LA VENTANA SECRETA DEL JARDIN SECRETO

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Sin embargo, empezó a comerla y se las arregló para lograr que pasara la mayor parte por su garganta. De todos modos, sería un día largo. Las opiniones de Gerda Bowie sobre su aspecto y su vida amorosa no podían cambiar esa evidencia. Cuando terminó, pagó el desayuno y un periódico y salió de la tienda (los de Obras Públicas habían salido en masse cinco minutos antes, y uno de ellos se detuvo el tiempo necesario para pedirle un autógrafo para su sobrina, que cumplía años). Eran las nueve y cinco pasadas. Se quedó sentado ante el volante el tiempo necesario para revisar el diario en busca de un artículo sobre la casa de Derry, y lo encontró en la página tres. "Los inspectores de bomberos de Derry no dan pistas sobre el incendio Rainey", el título. El artículo tenía menos de media columna. La última frase decía, "No fue posible conseguir declaraciones de Morton Rainey, conocido autor de bestsellers, como El chico del organillero y La familia Delacourt." Esto significaba que Amy no les había facilitado el número de Tashmore. Estupendo. Si hablaba con ella más tarde, le daría las gracias. Pero lo primero era Tom Greenleaf Cuando llegara al Salón de la Parroquia Metodista serían casi las nueve y veinte. Lo bastante cerca de las nueve y media. Puso el Buick en movimiento y se fue.

33 Cuando llegó al Salón de la Parroquia, en el sendero había un solo vehículo, un antiguo Ford Bronco con una caravana detrás y un cartel en cada puerta con la inscripción: "SONNY TROTTS. PINTURA-REPARACIONES DE CASAS-CARPINTERÍA EN GENERAL." Mort vio a Sonny (un hombre bajo, de unos cuarenta años, calvo y con ojos alegres) sobre un andamio. Pintaba con movimientos amplios, mientras en la radio que tenía al lado sonaba algo llamado Las Vegas, de Ed Ames o Tom Jones; en todo caso, de uno de esos tipos que cantaban con los tres botones superiores de la camisa abiertos. —¡Eh, Sonny! —llamó Mort. Sonny siguió pintando, balanceándose hacia delante y hacia atrás con ritmo casi perfecto, mientras Ed Ames o quien fuera se preguntaba cantando qué es un hombre y qué tiene. Eran preguntas que Mort se había hecho una o dos veces, aunque sin el acompañamiento de los instrumentos de viento. —¡Sonny! Sonny dio un brinco. Del extremo de su brocha saltó pintura blanca y, por un instante, Mort pensó alarmado que podía caerse del andamio. Después se agarró a una de las cuerdas, se volvió y miró hacia abajo. —¡Ah, señor Rainey! —dijo—. ¡Me dio un susto de muerte! Por alguna razón, Mort pensó en el picaporte de Alicia en el país de las Maravillas y reprimió un violento chillido de risa.


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