Bien Común 266

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Issues, Vol. No. 5, otoño de 1991, pp. 17-20. Y, en otro momento, afirma: “A la edad real de un mes, (...) el ser humano mide cuatro milímetros y medio. Su corazón minúsculo late desde hace una semana, sus brazos, sus piernas, su cabeza, su cerebro, ya están esbozados. (...) A los dos meses de edad (...) mide desde la cabeza a la punta de los dedos de los pies sobre tres centímetros. Cabría dentro de una cáscara de nuez. En el interior de un puño cerrado sería invisible, pero este puño cerrado podría aplastarlo sin darse cuenta. Pero si abrís vuestra mano, veréis que casi está terminado: manos, pies, cabeza, órganos, cerebro, todo está en su sitio, y ya no tendrá que hacer otra cosa que crecer. Miradlo más de cerca, y podréis ya leer las líneas de las manos y decirle la buenaventura. Miradlo todavía más de cerca, con un microscopio ordinario, y podríais descifrar sus huellas digitales. Todo está allí para poder hacer desde entonces su carné de identidad (...)” “El increíble Pulgarcito, el hombre más pequeño que mi pulga, existe realmente; no el del cuento, sino el que cada uno de nosotros ha sido. Pero el cerebro, dirán, no estará terminado hasta el quinto o sexto mes. ¡Pero no, no estará completamente en su lugar hasta el nacimiento; sus incontables conexiones no estarán establecidas hasta los seis o siete años, y su maquinaria 94

química y eléctrica no estará a pleno funcionamiento que a los catorce o quince años!. Progresivamente se llega al final del periodo embrionario, dos meses después de la fecundación. En este momento el pequeño es tan grande como una pulga. Ésta es la razón por la que todas las madres que cuentan cuentos a sus hijos, les hablan de la historia de Pulgarcito, porque es una historia verdadera. Cada uno de nosotros ha sido un Pulgarcito en el vientre de su madre y las mujeres han sabido siempre que había una especie de corriente subterránea, una especie de abrigo abovedado con una lucecita rojiza y un ruido rítmico en el que todos los pequeños humanos llevan una vida extraña y maravillosa. Ésta es la historia de Pulgarcito”. Cierto que la cita es larga. No he querido acortarla por ser clarificadora y porque quien redacta este artículo no sabría decirlo mejor. Lejeune sabía que la defensa de la vida le iba a costar el desprecio y el arrinconamiento: “Es de todos conocido, que Jerome Lejeune estaba postulado para ser Premio Nobel, pero tenía que abandonar su línea pro vida y anti aborto… Esto significaba que no debía oponerse al proyecto de ley de aborto eugenésico de Francia. A pesar de esto se opuso y fue mas allá pues llevó la causa pro vida a las Naciones Unidas. Se refirió a la Organización Mundial de la Salud diciendo: “he

aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Esa misma tarde escribe a su mujer y a su hija diciendo: “Hoy me he jugado mi Premio Nobel”. Y así fue, cayó en desgracia ante el mundo y la comunidad científica y el premio no le fue concebido. Fue acusado de querer imponer su fe católica en el ámbito de la ciencia” Asistimos a una imposición del aborto por parte de poderes fácticos. No olvidemos que la cultura de la muerte se inserta en la lucha, a muerte, entre el Bien y el Mal. El poder del Maligno quiere imponer la muerte a través de la mentira porque eso es lo suyo. En un Documento publicado estos días, los Obispos Mexicanos –y con ello no hacen política– dicen entre otras cosas: “Una obligación primaria del Estado consiste en velar y defender el derecho natural de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte. Si una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del estado de derecho”, señalan los pastores. Debe constar con toda claridad que el aborto directo,


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