también, en los primeros Cristianos, bajo la forma de « beso de paz » 1. Casi todas las epístolas de san Pablo terminan con esta fórmula: Salutate invicem in osculo sancto (Saludaros los unos a los otros por un santo beso). El último versículo de la primera epístola de san Pedro expresa la misma invitación y exactamente en los mismos términos. Esta marca de caridad, de paz, de fraternidad, usada antes de la vida común de los primeros cristianos; este beso santificado por la fe, temperado por el pudor, acabó pronto siendo una ceremonia religiosa, que se practicaba en las synaxes (asamblea de fieles), en el bautismo, en los esponsales, etc... 2. El beso fraternal de los Masones es el signo exterior del afecto que les une. Es un « abrazo » en el sentido generalmente dado a esta palabra y no una simple « acolada » si esta es considerada como un simple acercamiento con o sin contacto.
1. Esta tradición se ha conservado en la Iglesia católica y ella es observada según un preciso ritual: « Salvo en las misas negras y durante los tres últimos días de semana santa, se da el beso de paz en toda misa cantada con ministros sagrados. Los clérigos lo intercambian bajo forma de acolada, pero solo se le da a los laicos con ayuda de un instrumento (jamás con una patena, consagrada o no). Para intercambiar el beso de la paz por una acolada he aquí como se hace: cuando llega el que trae la paz, el que debe recibirla se gira hacia él y le saluda. El primero no se inclina pero coloca en seguida sus manos sobre los hombros del segundo, acerca su mejilla izquierda a la suya, sin tocarla siempre, y dice: Pax tecum (la paz sea contigo). El que recibe la paz ha colocado sus manos en los codos del otro; y responde: Et cum spirituo tuo (y con tu espíritu). Enfin los dos se saludan. Sin embargo el que da la paz al obispo coloca sus manos bajo los codos del obispo. Si la paz se ha dado con un instrumento, el que la da, la baja como si fuera una reliquia, y después la presenta a besar. » (Mgr KIEFFER, Précis de Liturgie sacrée, trad. Del abate R. Guillaume, 1937, p. 28). 2. « Los fieles daban el beso de la paz a los nuevos bautizados, como marca de la fraternidad que acababa de entablarse por el bautismo entre los antiguos cristianos y los recientes, y de la admisión de aquellos en el seno de la Iglesia. Y esta práctica Se observaba también en el bautismo de los niños; tenemos como prueba una curiosa anécdota contada por san Cipriano (Epist. LXIV): « Había en un tiempo un obispo llamado Fidus, el cual sostenía que no se debía bautizar los niños recién nacidos antes del octavo día, porque los niños estando hasta el momento rojos e inmundos, no se les podría besar sin repugnancia ». La respuesta del obispo de Cartago no es menos singular: « Todo es puro para los puros, dice el, y nadie de nosotros no tiene el derecho de tener repugnancia por lo que Dios se ha dignado hacer. » (Abate MARTIGNY, Dict. des Antiquités chrétiennes, 1865, pp. 65-66).
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