de conocimiento. No se trata simplemente de leer, se trata de apasionarse, de correr todos los riesgos de los viajeros, y no el leer sin peligro, “como astrónomos que jamás han mirado a las estrellas”, como dice el otro Borges, el Jorge Luis. Saludamos a don Trino, en sus 83 años, escritor preocupado por los problemas de la cultura, y le agradecemos por permitirnos acompañarlo en este viaje, su libro Perspectivas, y desearle que los nuevos vientos le den larga vida para que nunca deje de viajar. Pausides Reyes Presidente de FUNDECEM

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LA POESÍA

I Contrariando a un viejo lugar común, repetido hasta la saciedad, el poeta no nace, pues nada tiene que ver con la Genética, en todo caso, si de eso se tratara, se vincularía más bien con la Geometría, desde Euclides hasta Albert Einstein. El poeta se hace en la vida misma. Y todo lo cual porque su actividad tampoco es cosa de aprenderse en la escuela, en algún manual, ni en los talleres de poesía. Sin decir con esto, que sean inútiles tales gestiones. Pero sin embargo, lo determinante, porque genera la fundamentación esencial, es el tránsito vital-social, el abrirse camino caminando: “verso a verso, golpe a golpe”, como diría Antonio Machado. Una trocha en el hacia adentro, por todos los recovecos de la geología interior, pero igualmente en el hacia fuera, en confrontación con la cruda realidad del entorno. No tendría que ver con la inspiración como fluido bajado de un más allá inaccesible para el común de los mortales. Porque una probable verdad es que a medida que se descubre la vida en el trajín del diario existir, es posible que también se vayan dando los actos poéticos, que éstos broten como consecuencia directa de los pasos dados, acertados o frustrados. Porque no es cuestión de un allá fuera del mundo de hoy o de ayer, es la mismísima terrenalidad de todos los días, en sus habituales manifestaciones. Desde luego que sí hay que fijar hitos o señalar el cuándo en el transcurrir de los hombres, podría asomarse la idea de que serían los pueblos -9-


más antiguos, naturalmente los primeros pobladores del globo terráqueo y en el inicio del quehacer humano, cuando dichos habitantes develaban las cosas que los rodeaban y empezaban a ponerles nombres a cada una de ellas. Y entre ese originario preguntar sobre el porqué del universo que percibían, fueron apareciendo las primeras relaciones poéticas de la humanidad. Probable que así fue su comienzo. Y aún con los riesgos de un paralelismo, similarmente sucede ahora entre nosotros, guardando las distancias necesarias e imprescindibles, con los niños, cuando éstos comienzan con los hallazgos en el espacio social en donde están: la razón de ser de los objetos y su enlace con la existencia humana. Y entre el interrogar lo que aún ignoran y el asombrarse de lo que descubren o atisban, va surgiendo el lenguaje metafórico de los pequeños. II Quien no ha vivido, o no ha podido hacerlo, aunque su devenir se haya desenvuelto abundantemente, en lo mucho o en lo poco, de su cronología en años, no alcanzaría a ser poeta en la doble vertiente, ni como escritor ni como lector, es decir, en el activismo de la escritura o en la beligerancia de la lectura. O dicho en otra forma: que no hay otra vía que no sea al mismo tiempo única, que es la del vivir, en las dimensiones de la interioridad y de la exterioridad. O lo que es lo mismo: el haberse podido topar con el propio miedo, con la angustia, con el dolor en sus espacios subterráneos, con el amor en sus inmensas humedades impregnadoras. El haberse tropezado con la náusea de la cotidianía. O que la existencia misma, en alguna desalentadora ocasión, se haya reducido a una grieta apenas como extensión de movilidad. -10-


O que un amanecer se haya vuelto, en un momento dado, un sacudimiento radical, sin dejar ningún hueso fuera de su luz; o que un atardecer, en el fenecer de un día, haya podido desencadenar parecida situación. III Sabido es lo dificultoso que es definir a la poesía, por lo menos en lo que escolarmente se nos ha dicho que es la definición. Y que como tal siempre resulta una camisa de fuerza conceptual, por lo general de precaria convicción. Quizás por eso, más bien podría hablarse de lo que no es la poesía, o de lo que nunca ha sido, o de lo que ha intentado separarse o alejarse. Desde luego que no es ciencia, no es conocimiento científico. Ni le interesa serlo. Y aun cuando interpele incesantemente al mundo, aun cuando su desarrollo a través de todos los tiempos esté lleno, ante innumerables incógnitas, de tantísimos signos interrogativos, no busca realmente verdades. Las certidumbres en donde se apoya, tendrían duraciones breves, puesto que no pretenden eternidades. En todo caso serían sus lectores los que harían pervivir posteriormente sus aciertos más allá del poeta que los produjo. Tampoco es el poder en sus múltiples manifestaciones sociales. Puesto que la poesía, más temprano que tarde, entrará en conflicto con lo instituido. Y todo lo cual, por lo que es sabido, que el orden no importa cuál éste sea, termina por imponer una regulación, y por eso mismo deviene, en su forma desplegante, en hegemonía. Y dicha regulación puede ser lo político, o la opinión pública imperante en cada momento histórico, o los lugares comunes (los estereotipos que los conforman), o la codificación lingüística o la codificación -11-


cultural. Cada uno de ellos, o todos juntos, agolpados en una concurrencia de fines, que cercan al hombre. Y a sabiendas que lo que Occidente ha entendido por orden, en última instancia, es entrabante para el fluir del saber mismo. Y si es el caso de ubicar su espacio, la poesía tendría que ver esencialmente con la interioridad del ser humano, con lo que éste percibe y siente. Siempre que esta interioridad se entienda, no como aislamiento, no como desvinculación con el mundo, no como apartamiento. Comprendida más bien como hechura de la sociedad reinante, y como uno de sus resultados. Y no importa, importando, que ese interior esté constituido por grandes ausencias, y, por lo tanto, que esté lleno de muchos anhelos, como espejo o medida del mundo quebrante en donde le ha tocado vivir al poeta. Razón por la cual, la poesía no podría convertirse en espectáculo, ni ser dispendio entre las tantas carencias que asedian al ser humano actual, ni menos deslumbramiento epidérmico sin raíces en la osamenta de quien la sostiene. Por eso mismo, es que siempre será un reto, porque sus intentos son fundar enlaces no existentes en la conciencia humana. De allí que devenga en confrontación, por cuanto su marcha en los momentos contemporáneos es a contracorriente, por no encontrar acomodación en ninguna de las usuales prácticas sociales en circulación. Y sin embargo, aún con esos a pesares a cuesta, su transcurrir es indispensable para el equilibrio entre el afuera y el adentro, y muchísimo más, porque su existencia es uno de los poquísimos ámbitos en donde el hombre puede dignificarse a plenitud, con holgura, en instantes tan saturados de negación humana.

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IV Y no obstante, por lo ya dicho, de ninguna manera podría afirmarse que la poesía es un hecho excepcional, generado fuera del universo, y llevado a cabo por senderos especiales y por personas muy particulares. En absoluto. Alguien ha expresado que la poesía va hasta la esquina a comprar el periódico. Sí podría aceptarse que es un acto extraordinario, puesto que la vida misma lo es, y en grado sumo, en cualquiera de sus magnitudes, desde lo más sencillo hasta lo más complejo. Pero no por excepción, no por singularización de ninguna índole. Desde luego que la poesía es una práctica social, no cabe la menor duda, con raíces profundas en el seno de la sociedad a la que intrínsecamente pertenece. Obviamente es una de sus más genuinas manifestaciones aún con sus choques inevitables, o quizás precisamente por eso. Y por el hecho de valerse de la palabra y acometer la construcción de un lenguaje como vía para manifestarse, la poesía busca comunicar, no con el fin de proporcionar información alguna, ni datos de ninguna naturaleza, pero sí experiencia humana, porque en el fondo, su dirección es dar cuenta de los pasos del hombre cuando esos tránsitos se encuentran en los extremos de un clímax, en los puntos en que el arco de la vida parece llegar a su mayor tensión: ya en el dolor, ya en el amor, ya en la amargura o la decepción. V Y por último, también podría afirmarse que, a veces, en algunas colectividades y en determinadas fases históricas, al poeta le ha correspondido ser un aedo, como lo fue en las regiones del Mar Egeo en la remota Antigüedad; o ser un griot, en comunidades africanas del pasado; o un cantor de -13-


pueblos en ciertas épocas de América Latina y del Caribe. Y todo lo cual, con el fin de salvar una memoria humana, o los rastros o jirones de un andar, en peligro de sucumbir en el olvido. Es lo sucedido, por ejemplo, entre otras muchas obras, con la Ilíada, y la Odisea. Con el Gilgamesh, de Mesopotamia. Con el Cantar de los cantares, que venía del país de los Sumer y un buen día desembocara en la Biblia. Con el Sundyata Keyta, de las aguas del Níger africano. Y por qué no, con Omeros, de Dereck Walcott, con su tejido caribeño. Etcétera. En otras ocasiones, que es la mayoría de las veces, el poeta asume el papel de sacudir la conciencia humana, de abrir brechas en los adormecimientos sociales, de proyectar luminosidad en las zonas oscuras que se han ido formando a partir del atrofiamiento cultural de los sentidos, o de colocar detonantes en áreas de indiferencia social. Serían períodos de años críticos. Y es cuando surgen, en cada sitio distinto, con un desenvolvimiento poético determinado; cada quien con un manojo de palabras con las que se inventará un lenguaje, y desde el cual se asomarán proposiciones para la percepción del mundo.

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Del mito y sus derivaciones

I El primer saber del hombre fue el mito. Es inevitable que en esta nuestra discusión y exploración no remontarse así sea de pasada a ese estadio tan lejano de la humanidad. Nunca olvidar que siempre se ha entendido al mito, en su significación originaria, en su base antropológica y etnológica, como la explicación de un fenómeno natural, diferenciado éste de los fenómenos históricos. Es un concepto primario, y que obviamente no tiene por qué desplazar y menos ignorar, por lo tanto, a otras conceptualidades que han surgido por derivación y extensión del anterior, por ejemplo, la que usa Roland Barthes en Mitologías y en Del mito a la ciencia, o la que rueda por la opinión pública más generalizada, especie de doxa, cuando se clasifica o se descalifica algo, y se dice que “eso es un mito”, o se habla de “los mitos actuales”. Véase esta afirmación de Jeannette Abouhamad: “En ese hacerse haciendo, de una cierta manera, desvestirse de mitos y desenmascararse de ideología es un imperativo”. Ese paso desgarrante del discurso mítico al discurso científico, estructurados y relativamente autónomos de la realidad social que ellos representan, que los genera y con la cual ellos se realizan de un cierto modo, implica abandonar las falacias que disfrazan verdades para alcanzar verdades que corren el riesgo de devenir míticas.

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II Ese hombre de un pasado remoto, lejanísimo de nosotros, arcaico, si se quiere, se los llegó a inventar como una necesidad para poder vivir en el mundo. Allí, en aquella fase, el mito recogía a un conocimiento existente, y que el hombre había adquirido en relación con la realidad en donde vivía. A medida que ese hombre fue explorando lo que tenía por delante, a medida que fue transitando preguntas e interrogantes, ese ser humano fue conociendo. Y ese mito creado fue un inventario de la realidad: lo que existía para esa mirada. Con el mito, se estableció un conocer primitivo, y con lo cual se fundó el primer saber de la humanidad. Esto sucedió en todo el globo terráqueo, sin excepción. En todos los lugares de la tierra en donde estuvo la presencia humana. Este saber servía para explicarse a la tierra y a los cielos. Todo lo circundante quedó bajo la palabra del mito. III La otra referencia de saber, también preliminar, que brota casi inmediatamente después, es la épica, que es la explicación de un fenómeno histórico, de un acontecimiento sucedido dentro de un tiempo determinado. Con la épica, se fundó la epopeya. Pero lo épico siempre estuvo ligado a lo mítico, tanto se mezcló en su desarrollo, que por lo general es difícil separarlos. No hay epopeya que no esté saturada de explicaciones de fenómenos naturales, es decir, de versiones míticas. Lo mítico y lo épico conformaron un saber genésico en la historia de la humanidad. Son los primeros escalones de un largo proceso de pensares y sentires, una suerte de ontogenia del saber humano. Todo lo que el hombre necesitaba -16-


saber, estaba allí. Todas las explicaciones requeridas para vivir socialmente. Y ese ser humano se nutría, se amamantaba, de la palabra mítica y de la palabra épica. Como toda ontogenia, allí estaba la primera organización del pensamiento humano. Todo lo cual se conservaba en la memoria colectiva de los pueblos y descansaba en la palabra oral. Esto venía a constituir la tradición. Desde luego que ese saber mítico y épico no era un saber congelado, paralizado. En su ámbito había una dinámica, una dialéctica. Por esta razón, existen de un mismo mito, de una misma epopeya, versiones distintas. Las cuales se produjeron, se fueron generando a medida que una colectividad se fue desempeñando socialmente a través de un devenir histórico. IV La raíz de todo lo que vino después estaba en el mito. Cuando el mundo, la historia de la humanidad comenzó a deslizarse por cauces distintos, por fases diversas, el saber obviamente también se multiplicó, e igualmente se fue diferenciando de sus primitivos orígenes, y se fue distanciando de aquella palabra primera, a medida que se fue desenvolviendo por esos otros canales, que asimismo eran senderos de conocimientos, producto de otras exploraciones humanas. Lo que se llamó después filosofía; un saber que más tarde el hombre llamó así, tuvo su primitivo germen en el mito. Por cierto, uno de sus primeros conflictos, lo fue con la poesía. El saber en ese nuevo cauce, en su fundamentación, entró en colisión con el hecho poético. Esa es la razón de la reacción que se genera frente a las verdades que manejaba Homero con respecto a la vida de los dioses. La filosofía comenzó a -17-


plantearse otro criterio, resultado de otras preguntas y de otras exploraciones, y por eso chocó con el criterio de la verdad que manejaba la poesía homérica, impregnada de lo mítico. Porque ya aquel saber no satisfacía el nuevo interrogar del hombre. Y así la filosofía diferenció los criterios y asumió como verdad, como lo cierto, lo que ya comenzaba a manifestarse en otra ruta. Sobre la base anterior es que los poetas – es un lugar común recordarlo- quedaron expulsados de La República, de Platón. Lo que decían los poetas, según este otro saber, no encajaba en lo cierto, en lo que se fundamentaba esa República. Y, paradójicamente, Platón usaba un lenguaje poético para su desarrollo filosófico, y que en realidad fue el filósofo más cercano a la poesía, como lo sostiene María Zambrano. Pero su filosofía descansaba en un saber no mítico, por eso el conflicto aludido. Quizás valdría la pena aclarar que el roce no es entre filosofía y poesía, sino entre el discurso mítico presente en la epopeya y el discurso que había comenzado a erigirse en la filosofía. Lo que había entrado en un área de dudas y cuestionamientos no era la poesía en sí misma sino el mito, del cual se tomaba como verdad lo que allí se narraba. Lo que entró en crisis fue el criterio de verdad del mito, tomado al pie de la letra, lo cual estaba muy cercano a un mundo mágico, en el cual la historia de muchos dioses, la vida que éstos tenían dentro de esas historias, no resultaba ya paradigmática y, por lo tanto, no servía como tal para fundar un orden determinado y aspirado por la sociedad que le daba impulso a esa República. Es en ese punto en donde se da el conflicto. Es, desde luego, una primera división de un saber primario de donde surgió una línea divergente basada en otra óptica social. -18-


Una cita tomada de Thomas Alexander Szlezák, Leer a Platón, podría reforzar lo anteriormente afirmado y contextualizarlo: “Por un lado, Platón presenta al mito en una clara oposición al logos. Por otro, no se debe ignorar que, aparte de la claridad de la oposición semántica, Platón difumina conscientemente en algunos casos la frontera entre el mito y el logos”. Similarmente lo que sucedió con la filosofía se dio, pero por caminos diferenciados, en el campo de la literatura. Ésta tuvo su germen en el mito pero se desarrolló posteriormente a éste en forma aparte. Obviamente que la literatura no se quedó en el mito primigenio, pero tampoco se diferenció por divergencia de verdades. Sólo que hubo un movimiento, una dinámica dentro de la cual la literatura se fue desplazando en el tiempo, y de su movilización se desprendieron tantísimos cauces expresivos. Naturalmente que sí, que lo que conocemos hoy como literatura, en sus más variadas manifestaciones, en las distintas vías que se abrieron, todo eso proviene del mito. En aquella área estuvo su núcleo generativo. Por ejemplo, lo que hoy conocemos como narrativa contemporánea, cuentos, novelas, todo eso se derivó del mito. Y sin embargo, cuántas diferenciaciones que se han dado hasta hoy. Esa es la razón por la cual, Nadine Gordimer cuando recibió el premio Nobel, en 1991, lo recordaba: “Por medio de los mitos, los narradores de tradición oral, los antepasados de los escritores, empezaron a explorar a tientas y a formular estos misterios, usando los elementos de la vida cotidiana –la realidad observable- y la facultad de la imaginación -el poder de proyección hacia lo oculto-, para elaborar historias”.

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Pero asimismo sucedió con el saber que hoy conocemos como ciencia. Como igualmente el saber relacionado con el uso de la técnica: la fabricación de los instrumentos y sus usos, todo estaba señalado, su elaboración y la manera de manejarlos, estaba en el mito. Es decir, todo venía de esas primeras palabras fundadoras que el hombre se había inventado tiempo atrás. V Habría que decirlo, el mito es patrimonio de la humanidad. Por esa razón nunca ha podido ser borrado totalmente de su historia, por eso se revierte permanentemente. Desde luego, como producto de las propias crisis de saberes que se fueron originando en distintas épocas, el mito no pudo ser la vía única del conocer en esa concepción primaria, en aquella lejana circulación social. Por lo cual perdió vigencia, por cuanto vinieron otras formas productoras o portadoras de versiones sociales del mundo. El hombre se llenó de otras preguntas, ya que el ser humano había continuado explorando a esa realidad que lo acosaba, y que ahora lo hacía con otras interrogantes, y por eso el resultado fue el aparecimiento de otro conocimiento distinto. En ese sentido específico, el mito ya no era un arma contundente, única, para pensar. Por esa razón, para otras preguntas, surgieron otras explicaciones, y desde allí se fundaron otros saberes. Cuando sobreviene el Renacimiento, el campo cognoscitivo se amplía grandemente. A partir de ese lapso se va a definir de manera muy precisa el estatuto de ese conocer reinante. Todo lo que vino después del siglo XV fue de gran sacudimiento para el pensar humano. Uno de esos aconteceres fueron los viajes de descubrimiento, los viajes marinos, -20-


por el mundo entero. El globo terráqueo se amplió para el hombre, para su percepción. Entonces la ciencia, como ámbito de otro saber específico, creció mayoritariamente con esto. De allí lo que establecieron René Descartes y Francis Bacon, en el XVII, para nombrar sólo a dos. Como igualmente lo que propusieron los enciclopedistas del siglo XVIII. La ciencia se impulsó significativamente. Y por ese camino llegamos a nuestros días. Y sin embargo, a pesar de los tantos siglos transcurridos, y los ya largos y transitados caminos del conocer, el mito no logró borrarse definitivamente de la humanidad. De su pasado quedaron huellas, vestigios, signos, que continuaron viviendo en otras épocas y persistiendo en culturas distintas. Y esas señales en movimiento, que venían de los lejanos mitos, se redefinieron en otros contextos y continuaron circulando, generando a su vez versiones del mundo. Por ejemplo, un nivel que no pudo desaparecer fueron las denominaciones de muchos de los astros del firmamento. Y aún cuando hoy existan tantos nombres nuevos o recientes, que se propusieron del Renacimiento hacia acá, quedaron aquellos vocablos de Marte, Mercurio, Saturno, Urano, Venus, Neptuno, etc. Pero igualmente están las expresiones en el lenguaje de hoy: lo apolíneo, lo dionisíaco. O metáforas cargadas de una significación semántica como Orfeo, Eurídice. Y valga esto asimismo como referencia: hace poco Jacobo Borges desarrolló un trabajo de creación en el campo de la pintura basado en el mito del diluvio, y lo llamó: “El cielo se vino abajo”. El mito del diluvio está en la Biblia, pero anteriormente ya había sido desarrollado en Mesopotamia, en el país de los Sumer, como igualmente se podría localizar en Grecia, en China y en Venezuela, con Amalivaca. Ahora, -21-


Jacob Borges, el pintor, en su reciente exposición en Caracas, en 1998, lo retoma y le da otra lectura, en el marco del mundo de hoy. Es decir, el mito del diluvio sigue vivo, en otro contexto, en una resemantización, que obviamente no es la primigenia, pero que sirve para satisfacer necesidades contemporáneas. Ya no es el mito, sino el uso de su metáfora. Es cierto, el mito en sí mismo, en su concepción de su origen primero, no tendría ya nutrientes para continuar existiendo, para que su vigencia mantuviera la fuerza de su tiempo primitivo, pero queda el vestigio, queda la metáfora con su fuerza semántica, como una especie de recipiente. Y Jacobo Borges lo que hizo fue trabajar el diluvio en la plástica, en un contexto actual, de fin de siglo XX. Así la metáfora mantiene su impulso y continúa guardando en su seno grandes posibilidades significativas. En sí mismo, se convierte en un espacio disponible para la cultura, para la mirada del hombre de hoy. Válido también es el señalamiento de que Beltrand Russell, para hablar del desarrollo científico, en un libro de 1923-1924, apela a una palabra, para titularlo proveniente del mito: Ícaro o el futuro de la ciencia. (Monte Ávila) VI Para intentar explicarnos actualmente esa recurrencia de los mitos, ese volver continuo a sus planteamientos primarios, se podrían tomar algunas citas como horizonte referencial: a.- De Mircea Eliade: “Los mitos relatan no sólo el origen del Mundo, de los animales, de las plantas y del hombre, sino también todos los acontecimientos primordiales a consecuencia de los cuales -22-


el hombre ha llegado a ser lo que es hoy, es decir, un ser mortal, sexuado, organizado en sociedad, obligado a trabajar para vivir, y que trabaja según ciertas reglas. Si el Mundo existe, si el hombre existe es porque los seres sobrenaturales han desplegado una actividad creadora en los “comienzos”. Pero estos acontecimientos han tenido lugar después de la cosmogonía y de la antropogonía, el hombre, tal como es hoy, es el resultado directo de estos acontecimientos míticos, está constituido por estos acontecimientos. Es mortal porque algo ha pasado in illo tempore. Si eso no hubiera sucedido, el hombre no sería mortal: habría podido existir indefinidamente con las piedras, o habría podido cambiar periódicamente de piel como las serpientes y, por ende, hubiera sido capaz de renovar su vida, es decir, de recomenzarla indefinidamente”. b.- De Mijail Bajtin: “No existe ni la primera ni la última palabra, y no existen fronteras para un contexto dialógico (asciende a un pasado infinito). Incluso los sentidos pasados, es decir, generados en el diálogo de los siglos anteriores, nunca pueden ser estables (concluidos de una vez para siempre, terminados). Siempre van a cambiar renovándose en el proceso de desarrollo posterior del diálogo (…). Existen las masas enormes e ilimitadas de sentidos olvidados (…) en el proceso, que recordarán y revivirán en un contexto renovado y en aspecto nuevo. No existe nada muerto de una manera absoluta: cada sentido tendrá su fiesta de resurrección. Problemas del gran tiempo”. c.- De Nadime Gordimer: “Son muchas ahora las explicaciones probadas que corresponden a los fenómenos de la naturaleza, y de algunas de -23-


las respuestas surgen nuevas cuestiones sobre el ser. Por eso, el género del mito nunca ha sido totalmente abandonado, aunque tendemos a creer que resulta ya arcaico. Si el mito ha quedado, en algunas sociedades, en el cuento del niño que se acuesta para dormir, hay lugares en el mundo, protegido por bosques o desiertos de la megacultura internacional, donde sigue vivo para ofrecer el arte como sistema de mediación entre el individuo y el ser”.

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El interrogar permanente

I Un viejo lugar común diría que el preguntar es el principio del conocer, puesto que quien se conforma con las respuestas establecidas -así lo sostenía Bachelard- ha dejado ya de aprender, y ha entrado en una etapa de paralización y va camino a la crónica resignación frente al mundo que lo rodea. Lo afirmaba Simón Rodríguez, en un momento de su existir, en relación con la escuela, ese sitio por antonomasia de la interrogación, es decir, de la inquietud: “que los alumnos debían de ser preguntones”, con lo cual estaría refiriéndose al ser social protagónico de ese habitual habitante de las aulas. Como igualmente llegó a expresarlo el sabio Enrique Tejera, el fundador del Ministerio de Salud Pública en tiempos de López Contreras, al señalar que “un científico es un adulto en quien se ha prolongado el preguntar de los niños”. Y en ese constante por qué está el inicio elemental de la problematización de lo que recibe de la realidad y que, en el fondo, es el comienzo de toda indagación, de toda exploración, para intentar quitarle el velo que cubre a lo desconocido, o lo que se ha ocultado a la observación, o lo que intencionalmente haya sido escondido de la mirada de los hombres. Esto último, en alguna forma lo dijo T.S. Eliot: “Nunca dejaremos de explorar Y al cabo de nuestros descubrimientos -25-


Regresaremos a nuestro propio puerto Y al fin lo conoceremos”

II -¡Y si una determinada percepción científica ha resultado más bien empobrecedora de la realidad, por la visión reductora, excluidora? ¿Y si esto ha contribuido a empequeñecer al mundo? -¿Y qué implicaría la afirmación de Ilya Prigogine, de que la ciencia aún estaría en la prehistoria de su existencia? -¿Qué se entendería al sostener que la química, que la física, para nombrar, por los momentos, sólo a dos espacios del quehacer científico, deberían de ser desarrolladas en una perspectiva humanística? ¿Qué envolverían actualmente dichas humanidades? -¿Cuáles son los conflictos de la ciencia con la ética? ¿Para qué entonces conocer: para la dominación, para el control de la humanidad? ¿El saber es sólo cosa de poder, según el criterio usado por Michael Foucault? Por ejemplo, siendo conocimientos ambos, con tecnologías distintas que los impulsan, ¿en qué se diferencia, y no sólo en su aspecto físico, sino igualmente en el uso social, una flecha lanzada por un pemón o un yekuana, de un misil, de los muchos que fueron arrojados en los 90 en la “Operación Tormenta del Desierto”, o en la reciente guerra de Kosovo? Y no se piense que la diferenciación es cosa elementalísima, bien podría contener una complejísima interrogante para la historia de la humanidad. -Todo lo que comienza a decirse en nuestros días acerca de los grandes descubrimientos genéticos del genoma humano, ¿qué tiene que ver con el hombre propiamente? Lo que se anuncia con tanta euforia, ¿qué dirección estaría señalando: -26-


hacia el mercado globalizante, hacia el dominio (político y económico) del cuerpo, como una suerte de propiedad privada de las transnacionales de las medicinas, o se vislumbra con ello un horizonte lejano, en el cual la humanidad no siga siendo el campo actual del “vigilar y castigar” (Foucault) del “vender y comprar”, del “cómprelo y bótelo”, es decir, otra perspectiva utópica distinta a las ya muy trajinadas hasta el día de hoy? -¿Se habrá ocupado alguna vez la Biología de la vida, para ser fiel entonces a su raíz etimológica, de bios y logos? ¿Podría ser definida la vida desde esos predios? -Y si nos acercamos a lo aparentemente simple: ¿Podría saberse por qué el agua moja? ¿Por qué los pájaros cantan? ¿Para quién brillan las estrellas en el firmamento? -Y si volvemos al uso de un desdén muy manoseado: ¿por qué el arte ha sido considerado inútil? ¿En relación a qué? ¿El porqué de esa concepción de utilidad para la valoración de un campo social (la ciencia) y la descalificación de otro menester igualmente social como son las manifestaciones artísticas? ¿Qué oculta tal visión? ¿Cuál ser humano quedaría prefigurado dentro de dicha perspectiva?

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El hombre: vías de conocimiento

“Ver el mundo en un grano de arena Y el cielo en una flor silvestre, Sostener el infinito en la palma de la mano, Y la eternidad en una hora” William Blake

I Tiempos de génesis. Esos primeros saberes humanos aún titubeantes. Esas primarias exploraciones del hombre. Una palabra que habla de los nacimientos. Las designaciones adánicas. Las fundaciones de lo que se establecía. La invención del mundo y de los dioses. Aquellas cosas descubiertas que asombraban. La poesía estuvo presente en el mito, en aquellos lejanísimos tiempos, en esa convivencia intrínseca con el saber que estaba naciendo en ese horizonte auroral de la historia humana. La poesía era parte esencial de esa primaria percepción del mundo. Su presencia convalidaba esos genésicos hallazgos, esos primeros conoceres, que el ser humano intentaba edificar. De allí que entre esas indagaciones cognoscitivas y la poesía no había propiamente colisiones, ni siquiera diferenciaciones. Eran concurrencias hacia un mismo fin. Para la mentalidad de ese hombre, el pensar mítico del cual se valía para comprender su universo, el que lo rodeaba, era una totalidad, una vía sin compartimientos separadores, en donde la palabra recién inaugurada, recién ensayada, era una sola: la que aprehendía, la que apresaba las cosas, la que -28-


designaba, la que permitía que ese mundo fuese habitable social y culturalmente para esa humanidad incipiente. Y esto sin perder de vista, que son momentos de oralidad, en esos pueblos ágrafos, de cuya memoria colectiva se nutrían todos los miembros de una comunidad, y que era una suerte de biblioteca en donde se guardaba celosamente el testimonio de un vivir social y las herramientas mentales necesarias para las elaboraciones culturales. II Las primeras divergencias nacidas y alimentadas por el interrogar humano constante. Rutas que comenzaron por aparecer. Nuevas preguntas, nuevos tránsitos que configuraban distintas lecturas del mundo. Las aguas del río heraclitiano clarificando la mirada del hombre. Y sin embargo, mucho tiempo después, los caminos que se abrieron paso, condujeron a un resultado final: las grandes separaciones del saber. El conocimiento que se fue recluyendo en las especialidades. Las atomizaciones que surgieron. Las reducciones aislantes. Y a pesar de que de su núcleo generativo, que fue el mito primigenio, y como consecuencia de un juego dialéctico, por diferenciaciones que fueron dándose y por contradicciones que brotaron, se desprendieron algunas vertientes de su seno. Eran éstos los saberes que salían en la búsqueda de espacios para sus despliegues y en persecución de demarcaciones para sus corporeidades. Estos eran senderos para el debate y para la acomodación de nuevos contenidos y expresiones. Dentro de esa dinámica aludida, la poesía tomaría su rumbo y la filosofía el suyo, en una bifurcación; y más tarde, del siglo XVII en adelante ya en nuestra era, la ciencia, lo -29-


que empezaría a llamarse con su nombre, abría su trocha aparte: con otra razón a cuesta, con otro porqué. Una flecha dirigida hacia otro blanco. A partir de allí, con la Ilustración del XVIII y sus grandes impulsos que se prolongarían en el XIX, la brecha científica, como conocimiento, se ampliaría tanto que llegarían a fijarse casi todos los contornos de su futuro: no sólo sus alcances, también su doctrina sustentante. Con lo cual la ciencia, ya tan suficiente de sí misma, parecía no necesitar ni de la filosofía ni de la poesía, no obstante haberse dado en el pasado aquellos vínculos que ya se habían olvidado. Y por eso, ahora, en esta otra época, le bastaban sus predios para moverse holgadamente. Y así fue creando sus propias certezas, sus exactitudes: eufórica en sus descubrimientos y robustecida en sus aciertos. Puesto que toda su armazón respondía a unos parámetros que lucían inquebrantables en sus enunciaciones, porque había logrado, en sus avances extraordinarios, erigir una realidad para su discurso, en el que se ponía de relieve su evidente solidez. Y porque los principios deterministas en los que fundaba su razón de ser, le auguraban un desplazamiento venidero sin tropiezos. Y en la percepción social, en la confianza general que había despertado, la ciencia comenzó por hacerse de una aureola prestigiante: la esperanza de la humanidad estaba en su saber. Y entonces pasó a ser la viva imagen de la luminosidad. No fue casual que el XVIII se llamara el Siglo de las Luces, ni tampoco fue obra del azar, que en un después, en el transcurrir del XIX y principios de XX, el decir conocimiento era como decir ciencia, como si lo científico fuese lo único válido que garantizara lo cierto en la percepción de toda realidad.

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III La crisis de los saberes en el siglo XX. La llamada fractura de los paradigmas. La estructura de la ciencia clásica, la que se originó en el XVII y el XVIII ya se tambaleaba. Y sin embargo, más temprano que tarde, ese panorama tan atrayente asomado, se iría paulatinamente erosionando en el siglo XX, en la denominada crisis de los saberes. Y todo lo cual, porque ninguna producción humana se queda detenida indefinidamente en la contemplación de sus logros. Precisamente el interrogar permanente que se plantea el hombre puede transformar en duda, o volver cuestión conjetural, lo que por largos años se hubiese mantenido como verdad o como axioma. Fue, por ejemplo, lo que sucedió cuando comenzó a vislumbrarse, después de haberse sostenido lo contrario, que el universo conocido, nunca había sido una máquina, no era un sistema de relojería, porque su funcionamiento físico no respondía a principios mecanicistas. Asimismo llegó a saberse que las leyes que lo explicaban ni eran eternas, ni tampoco inmutables. Fue entonces también cuando en la captación de los fenómenos naturales se manifestaron conceptos distintos que contribuiría a resquebrajar aquella visión anterior, fue cuando se habló de fluctuaciones, de azar, de inestabilidad, de probabilidades, de irreversibilidad, tanto en el universo en general como en la naturaleza en particular. Y más recientemente, se daría el descubrimiento de la inestabilidad dinámica, asimismo llamada teoría del caos. Con lo cual se alteraba notablemente en sus fundamentaciones todo lo existente; y aquella ciencia del XVII y XVIII, quedaba prácticamente muy atrás, porque había -31-


sido rebasada por lo que podría llamarse el inicio de una nueva ciencia, que es lo que sostiene Prigogine, entre otros. Eso estaría explicando el porqué de las palabras que dijera en1986, James Lighthill, para esa fecha presidente de la Unión Internacional de Mecánica Teórica y Aplicada: Aquí debo formular una proposición, hablando nuevamente en nombre de la gran fraternidad mundial de quienes se dedican a la mecánica. Hoy tenemos plena conciencia de que el entusiasmo de nuestros antecesores por los maravillosos logros de la mecánica newtoniana los llevó a hacer ciertas generalizaciones en esta área de predictibilidad, en la que en general tendíamos a creer antes de 1960, pero que ahora reconocemos como falsas. Deseamos pedir disculpas colectivas por no haber encaminado en la dirección adecuada al público culto en general, difundiendo ideas sobre el determinismo de los sistemas que se atienen a las leyes del movimiento de Newton, ideas que después de 1960 demostraron ser incorrectas.

IV Un regreso actual, de encuentros, de diálogos, de interrelaciones. Una recuperación, en una resemantización de tiempos de hoy, de muchos signos interrogativos que han venido rodando en la historia de la humanidad, y que ahora parecen recogerse dentro de otra óptica. En los presentes momentos se están dando algunas vertientes de pensamiento, es decir, nuevas rutas, que plantean una distinta perspectiva. Dentro de la cual, las separaciones que se habían cultivado antes, con tanto afán y persistencia -Ramos Sucre habló de un conocer recluso y miope-, pierden todo su sentido originario que las sostenían. Ya que habían -32-


surgido otras necesidades humanas, que apuntaban hacia otro horizonte, probablemente éste mucho más complejo, pero lleno de sorpresas y de enigmáticos hallazgos. Y que por lo cual, todo lo habido tendría que revisarse. Todo, sin excepción. Puesto que los divorcios que se daban en las consabidas maneras de conocer, y sus consecuencias, en sus respectivos aislamientos, sólo habían conducido a reducciones en la forma de leer, de interpretar al mundo. Dentro de esa dirección mencionada, es desde donde Octavio Paz, diría en La llama doble, 1993: Las preguntas que hoy se hacen los científicos se las hicieron, hace dos mil quinientos años, los filósofos jónicos, fundadores del pensamiento occidental. Sometidas a la rigurosa crítica de la ciencia, estas preguntas hoy regresan y son tan actuales como en los albores de nuestra civilización. Ahora bien, si las preguntas que hoy se hacen los cosmólogos son las mismas del principio: ¿los son sus respuestas?

Como igualmente afirmaría Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química en 1977, en su obra ¿Tan sólo una ilusión?, 1993: Aún estamos inmersos en el proceso de reconceptualización de la física y todavía no sabemos a dónde nos llevará. Pero sin duda se abre con él un nuevo capítulo del diálogo entre el hombre y la naturaleza. En esta perspectiva el problema de la relación entre ciencia y valores humanos puede contemplarse desde una nueva óptica. Un diálogo entre ciencias naturales y ciencias humanas, incluidas arte y literatura, puede adoptar una orientación innovadora y quizás convertirse en algo tan fructífero como lo fuera durante el período griego clásico o durante el siglo XVII con Newton y Leibniz.

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Y en un acercamiento con lo que fue el primer saber del hombre, Gianfranco Spavieri expresaría en Los fragmentos del arco iris, 1998: Lo inefable y lo absolutamente inconocible, pueden ser percibidos sólo intuitivamente y emocionalmente en el silencio precedente a las palabras y más allá del pensamiento. Desde ese punto, el sendero del mito, la palabra primitiva que transforma a la emotiva intuición original en el lenguaje elaborado, conduce a la ciencia, al arte, a la literatura y a la poesía, no a través de su dilución en la sofisticación, sino a través de la inspiración de un mundo visionario y fantástico donde el mito se convierte en una revelación personal.

De esta manera, la contribución cardinal de la ciencia, no obstante su ambición de alcanzar el conocimiento último por medio de la razón, no consiste en la sofisticación intelectual de las teorías o en los beneficios de la tecnología, sino en su poder de revelar las inagotables tramas de la naturaleza y, más significativamente, de explicar y crear nuevas maravillas y misterios, ingredientes necesarios para devolver a nuestras vidas el sentido de esperanza y restablecer la lógica de lo mágico?

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Desde las legiones de la prensa

I Un ejercicio de escribir signado por el cotidiano acontecer, por el inevitable devenir, por la fugacidad de cada punto y coma. Sin embargo, “el periodismo, por encima de todas las cosas, es precisamente eso -diría en 1989 Pedro Francisco Lizardo-, una manera de estar y de vivir. Una concepción, si se quiere, generosa y dramática del ser en conflicto con la propia realidad”. Luis Alberto Crespo en el 2000, lo calificaría como el oficio de la angustia. Y lo que son las cosas de la vida, a Enrique Bernardo Núñez (1895-1964), tempranamente se le encuentra en un intento de periodismo: un órgano juvenil divulgativo, Resonancias del pasado, que fundara en Valencia, en 1909. Su primer asomo. No obstante, es como si con el nombre escogido se estuviera anunciando una trocha posible de regentar. En Caracas, más tarde, entrará de lleno en el menester. Antes de 1918 estaba laborando en El Universal. Y después serían, en el venidero transcurrir posterior, más de 40 años de esa “casi febril actividad”, según la expresión de Oswaldo Larrazábal Henríquez, hasta que cesan estos afanes en las vísperas de su muerte, en 1964. Un larguísimo recorrido esa práctica, tránsito fecundo por los principales diarios y revistas del país: en El Universal, El Nuevo Diario, El Heraldo, El Imparcial, El Diario (de Carora), El Impulso (de Barquisimeto), El Nacional, etc.; en Actualidades, Billiken, Revista Venezuela, etc. -35-


Y como manifestaba el autor de Canción de agua clara: “Un permanente indagar lo que somos y lo que seremos más allá de las vicisitudes”. Puesto que su gran preocupación era esa. Lo que sostenía declarativamente en 1963, en Bajo el samán: “Venezuela ha sido el tema por excelencia, el motivo esencial, el gran mito. Un tema que cada día me parece inédito”. Y con qué énfasis, aun dentro de una expresión modesta, mostraba lo que había sido mayoritariamente la ocupación de su escritura. Toda una definición, en sí una toma de conciencia de lo que era ese ministerio suyo, asumido con tanta fuerza en el pensar y en el sentir. Lo mencionaba en 1948, en el discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia: “Yo, en cambio, vengo de las legiones de la prensa. Mis trabajos de historia tienen más bien carácter periodístico, informativos para los de mi generación. Sería, pues, del caso hablar aquí del papel que ha desempeñado esta maestra de los pueblos. La prensa, sí no abandona su misión, si no la mistifica, es el más eficaz instrumento en la creación de un país. Por lo mismo, la mejor forjadora de historia. Típicos ejemplos pueden hallarse en el Correo del Orinoco y en la Gaceta de Caracas, dirigida por José Domingo Díaz. El primero hace historia, la segunda se propone detenerla o desconocerla”. Una proposición como ésta que se adscribe, en una articulación, dentro del horizonte con que se abrió ese periódico de Angostura, en el editorial de su primera salida (27-06-1818): “Somos libres, escribimos en un País libre y no nos proponemos engañar al Público”. Tremendo contraste en ese lapso con los impresos de José Domingo Díaz que oscilaban entre el panfleto y el pasquín, ésta una forma obsesiva de desacreditar a una república aún incipiente, y con lo cual defender denodadamente al imperio -36-


español, y que lo hacía un venezolano nacido y criado en estos suelos patrios. II Indudablemente que los pasos de Núñez no se formaron en los claustros universitarios. Alguien diría que carecía de certificación académica. Lo que, al parecer, no fue una carencia capital en su mortal existencia social. Una vez quiso cursar Derecho en Caracas. “Pero dejé los estudios -le confiesa a Ida Gramcko en una conversación-, por la superabundancia de doctores. ¡Me salvé! Acaso hubiera sido hoy un abogado petrolero”. Con los consabidos obstáculos de rigor, en el trajín diario, venciendo dificultades a granel, se hizo periodista. Naturalmente que lector voraz en cuanto libro hubiese, pero igualmente tenaz intérprete de todo lo que acontecía en nuestra geografía y de lo que acaecía en el mundo, pues habitante de la Tierra era. Siempre bien informado, enterado ampliamente de la contemporaneidad viviente. Conocido suficientemente en los predios del ambiente intelectual nuestro, en los espacios del diarismo caraqueño. A tres columnas les dio calor: “Signos en el tiempo”, la de más larga duración, en El Universal, se inició el 06-09-1933, con una crónica titulada “El Centenario de la muerte de Atahualpa”; la otra sección, “Relieves” en El Heraldo, comenzó a circular el 05-08-1936, con “Selva y desierto”; y por último “Huellas en el agua”, en El Nacional, aparecida por primera vez el 19-01-1954. En el rotario de Luis Teófilo Núñez, firmó con sus iniciales, EBN; en “Relieves”, con el seudónimo Cardón; y en Puerto Escondido, en el patio de los Otero, con su nombre completo.

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Como era de suponerse, nunca le sacó el cuerpo a la discusión abierta y franca, por lo mismo no se refugiaba en la cómoda evasión, y menos se adaptaba miméticamente a la cambiante dirección de los vientos. El periodismo suyo propiciaba el debate, como parte de un deseable foro nacional. Por eso es que con tanta frecuencia estaba en la palestra expresando sus divergencias, saturadas de inquietudes, con opiniones distintas a las que estaban circulando usualmente. Eran estos criterios resultado de su visión frente al mundo. Así lo fue, por ejemplo, en noviembre de 1939, con motivo del gran incendio de Lagunillas de Agua. El Universal lo había enviado a la región zuliana a cubrir los sucesos. Gestión ésta que se transformó en 9 artículos, plasmados en su sección “Signos en el tiempo”. Y esa fue razón suficiente, para que aparecieran diversos desacuerdos como éstos: No es con lacónicos comunicados, de carácter inapelables, ni protestas alteradas con los que debe satisfacerse la opinión pública. Queda por averiguar de manera que no quede adarme de duda si las Compañías tuvieron o no la culpa del incendio. Si cumplían o no con las leyes venezolanas. Si hubo negligencia por parte de las autoridades respectivas en hacerlas cumplir. Esto es lo que ahora interesa saber, y no son las Compañías las llamadas a declararlo. La Inspectoría de Hidrocarburos recibió el día del incendio repetidas denuncias de la anormalidad que ocurría en el pueblo. (..) Importa saber si el gobierno ha sido o no débil con las Compañías. ¿Qué nos mueve en el asunto de Lagunillas” Nos mueve, en primer lugar, nuestra conciencia de venezolano. Pero no podemos nosotros solos conocer la verdad ni se puede nada tampoco en un silencio lleno de sorna, último recurso de los más interesados en que haya silencio. -38-


Ya se decía de un acto de sabotaje. Se hablaba de un acto nazi. Ya se perfilaba la base de una complicación. Pero son los tubos rotos de la Mene Grande que esparcen “el oro negro”, sin ninguna precaución. Ahora se dictan los actos de salvamente. Se dictan medidas sobre lo que pudo evitarse y no se evitó. Se asegura en un diario que los hijos del Zulia son los únicos llamados a considerar los asuntos de aquella región. Es teoría del más acérrimo regionalismo. Si de Lagunillas se trata, no es un asunto regional. Es asunto grandemente nacional. Uno de esos asuntos que levantan opinión y apasionan a un pueblo, cuando existe verdadera conciencia de la nacionalidad.

III No se crea que la procedencia de EBN era de las filas de la izquierda, dada la predominancia de otro punto de vista en su percepción de la realidad. Ciertamente que fueron tantas las veces que se topó con lo social y políticamente establecido. De lo que algo diría en aquella entrevista en El Nacional, del 14-07-1946: “Nada más sórdido, más pacato, más soso, más ñoño y, a su vez, más trágico que ese ambiente. Ambiente de Juegos Florales. El aniversario de algunos de esos mentecatos (tiempos del gomecismo) destronados hoy era un acontecimiento periodístico”. Lo afirmaba el 24-10-1950, en la conmemoración del Día del Periodista: “Entre nosotros la lucha por la libertad de prensa ha sido excepcionalmente dura”. Cosa ésta que sabía por la experiencia vivida. Cuestión también que lo atestiguaría ampliamente la propia historia nuestra. Lo ha sido. Después de una larguísima dictadura, de 27 años, la de Juan Vicente Gómez (1908-1935), se desembocó en el lapso de Eleazar López Contreras (diciembre 1935-mayo -39-


1941), en realidad sólo un período de transición. Y aun con las variaciones habidas, sus comienzos en ese 1936, fueron duramente represivos con las colectividades venezolanas, principalmente con los conglomerados sociales populares, que deseaban hacerse oír en ese nuevo espacio político. Esta situación se reflejó, de manera particularizada, en las regulaciones promovidas en contra de la prensa. A las pocas semanas de esta reciente gestión post-gomecista, estaba en la calle una circular muy precisa en sus intenciones, la del 29-01-1936, enviada a los Presidentes de los Estados (los actuales Gobernadores): “Es indispensable precisar los límites dentro de los cuales ha de desenvolverse su acción, pues de otro modo se corre el riesgo de abrir campo a toda clase de excesos que no hacen otra cosa que perturbar el orden y crear un ambiente de intranquilidad que afecta profundamente la buena marcha del organismo social”. La idea fija del nuevo gobierno: conformar juntas de censura en cada entidad federal. La correspondiente a Caracas estaba integrada, en esa fecha, por Jorge Luciani, Eduardo Coll Núñez y Leopoldo Ayala Michelena. Con esa insistencia, Miraflores impartía órdenes: “análoga a la constituida ayer -decía la correspondencia aludida-, conforme a mis instrucciones, en esta capital, a fin de que ese organismo controle con la mayor cordura todo el material de la publicación que se lleva a la prensa o a las estaciones de radiodifusión, pues así se evitan las propagandas subversivas y la tendencia manifiesta a alterar la normalidad para sembrar la confusión e impedir que sea la ley la que cumpla la función reguladora que le está encomendada”. Esta pretendida orientación del régimen, a pesar de los intentos, después de una corta duración, terminó en -40-


el fracaso, debido a las abundantes protestas suscitadas, fundamentalmente las del gremio de la prensa. Al final fue decayendo, hasta que se desestimó la idea de las juntas de censura. Sin embargo esa concepción tomó otras vías distintas de ejecución. Para lo cual ya existían desde Gómez determinadas reglamentaciones al respecto, que se aprovecharon para tal fin. Una de esas herramientas oficiales útiles, era un famoso ordinal que llamaban popularmente “el inciso sexto”, convertido ahora en una amenaza permanente para el cabal desenvolvimiento de los fablistanes. Lo sería tanto que muy pocos de ellos se salvarían de ser sometidos a su potestad. Las ejecuciones de este ordinal se manifestaron bajo las más disímiles motivaciones: por ejemplo, el 07.06.1937, quedaron clausurados La República y La Voz del Estudiante. Asimismo, el 11 de junio de ese mismo año, a Fantoches le aplicaron una suspensión indefinida por algún tiempo. Naturalmente que todo esto iba parejo, como era de suponerse, con otras formas de represión: la ilegalización de organizaciones políticas, la prisión de varios líderes, y la expulsión del país de otros. Ese 1936, año terrible para el balbuciente movimiento democrático que emergía. La contención emprendida se multiplicaba: La Ley del Orden Público, aprobada por el Congreso, una regulación que llamaron “la ley Lara”, por el Ministro proponente, Alejandro Lara. Igualmente comenzó a circular subrepticiamente lo que Fantoches calificaría como la “Biblia de la infamia”, y cuyo título era La verdad de las actividades comunistas en Venezuela. En su denuncia, el semanario de Leo hablaba de “la edición clandestina de un libro, sin autor responsable ni pie de imprenta”. El común de la gente lo apodó “El libro rojo de López Contreras”. -41-


Y a eso se agregaría lo que señala Eleazar Díaz Rangel, de cierto rotativo que participó en ese juego: “La Esfera”, vocero de los sectores anticomunistas y de la reacción más negra, ligada a los intereses petroleros, se pone a la cabeza de una agresiva campaña contra las fuerzas de izquierda, exige las más enérgicas sanciones contra los detenidos y plantea la necesidad de un gobierno de fuerza que imponga el orden y aplique mano dura a los llamados extremistas”. (ÇEl 14 de febrero y otros reportajes). Y aun cuando, en el tiempo venidero (1939-1940), se produjeron algunas disminuciones de estas persecuciones, realmente no fueron tantas ni significativas, y menos en relación con el periodismo. Este menester continuaría en la mira del gobierno. Por algo llegó a decir Núñez años después, el 20-10-1954, que “los brotes de prensa libre han sido efímeros” entre nosotros. En 1939, sería el caso, Leo, de Fantoches, fue multado por una caricatura: “La tiara y el duce”, en la cual se observa a un Benito Mussolini colocándose en la testa el emblema papal. Eso se tomó como una irreverencia. Núñez salió a defenderlo desde El Universal. Y al propio autor de La ciudad de los techos rojos, en dos oportunidades le impusieron ese ordinal sexto: el 24 de junio de 1939, por una crónica titulada “Carabobo”, en su sección conocida de “Signos en el tiempo”. La sanción fue de una multa de 300 bolívares. Una cantidad ésta hoy realmente exigua, pero no en aquellos tiempos, que podía estar representando casi el ingreso mensual de un fablistán. Se argumentó en dicha fecha, que ese escrito nuñista contenía “ofensas al ejército y a la dignidad nacional”. En el 1940, el castigo para EBN fue de reclusión carcelaria. Y, en esta oportunidad, se derivó de dos textos escritos, -42-


aun cuando en la argumentación de la pena únicamente se menciona uno. Es casi seguro que las razonas estuvieron potenciadas por las propias circunstancias que se vivían en ese marzo de 1940. Eleazar López Contreras estaba en plena gira electoral por el estado Apure. La cuestión estuvo en que Núñez opinó sobre ese despliegue por las comarcas llaneras. Y no lo formalizó de manera elogiosa, sino analítica. Para lo cual tomó un marco referencial más amplio. En “Dos discursos” diseñó su artículo basándose en las intervenciones públicas que estaban en el tapete de la opinión política: la del Presidente de la República, en esa campaña proselitista, y la otra correspondía al uso de la palabra, en esos mismos días, en el Congreso Socialista de Chile, de Rómulo Betancourt, el líder expulsado de Venezuela y dirigente de una organización ilegalizada, el PDN. La conclusión que sacó el periodista, era que no se percibían mayores diferencias entre un discurso y el otro, más bien parecía que eran más las coincidencias que las separaciones diferenciadoras. Esto tuvo que verse como un atrevimiento, porque no era un comentario de pasillo, sino un planteamiento enunciado públicamente, y en esos instantes en que López buscaba adeptos para su reelección. Es probable que con este antecedente, el caso de “Dualidad” haya resultado, por lo tanto, la gota de agua, diría la expresión común, que derramó el vaso, para la sensibilidad de las autoridades. Porque allí se resaltaba el carácter dual de la política venezolana, siempre caracterizada por el distanciamiento entre la palabra emitida y su práctica militante. Y remataba su prosa de ese día, 28-03-1940, con una afirmación como principio rector, diciendo que: “la verdadera democracia no podría hallarse sino en el ejercicio de un legítimo derecho de conciencia”. Sin mayores preámbulos, -43-


de inmediato, brotó la reacción oficial, y tomó relieve en la retórica de la Prefectura del Departamento Libertador, que a la letra rezaba así: Por resolución del ciudadano Gobernador del Distrito Federal comunicada a este Despacho en oficio Nro. 1.342, D.C. y P., fecha de hoy, se impone al ciudadano Enrique Bernardo Núñez de conformidad con el inciso 6to del artículo 13 de la Ley Orgánica del Distrito Federal, la pena de quince días de arresto, como autor del escrito que aparece publicado en la primera página de “El Universal” de esta fecha, intitulado “Signos en el tiempo” – DUALIDAD, y autorizado con las iniciales E.B.N. Esta sanción se impone en virtud de que dicho escrito constituye una falta de respeto al Presidente de la República.

IV Esta decretada oportunidad era única en su género, y que se daba, al parecer, tan inesperadamente. Núñez quiso, ahora detrás de las rejas, continuar ejercitando el periodismo casi como lo hacía en la calle: indagando, averiguando, acumulando datos, de esa realidad que estaba a la vista, y que su observación no podía eludir. Y en este caso no era para menos, por todo lo que tan abundantemente halló en el interior de ese recinto, llamado popularmente el “Garaje”, porque en efecto era un depósito de hombres, los que allí arribaban se convertían de hecho en desperdicios sociales. Geografía en donde se perdía la condición de ciudadano. Sencillamente quedaban a la merced del más desnudo azar. El Garaje fue algo así como un antecedente de lo que después se conocería como el Retén de Catia. No obstante, a pesar de todo lo aplastante de ese sitio, aquella breve prisión de -44-


15 días, se convirtió en un vivero de cuestiones diversas, de lo cual saldría un valioso trabajo reporteril, realizado obviamente en la urgencia del tiempo disponible y dentro de las mayores circunstancias de precariedad. Ese reportaje que Núñez llamó “El Garaje”, es el trazado del espacio de una marginalidad. Los seres que allí se mueven vienen de un largo proceso de exclusión social. Y no de pronto, ni necesariamente por casualidad, se han encontrado en ese lugar. Cada quien, de los recluidos, sin saberlo, era como el espejo del otro. Vidas oscuras, olvidadas, que ninguna de las historias conocidas quería hacerse cargo de ellas. Eran tan diversas, tan disímiles, y, sin embargo, tan parecidas estas vidas. Y no han importado las nacionalidades. Todos esos hombres parecen confluir hacia un territorio común, en donde unas coordenadas se cruzaron y los obligaron a verse. Cuando dicha producción carcelaria se abrió paso en la letra impresa, estuvo encabezada por una observación, a manera de excusa: “Estas notas sobre El Garaje, fueron escritas muy aprisa y en deplorable estado de salud. Muchos detalles importantes se olvidaron o quedaron olvidados en la festinación periodística”. Y sin embargo, el escritor, el periodista, logró captar esencialmente el ambiente reinante y a los habitantes que lo poblaban. Lo estarían diciendo estos tres fragmentos: Dos polacos escapados en la retirada del ejército sobre la frontera rumana, hacen un llamamiento a sus compatriotas residenciados en Venezuela, para que les asistan en alguna forma. Desean hablar con el Cónsul de su país. Fueron traídos de Caripito donde se presentaron a las autoridades. Salieron del puerto de Constanza en un vapor noruego. La escasa ropa de que disponían les fue robada en el Garaje y carecen de -45-


todo recurso. Se llaman José Kovalski, natural de Sonoviec, de profesión grabador; y Marcelo Giaraud, de Varsovia, maestro panadero. Hay otros en El Garaje que son venezolanos. Muchos de ellos arrojados allí por causas fútiles. O para una averiguación. Los procedimientos de la justicia venezolana son lentos. En Venezuela no vale el tiempo. El Garaje es considerado por muchos funcionarios como un lugar de temperamento. No importa nada que se amontonen los días sobre un trabajador. Si no tiene amigos o personas que se interesen por él, queda ahí por tiempo indefinido. Muchas veces por una simple intriga. Muchas veces comprendidos en la cómoda y flexible “falta de respeto a la autoridad”. Son también otros tantos extranjeros. En El Garaje hay multitud de niños. Parece muy extraño que una sociedad tan celosamente cristiana, permita la reclusión de niños en aquel sitio. Esto sólo puede explicarse por la ignorancia en que se halla de tales hechos. Estos niños son amaestrados en el vicio y en el robo. Escuchan el relato de las hazañas de los viejos ladrones. Son acariciados por manos lujuriosas y golpeados a menudo por los más fuertes. Muchos de ellos ignoran por qué están allí y refieren casos pintorescos de su detención. Un vendedor de periódico, por ejemplo, fue traído de La Guaira porque le han prohibido ir allí. “Como si yo no fuera venezolano”, asegura con indignación. Otros delatan descaradamente sus robos. Forman pandillas alegrándose ellos mismos la infancia sin sol y sin flores.

V Y no podría quedar fuera de lugar, dejar de señalarse, porque lo excluido llamaría la atención, esa particular inclinación de Enrique Bernardo Núñez por las plantas, una significativa presencia vegetal localizada en muchos de sus -46-


cuentos o narraciones cortas de los años 20; en Cubagua (1931), su tan conocida novela; en La ciudad de los techos rojos (1947-1949); en Arístides Rojas, anticuario del Nuevo Mundo (1944), etc. Y específicamente en la escritura periodística del diario andar. ¿En cuántas páginas no se recoge un comentario o se hace un planteamiento, o sencillamente se informa sobre la ausencia de los árboles, éstos como parte intrínseca del paisaje natural y también cultural de los poblados? Pudo haber dicho en ese devenir que vivía, y haberla vuelto una interrogante angustiosa, aquella expresión de Francisco Tamayo, de 1979: “¿Cuántos pájaros quedan, cuántas hojas?” Igualmente pudo haber asumido aquel señalamiento de Marc de Civrieux, de 1974: “La ciudad crece cada día a expensas de la campiña de sus abuelos”. Que la urbe ya no era su Caracas, aquella de 1918, de cuando editó su primera novela: Sol interior. Para su visión, los árboles eran imprescindibles, como signos, una suerte de palpables documentos, en los cuales quedaban marcados los movimientos del hombre. Esos árboles conformaban una especie de libro abierto en donde igualmente podía leerse el comportamiento de los seres humanos y el desplazamiento de una cultura venezolana. Testigos fieles de una historia. De allí que en 1948, se le oiga decir adolorido: “La historia de Caracas, de Venezuela, en los últimos cincuenta años, puede escribirse a la sombra de sus árboles caídos”. Desde luego que esa perspectiva o ese requerimiento no surgió en Núñez de improviso, derivado de la inmediatez, de la mera circunstancia. Se fue haciendo paulatinamente en el tiempo transcurrido. Venía de atrás, y se volvió después una señal de advertencia persistente. Ya en dos ocasiones -47-


distintas, desde El Heraldo, en esa necesidad suya de registrar los sucesos, de comunicar, cual guardián cronista de la ciudad, aún sin serlo oficialmente. El 1 de junio de 1937, como derivación del mes de mayo, escribió su texto “La fiesta del árbol”, en donde apuntaba: “Esa inclinación al desierto, esa hostilidad al árbol permanece vive en el fondo del alma venezolana. Recientemente los chaguaramos del Guaire fueron cortados. Los árboles de las calles fueron cortados”. Y un tiempo después, continuaría indicando el asunto de dicha destrucción. Lo expresaba desde su trabajo “Árboles”, del 13.03.1939; “Los árboles de la ciudad desaparecen o están en caminos de desaparecer. Algunos troncos en la vía pública muestran los estragos del hacha municipal. En el Capitolio cortaron también las araucanas que daban su antiguo frescor”. Y así lo fue en su cotidiano decir, de lo que consideraba fundamental. De lo que se iba esfumando de la mirada del transeúnte, el de las huellas sentidas en las calles, de esa alteración tan acentuada que se corporizaba en el vivir cotidiano. Lo era en “Árboles”, del 13-03-1939; en “Nieblas y jardines”, del 03-11-1942; en “Los adornos del Samán de Catuche”, del 23-02-1946; en “Defensa y muerte de la palmera”, del 31-07-1949; en “El Parque Díaz Rodríguez”, del 19-05-1950; en “Corte de árboles”, del 30-07-1954; en “La sequía”, del 30-04-1959; en “El incendio del Ávila”, del 06-03-1960, etc. etc. VI Podría pensarse que uno de los ángulos en la obra de Enrique Bernardo Núñez, del que menos se ha estudiado, es precisamente el de sus letras periodísticas. Que en cambio -48-


unos cuantos enfoques se han generado en relación con su narrativa, sobre todo con respecto a Cubagua y a La galera de Tiberio, y aún todavía en las referencias a sus ensayos mismos. Con todo que fue a la prensa a la cual le dedicó sus mayores desvelos. Tanto que no sería exagerado afirmar que en esa específica escritura se daría un vivo registro de la historia contemporánea de Venezuela, fundamentalmente de esas tres décadas: de los 30 a los 60. Todas esas páginas suyas respondían a una percepción del acontecer, en el fondo serían como su visión de esos signos del tiempo en el curso histórico venezolano. Mucha prosa periodística, había que apuntarlo, a veces bordeando los contornos del ensayo, quedó dispersa en diversos órganos divulgativos. Aunque las propias manos de Núñez procuraron salirle al paso a las amenazas del viento, y quisieron fijar esos papeles en los cauces del libro, y que, por esa posible razón, llevaron a cabo algunas compilaciones y selecciones, como las que llevan el nombre de Signos en el tiempo, 1939; Viaje al país de las máquinas, 1954; Bajo el samán, 1963. En sí un conjunto que representaría toda una doctrina acerca del concepto de país, de nación, de patria, y obviamente que de historia. Y no sólo como proyecto exclusivo de ideas, del pensar, sino que igualmente implica el hacer, el cambiar y transformar. Recuérdese, para el caso, lo que pensaba este escritor, de lo meramente intelectual entre nosotros, de lo que denominaba el intelectualismo. Ser `intelectuales` solamente es no ser nada. Es preciso ser soldados, exploradores, obreros. En la antigüedad y en el siglo XVI los poetas, los escritores, los oradores sabían de esto muy bien. Un hombre sedentario, encerrado en una biblioteca, es poco menos que un hombre inútil. Queda el pensamiento, -49-


un trabajo tan fecundo como cualquier otro. Se ha dicho del pensador que es un hombre de acción malogrado. Los músculos tensos, desnudos, la cabeza abrumada -tal como lo concibió Rodin- revela una fuerza arrolladora. Un pensador bien distinto de ese otro pensador enclenque y miope, con las manos en los bolsillos, de los pantalones caídos, perplejo e impotente, de cuello y corbata, como ése que pintó Tomás Eakins, modelo de intelectualismo.

Y después de su desaparición física, en octubre de 1964, distintas iniciativas particulares han madurado en ese mismo sentido, de recoger lo que se encuentra esparcido o perdido a lo largo de tantos años de quehacer en la prensa nuestra: Tierra roja y heroica, de Oswaldo Larrazábal Henríquez, 1971. Huellas en el agua, de Rafael Fauquié, 1987. Relieves, de Néstor Tablante y Garrido, con prólogo de Pedro Francisco Lizardo, 1989. Relieves bibliográficos, de Néstor Tablante y Garrido, con prólogo de Edgar Colmenares del Valle, 1995. Árboles /Crónicas de una ausencia, Trino Borges

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Ningún viaje se repite, pero tampoco se agota en sí mismo en su prolongación histórica del significado I Cada andar tiene su propio sentido, su propia dirección, su propio núcleo generativo de proyección. Lo único común con otros tránsitos vendría a ser el desplazamiento físico, el movimiento, pero en todo lo demás difieren intrínsecamente. En cada caso, se dan impulsos primarios que no siempre coinciden con los de otros transeúntes. Es cierto que la ruta la marcarán los pies, pero mucho más lo será el pensamiento del caminante: su versión, su mirada. Por eso un viaje no se parece a otro, pues nunca sería un volver sobre lo mismo, en la reiteración de los pasos. La diferencia la estaría dando el contexto desde donde se desprende, las causalidades que lo conformaron, la cultura que lo codifica, es decir, la historia y la sociedad desde donde se originaron las razones viajeras y la de sus lecturas posteriores. Y obviamente, sin dejar fuera de esto al propio protagonista: su individualidad particular. Desde luego que todo viaje remite a otro viaje, pero no por repetición, por agotamiento de la diferenciación. El vínculo aparece por un proceso de concatenación de la cultura. Ya que todo andar crea un hito demarcador, establece una huella, y que entonces la percepción humana para captarlo, para interpretarlo, requiere siempre de puntos referenciales comparativos. Horizontes de valorización. De allí surge el reclamo de fijar antecedentes para que adquiera corporeidad su existencia histórico-social. Y en más de una ocasión, esa percepción va a necesitar igualmente de un después, para así -51-


abrirle camino también a una probable proyección. Y será esa comparación inevitable la que conducirá a la construcción de una dinámica para que desde allí pudiera apreciarse el movimiento de una idea, de una significación creada. Un viaje, dentro de esa perspectiva, se convierte en una meta alcanzada; pero así mismo deviene en otro punto de partida, que sería lo que dijera Píndaro, en el pasado lejano: “El tiempo pasa/ y las velas siempre están listas/ para estremecerse con vientos nuevos”: serán los venideros andares que se escenificarán, e igualmente las significaciones que irán brotando de lo ya realizado. II Ni el viaje histórico ni el que proviene de la ficción, (Ulises, Ahab, etc), que al fin y al cabo también se origina en la realidad de la vida humana, se agotan en sí mismos, ni finalizan cuando culmina la ruta. Concluido el desplazamiento espacial se inicia de inmediato, con fuerza y premura, aquella otra movilización de naturaleza distinta. Y esto ya correspondería al campo significativo que se va erigiendo, que va emergiendo en el ámbito perceptivo. Ha sido esto una constante en todos los tiempos de la humanidad. Un ejemplo a la mano, muy demostrativo, serían los viajes de Alejandro Magno, el conquistador macedonio. De lo netamente histórico se pasó a la leyenda. Y esto permitió que en el Medioevo, y antes también, se desarrollara una muy definida corriente de fabulación. Es lo que afirmaría Vladimir Acosta, en Viajeros y maravillas: Desde la antigüedad -y esta herencia fue recogida tempranamente por la Edad Media-, Alejandro que había conquistado la mayor parte del mundo entonces conocido, que había unido Oriente y Occidente, y que había llegado en sus expediciones -52-


hasta la remota y misteriosa India, fue considerado como el más grande y el más famoso de los viajeros; y el relato de sus viajes reales, pronto entremezclado con viajes míticos y dominado incluso por ellos, apareció tempranamente rodeado de una atmósfera maravillosa y se vio enriquecido por la presencia de todos los prodigios y fantasías imaginables: países fabulosos, pueblos extraños, fenómenos naturales asombrosos, animales insólitos y aventuras a todas luces increíbles.

Otro ejemplo también disponible podría ser el de Cristóbal Colón. Todo lo que se ha dicho al respecto hasta hoy. Partiendo de la misma década de los 90, en el siglo XV. Toda la documentación existente desde los principios del XVI. Lo expresado por Bartolomé de Las Casas, por ejemplo. Ese conjunto en sí, constituiría actualmente una muy enriquecida biblioteca colombina. En el siglo XIX, el mismo Humboldt escribió en 1836-1839, después de su periplo americano, un volumen dentro de esa área temática, con abundantes páginas y con un manejo de erudición muy considerable, y en una lectura muy de esa época. El Misterioso Almirante y su enigmático descubrimiento. Abel Posse, Premio “Rómulo Gallegos”, en su novela Los perros del Paraíso, lo incluyó en su narración. Y con motivos de los dos 500 años celebratorios, el relativo al 92 y el otro del 98, se produjo una proliferante cantidad de nuevas percepciones. De aquel viaje histórico del genovés, llevado a cabo en fechas precisas, después de su culminación en el lapso respectivo, no se detuvo la significación, sino que continuó generando interpretaciones a granel. III Similarmente, en otra dimensión histórico-social-cultural, estaría el caso de Alejandro de Humboldt (1769- 1859). -53-


Doscientos años después de aquella singular aventura suya habría que observar la multiplicación de letra impresa gestada en torno a ese recorrido. Comenzando por la propia verbalización humboldtiana, dentro de la cual tendría que incluirse a su muy numerosa correspondencia, y naturalmente que también a su relación histórica, que ha circulado entre nosotros: Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, asimismo a Cuadros de la naturaleza, etc. Eso quiere decir que en primer lugar, estaría la mismísima escritura, tan abundante y tan fluyente, de Humboldt. Y agréguese a esto, que casi inmediatamente después, vendrían los otros andariegos europeos, principalmente aquellos que intencionalmente siguieron la ruta del tudesco, como Ferdinand, Bellermann, Pal Rosti, Antón Goering, Carl F. Appun, Richard Spruce, Theodor Kuch. Grunberg, etc, etc, Y sin perderse de vista además que en el mismo momento de su realización, (1799-1804), ya ese viaje americano había comenzado a difundirse por la propia comunidad científica europea, que recibía cartas del naturalista alemán desde estas tierras equinocciales. Y que después, en los años posteriores, finalizada ya la guerra de emancipación, se iniciaría en la geografía del continente nuestro, una circulación muy marcada de los textos humboldtianos. Recuérdese el conocimiento que tuvieron, tanto Bolívar como Bello, de los libros del sabio alemán. Y que fue muy evidente la recepción de Humboldt en Venezuela (Vargas, Codazzi, Cajigal, Arístides Rojas, Ernst, Alvarado, etc,) y también en el resto de América. Y no cabe la menor duda, que todo ello crecidamente se produjo en el decimonono, pero asimismo lo ha sido en el XX, prolongándose, como fenómeno proliferante, hasta nuestros días del presente. -54-


Dibujar un mapa y poblarlo de historia

I Lo advertía recientemente Pedro Cunil Grau (2009): “Si no se conoce el territorio (y su historia), se corre el riesgo de perderlo”.

II !Tierra! grita en la proa el navegante Y confusa y distante Una línea indecisa Entre brumas y ondas se divisa. Poco a poco, del seno Destacándose va del horizonte Sobre el éter sereno La cumbre azul de un monte Juan Antonio Pérez Bonalde “Vuelta a la patria”

III Una vida plena en la brevedad del tiempo: Vicente Salias (1776-1814): Periodista, médico y escritor. En 1799, se recibió en la Universidad de Caracas como Bachiller de Filosofía y de Bachiller en Medicina. Produjo siete artículos sobre la vacuna antivariólica entre 1804 y 1805, y trabajó en la Junta Central de vacunación. -55-


Participó en los acontecimientos independentistas del 19 de abril de 1810. Estuvo a cargo de la misión diplomática que informó a las autoridades de Jamaica y Curazao sobre la creación de un gobierno en Caracas. Fue uno de los fundadores y dirigentes de la Sociedad Patriótica de Caracas, y redactor de El Patriota de Venezuela. Fue colaborador de Francisco de Miranda mientras duró la Primera República. Hecho prisionero en septiembre de 1812, permaneció cautivo en las bóvedas de La Guaira, el Castillo de Puerto Cabello y en Valencia. Salió en libertad en 1813, año en el cual acompañó a Simón Bolívar. Colaboró en La Gaceta de Caracas hasta mayo de 1814. Zarpó a Curazao en el buque “Correo de Gibraltar” en vista del avance de José Tomás Boves, pero fue atrapado por los españoles, y hecho prisionero en el Castillo de San Felipe de Puerto Cabello. Juzgado y condenado a muerte, murió en el paredón de fusilamiento en 1814”. (“Gloria al Bravo Pueblo / que el yugo lanzó”).

El corazón de Venezuela, 2009 IV Al contemplar la reunión de esta inmensa comarca, mi alma se remonta a la eminencia que exige la perspectiva colosal, que ofrece un cuadro tan asombroso. Volando por entre las próximas edades mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos, que la naturaleza había separado, y que nuestra patria reúne con prolongados y anchurosos canales. Ya la vea servir de lazo, de centro, de emporio a la familia humana; ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del -56-


antiguo universo; ya la veo comunicando los preciosos secretos a los sabios que ignoran cuan superior es la suma de las luces, a la suma de las riquezas, que le ha prodigado la naturaleza. Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno.

Simón Bolívar, 15.02.1819 V El pertinaz empeño y acaloramiento de V.S. en sostener lo que no es defendible sino atacando nuestros derechos, me hace extender la vista más allá del objeto que tenía nuestra conferencia. Parece que el intento de V.S. es forzarme a que reciproque los insultos: no lo haré; pero sí protesto a V.S. que no permitiré que se ultraje ni desprecie al Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido gran parte de nuestra populación y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende.

Simón Bolívar, Carta a Bautista Irving, Agente de los EEUU cerca de Venezuela, 07.10.1818 VI El motilón es el símbolo de nuestra independencia. Su dardo es certero y su bravura no ha encontrado eco en la leyenda. El motilón pelea con el blanco desde hace cuatro siglos. Vencieron al alemán y al español. Abordaron sus naves y les mataron la gente. Y les quitaron sus mujeres (…) -57-


Hasta hace pocos años en Caracas no se sabía que existiesen tales motilones en las selvas del Catatumbo. Burócratas y petroleros partían el pan y la sal, símbolo de alianza eterna. Pero una noche muy calurosa, con lluvia -Diosa propicia a los motilones- uno de éstos avanzando cautelosamente, vio a un blanco inclinado sobre unos planos, en una mesa de trabajo, en una de esas casas de madera con telas metálicas. Y el motilón tendió el arco y el blanco cayó traspasado. Fue la señal de una persecución contra los motilones.

Enrique Bernardo Núñez, 1940 VII Venezuela asume la forma del pensamiento de sus hombres y el contorno del corazón de sus mujeres; y sus mayores dimensiones, de Norte a Sur, de Este a Oeste, o por donde sea que se tiendan los hilos de la rosa de los vientos, son hasta donde la lleven algún día el empuje de sus hijos, el resplandor de sus héroes, la hondura de sus sabios, la eminencia de sus varones, la fluidez de los cantos con que la ensalzan sus poetas y músicos, la cordialidad de sus gentes, la audacia de sus navegantes y el tesón de sus exploradores.

Antonio Arraiz, 1941 VIII Como el cuerpo, el territorio extiende su rugosidad, el tacto de su superficie, hasta los bordes. Sus paisajes relatan los ojos que perfilaron sus contenidos en la memoria. La imagen del territorio se activa desde la infancia y no sólo evidencia la básica tendencia a ocupar el espacio propio, sino que representa la tierra de los ancestros, el origen, la permanencia de una memoria, en el rumor inquieto de la sangre, formas de vida que habitan esos paisajes en diferentes tiempos.

Luis Alberto Angulo, 2009 -58-


IX Nuestras vidas son los ríos: Orinoco, Apure, Manzanares, Nevera, Motatán, Mucujún, Güigüe, Carona, Catatumbo, Caura, Chama, Santo Domingo, Río Claro, Río Tocuyo, Portuguesa, Cunucunuma, Uribante, Guarapiche, Guaire, Padamo, El Tuy, Yaracuy, Boconó, Tinaco, Tucupido, Escalante, Capanaparo, Meta, etc. X Un mapa será tan alucinante como un bello libro de poemas recién salido de la imprenta. A veces el libro de poemas sólo tiene el atractivo de su parte litográfica. En cambio, un mapa tendrá un interés siempre nuevo. Un mapa nos describe el aspecto, el carácter, las propiedades de un país o de una región. Aquí la línea azul de los ríos, allá la ondulación de las montañas, la mancha de las llanuras, la otra mancha del mar que circunda el mapa y en el cual se recorta el perfil de la tierra. Líneas de puntitos rojos que señalan los otros ríos que son los caminos. Manchas oscuras de selvas, regiones mineras, zonas profundas, zonas misteriosas. Los luminosos colores de un mapa nos hacen trazar itinerarios, a veces los más espirituales.

Enrique Bernardo Núñez, 1934. XI Esos caminos entre casa y conuco, entre choza y choza, entre pueblo y caserío, entre el hato y la majada, entre la mata y la quesera, entre el barbecho y el cambural, entre la capilla y el cementerio. Esos caminos poblados de cruces donde asesinaron a alguien como medida de justicia; por no haber modo de pagar el entierro en campo sagrado. Cruces de personas que murieron en tiempo de reclutas y hubo que enterrarlas a orillas -59-


de camino. Caminos de recuas, de arreos, de expresos pedestres, de hombres escoteros, caminos mantenidos por el tráfico de los vecinos y las pisadas de las acémilas. Ladean las cuestas retorcidas como serpientes, toman arriba el filo de las serranías. En las tierras planas van por el divorcio de las aguas, y cuando es menester cruzar el río lo pasan por los vados. Al sur del eje Orinoco-Apure hay caminos que en el aniego se esconden bajo las aguas, y otros que bajo la selva se multiplican en veredas de un palo a otro, de este rabín al de más allá, de una maloca a la del otro lado del ñaragatal, y el rastro de los chigüires y de los bachacos. Caminos donde ambulan los espantos y las ánimas benditas del purgatorio. Esa estructura itineraria hecha con el empeño de las urgencias vitales de nuestra gente y de la circunstancia, amasada con nuestros intereses anímicos, materiales y con la querencia a nuestra fábula, constituyen la más sólida trabazón del esqueleto de Venezuela.

Francisco Tamayo, 1983 XII El camino a seguir era semejante al mostrado por los perros roñosos que andan siempre escarbando y metiendo el hocico entre los basurales. Cansa bastante pasar cincuenta años cogiendo las goteras de caserones a punto de caerse o remendar tumbas comidas por bachacos para el día de los muertos. Y esa era casi la necesaria ruta que debían buscar acosados por una tierra agreste en donde solamente crecen muy gruesos pedruzcales. Daban ganas también a esos muertos parados en las esquinas espantar a la gente desvistiéndose, para que pudieran ver de cerca el resto de osamenta que les quedaba debajo de la camisa.

Efraín Hurtado A dos palmos apenas, 1972 -60-


XIII Balada del preso insomne Estoy pensando en exilarme, en irme lejos de aquí a tierra extraña donde goce las libertades de vivir. Sobre los fueros: hombre-humano los derechos: hombre-civil por adorar mis libertades esclavo en cadenas caí: aquí estoy y cargado de hierros, sucio, famélico, cerril, enchiquerado como un puerco, hirsuto como un puerco-espín. Harto en el día de tinieblas asomo fuera del cubil bien la cabeza, bien un ojo bien la punta de la nariz, temeroso de un escarmiento, encorvado, convulso, ruin, -como ladrón que se robase sólo el reflejo de un rubípor mirar brillando en el patio el claro sol de mi país (…) Leoncio Martínez “Leo”, 1888-1941 XIV No en vano, al recorrer los caminos de Venezuela, a veces bajo el más humilde techo, se oyen palabras que son eco vivo de historia. No historia enteca o amañada, o cubierta de afeites, -61-


esas amaneradas exposiciones que suelen llamarse historia, historia escrita al detal, verdadero baratillo de historia, sino esa otra que brota con la sangre misma de las entrañas de un pueblo. Y esta causa de Venezuela es la misma de América.

Enrique Bernardo Núñez, 1948 XV Siempre he enfrentado la vida con profundo agradecimiento de estarla viviendo. Contento de ejercer con plenitud y honestidad la hermosa tarea de poner en función del hombre y su combate, la canción que aprendí entre cantos de pájaros, los golpes de escardillas sobre la tierra seca y la roja y silvestre cosecha de los semerucos en mi amada Península de Paraguaná.

Alí Primera, 1983 XVI Los medios han mejorado en los últimos años, y hoy para la ocupación no es necesario hacer uso de marines ni de lindas naves de guerra. La ocupación se hace lentamente, suavemente, alegremente. No es preciso exponer el propio pellejo ni asustar a los indígenas. Todo lo contrario. Los indígenas se sienten profundamente complacidos. “No hay como los jugos americanos”, decía en estos días cerca de mí una fatua señora de la aristocracia caraqueña, “eso de que a una no le quede ni el olor del verdín en la mano es una gran cosa”. Esta señora es una legítima pitiyanqui, al servicio inconsciente de la invasión extranjera. Y lo que se diga de los enlatados puede y debe decirse de los demás artículos importados. Son los marines de la nueva ocupación a quienes los alegres pitiyanquis abren festivamente los caminos de la nación.

Mario Briceño Iragorry “Tierra ocupada”, 1952 -62-


XVII Nos estamos vendiendo a pedazos con argumentos de privatizaciones convertidas en negocio pingüe. Nos hemos tornado agentes de venta a plazos del país, en manos de la misma oligarquía usurera, ayer negociadora de nacionalismos aparenciales más que industriales. Habíamos nacionalizado los riesgos en la explotación de nuestras materias primas, nos dejamos entrampar en cadena infinita de los endeudamientos que cada cierto tiempo reanudan su enorme poder de alienación individual y de saqueo multimillonario. Confundimos el ensamblaje de artefactos con la industria manufacturera. Todo esto en medio de una amoralidad preconizada por el pragmatismo singularizado en beneficio de la propia oligarquía.

Domingo Miliani “Barbarie, integración o superdependencia”, 1992 XVIII Lo importante hoy es ganar la batalla del país, o al menos ganarla en parte. Todo lo demás es secundario, asunto de menos cuantía. La misma literatura ¿acaso no tenga hoy objeto más inmediato que contribuir a ganarla? (…) ¿Acaso no se han perdido algunos años, años decisivos en esa batalla? La política ha hecho mucho por perderla pero todavía hay tiempo de hacer algo para que el país no quede del todo maltrecho. O puedan sentarse las bases para la obra de otras generaciones más afortunadas. Demasiado atareado en la política de grupos, el país ha prestado escasa atención a lo que más concierne. Siempre me ha parecido que en esa invitación a los inversionistas extranjeros sin garantía alguna para el país, había gran dosis de improvisación. Las formas modernas de la conquista es la de los capitales que vienen a contribuir al desarrollo del país. Un país cae a pedazos en manos del capitalismo. Viene a ser botín de capitalistas. Ya no se necesitan anexiones propiamente -63-


dichas. En Venezuela casi no hay nada: minas, tierra, el comercio mismo, que no se halla en manos de capitales extranjeros, y cuya estructura es más poderosa que la del Estado mismo.

Enrique Bernardo Núñez, 03.10.1950

Actividades • • • • • •

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Dibuje de memoria el mapa de Venezuela Intente desplazarse por algunas de estas rutas: La de los indios: primeros pobladores. La resistencia indígena. La de los invasores españoles. La de los esclavos negros del África. Resistencia. Toponimia. Las rebeliones en el XVIII: el negro Miguel, los comuneros, Juan Francisco de León, Andresote, José Leonardo Chirinos, Gual, España y Joaquina Sánchez. La de la guerra de independencia: los pasos de Miranda, 19 de abril y 5 de julio, Campaña Admirable, el año 14, las expediciones desde Haití, la recuperación de Guayana, Correo del Orinoco, hasta llegar a Carabobo. El descontento social después de 1821. Levantamientos en el XIX. Ezequiel Zamora, etc. La de los despojos territoriales. La ruta de Cipriano Castro. El bloqueo de 1902. La ruta del petróleo. La de las cárceles de Venezuela. La de los ríos: Orinoco, Apure, Chama, etc -64-


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Las masacres del siglo XX: Cantaura, El Amparo, Yumare, etc. Las luchas obreras del vigésimo. Las estudiantiles del mismo lapso. La ruta de los santos: San Benito, la Virgen del Carmen, Divina Pastora, José Gregorio Hernández, etc. La ruta de los espantos. La ruta de las abuelas: sus relatos. El tránsito de los diminutivos en la toponimia nuestra. Recorrido por el olvidado y extenso país insular. 70 islas.

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Letras amorosas de Bolívar

I Pareciera ser muy dificultoso acercarse a la zona amorosa, hacer un planteamiento cercano a la realidad, manejar elementos que resistan un proceso analítico sin fragilizarse. Generalmente estamos acostumbrados a mirar lo amoroso como algo ahistórico, alimentado de una extraterrenalidad, caracterizado por una fenomenología espontaneísta. (Esto sería un poco herencia o derivación de una concepción de cierto romanticismo, grata aún a los grupos sociales hegemónicos. A ella seguimos apegados, carecemos de otro instrumental teórico, y hasta de otro lenguaje que no sea una retórica ya gastada y viciada que impide una reformulación dentro de una ubicación distinta). Por otra parte, en nuestro hacer cotidiano estamos sumergidos dentro de formas culturales represivas, oponentes a que las manifestaciones amorosas se expresen libre, auténtica y legítimamente. Lo amoroso pasa a ser un espacio de marginamiento y represión, y sólo posible dentro de una cierta subterranealidad, por eso, para nombrarlo, la palabra se convierte muchas veces en susurro, y si la evidencia sale a la superficie, el vocablo se desliza entonces prudencialmente, discretamente, con la “garantía de la inocuidad” diría Michael Foucault. De igual manera, lo amoroso no tiene actualmente cabida en la cientificidad reinante, de marcado tinte tecnocratista. A lo sumo, entra seductoramente en los datos físicos que apor-66-


tan los registros endocrinos y en las discutibles experiencias neoconductistas. “El corazón tiene poco mercado en la cultura de nuestra época”, afirmaría Fernando Rodríguez. Salvo naturalmente en la rentabilidad muy creciente, resultante de la explotación de lo seudoamoroso llevado a cabo por la llamada industria cultural de manipulación masiva. Lo cual resulta un renglón comercializable con un lucro asegurado. II El hombre siempre ha amado de acuerdo a las condiciones históricas existentes: las muy concretas que le ha tocado vivir. El amor nunca se ha dado fuera de la historia, fuera de la terrenal existencia humana. Y la condición social ha estado permanentemente presente en todos los pasos, en todas las fases de su desenvolvimiento. De allí que el amor no surja como una abstracción de todas las demás cosas existentes, ni estaría por encima, -salvo violentándolo- de los encuentros y desencuentros, de las coincidencias y de las confrontaciones, de las confluencias y de las rupturas, que caracterizan la vida histórico-social del hombre. Es precisamente allí donde se afincan sus raíces y en donde adquiere su consistencia o su fragilidad. Lo amoroso con su extraordinario empuje creador no significa, por lo tanto, un fenómeno de la naturaleza inmutable que salta los límites del tiempo, ni está marcado de un sentido permanente, fundado en una eternidad, ni está signado de un misterio inexplicable, inaccesible a la comprensión humana, menos puede vérsele como una homogeneidad tan general que se resiste a toda especificación diferenciadora, a toda concreción. El fenómeno estará sujeto a la manera como cada hombre asuma su historia y en la forma como enfrente su condición de clase social. -67-


III Hablar de Bolívar no tendría mayores contratiempos, si el propósito en este caso fuese estudiar el contenido sociológico, por ejemplo, de la Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura, o su proyecto político de la Gran Colombia, o su visión continental desde la perspectiva del Congreso de Panamá. Allí los caminos que ya están establecidos por un saber legalizado, ofrecerían suficiente fluidez. Y de antemano se podría tener asegurado un resultado que se movería dentro de la mayor aceptación. Las limitaciones surgirían si la cuestión tuviese que ver con lo amoroso. Mencionado éste, es muy posible que en algunas ocasiones se le sacaría el cuerpo con unas cuantas expresiones llenas de vacuidad, y que en otras se le enfocaría con la óptica de la singularidad: como el hecho extraordinario, como la manifestación inusitada del héroe, de paradigmática grandeza, etc. Y todo esto último, porque lo amoroso de su vida no pudo quedar acomodado dentro de la ortodoxia vigente (lo permitido, lo normalizado, lo constitucionalizado), y fue muy ostentosa la existencia del hecho. Y absurdo sería pensar que alguien asomara la idea sólo como una posibilidad, discutible o no, que su práctica amorosa podría implicar o constituir una ars amandi o una ars erótica. Es decir, lo amoroso con su carga de placer: “yo también quiero verte y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte por todos los contactos”. E igualmente se creería estar fuera de toda lógica si a lo amoroso se le vinculara a la contextualizad histórico-social en la cual se movía Bolívar, y que desde allí se intentara buscar las explicaciones necesarias, basando éstas en las relaciones que mantuvo con su clase social. -68-


Misivas de Bolívar a Manuela Sáenz

(Otuzco, mediados de abril de 1823) (A la señora Manuela Sáenz). Mi amor: Estoy muy triste a pesar de hallarme entre lo que más agrada, entre los soldados y la guerra, porque sólo tu memoria ocupa mi alma, pues tú solo eres digna de ocupar mi atención particular. Me dices que no te gustan mis cartas porque te escribo con unas letrazas tan grandotas; ahora verás que chiquitico te escribo para complacerte. No ves cuántas locuras me haces cometer por darte gusto, (etc,). Potosí, 13 de Octubre de 1825 A Manuela Sáenz. Mi querida amiga: Estoy en la cama y leo tu carta del 2 de Septiembre. No sé lo que más sorprende: si el mal trato que tú recibes por mí o la fuerza de tus sentimientos, que a la vez admiro y compadezco. En cambio a esta villa, te escribí diciéndote, que, si querías huir de los males que temes, te vinieses a Arequipa, donde tengo amigos que te protegerán. Ahora te lo vuelvo a decir. Dispénsame que no te escriba de mi letra: tú conoces ésta. Soy tuyo de corazón.

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Ica, 20 de Abril de 1825 (A Manuela Sáenz) Mi bella y buena Manuela: Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y el honor. Lo veo muy bien, y gimo de tan horrible situación por ti porque te debes reconciliar con quien no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro!!!! Sí, te idolatro hoy más que nunca jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino, de ese corazón sin modelo. Cuanto tú eras mía yo te amaba más por tu genio encantador que por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece que una eternidad nos separa porque mi propia determinación me ha puesto en el tormento de arrancarme de tu amor, y tu corazón justo nos separa de nosotros mismos, puesto que nos arrancamos el alma que nos daba existencia, dándonos el placer de vivir. En lo futuro tú estarás sola aunque al lado de tu marido. Yo estaré solo en medio del mundo. Sólo la gloria de habernos vencido será nuestro consuelo. El deber nos dice que ya no somos más culpables! No, no lo seremos más. La Plata, 26 de noviembre (1825) (A Manuela Sáenz) Mi amor: ¡¿Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta?! Es muy bonita la que me ha entregado Salazar. El estilo de ella tiene un mérito capaz de hacerte adorar -70-


pr. tu espíritu admirable. Lo qe. me dices de tu marido es doloroso y gracioso a la vez. Deseo verte libre pero inocente justamente; porqe no puedo soportar la idea de ser el robador de un corazón qe. fue virtuoso, y no lo es pr. mi culpa. No sé cómo hacer pa. conciliar mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío: no sé cortar este nudo qe. Alexandro con su espada no haría más qe. intrincar más y más pues no se trata de espada ni de Fuerza, sino de amor puro y de amor culpable: de deber y de falta: de mi amor, en fin, con Manuela la bella. (La Magdalena, Julio de 1826) (A Manuela Sáenz) Mi adorada: ¿Con qué tú no me contestas claramente sobre tu terrible viaje a Londres???!!! ¿Es posible, mi amiga? Vamos no te vengas con enigmas misteriosos. Diga Vmd. la verdad; y no se vaya Vmd. a ninguna parte. Yo lo quiero resueltamente. Responde a lo qe. te escribí el otro día de un modo qe. yo pueda saber con certeza tu determinación. Tú quieres verme, siquiera con los ojos. Yo también quiero verte, y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí pr. todos los contactos. ¿A que tú no quieres tanto como yo? Pues bien, ésta es la más pura y la más cordial verdad. Aprende a amar y no te vayas ni aun con Dios mismo. A la mujer única como tú me llamas a mí. Tuyo.

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(Ibarra, 6 de Octubre. (1826) (A Manuela Sáenz) Mi encantadora Manuela: Tu carta del 12 de Septiembre me ha encantado: todo es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente fiebre qe. nos debora como debora como a dos niños. Yo, viejo, sufro el mal qe. ya debía haber olvidado. Tú sola me tienes en este estado. Tú me pides qe. te diga qe. no quiero a nadie. ¡O no!, a nadie amo: a nadie amaré. El altar qe. tú habitas no será profanado pr. otro ídolo ni otra imagen, aunqe fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa o de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no más. No te mates. Vive pa. mí y pa. ti: vive pa. que consueles a los infelices y tu amante qe. suspira pr. verte. Estoy tan cansado del viage y de todas las quejas de tu tierra qe. no tengo tiempo pa. escribirte con las letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres. Pero en recompensa si no reso, estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo qe. te amo, sobre mi vuelta y lo qe. harás y lo qe. haré quando nos veamos otra vez. No puedo más con la mano. No sé escribir. Bucaramanga, 3 de Abril (de 1828) (A Manuela Sáenz) Albricias. Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas qe. me han llegado de mil afectos: cada una tiene su mérito y su gracia particular. No falté a la oferta de la carta, po. no vi a Torres, -72-


y le mandé con Ur., qe. te la dio. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura, la otra me divirtió mucho por tu buen humor, y la tercera me satisface de las injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra más elocuente qe. tu Eloisa, tu modelo. Me voy pa. Bogotá. Ya no voy a Venezuela. Tampoco pienso en pasar a Cartagena y probablemente nos veremos pronto. ¿Qué tal? ¿No te gusta? Pues, amiga, así soy yo qe. te ama de toda su alma. (Julio-Agosto de 1828) (A Manuela Sáenz) El yelo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida qe. está esperando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú pa. no verte: apenas basta una inmensa distancia. Te veo aunque. lexos de ti. Ven, ven, ven luego. Tuyo de alma.

(Guaduas, 11 de Mayo de 1830) (A Manuela Sáenz) ¡Mi amor!: Tengo el gusto de decirte qe. voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra separación. Amor mío: mucho te amo, pero más te amaré si tienes ahora más qe. nunca mucho juicio. Cuidado con lo qe. haces, pues si no, nos pierdes a ambos perdiéndote tú. Soy siempre tu más fiel amante. BOLÍVAR -73-


Acotación final

1. Las páginas anteriores, incompletas, nacen como reacción al discurso lacrimoso que se puso de moda en diciembre de 1980. Entonces se conmemoraban los 150 años de la muerte del Libertador, y el país entero se llenó de humor acuoso. Parece que todos los venezolanos tenían que entrar en un teatro diseñado por la cultura hegemónica y aupado por los medios de comunicación social, para participar en un espectáculo de dolor y tristeza. En el fondo, una función circense. Como contracorriente, fue esa ocasión propicia para buscar a ese otro Bolívar tan necesario, pero por lo general ocultado o sólo permitido, aunque cubierto de cierto velo pudoroso. Siempre ha llamado la atención que poco se hable de otras actuaciones suyas, tan impregnadas de aliento vital, que no es únicamente la amorosa. Una de ellas es, por ejemplo, la que tiene que ver con el año de 1795, cuando apenas contaba 12 años, edad fronteriza entre la pubertad que finalizaba probablemente y una adolescencia que comenzaría, es decir, una etapa de su formación. Como rápido señalamiento a esto, consúltese la documentación oficial, relativa a litigios ventilados bajo la férula de la Real Audiencia de Caracas, de aquel Agosto de 1795. Desde luego, léase de otra manera, con un sentido radicalmente distinto, y se presentaría a la observación una desnuda realidad en donde pululan las más variadas contradicciones sociales del mantuanismo colonial -74-


de la época, e integrada también a esa misma dialéctica, el choque entre formalidades rígidamente establecidas y los impulsos de una vehemencia que afloraba en aquel jovencito, testigo ya del protagonismo social de sus mayores. (Ver al respecto, Simón Rodríguez: Obras Completas, Caracas, Universidad Simón Rodríguez, 1975, tomo I, pp. 159-193). 2. Por otra parte, merece mencionarse acá que la escritura consagrada a Manuela Sáenz, se ha caracterizado por dos actitudes: La primera: pocas veces ha trasgredido a la ortodoxia oficial, suerte de sacralizad y, cuando lo ha hecho, la vía ha sido el ruido o el escándalo mismo, y no el buceo en algunas zonas subterráneas, para luego emerger con definidas claridades. Todavía no se arriesga a conquistar un espacio para el debate permanente. La segunda: Manuela aparece siempre como simple receptor. Nunca emisor. Predominante una imagen pasiva y no un activo sujeto, beligerante, confrontativo. La tendencia ha sido impedir que hable directamente, que pueda expresarse sin intermediarios a través de los documentos existentes, con voz propia, sin que aparezca la mano del corrector. Por esa razón es bueno decirlo aquí: de aquella mujer que estuvo proscrita en Paita (Perú) por más de veinte años, hasta su muerte, el 23 de Noviembre de 1856, sólo ahora, muy recientemente ha surgido un libro que recopila cartas, diarios, en donde casi por primera vez se pueden leer sus textos y no suponerlos como frecuentemente se venía haciendo. En una edición mexicana, de la Editorial Diana, de 1993, y su título es: Patriota y amante de usted. Manuela Sáenz y el Libertador.

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El reverso del paraíso

“Otros testimonios, otras valoraciones, otras verdades dispusieron sus folios desde las sombras en que yacían” Gustavo Pereira.

I No es casual que una determinada historia oficial de nuestra América se haya empeñado en hacer creer que ya todo está dicho y que, obviamente, ha quedado escrito indefinidamente. Y esa tan conocida idea, que en cada época se ha vestido de ropajes distintos, ha convertido a la documentación existente en verdades reveladas para la veneración permanente. En alguna ocasión Enrique Bernardo Núñez habló también de “historias escritas al detal, verdadero baratillo de historia”, es decir, la quincallería del acontecer confundida entre otros abalorios y bisutería. Y por lo cual no es azariento que, por derivación de lo anterior, países como Venezuela, el continente entero, siempre estén amenazados por el aparecimiento de unas fechas cuyo único objetivo resaltante es el de materializar una producción sonora celebrativa. Al fin, tal visión de esa cronología sólo busca cubrir de estatuas por doquier a la geografía entera. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con los llamados “500 años”, que primero tuvieron que ver con 1492 y después con 1498. Con esos ingredientes a cuesta, y apuntalados por un conjunto de factores que han confluido en tal sentido, -76-


se ha venido erigiendo un discurso que, como las aguas de un río avasallante, se ha metido por todo los intersticios de la cultura. Y naturalmente que ha sido ésta la única opción perceptiva con proliferante circulación social entre nosotros. Por eso tendría que llamar la atención un libro como éste de Gustavo Pereira, Historias del Paraíso. Unas escrituras desprendidas de una convicción, que sería como decir de un campo de batalla: “Una inconformidad fue cimentándose con los años a la luz de disímiles papeles caídos en mis manos por azar o por búsqueda afanosa: libros, relaciones, testimonios, anales, crónicas, memorias y documentos en cuyas entrañas pude vislumbrar otras presencias y otros fantasmas que me hablaban desde una realidad de mil modos todavía presente y lacerante en nuestra América”. Y precisamente dentro de ese debatir, se fue dilucidando su ineluctable razón de ser, así como también se fue clarificando la corporeidad de sus páginas y la forma de su expresividad. Fue considerable el tiempo de esa faena, desde 1980 hasta su culminación, ocho años después, para intentar allí una lectura del mundo conocido, que no fuera la ya tan gastada y manoseada versión, y, consecuencialmente, que de todo esto surgiera la obligante, como necesaria, reescritura: “Aquellos infolios, aquellas soterradas presencias, aquellos espectros recobrados de sus tumbas vacías, aquella injusta hagiografía que pretendió eternizar como villanos a los defensores de su gente y su cultura y como héroes a truhanes y salteadores bajo el pretexto de una moral de época, me fueron revelando que en la infamia, en el deshonor, en el expolio, en la inferiorización, en la segregación y en la desculturación subyacían las raíces de una parte considerable de nuestro presente de postración y subdesarrollo iniciado, por cruel paradoja, en -77-


el territorio de arawacos y caribes que Colón parangonara con el Paraíso Terrenal”. II Naturalmente que a medida que ese menester fue transitando sus múltiples indagaciones, a medida que fue explorando las grietas de tantos textos del pasado distante y próximo, a medida que fue intuyendo tantas verdades ocultas en las hendiduras de las palabras se fue llenando de asombro, y, por lo tanto, esas letras, cuando cuajaron en su organicidad, tuvieron que impregnarse asimismo de regocijo. Era la placidez del saber alcanzado. Por dichos motivos, para abordar ahora con propiedad su semántica, habría que recorrer todo el tejido de su textualidad. Nada podría quedar fuera de la mirada lectiva. Porque en esos tres volúmenes se logró una orquestación con tan diversas voces, éstas que en constante lucha por asomar su rostro, venían mayoritariamente silenciadas. Y por ello, lo que refuerza la consistencia de su urdimbre es precisamente esa suerte de convocatoria o de concurrencia. De allí es ineludible asumir, por ejemplo, los epígrafes, cada uno de ellos cargados de enunciaciones y de resonancias multiplicadoras, puesto que son elementos básicos que hicieron borrosa su procedencia originaria para sumergirse en el campo de expresión de otro espacio escritural. Similar señalamiento podría observarse en las construcciones que sirvieron para demarcar o titular el interior de la obra. Son enunciados asimismo que van dibujando la carta de navegación de los textos escritos: “Un palo labrado a la deriva”, “Las sombras no tienen alma”, “Apóstoles de la codicia”, “La imaginación encadenada”, “Lengua amarga, lengua alucinada”, “La sombra repentina -78-


de Guaicaipuro”, “La caballería errante del mar océano”, “Dioses conciliados con la vida”, etc. III No sólo fue la consulta de tantas fuentes de estudio, variadas y diversas, que le da el sustento a la información requerida, es la manera de cómo esos textos de otros convergieron: fue la disposición de tantos fragmentos originados en cauces distintos, para unirse, para trenzarse, y así conformar un inmenso collage. Trozos venidos de tan lejanos tiempos, como otros más avecinados a nosotros, que se resemantizaron en la nueva contextualidad que le brindaban esas Historias del Paraíso. De allí que en más de una ocasión, luzcan como letras que nunca antes se hubiese leído, inéditas en cierto sentido, puesto que esa nueva ubicación y un distinto enfoque permitía que brotaran nuevas significaciones que estaban apenumbradas en algún rincón de los vocablos. Sería el caso de Bartolomé de Las Casas, y hasta del mismísimo Bolívar, tan frecuentemente nombrado en el país nuestro y hasta vapuleado por el uso de las citas, aquí dentro de la textura de su signo escrito, surgía alguna vertiente que podía contener agua para humedecer la sed del lector. IV Desde luego que esta obra se hizo para narrar, esa era su acometida. A ese fin obedecer el diseño de su estructura. Son veintiséis capítulos distribuidos en tres partes. Su Pórtico se inaugura con una voz que dice: Yo era un búho Un condenado de la historia -79-


Hasta el día en que vinieron a mí coágulos de aquellas sombras y me persuadí de estas cosas Y al final, en el remate de una costura, es la palabra de un antiguo sabio maya la que sintetiza, entre el antes y el después, todas las historias que se han narrado, y de las cuales asoma una conclusión: “Un tiempo abrasador, después de un tiempo de frescura. El largo de una piedra, es el castigo del pecado de orgullo de los Itazaes. Los Nueve Dioses acabarán el curso del Tres Ahau Katún. Y entonces será entendido el entendimiento de los dioses de la tierra. Cuando haya acaba el katún, se verá aparecer el linaje de los nobles Príncipes cuyos rostros fueron estrujados contra el suelo, los que fueron insultados por el rabioso de su tiempo, por los locos de su Katún, por el hijo del mal que los llamó “hijos de la pereza”; los que nacieron cuando despertó la tierra, dentro del Tres Ahau Katún. Así acabarán su poder aquéllos para quienes Dios tiene dos caras”. V Historias del Paraíso, de Gustavo Pereira, es un libro para el regocijo del intelecto y del mundo sensible, pero por encima de todo se dirige a satisfacer esa inmensa necesidad de verdades que tiene el venezolano en el tope de este fin de milenio.

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Humboldt, lector de la comedia dantesca

Lo que importa es cómo se anda, Cómo se ve, cómo se actúa después de leer. Si las calles y la nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente más reales Gabriel Zaid

I Lector voraz de cuantos impresos había en su época, Humboldt buscaba afanosamente el conocimiento también en los textos literarios. Y no porque no supiera, y lo dice en varias ocasiones, que esas obras no tuvieran un sentido intrínsecamente de ficción, y que algunas veces hasta pudieran contener cierto elemento perceptivo equivocado. Sin embargo, para el andariego eran una fuente confiable por su autenticidad. Porque Humboldt parece partir del criterio que esas letras nacían de la propia realidad, y que el poeta era un sensible observador de todos los fenómenos naturales del globo terráqueo y también del firmamento. Como lo era asimismo de los fenómenos humanos. Un poeta recogía con bastante propiedad un dato, una situación, una atmósfera, en una época determinada, en un contexto específico. Y entonces su obra se convertía en un hito y, por lo tanto, era una aseveración apreciada, reveladora, de cómo se desenvolvía el proceso cognoscitivo para ese momento. Y por lo cual, los poetas iban dando cuenta, en cada fase histórica, de lo que el hombre sabía o ignoraba acerca de algo. En esa -81-


dirección, el saber relativo a las cosas y a los hombres, podía igualmente indagarse con propiedad en la literatura. Por esa razón, no es casual que Humboldt hable de Homero, y que éste se convierta en un horizonte del conocer, de referencia obligada; que asimismo apele a La Argonáutica, o a Virgilio, o a Lucrecio, o a Dante Alighieri. Todo esto explicaría por qué Humboldt nunca dejó fuera de su formación intelectual al ámbito de la literatura, uno de los más ricos y sugestivos testimonios de la historia del hombre. Y por qué todos esos volúmenes literarios que circulaban en los siglos XVIII y XIX, le fueron indispensables, porque le ayudaban a comprender el andar humano en la conformación del pensar y del sentir de la humanidad. Obviamente y es lo esperado, que en su manera particular de leer, de interpretar, Humboldt señalaba implícitamente la existencia de las doctrinas estéticas que se desplazaban en esos años por Europa; y que no serían éstas necesariamente las de nosotros hoy. Una síntesis de su visión de las escrituras, se encontraría en Cosmos, en el aparte Del sentimiento de la naturaleza según las diferencias de las razas y de los tiempos, un extenso capítulo dedicado a las más variadas manifestaciones literarias, localizadas éstas en diversas partes de la geografía del globo terrestre. Y en esas páginas expone las razones de por qué fueron incluidas en el análisis, en una obra como ésta: Sin embargo, este espectáculo de la naturaleza quedaría incompleto, si no considerásemos de cómo se refleja en el pensamiento y en la imaginación, dispuestos siempre a las impresiones poéticas. Un mundo interior se nos revela. No lo exploraremos ciertamente como lo hace la filosofía del arte para distinguir en nuestras emociones lo que pertenece a la -82-


acción de los objetos exteriores sobre los sentidos, de lo que emana de las facultades del alma, o que se refiere a las nativas disposiciones de los diversos pueblos. Basta indicar el origen de esta contemplación intelectual que nos eleva el sentimiento puro de la naturaleza, y procura indagar las causas que, sobre todo en los tiempos modernos, han contribuido tan poderosamente, despertando la imaginación a propagar el estudio de las ciencias naturales, y el gusto por los viajes a puntos lejanos.

Lo que Humboldt pensaba de la literatura, lo expresa muy declarativamente, al señalar: que pueden darse a las descripciones de la naturaleza contornos fijos y todo el rigor de la ciencia, sin despojarlas del soplo vivificador de la imaginación. Adivine el observador el lazo que une el mundo intelectual con el mundo sensible, y abarque la vida universal de la naturaleza y su vasta unidad más allá de los objetos que mutuamente se limitan, que allí está la fuente de la poesía. El efecto que producen los cuadros de la naturaleza corresponden a los elementos que los componen: todo esfuerzo y toda aplicación de parte del que los traza no haría otra cosa que debilitar la impresión que debieran engendrar. Pero si el pinto se ha familiarizado con las grandes obras de la Antigüedad, si posee con firmeza los recursos de su lengua, y sabe expresar con verdad y sencillez cuanto ha experimentado ante las escenas del mundo natural, el efecto no faltaría entonces.

Pero igualmente esa valoración se expresa mucho más cuando Humboldt establece un conjunto de coordenadas o parámetros para ubicar en su contexto a un escritor latino y para resaltar su perspectiva poética:

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La poesía ha desarrollado todas sus riquezas en el poema de Lucrecio De rerum natura. El autor abraza al mundo entero; discípulo de Empédocles y Parménides, releva aún más la majestad de su exposición por las formas arcaicas de su estilo. La poesía y la filosofía han confundido sus fuerzas en el libro de Lucrecio, sin que resultase jamás de su mezcla aquella frialdad que ya vituperaba severamente el retórico Menandro, comparándola al aspecto brillante bajo el cual Platón se imaginaba al mundo natural (…) Si se considera el gran cuadro de la naturaleza trazado por el poeta romano, se conmoverá uno del contraste que forma la aridez del sistema atomístico y sus extrañas visiones sobre la formación de la tierra, con esta animada descripción de la especie humana saliendo del fondo de las selvas para trabajar la tierra, vencer las fuerzas de la naturaleza, cultivar el espíritu, perfeccionar su lenguaje y fundar la vida civil.

Y más adelante, asimismo, Humboldt se extiende ampliamente al hablar de Virgilio, manifestando con esto un amplio conocimiento de las obras del poeta de Mantua, al mismo tiempo que una captación minuciosa de sus contenidos: En la epopeya nacional de Virgilio, las descripciones del paisaje, conforme a la índole misma de este género de poema, debían ser un simple accesorio, y no podían ocupar sino un lugar muy insignificante. En ninguna parte se nota que el autor se haya sujetado a describir lugares determinados; pero el colorido armonioso de sus cuadros revela una inteligencia profunda de la naturaleza. ¿En dónde se encuentran dibujados con más acierto el reposo de la noche y la calma del mar? ¡Qué contraste entre esas imágenes serenas en el primer libro de las Geórgicas, y las enérgicas pinturas de las borrascas, de la tempestad que sorprende a los troyanos, en medio de las islas Estrófadas, de las rocas que se precipitan y de la erupción del Etna, en la Eneida! -84-


II De allí que no fuera circunstancial que en un momento dado se hubiese generado una aproximación a Dante Alighieri. La propia dinámica de sus lecturas lo llevaría a los predios de la Comedia. Era como lo obvio en ese particular discurrir suyo. Lo que se dejaba venir en ese manejo de libros. Sin embargo, sí tendría que llamar la atención la predilección de Humboldt por el poeta de Florencia. Una inclinación que se hace notoria por la frecuencia con que acudió al autor de la Vita Nuova, y que lo hizo con bastante dedicación y fervor, probablemente muy cercano a lo que dijera Antonio Gramsci en otro tiempo distinto: de leerlo con amor, y no como los profesores acartonados, que se fabrican la religión de cualquier poeta o escritor y celebran sus raros ritos filológicos. (Carta a Julia Schucht: 1-IV-1931). ¿Qué leería el trashumante, en su momento, en Dante Alighieri? Naturalmente que no pudo haber sido aquella misma interpretación que esgrimiera Boccacio en la conocida biografía: La Vita de Dante (1471). Tampoco estaría empleando el modelo de lectura, el de los cuatro sentidos, que exigía la Suma teológica, de Tomás de Aquino. Y en esa misma dirección, igualmente no sería lo señalado por el propio Dante Alighieri en su Convivio. Y claro está que dicha visión humboldtiana no coincidiría con la de nosotros hoy, en el siglo XX, muy variada ésta en las últimas décadas de la actualidad, con una orientación polisémica, entre otras. De allí que aquella interpretación del viajero alemán, aparecería muy distanciada, valga la rápida referencia, del discurso de Saint John Perse titulado Para Dante, en 1965, en la fecha -85-


celebratoria del poeta florentino; o de aquélla que viene de Jorge Luis Borges, en Nueve ensayos dantescos; o de la que, más tarde, desarrollara Philippe Sollers, en La escritura y la experiencia de los límites. Y en todo caso, si es imprescindible mencionar algún criterio que estuviese no muy alejado de su concepción, quizás lo que más se avecinaría a su enfoque sería la percepción manejada por Federico Engels en el prólogo de la edición italiana, en 1893, del Manifiesto Comunista, y no porque sean idénticas, sino por alguna coincidencia en el punto focal de la visión: El ocaso de la Edad Media feudalista y la aurora de la época capitalista contemporánea vieron aparecer en escena una figura gigantesca. El Dante fue al mismo tiempo el último poeta de la Edad Media y primer poeta de la era nueva. En realidad Humboldt leyó el sentido de abrimiento patente en la obra dantesca, una verdadera enciclopedia del saber, según su mirada, que confluiría más tarde a la invención de ese nuevo mundo. Esta idea central, demarcadora de un antes que fenecía y de un después ya presentido, que emergía en esa escritura, no se desvanece totalmente y llegaría a prolongarse en el tiempo, con todas las ineludibles y Gramsci, en los textos que éste escribiera en los años 30 de este siglo, desde la cárcel. Para la estimación de este hombre de ciencia, Dante era una viviente imagen y todos los saberes de la historia de la humanidad se habían agolpado presurosos, en esos tercetos, a la espera de nuevos cauces por donde comenzarían a transitar a partir del siglo XV. Y en esa ventana, de ese cercano devenir, sobresalía la Comedia, como síntesis dialéctica de todo lo ya transcurrido y como enunciación de apertura hacia otra fase de la historia. Era esa su particular singularidad. -86-


III El contacto lectivo que tuvo Humboldt con la comedia, se podría verificar en los desarrollos de sus obras escritas. En la relación histórica conocida como Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, aparecida a partir de 1814; en Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, de 1836-1839; y en los primeros tomos de Cosmos, los que se editaron entre 1843 y 1845. Y estaría la cuestión dantesca en estos libros, no sólo en lo que dice directamente, sino asimismo en lo implícito, en lo que se intuye y hasta en lo que puede suponerse. Y todo lo cual por la recurrencia a ese texto del siglo XIV, por la asiduidad a esa fuente, registrada en tres edades suyas distintas, con lo cual cabría asomarse la idea de una línea, no interrumpida, que se dio en su desplazamiento intelectivo, a lo largo de su existir. Sin olvidar, por otra parte, que fue ésta una lectura completa de la Comedia y no de una parcialidad, de un fragmento de ella, por cuanto en sus disquisiciones repetidamente se mencionan a distintos cantos del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso. Desde luego que dicha interpretación, construida dentro de un extenso tiempo, no pudo haber sido la misma siempre, puesto que hubo algunas variaciones en el transcurso vivido. La etapa que abarca desde la primera juventud (1787) hasta el momento de la escritura de Viaje a las regiones equinocciales, es una; en cambio, la correspondiente a la década de los 30, sería otra; e igualmente sucedería en el desenvolvimiento del proyecto y realización de Cosmos, que es un período diferenciado de los anteriores.

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IV La imagen que atrajo en primerísimo lugar la mirada de Humboldt, fue la del Ulises dantesco. Y es natural que así fuese. Eran los tiempos de1787: Desde mi temprana juventud -dice en la relación histórica-, había sentido el deseo de hacer un viaje a regiones lejanas y poco visitadas por los europeos. Este deseo caracteriza una época de nuestra existencia en que la vida nos aparece como un horizonte sin límites donde nada tiene ya para nosotros más atractivos que las fuertes agitaciones del alma y la imagen de los peligros físicos.

Eran también aquellos momentos, en que se conformaba una aversión o un rechazo al sedentarismo. Por eso ya se pensaba en la necesidad de romper con las comodidades de un solo lugar y de irse alejando de los halagos que le proporcionaba la abundancia de una riqueza disponible. Y por lo que estaba sintiendo en esos instantes, su mundo no podía reducirse a lo meramente circundante, porque más allá de la aldea estaban esperándolo mares y tierras desconocidas, y, sobre todo, un firmamento poblado de estrellas, que nunca contemplaría, en el hemisferio boreal, desde los aledaños de su casa. Sin embargo, un andar puede crearse, puede inventarse, pero no improvisarse, porque su raíz primaria nunca nacería inesperadamente de la simple casualidad. Y esos pasos iniciales originariamente se dan en la imaginación. Que es donde se establece su primitivo núcleo operacional y teniendo como nutrientes a las lecturas. Son ésos los anhelos que van surgiendo o que se corporizan o adquieren forma en dicho territorio. Allí se afina su sentido y se va encausando su -88-


búsqueda exploratoria. Igualmente en esos predios comienza por esbozarse su ruta y el trazado de una aún borrosa carta de navegación. Son ésos los momentos anteriores, que figuran en la arqueología de todo viaje: Sentí desarrollarse en mí una intensa pasión por el mar y por largas navegaciones. Aquellos objetos que sólo por los relatos animados de los viajeros conocemos, tienen un encanto particular: nuestra imaginación se place en todo lo que es vago e indefinido, los goces de que nos hemos privado parecen preferibles a los que diariamente experimentamos en el estrecho círculo de la vida sedentaria.

Humboldt sintió en estos tiempos una marcada inclinación por el tránsito humano. Sabía con propiedad que de allí habían salido los grandes impulsos para la proliferación del conocimiento. Y que muchos hallazgos brotaron de ese andar por la geografía terrestre y que éstos condujeron a un desarrollo de la humanidad. Que con esas movilizaciones, el mundo se fue ensanchando y el ser humano, por lo tanto, había logrado ampliar su capacidad perceptiva. Y no pudieron ser casuales entonces, las cimentaciones que ya construía Humboldt para ese particular andar suyo, y que estaban fundamentadas en lo que arrojaba La Argonáutica o La Odisea, o en lo que revelaban los relatos de Heródoto o Estrabón, o en lo que señalaban los textos de Edrise o los de Pigafetta, el compañero de Magallanes, y que serían éstos, algunos de los muchos otros impresos leídos para la confección de su viaje a la América. Para quien los mapas y los libros le avivaban la imaginación y le estimulaban, al mismo tiempo, las inquietudes por quebrar el quietismo que podría entramparlo, no fue un sim-89-


ple azar que el texto de Dante apareciera tan tempranamente en sus elecciones, y que después anduviera profusamente entre sus manos en los albores de su viaje a la América. Puesto que en la Comedia había mucho de presentimiento de las regiones ecuatoriales, y la misma narración uliseica constituía ya la prefiguración de un mundo desconocido, su anuncio, si se quiere, de un espacio lleno de enigmas, pero igualmente de asombros, y con el cual se iría a topar más tarde el sabio alemán. Evidentemente que es explicable lo de Ulises, casi como el cauce más lógico en que se desembocara, dada la propensión que tuvo Humboldt por el viaje, y además porque ésta será una praxis social permanente, intrínseca a su persona, en los venideros tiempos de su vivir. Y desde esta perspectiva, ese particular andariego dantesco, Ulises, le resultaba una metáfora significativa, y en sí se le convertía en un signo emblemático. Y por lo cual, cabría preguntarse: ¿Cuántas veces habría leído Humboldt aquella tan conocida historia, que encajaba tan adecuadamente en sus propósitos, de esos tiempos, en sus deseos?: Ulises en frenesí de sabiduría, fuera del mundo antiguo, sale del Mediterráneo, navega por el desconocido Atlántico.

Y es probable que esos tercetos sirvieran para interrogarse de su sentido: ¿Por qué Ulises se vio en la necesidad de salir de nuevo? ¿Por qué tuvo que abandonar y alejarse de Ítaca, de lo que aparentaba ser la estabilidad? ¿Resultaba esto en sí una insatisfacción? Y que su razón motivadora viajera no descansaba en un afán de conquista, o de comercialización, o en la apremiante urgencia de regresar a un puerto que lo esperaba, como había sido la originaria narración homérica. Iba a lo desconocido, en realidad, a explorar lo ignoto. -90-


Todo parecía venir de un intenso deseo indagativo, y no habría que dudar que ese viaje uliseico, en su despliegue, también contenía una insinuación hacia una ruptura. Y sin embargo, la suposición, para no creer en un espontáneo impulso sin fundamento, era que a Ulises le había llegado noticias previamente de la posible existencia de otras tierras lejanas y quizás hasta de otros hombres, aun cuando a esas regiones se le considerasen deshabitadas en la época. Serían esas informaciones las que hablaban por sí mismas de un mundo desconocido. (Esa idea venía de la Antigüedad y circulaba por el Medioevo, y mucho más todavía, en ese siglo XIV: era éste el intento de ubicar a la antictonia y al Paraíso terrenal). Ulises no pudo haber salido, sin disponer de un conjunto de conjeturas, de múltiples suposiciones, y que éstas respondieran a una lógica, a un razonamiento. El punto de partida de todo viaje, nunca es la nada. Y Humboldt debe de haber leído, y con todas sus resonancias encima, de estos ocultamientos uliseicos. Y que tales supuestos, que a su vez, son interrogantes, constituyeron el principal nutriente para la nave de este singular andariego. Y agréguese a esto, que Humboldt no dejaría de entender lo que definía a la existencia de este protagonista dantesco, que era siempre el inevitable andar. V Naturalmente que nunca habría que perder de vista, el patrón de lectura que encontró Humboldt en las últimas décadas del siglo XVIII, para abordar a la Comedia, de Dante Alighieri y hasta para vivenciar sus contenidos, sus historias viajeras. “Por más de cuatro siglos -dice Antonio Gómez Robledo- prevaleció, sin discrepancia, la interpretación -91-


moral-religiosa”. Durante tanto tiempo, todos los estudiosos del texto toscano, casi sin excepción, habían convenido en el concepto sagrado del poema. Recuérdese de paso que el nombre completo de la obra, se debía en realidad a las preocupaciones de un editor y no necesariamente a una decisión intencional de su propio autor, aun cuando determinadas exégesis mantengan el criterio contrario. Lo impuso, más bien, la recepción de una época. Y que fue a partir de 1555, es decir, después de 234 años de la muerte del poeta, cuando se le agregó un adjetivo y comenzó a llamarse Divina Comedia. Y que esa añadidura, que realizara Ludovico Dolce, en esa fecha, obedecía a la predominancia de una visión interpretativa, que formaba parte de una concepción social del mundo de aquellos tiempos. Ese fue el cuadro referencial, un poco más, un poco menos, en donde se halló Alejandro de Humboldt, cuando comenzó a laborar con las páginas del poema. Lo cual no significaría, y esto lo estaría evidenciando el mismo infatigable lector, que no estuvieran abriéndose paso otras formas de leer, que agrietarían el campo hegemónico de las anteriores, y todo ello como derivación de lo que estaba sucediendo en la Ilustración, en el espacio de las ciencias naturales, e igualmente como desprendimiento de los inicios del romanticismo alemán (Sturm und Drang), y asimismo como consecuencia de todo el desenvolvimiento artístico, principalmente en la música y en la literatura, que tenía lugar en Europa, en los últimos lustros de ese siglo XVIII, y esto sin dejar fuera de dicho panorama contextual, a los significativos comienzos en el estudio de las lenguas, que tantísimos caminos despejaron en el despliegue interpretativo.

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Pareciera que Humboldt buscara, en un campo de discrepancia, una diferenciación en su enfoque, para con esto alejarse de esa conceptualidad aún reinante, que venía arrastrándose desde el mismo siglo XIV. Podría suponerse que la suya iría a ser una lectura opuesta a la que mantuviera la Escolástica medioeval, es decir, una interpretación que resaltara la apertura hacia un tiempo distinto de la edad media. Fue esto lo que llegaron a ver tanto Humboldt como Engels, cada uno con su óptica diferente. El naturalista intentó su ubicación en lo que podría llamarse, si el término fuese válido, la terrenalidad del poema. Y esta posición suya emergió después de 1825, en otra fase de su vida, en los tiempos de elaboración de Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, cuando aclaró definitivamente dicha perspectiva y acentuó ese carácter terrenal de la escritura dantesca, y por lo cual, en ese ámbito, la Comedia pasó a ser un espacio para la discusión, un lugar para debatir algunas cuestiones relativas al proceso histórico del conocimiento. Y todo su énfasis se hizo en esa dirección y que se prolongaría hasta la fase final de su existir. VI Claro está que Humboldt leyó el argumento religioso de la Comedia, era como lo obvio, pero lo hace en función del saber que está dentro de esa armazón. No se detuvo a interpretar el posible sentido teológico, puesto que no eran ésos sus intereses, sino que concentra su mirada, más bien, en el andamiaje en donde descansaba toda la obra. Fue una lectura para escudriñar el basamento, para indagar en lo que había de cierto sobre el globo terrestre. No obstante lo que planteó en su interpretación no fue sólo el saber que estaba -93-


allí, a la vista del lector, sino también su movimiento: el cómo, esa manera de movilizarse en el tiempo, es decir, ese largo proceso que había logrado desembocar a esos finales del XVIII y principios del XIX, así como ya lo había sido, de manera tan palpable, en el XIV de Dante, y que ahora se daba en su misma época viviente. A Humboldt le atraía en grado sumo ese desplazamiento, esa urdimbre que se fue conformando con el concurso de diversos factores y en la concurrencia de distintas vertientes que se cruzaron en ese tan peculiar telar. Con lo cual estaría diciendo que todo lo que inventa el hombre, todo lo que llega a crear, parte siempre de un conocimiento de la realidad en donde se mora. Todas las obras escritas, aun aquéllas en que se destaca lo ficticio, responden a los conceptos, a las nociones que están circulando socialmente. Cuando ese ser humano, con su lenguaje poético, levanta o erige una estructura, siempre lo hace a partir de una fundamentación en lo real. Con lo cual no estaría negando la esencial presencia de la imaginación. Por tal razón, por resaltante que fuese su sentido literario o religioso, terminaría siendo la escritura una obra del saber de la época. Esa fue la segunda lectura que hizo Humboldt de la Comedia: atravesó lo religioso y llegó a la movilización del conocimiento existente en el poema, y que era como la corriente fluyente de un río formado de muchas aguas. Quiso captar lo que se desplazaba dentro de esas letras dantescas y lo que apuntaba ya hacia los tiempos modernos. Razón suficiente sería todo lo anterior, para que Humboldt refutara, desde la plataforma de su pensamiento a los que atribuían un espíritu profético, por ejemplo, a Dante Alighieri: -94-


Si los comentadores de la Divina Comedia se hubieran acordado de los frecuentes viajes hechos al estrecho de Babelmandeb y de la erudición de los sabios italianos del siglo XIV, para quienes eran tan familiares los planiferios árabes, admiraría menos sin duda que en el intervalo de 1298 a 1314, durante el cual compuso y perfeccionó el Dante su admirable poema, verdadera enciclopedia de los conocimientos humanos de entonces, se tuviera noticia de los pies del Centauro y de la Cruz del Sur. No hay motivos para creer que Dante fuese “brujo o profeta” o amigo de Marco Polo. La frase luci sante (Purgatorio, 1,37) indica además el sentido alegórico junto al astronómico que da a las estrellas de la Cruz austral (Purgatorio, XXX, 85).

Y más adelante, desde las páginas de Cosmos, en el debate sobre la denominación de una constelación, expresa su desacuerdo con aquellos que pensarían quizás que su nombre lo había sido desde siempre, y no una cuestión netamente histórica, surgida en un momento dado. Humboldt insistiría aquí de nuevo en rechazar ese sentido indicado, que se le asignaba al autor de la Vita Nuova: Yo la encuentro mencionada por el florentino Andrea Corsali en 1511 y en 1520 por Pigafetta como una cruz maravillosa, más bella que todas las constelaciones que brillan en la bóveda celeste. Corsali, más instruido que Pigafetta, admiró el espíritu profético de Dante, como si este gran poeta no poseyese tanta erudición como imaginación, y como si no hubiese visto los globos celestes de los árabes y no se hubiese encontrado en relación con un gran número de pisanos que habían visitado las regiones orientales.

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VII Y por último, un fragmento, que pertenece a la etapa final de su vida. Aquí Humboldt asoma en el abordaje de ese texto poético del siglo XIV, su perspectiva de análisis, al resaltar sólo algunos de los componentes de esa composición, los que precisamente entraban en los intereses de su mirada y en lo de su época: Dante pinta de un modo inimitable en el primer libro del Purgatorio, los vapores de la mañana y la luz trémula del mar que aparece dulcemente agitada a lo lejos (el tremolar de la marina). En el canto quinto, muestra las nubes que estallan y los ríos que se precipitan en el instante en que el Arno arrastra el cadáver de Bouconte de Montefeltro, después de la batalla de Campaldino. Al entrar en los bosques del Paraíso terrestre, el poeta se representa la selva de pinos, cerca del Ravena (la pinta in sul lito di chasi), en la cima de cuyos árboles se oye vibrar el canto de los pájaros. Esta imagen natural contrasta con el río de luz que corre en el Paraíso terrestre. Este río, lanzando chispas que reposan a flor de las riberas, y bien pronto, como si se embriagasen con su perfume, se tornan a sumergir en el abismo, en tanto que otras se lanzan más brillantes aún. Se podría creer que esta ficción es un recuerdo del raro y singular espectáculo que ofrece la fosforescencia del Océano, cuando desprendiéndose del choque de las nubes, puntos luminosos que se lanzan más allá de la superficie de las aguas, formando de todo el plano líquido, un océano estrellado en movimiento; la extremada concisión en el estilo aumenta aún en la Divina Comedia, la profundidad y gravedad de la impresión.

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Fuentes de estudios consultadas Alighieri, Dante, Comedia. Valencia España, Círculo de Lectores, 1977. Traducción, prólogo y notas de Ángel Crespo. Borges, Jorge Luis. Nueve ensayos dantescos. Madrid, Espasa Calpe, S.A., 1998. Gramsci, Antonio. Antología. México, Siglo XXI Editores, 1970. Gómez Robledo, Antonio. Dante Alighieri. México, El Colegio Nacional, 1985. Humboldt, Alejandro de. Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Caracas, Ministerio de Educación Nacional, 1941-1942, 5 tomos, Traducción de Lisandro Alvarado, Eduardo Rohl y José Nucete Sardi. _____. Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Caracas, Monte Ávila Editores, 1992. Traducción de Luis Navarro y Calvo. _____.Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo. Buenos Aires, Editorial Glem, 1944. Traducción de J.A.P. _____.Cosmos o ensayo de una descripción física del mundo. México, Cultura, Ciencia y Tecnología al alcance de todos, 1976. Copia facsimilar de la edición de 1851, Madrid, en traducción de Francisco Díaz Quintero. Marx, Carlos y Engels, Federico. Sobre arte y literatura. Bogotá, Ediciones Suramérica Ltda., 1974. Sollers, Philippe. La escritura y la experiencia de los límites. Caracas, Monte Ávila Editores, 1992.

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