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Tanya

Esa noche lo mejor es bañarnos temprano: agua hirviendo, no mucha, mi cuerpo es pequeño, sin pelos y muy liso como el de un delfín. Me siento a comer, no mucho, esquino en los bordes del plato ajíes diminutos, verdes y rojos, que me parecen tiras de scotchtape. Mientras mastico rezo porque no se vaya la luz, no por los muñequitos, que ya pasaron y siempre son los mismos, sino por mi mamá. Ella sale del baño envuelta en su toalla y al punto me alcanza ese cruce de olores compuesto por el humo de cigarro, el vapor del agua y su cuerpo lavado que hasta hoy excluye cualquier otro recuerdo de mi olfato. Tararea una canción que conozco de sobra mientras se peina frente al espejo, un pelo larguísimo y rubio, como el de Tanya, la canción también es de Tanya, pero estoy seguro que ella huele mejor que Tanya. Hace dos años lloró tanto cuando Tanya perdió en la OTI que esa noche soñé que se suicidaba y luego que Tanya venía a conocerme y terminaba adoptándome. Pero esta es otra OTI, otra oportunidad, aunque definitivamente el noventa y uno y el noventa y tres parecen el mismo año. ¿Por qué no veo en la escena a ninguno de sus maridos? ¿Ante quién volvió a perder Tanya? Una imagen sin embargo no se ha ido, y es la de nosotros encogidos en el sofá, como si tuviéramos frío o estuviésemos muy nerviosos. En el televisor la boca abierta de Tanya, un grito que en lugar de dejarnos sordos parece tener el poder de tragarnos. Probablemente veíamos aquel concurso frívolo sólo porque soñábamos con el viaje del ganador, tal vez en eso pensaba el país entero y es seguro que todos los participantes, Tan-

ya incluida. Se trata pues de una nación imaginando viajes, sentados alrededor de un televisor como un mapa en el que una lucecita marca la ciudad de Valencia, donde Paloma San Basilio y Joaquín Prat esperan a los ganadores de Latinoamérica toda, desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

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Y Cuba que nunca ganaba nada, que sólo ganaba en los deportes y en las votaciones contra el bloqueo.

Mi madre encajó la nueva derrota de Tanya serenamente, había aprendido, las madres en general aprendieron mucho en esa época. De pie en la sala, regia en su bata de casa de vuelitos, apagó el televisor y dijo que el noventa y cuatro ya sería otro año; puede que también haya deseado que el avión Habana-Valencia se cayera en medio del Océano, pero eso no lo recuerdo. Prefiero quedarme con su esperanza, aunque ambos sabíamos –igual que sabíamos las canciones de Tanya–, que el tiempo seguiría pasando sin pasar.

Ahora Tanya vive y canta en Miami desde hace años, no sé qué canta ni cómo vive, de hecho lo digo porque todos lo dicen, por ser una manera de decir. Por fin la dejaron salir (¡y sin tener que ganar ningún concurso frívolo!), gira asiática por Vietnam, Laos, China, ¿Corea del Norte? De Pyongyang a Miami se va por la cara oculta de los mapas, un vuelo directo por el reverso, de lo contrario se precisa atravesar todos los colorcitos en una vuelta al mundo en ochenta escalas. Adiós Tanya. Espero que en algún rincón de mi casa sobreviva un casete de Monte de Espuma para que mi madre lo escuche cuando quiera llorar.

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