Cronicas

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189 Paola y Jorge, porque el mayor Gabriel José con las inquietudes de los primeros amoríos, optaba por salir de noche a visitar a la novia. En la mesa de centro de la sala abundaban las gaseosas y las atractivas y gustadas bocas para los diferentes paladares, y los cubos o cubitos de hielo en sus vasijas de vidrio. Algunas botellas de buen whisky, vino, ron tropical o tequila de la mejor calidad, también engalanaban la mesa de centro. Entre abrazos, apretones de mano, sonrisas, bulliciosas carcajadas, y pegajosa música ranchera –de la predilección de Gabriel-, les dábamos la bienvenida a los otros sobrinos con sus juveniles familias. Pero algunas veces también había lágrimas por la desaparición de un ser querido, o por alguna tragedia que lastimara las cuerdas del corazón, que nos hacía derramar más de alguna lágrima. Si bien dicen que “los ricos también lloran”, ninguno de nosotros éramos ricos en monedas, pero sí muy ricos en el sentido del humor, en la comprensión humana de los problemas de la vida, y de encontrarle un final al callejón sin salida. En un ambiente de calor humano iniciábamos, pues, la plática con las noticias de más bulto de la semana, ya fueran de índole político, social o familiar. Y en las épocas más cálidas del año, en los comienzos de la primavera, la atmósfera se refrescaba gratamente, porque el vestíbulo del segundo nivel estaba flanqueado de unas hermosas jardineras cargadas de buganvillas de variedad de colores, y vistosos floreros con aromáticas rosas o claveles en los espacios interiores del bonito apartamento. Me llamaba la atención la entrada triunfal de Alfonso, el sobrino de merecidos quilates profesionales y abogado confiable de la familia, escoltado por su dulce esposa Lilian y sus alegres y bulliciosos patojos encabezados por Andrés Alfonso, seguido de Luis Javier y del benjamín de la familia José Carlos, que no sé por qué, pero tengo la corazonada de que al correr de los años será mi biógrafo. Nunca olvido que Poncho llegaba abatido por un apetito desmesurado, en busca de algo que comer, y vaya que encontraba suficiente y apetitosa comida en la cocina de Paty. A veces sentía preferencia por la comida china, y sin mucho pensarlo mandaba a comprar una porción bien grande de esa comida oriental de la cual era un ferviente degustador. Siempre me convidaba a departir el rico manjar, pero yo lo rehusaba porque acababa de cenar en mi casa, con una cena muy frugal, consistente en jugo de naranja, avena con leche, y de unos frijolitos volteados y plátano frito con crema, de la mera cocina chapina. Esto era más que suficiente para mantenerme incólume toda la noche, aunque me echara entre pecho y espalda unos cuantos copetines bien puestos. El sobrino servicial por excelencia que era Luis Pedro, profesional en la administración de empresas, invadía el recinto de la mano de su esposa Karin, que en cuestión del buen vestir siempre iba al grito de la moda. “Las tres gracias, personificando la belleza”, Stephanie, Jessica y Ana Sofía seguían puntillosamente los pasos de sus papás. Imposible que estuviese ausente la única dama de la familia Letona, Beatriz Eugenia, que cariñosamente siempre le dije “la guera”, por su cabello rubio


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