Operación 10 de Junio

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Operaci ón 10 de Junio Operació

como dé lugar. Mejor retírense”. Hay un momento de titubeo, pero al fin la manifestación se reanuda. Van por Carpio, pero al llegar al cruce con la Avenida de los

Maestros,

inexplicablemente doblan hacia la izquierda. Han contado ya hasta diez flamantes automóviles Ford Falcon, todos de color blanco. Pero ni se imaginan lo que tienen a distancia de una cuadra: carros antimotines nuevecitos, que por primera vez son vistos a la luz del día –son apenas las cinco de la tarde-, pues se había sabido que sólo se usaban para patrullar de noche el rumbo de Tlatelolco. Siguen. Pero antes de alcanzar la Calzada de los Gallos, les vuelve a salir Mendiolea Cerecero, quien a través de un pésimo equipo de sonido portátil que no se escucha más allá de cinco metros, los conmina otra vez a suspender la pacífica manifestación. “Los vamos a disolver -les avisa-, tienen cinco minutos para retirarse”. La respuesta de los manifestantes, alegatos a gritos sobre derechos constitucionales y piedras contra los carros antimotines. Hay confusión. Mientras unos gritan “¡Al Casco, al Casco!” para evitar el choque, otros aúllan: “¡No, no, al Zócalo, al Zócalo!” Es evidente que éstos, a pesar de su aspecto, no son estudiantes, pero quién se va a poner a ver si son o no. Ellos consiguen arrastrar a buena parte hacia el Instituto Técnico. Llevan un trecho recorrido, cuando del crucero de esta avenida y Ribera de San Cosme, con un grito impresionante, nuevo, un grupo de civiles se les echa encima armados de largas varas. Sobreviene el choque, pero los agresores están muy bien organizados y han tenido a su favor también el factor sorpresa y hacen retroceder a los estudiantes. Se reponen éstos, desgarran las mantas y las pancartas y con palos contraatacan. El grupo agresor se echa para atrás y, confiados, los manifestantes los persiguen. Pero tarde se dan cuenta de que ha sido una calculada maniobra, porque apenas han rebasado la calle de Alzate, sale de allí otro grupo como el primero y los ataca también a palos, al mismo tiempo que los que parecía iban huyendo regresan y definitivamente los dispersan. El tránsito ha sido para entonces

cerrado y en las bocacalles hay policías, patrullas,

automóviles con agentes, pero ninguno de ellos interviene. No es necesario, pues los agresores llevan ya las de ganar. Estos, como

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