La flor y el tiempo

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—¿Todavía tan solitaria? —preguntó la Luna, arropándola con su tenue luminosidad—. ¿No has encontrado un amor? ¿Alguien a quien querer, cuya compañía te agrade? —Compañía he tenido mucha: Unos me agradaron, otros me dieron miedo, y hasta hubo con quien me peleé —platicó Flor animadamente—. Ni te imaginas el trajinar que hubo desde en la mañana hasta en la tarde. —Sí tengo idea —aclaró Luna—. A veces aparezco en el día y, aunque toda encandilada, he presenciado jornadas como la que tuviste hoy. A mí no me gusta el ajetreo sino la calma, y aunque también hay días tranquilos; prefiero la noche. En ella hay magia, misterio; Brotan miles de sueños. La imaginación se aviva, la ternura crece, hay intimidad, amores y recuerdos. Luna suspira. Su fulgor se extiende acariciante en torno a la Flor, y atrae a la Ardilla que sale de su refugio. Se recarga en su amiga, y ésta con su brazo-rama lo abraza por los hombros. —A mi compañero le atrajo tu voz. Parece que cuentas un cuento. —Esto no es cuento, querida. Son romances absorbidos en noches serenas los que me hacen hablar así. Él es tu novio, ¿verdad? —dijo Luna lunera poniéndose cascabelera— Lo conseguiste pronto, chula. —Las flores no tenemos novio, sólo amigos, como él. —Pues hacen bonita pareja. ¿No les gustaría bailar? —Yo estoy más puesto que un calcetín —exclamó Ardilla—. Hace rato me comí una bellota y panza llena corazón contento. Pero no hay música.


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