Bien Común194

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que participa en aquellas áreas en donde la iniciativa individual no tiene interés ni incentivos para hacerlo. La libertad sólo es tal cuando se busca la justicia y se garantiza igualdad de oportunidades. En el liberalismo que propone Germán Martínez para el PAN no debe prevalecer ningún valor que no sea el sancionado por el sistema democrático y se afirma que sólo debiera gobernarnos la ética emanada de las urnas.4 Siguiendo esta lógica, entonces cualquier decisión sancionada por las mayorías sería no solamente válida sino también éticamente correcta. Con esta tesis se aceptaría que las mayorías pueden pisotear cualquier derecho humano, si así lo dicen las urnas. Pensadores nada sospechosos de confesionalismo como Jürgen Habermas o el propio John Rawls han llegado a la conclusión de que la democracia requiere un consenso acerca de ciertos valores prepolíticos sin los cuales resultaría imposible la convivencia. Este mismo postulado lo sostiene la tradición doctrinaria del PAN. Desde Gómez Morin hasta Castillo Peraza, pasando por González Luna, Preciado Hernández o Christlieb Ibarrola, el PAN ha insistido en que el ejercicio de la política no es completamente autónomo ni solamente técnico, sino que debe sujetarse a límites éticos y morales, que tienen que ver con los propios derechos humanos. Fue tal vez Castillo quien más fustigó al liberalismo como alternativa para Acción Nacional. A su presupuesto individualista lo consideraba “un materialismo práctico, y hasta posiblemente teórico”5 y criticaba a los que veían a la libertad como un milagro, como un principio vacío y no como lucha constante del ser humano por humanizar a la sociedad.6 En una de Germán Martínez Cázares, Op. Cit. El porvenir posible de Carlos Castillo Peraza. Fondo de Cultura Económica, México, 2006. 6 La libertad es lucha, no milagro de Carlos Castillo Peraza. Revista La Nación No. 1532, 10 de junio de 1979. 4 5

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sus últimas apariciones televisivas, Castillo debatió con los liberales afirmando que la propia revolución francesa acuñaba los principios de justicia y fraternidad, haciéndolos tan importantes como el de la libertad. La sola libertad como ideal social es insuficiente, es necesaria esta trilogía que se complementa y se equilibra. Ciertamente el PAN tiene retos que resolver sobre su identidad. Pero esto no se produce porque tenga miedo a la libertad, sino porque hay muchos panistas que tienen complejos a la hora de reconocerse como opción humanista, cayendo en lo que Castillo decía que era lo peor que podía pasarle a una organización: creerse las mentiras que de ella digan sus adversarios, actuando como perros acosados. El PAN llega a tener crisis de identidad cuando desprecia la ética, cuando sus acciones no corresponden a sus principios y cuando sus dirigentes descuidan la importancia de la formación de sus cuadros olvidando la batalla cultural, en aras de ganar la escaramuza electoral. ¿Va a resolverse esta crisis de identidad jubilando a los autores humanistas que el PAN con orgullo reivindica y reemplazándolos por Milton Friedman, Friedrich Hayek o Ludwig Von Mises? ¿O sustituyendo la noción de bien común por la creencia en la “mano invisible” del mercado? ¿Gana México y su democracia si el PAN renuncia a postulados tan importantes como la dignidad de la persona, la solidaridad, la subsidiariedad y el bien común? Acción Nacional debe reafirmar su identidad humanista y confrontarla civilizadamente con las demás corrientes de pensamiento; sólo así será posible el diálogo que tanto hace falta en el espacio público. Lo que le hace falta al PAN es desarrollar más este pensamiento y desdoblarlo en iniciativas legislativas y en políticas públicas, no sustituirlo por otras tesis a todas luces ajenas a su más profunda tradición y a su más rica identidad.


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