Bien Común 268

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Acción Nacional de cara al año 2018 Javier Brown César

Durante años habrá personas que hablarán de lo que sucedió en la jornada electoral del pasado 4 de junio de 2017. Comentarán lo cerca que estuvo el PRI de perder un descomunal feudo simbólico, que congrega a la antigua y a la nueva familia revolucionaria como ningún otro; una de las pocas entidades en las que el otrora poderoso partido de Estado, restaurado plenamente como poderosa maquinaria electoral, garantizó un dominio secular. Evocarán lo cerca que se estuvo de lograr la alternancia, comentarán sobre la operación del aparato estatal para inducir el voto, las irregularidades que se dieron a lo largo del proceso electoral, y criticarán a una ciudadanía que fue capaz, una vez más, de fincar su dignidad en el estómago, vendiendo su voto a cambio de limosnas evanescentes. Las elecciones de 2017 representaron una quiebra de nuestra democracia que se dio en la jornada electoral, y no por obra de fraudes electorales tradicionales, sino por la confrontación estéril de tendencias irreconciliables, por la reedición de enconos y disputas, por la inútil llamada a castigar a unos o a otros por el mismo delito: la corrupción, falta ética que debería ser imperdonable desde el punto de vista moral, y plexo de conductas contrarias a las leyes y a las instituciones. Ante un sistema de partidos en el que la corrupción campea a sus anchas, no es posible optar por el bien superior; como dijo Giorgio Agamben “donde todos son culpables el juicio es técnicamente imposible”.

A la distancia, cabrá la duda razonable de si el PAN pudo haber ganado las elecciones del Estado de México, y de cuáles fueron las razones no tan evidentes de la derrota que pocos presagiaban y que tantos temían. No han faltado, ni faltarán explicaciones simplistas, acusaciones personales y sospechas tal vez fundadas, pero el fondo, que en ciencia política lo es todo, no se reduce a un modelo de causa única. Las elecciones de 2016 sorprendieron a todos con su plebiscito a favor del cambio. La franquicia PAN volvía a dominar el escenario oligopólico de la competencia partidista, perfilándose como la gran maquinaria capaz de revertir la restauración autoritaria. Pero las elecciones de 2017 demonizaron el mito: no bastaba la franquicia, eran indispensables también las estrategias y tácticas; la convocatoria a, la escucha de, y la aquiescencia con los talentos partidistas; no bastaba con tener recursos públicos y activos partidistas y utilizarlos con transparencia, si no se esparcían democráticamente a las bases operativas, con la convicción de que la democracia no se basa en la concentración, sino en la difusión del poder en todas sus modalidades. Aprendimos que el plebiscito a favor del cambio no es incondicional, no es un cheque en blanco a favor de partidos o alternancias, es una visa temporal para que el nuevo gobierno dé un giro repentino a favor de una dinámica que ninguna administración pública es capaz de comprender y menos aun de ejecutar: quienes han

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