Gala/Dalí: Imagen y Espejo

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Yo soy el retrato de mí misma. Yo soy la Vu de Dos desnuda. Soy la Apoteosis de Homero, y soy La cesta de pan.1 —Gala

Mi metamorfosis es tradición, pues la tradición es precisamente cambio y reinvención de una nueva piel.2 —Salvador Dalí

1 Declaración de Gala recogida en: Salvador Dalí, «The Vernissage of Gala Salvador Dalí’s Exhibition at the Bignou Gallery is taking place now», Dalí News, 20-11-1945, Nueva York. Traducido en: Obra completa, vol. IV, Ensayos 1, Destino, Fundació Gala-Salvador Dalí, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Barcelona, Figueres, Madrid, 2005, p. 555. Las obras citadas se corresponden con las pinturas Mi esposa, desnuda, contemplando su propio cuerpo convirtiéndose en escalera, tres vértebras de una columna, cielo y arquitectura (núm. cat. P 598), Apoteosis de Homero (sueño diurno de Gala) (núm. cat. P 600) y La cesta de pan (núm. cat. P 607). 2 Salvador Dalí, Hommage à Meissonier, Hotel Meurice, París, 1967. [Catálogo de exposición]. Traducido en: Obra completa, vol. IV, op. cit., p. 757. 3 Véase el catálogo de la exposición presentada recientemente en Barcelona: Estrella de Diego, Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol, Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona, 2018. 4 «Gala», Ellas fotografían a Dalí, Figueres, Fundació GalaSalvador Dalí, 2018, p. 20-33. 5 Salvador Dalí, André Parinaud, Comment on devient Salvador Dalí, Robert Laffont, París, 1973. Traducido en: Obra completa, vol. II, Textos autobiográficos 2, Destino, Fundació Gala-Salvador Dalí, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Barcelona, Figueres, Madrid, 2003, p. 646-647. 6 La propia autora concibe a Gala como una artista sin obra, una dandi cuya creación (que es más proceso que producto) es su propia persona. Véase: Estrella de Diego, Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol, op. cit., p. 150. 7 Proyecto ideado por Dalí para la Exposición Universal de Nueva York de 1939. 8 Lucia Moni en su artículo «Dalí e i Mass Media, l’affermazione del personaggio», se refiere a este disfraz y a su significación para el artista. Véase: Io Dalí, Roma, Gangemi, 2018, p. 66-68.

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En la memoria colectiva pesan sobre Gala y Salvador Dalí los roles de musa enigmática y artista genial, papeles que ambos interpretan a la perfección a lo largo de su vida en común y, especialmente, ante los medios de comunicación de masas [MM 01]. Pero ¿qué sucede cuando las fotografías nos confrontan con una imagen de Gala comprometida con el proceso creativo de Dalí? ¿O cuando nos devuelven la imagen de Dalí ejerciendo como modelo para sus propias obras? Por un lado, parece que la relación personal y creativa que los une es más compleja y rica en matices de lo que la historiografía nos ha contado. Por otro, constatamos que tanto Gala como Salvador Dalí sobresalen en el escurridizo arte del camuflaje. Gracias a los últimos estudios realizados acerca de la figura de Gala,3 hoy sabemos que su cometido, desde los inicios de la relación con Dalí, trasciende el rol de esposa, modelo y musa. En seguida se convierte en la mano derecha del artista y lo dispone todo para que él pueda dedicarse exclusivamente a crear: organiza su agenda, ejerce de representante y se ocupa de la gestión de proyectos expositivos, editoriales y artísticos de diversa índole. Junto a Dalí se revela, además, como un ser cultivado y creativo que escribe, toma fotografías,4 confecciona objetos surrealistas, participa en la creación de cadáveres exquisitos y colabora en la materialización de algunas ideas dalinianas. Ya a comienzos de la década de los treinta, Dalí reconoce la implicación de Gala y la importancia de esta en su obra, rubricando muchos de sus trabajos con el nombre conjunto «Gala Salvador Dalí». Años más tarde, en Confesiones inconfesables, publicado originalmente en francés en 1973, el artista declara: «Firmando mis cuadros Gala-Dalí no he hecho más que dar un nombre a una verdad existencial, puesto que sin mi gemelo Gala ya no existiría.»5 Estrella de Diego va un poco más lejos al señalar que bajo la doble firma subyace una suerte de colaboración creativa, en la cual Gala es responsable de la construcción de su propia imagen a través del pincel de Salvador Dalí.6 Lo cierto es que la presunta musa decide en todo momento cómo quiere mostrarse. Ejerce un control absoluto sobre su imagen y esta determinación cristaliza en las obras de Salvador Dalí que la representan. El recorrido por los lienzos y dibujos que la plasman nos devuelve una imagen de ella siempre diferente. Intuimos una búsqueda de la identidad, o más bien un enmascaramiento de esta, que está también muy presente en Salvador Dalí. De algún modo, Gala se inventa a través de la mirada del artista y este, a su vez, se busca y se mira en Gala, su otra mitad. También la fotografía participa en este baile de identidades. En las imágenes que dan forma a este último apartado, vemos cómo Gala y Salvador Dalí mudan la piel a su antojo, ocupando uno el lugar del otro en lo que dura una sesión de fotos. Mientras el artista se presenta como modelo [MM 09], posando para obras como El concilio ecuménico (núm. cat. P 770) [MM 13], la musa se disfraza de escritora y de artífice. La vemos participar en la creación del pabellón Sueño de Venus7 [MM 02], trabajar en la revisión del manuscrito para La vida secreta de Salvador Dalí (1942) [MM 04] y convertirse en medio y en lienzo en diferentes acciones artísticas dalinianas [MM 06, MM 07]. En ocasiones, el artista y la musa se mimetizan hasta llegar a confundir al observador. Son especialmente desconcertantes las fotografías que muestran a Gala y Salvador Dalí posando para la obra El Sacramento de la Última Cena, de 1955 (núm. cat. P 719). Casi como si estuviéramos bajo los efectos de la paranoia-crítica, creemos ver a Dalí extendiendo sus brazos, cuando en realidad vemos a Gala, y viceversa [MM 10, MM 11]. Es difícil saber en qué medida se inventan e influyen mutuamente en cada una de sus metamorfosis. A este respecto, la fotografía inédita de Gala luciendo el mismo disfraz que el artista8 [MM 14, MM 15] parece toda una declaración de intenciones. La musa, vestida de sol —¿o, más bien, de firmamento?—, reclama el lugar que le corresponde más allá del universo daliniano que la eclipsa y la ensalza a partes iguales. Gala se revela como creadora, igual que Dalí, de su propio mito.


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