Más allá de la política de Carlos Castillo Peraza

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Carlos Castillo Peraza

André Malraux: desafío de un testimonio Malraux ha muerto. Murió a solas. En un hospital urbano, tal vez mirando a la muerte con sus ojos vivos de adolescente perene; considerando hasta el último instante que morir es un escándalo, un hecho irreductible. Su vida de aventurero parece haber sido una peregrinación premeditada y constante hacia el término de su propia existencia. Quizá lo más grave para ese feroz partidario de la independencia del hombre haya sido no haber muerto cuando quiso. Una banal congestión pulmonar se antoja indigna del padre de tantos héroes y mártires. Pero él mismo acaba de afirmar que lo que le interesaba era el hecho de morir y no el escenario del deceso. Malraux murió apenas unas semanas después de la aparición de su última obra, Lo intemporal, en la que acababa asegurando que el hecho de no pertenecer al tiempo no confiere a nada, ni al arte, carácter de eterno. Nació en 1901, en París. Para ser más exactos, en el barrio de Montmartre, que para aquellas fechas era el centro del arte y la cultura en la capital de Francia. Estudia arqueología del extremo oriente y se sumerge en el pasado con un viaje de cuatro años por China, de 1923 a 1927. Su sensibilidad de artista nato –“aguilucho erizado de una mirada magnífica”, escribió Mauriac de él– se enfrenta a la miseria del pueblo chino. Un pueblo que sólo conserva de la Europa dominante el ángulo mecánico materialista y los instrumentos para librarse de la opresión colonizadora de los europeos mismos. La epopeya revolucionaria china está entonces en marcha o, al menos, en germen. El sur de China –como lo había constatado Teilhard de Chardin– hervía de futuro. Los acontecimientos de 1927, cuando los comunistas chinos debieron pasar a la clandestinidad y eran perseguidos, apresados, torturados y muertos por el gobierno de Chang Kai-Shek, dieron el tema a la novela que hizo famoso a Malraux; La condición humana. Malraux demuestra que el “orden” es entonces en China únicamente “multitud de esqueletos con túnicas bordadas, perdidos en el fondo del tiempo en asambleas inamovibles”. Descubre además, ante los atónitos ojos liberales, que no hay libertades posibles para quien padece hambre. La obseción es el futuro porque es el ámbito de lo posible. La única salida para superar lo que se es radica en lo que se puede ser. Este porvenir no puede ser totalmente confiado a la ciencia.

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